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Gustavo despertó con la sensación de unos delgados brazos rodeándolo. Al abrir sus ojos reparó en la menuda figura que se apegaba sugestivamente a su cuerpo. Carol seguía durmiendo, pero se había acurrucado demasiado cerca, invadiendo su espacio personal, invadiéndolo con su delicada esencia. Había logrado interrumpir su sueño con su descaro y el sol aún ni siquiera se había asomado. Así que no le quedó más alternativa que verla dormir, y acariciar su suave brazo, ese que se atrevía a tocarlo. Esa mujer lo estaba volviendo loco. Pasaron varias horas para que Carol se despertara. Comenzó primeramente a removerse entre sueños, hasta que sus ojos se fueron abriendo y el horror se dibujó en ellos, al ser consciente de que lo había estado abrazando todo el rato. —L-lo siento —murmuró con un sonrojo muy notorio, alejándose de un salto. Carol se levantó y miró hacia la ventana, dándose cuenta de que había amanecido y que, por la intensidad del sol, debería ser demasiado tarde. —¡Ciel
Las cosas fueron mejorando poco a poco, no podía decirse que estaban del todo bien, pero lo cierto era que las discusiones habían mermado notoriamente. Ahora no necesitaba una llamada para saber que Gustavo estaba esperándola, se había vuelto una costumbre encontrarse los dos luego de un largo día y compartir tiempo juntos. Y este tiempo no era meramente sexual, a veces simplemente platicaban como un par de amigos. Aunque también era cierto que Gustavo no solía hablar mucho, pero si la escuchaba, prestaba especial atención a sus palabras y a los relatos de su día a día. Era muy paciente con eso. A veces simplemente la sentaba en su regazo y le acariciaba el cabello, mientras ella no dejaba de parlotear. Debía reconocer que hablaba demasiado cuando entraba en confianza y, de una manera u otra, había logrado conseguir un nivel de confianza con él. Sabía que todo seguía siendo demasiado peligroso e impredecible, Gustavo no le había confesado su amor ni mucho menos, y ella cada día se
Pero Gustavo evadió su pregunta, mientras su atención se centraba nuevamente en el cielo. Las estrellas brillaban intensamente y con cada segundo que transcurría, su curiosidad aumentaba un poco más. Necesitaba obtener una respuesta. —¿Es eso un sí? —presionó. Era tan difícil sacarle las palabras a este hombre. —¿Para qué quieres saberlo?La miró fijamente, con sus ojos verdes, relucientes y al mismo tiempo tan devastadores. Carol se sorprendió de la rudeza de su voz, pero mantuvo la compostura, tomando otro trago de vino.—Es solo curiosidad. Aunque claro, intentar entablar una conversación normal con usted es todo un reto —le resultó inevitable no mostrar su molestia—. ¿Pero sabe qué? Olvídelo. Mejor dígame, ¿qué hacemos aquí?Para ese momento no podía contener sus deseos de irse, ciertamente no había saciado su curiosidad y su actitud renuente, le dio a entender que aquel tema era sagrado para él. Todo lo relacionado con su difunta esposa era sagrado, por lo cual no necesitaba s
Al finalizar la velada, Carol pensó que la regresaría a su casa, pero aparentemente Gustavo tenía otros planes y, estos planes, incluían su habitación y su cama. No pudo evitar mirar el lecho con desconfianza, ¿quería que durmieran juntos? ¿O quería que tuviesen intimidad? —Es solo dormir, Carol. Ya lo hemos hecho antes —le recordó, imaginando el hilo de sus pensamientos desbocados. Para Gustavo era muy fácil leer a Carol, por lo general sus expresiones la dejaban al descubierto. —Ve al baño. Compré pijamas para ti —informó, mientras llamaba a la persona encargada de ayudar a acostarlo. Carol supo que no quería que viera la escena, así que obedeció sin poder dejar de pensar en las razones que tuvo para comprarle ropa. Y no cualquier ropa, sino pijamas. «¿Este hombre quiere que duerma todas las noches con él o qué le pasa?», se preguntó un poco incrédula. Aun así, decidió dejar a un lado sus interrogantes y le escribió a su madre para informarle que nuevamente no podría ll
Carol se removió inquieta al sentir los rayos del sol dándole de lleno en la cara. Al parecer alguien había abierto la ventana con ese objetivo y no sabía si agradecerle a la persona o si deseaba matarla. —Mmm, tengo sueño —murmuró, tapándose con la almohada para que el sol no le molestara más. Se sentía demasiado cansada luego de semejante actividad, así que lo último que quería era levantarse y cumplir con sus deberes. Por una sola vez en su vida deseaba quedarse tendida sin hacer nada. Pero bien sabía Carol que eso no sería posible, así que suspiro antes de quitarse la almohada de la cabeza y encontrarse con unos ojos verdes que se encontraban en una esquina de la habitación. Gustavo tomaba su café como si nada, mientras no dejaba de observarla con aquel aire de superioridad. Pero en esta ocasión sentía que había algo más: admiración. El solo recuerdo de lo que hicieron la noche anterior, hizo que la joven se enrojeciera de pies a cabeza, completamente avergonzada. Rápidamen
Montones de lágrimas salían de los ojos de Carol, sin poder procesar lo que estaba ocurriendo. Su madre sabía la verdad, esa verdad que tanto le avergonzaba. Y ahora entendía su reacción, tenía todo el derecho a estar tan enojada, sabía que se merecía cada golpe, cada cachetada. —¡Perdóname, mamá! ¡Yo no sabía qué hacer para pagar tu tratamiento! —lloró entonces, tratando de que comprendiera su decisión. Una decisión muy mala sí, pero la había tomado guiada por la desesperación. —Yo no te pedí nada de esto. ¡Jamás hubiese querido esa operación si sabía lo que implicaba para ti! —contestó Rosa, sintiéndose desconsolada—. Eres mi única hija, Carol. Se supone que una madre hace lo que sea por la felicidad de sus hijos, no al revés. —¡Mamá, entiéndelo, no podía simplemente verte morir!Rosa se alejó tratando de comprender a su hija, realmente lo intentaba y sabía que, de ser el caso contrario, también hubiese estado dispuesta a todo. Pero no por eso dejaba de ser doloroso. Le dolía ser
Pasó varias horas caminando sin rumbo aparente, simplemente buscaba mover las piernas y ahuyentar los malos pensamientos. Sin embargo, no estaba funcionando, sentía que todas las personas con las que se cruzaba no hacían más que señalarla como si conocieran su peor pecado. Se estaba volviendo paranoica, lo sabía. Pero odiaba esa sensación de sentirse juzgada. «¿Acaso se lo merecía?», se preguntó, convencida de que no. Había hecho lo que pudo con lo que tenía a su alcance. La vida de su madre era más importante que su reputación e incluso que su dignidad. Rosa estaba por encima de todo. Pero la mirada que le había dedicado su madre, luego de conocer su pequeño sacrificio, no había sido otra que de decepción. Y esa era otra de las cosas que tanto odiaba. No quería entristecer a su madre, no quería decepcionarla. Pero al final, ese fue el resultado. Y ahora no solamente tenía que luchar con su decepción, sino que también había sido sometida al escarnio público gracias a Julián. Sin e
Corrió y corrió durante varios minutos, hasta que no pudo más y se desplomó cerca de la carretera. Un auto se detuvo y una persona se compadeció de ella y la ayudó a levantarse. —¿Se encuentra bien, señorita? Se ve muy pálida —señaló el hombre, reparando en la lividez de su rostro. Carol asintió con renuencia. No necesitaba la lástima de nadie, bastante tenía con sus desdichas como para ahora agregar algo nuevo. —Estoy bien —dijo enderezándose con aspereza. El sujeto no se mostró muy convencido, pero aun así asintió, dispuesto a no seguir insistiendo. —¿Necesita que la lleve a algún lugar? —se ofreció amable. —No —contestó tajantemente, aunque se arrepintió en el acto. «¿Qué culpa tenía ese hombre de todo lo que le estaba ocurriendo?», se preguntó con cansancio. —Lo siento, quiero decir que estoy bien. Gracias por preocuparse —y dando por zanjado el tema, se decidió a seguir con su camino a casa. Pero Carol no contaba con que se había aporreado su pie izquierdo. Su zapato, el