Me despierto con un sobresalto al darme cuenta de que mi alarma no ha sonado. ¡Maldita sea! Me quedé hasta tarde estudiando y ahora estoy tarde para la universidad. Sin tiempo que perder, me visto rápidamente y salgo corriendo hacia el campus. Al llegar, me doy cuenta de que el profesor aún no ha llegado, así que respiro aliviada. Dejo mi mochila en mi asiento habitual y comienzo a llamar la atención de mis compañeros, como suele hacerlo la presidenta del equipo de trabajo. Todos voltean a verme y me prestan atención mientras les doy las últimas directrices para la presentación. Repaso el orden de las exposiciones y busco a los líderes de cada sección. Cuando llego al equipo de cuentas por cobrar, noto que Danna, la líder, no está presente. El corazón me da un vuelco. En minutos, el profesor llegará. De hecho, ya está entrando por la puerta del aula.—¡Chicos, es hora de comenzar! —anuncia el profesor con entusiasmo, mientras se dirige hacia su escritorio.Me inclino hacia Giovanni y
Recuerdo perfectamente aquella tarde durante las clases de pole dance, cuando Tenté me preguntó por Danna. Le conté que la había encontrado en el hospital y que, aunque ella dijo estar bien, yo no me lo creí del todo. Fue entonces cuando Tenté soltó una afirmación que heló mi sangre: «Temo decirlo, pero es posible que el guardaespaldas de Murgos se la haya llevado para abusar de ella. Lo vi ayer en la discoteca, y es ese tipo de personas».Era el peor escenario, demasiado malo como para ser cierto. Ahora es tan cierto, que el escenario para él va a ser demasiado malo.Antes de salir de la universidad, le rogué a Giovanni que no cometiera ninguna locura, que no vale la pena ensuciarse las manos por un hombre como ese, y me respondió que disfruta ensuciarse las manos con sangre de personas abusivas. Me costó hacerle cambiar de ideas, le pareció buena idea el hacerle sufrir de otra manera, porque peor que la muerte es la tortura en vida. Mi misión: conseguir una foto de aquel hombre para
Odio profundamente lo que las prostitutas tenemos que soportar, el abuso y el menosprecio que nos toca aguantar día tras día. Nos tratan como si fuéramos la escoria de la sociedad, como si no tuviéramos valor alguno, como si mereciéramos cada golpe, cada insulto, cada humillación. Nos miran con desprecio, como si fuéramos menos que humanas, como si nuestra existencia no importara más allá de satisfacer los deseos más oscuros de un ser impuro. Es desgarrador ver cómo se desvanecen los sueños y las esperanzas de tantas mujeres, cómo se ven obligadas a soportar el dolor físico y emocional solo para sobrevivir. Y lo peor de todo es que el mundo sigue girando, indiferente a nuestro sufrimiento, como si nuestras vidas fueran invisibles, como si no importáramos.Justo ahora estoy sentada en el camerino, tratando de contener las lágrimas mientras madame Esther desinfecta la cortada en la comisura de mi labio. El ardor es casi insoportable, pero trato de concentrarme en otra cosa, cualquier co
Estoy en mi habitación del club, esperando a mi penúltimo cliente. Mientras tanto, me encuentro reflexionando sobre cómo debería catalogar a Giovanni. ¿Es ya un amigo? No estoy segura, porque si empiezo a verlo de esa manera, me dolería profundamente si volviera a escuchar una ofensa salir de su boca, utilizando mi profesión como un arma de ataque. Sin embargo, aquí está, dispuesto a hacer cosas arriesgadas y de dudosa moral para hacerme feliz, para cuidar de mí. ¿Será que estoy empezando a ser más importante para él? Parece que, finalmente, mi humanidad tiene algún valor para el Paussini ese, y eso es un gran avance para nosotros.Mis pensamientos sobre Giovanni quedan a un lado cuando escucho un golpe en la puerta. Al abrirla, me quedo paralizada al ver a Nick, el interés romántico de mi compañera Marthuski.—¿Qué haces aquí? —pregunto, el espanto evidente en mi rostro.Nick me sonríe, pero su expresión es tensa, casi desesperada.—Me enteré de que este sería tu último día dando ser
Salgo de la bañera, con el cuerpo aún húmedo y el ánimo más pesado de lo que esperaba. Me pongo un nuevo babydoll negro, el color refleja perfectamente mi sentir en este momento. Me coloco también un antifaz del mismo tono y unos tacones altísimos que hacen que mis piernas se vean elegantes y firmes. Me paro frente al espejo y empiezo a esponjar mi rizado cabello, intentando elevar mis ánimos, mi autoestima. Este último parece no querer despegarse del suelo.—Solo un mes más en esta profesión y luego entras al mundo de los negocios. Ánimo, Mimarie —me digo en voz alta.Sonrío frente al enorme espejo, pero mi sonrisa no me parece muy convincente. Apenas tengo tiempo para prepararme mentalmente cuando escucho tres golpes en la puerta. Es mi último cliente de la noche.—Cerremos con broche de oro, vamos a hacerlo bien —vuelvo a hablarme frente al espejo.Respiro hondo y camino hacia la puerta, tratando de mantener esa sonrisa que sé que no es del todo auténtica.Corro a poner una canción
Ahí está, el atormentado hombre, de rodillas y desnudo frente a mis piernas, aún amarrado al tubo, observándome como si fuese una bella rareza jamás vista antes. Su respiración es entrecortada, sus ojos llenos de una mezcla de agotamiento y fascinación.Mientras él intenta recuperar algo de la energía perdida, me dirijo al baño. Tomo un par de cosas que rodean la bañera y regreso con él.—¿Qué piensas hacer con esas velas? —pregunta, su expresión de pánico dejando claro que conoce perfectamente mi objetivo.No es para hacer más romántico el momento; esto es parte de la tortura que está por iniciar.—Abre las piernas —ordeno con autoridad, mi voz cortando el aire como un cuchillo.—¿Qué? ¿Me vas a quemar el pene? —responde, su tono mezcla de incredulidad y temor.—Que abras las malditas piernas —repito, esta vez más severa.Yonel obedece, abriendo las piernas. Coloco las velas encendidas bajo él, y en un instante, la habitación se inunda con un aroma a lavanda y vainilla. Fijo mis ojos
Con un croissant de jamón y queso en una mano y una taza de café con leche en la otra, me detengo frente al televisor de la sala para ver la noticia que están pasando. En el cintillo bajo la pantalla leo: «Ringo Starr, baterista de los Beatles, continúa con sus sesiones de rehabilitación». La señal está con un poco de intermitencia esta mañana, pero logro captar el chisme principal. Mientras miro la televisión, una pregunta curiosa me viene a la mente: ¿Existirán centros de rehabilitación para sanar la putería? Debería haberlos, considerando la cantidad de personas adictas al sexo en este jodido mundo que podrían beneficiarse de un tratamiento para enfriar su calentura. De pronto, escucho que alguien empieza a tocar la puerta. De seguro es la chica que contraté para que viniera a limpiar la casa. Sí, ya puedo darme ese lujo, ahora tengo a alguien que trabaja para mí, y se siente increíblemente bien. Al abrir la puerta, me encuentro con Bárbara, una chica de estatura mediana, delgada
Aquella chica, que en un momento fue mi mejor amiga, me sonríe con tristeza y da media vuelta, alejándose de mí, arrastrando un silencio impregnado de dolor. Con pasos vacilantes y flojos se dirige hacia la puerta que da al jardín del campus, cargando con un espantoso trauma que recién se ha avivado al ver la foto de su abusador.El vacío que siento en el corazón arde en ira, sediento de venganza.Avanzo con pasos rápidos por el pasillo del campus que lleva al antiguo salón de música. Al abrir la puerta, encuentro a Giovanni sentado frente al piano, tocando algunas teclas sin sentido. Él voltea a verme y me sigue con la mirada. Me acerco al piano y, con un golpe, dejo la fotografía sobre su oscura superficie.—Es el. Ese es el desgraciado.—¿Qué quieres que haga con él? —pregunta, con una sonrisa maliciosa—. Cuéntame tu deseo más cruel y malvado, Miriam.—Cástralo —respondo sin titubear.—Ok.—Y empútale las manos.—Lo haré.Entonces, la conciencia empieza a pesarme, a hacerme dudar d