Odio profundamente lo que las prostitutas tenemos que soportar, el abuso y el menosprecio que nos toca aguantar día tras día. Nos tratan como si fuéramos la escoria de la sociedad, como si no tuviéramos valor alguno, como si mereciéramos cada golpe, cada insulto, cada humillación. Nos miran con desprecio, como si fuéramos menos que humanas, como si nuestra existencia no importara más allá de satisfacer los deseos más oscuros de un ser impuro. Es desgarrador ver cómo se desvanecen los sueños y las esperanzas de tantas mujeres, cómo se ven obligadas a soportar el dolor físico y emocional solo para sobrevivir. Y lo peor de todo es que el mundo sigue girando, indiferente a nuestro sufrimiento, como si nuestras vidas fueran invisibles, como si no importáramos.Justo ahora estoy sentada en el camerino, tratando de contener las lágrimas mientras madame Esther desinfecta la cortada en la comisura de mi labio. El ardor es casi insoportable, pero trato de concentrarme en otra cosa, cualquier co
Estoy en mi habitación del club, esperando a mi penúltimo cliente. Mientras tanto, me encuentro reflexionando sobre cómo debería catalogar a Giovanni. ¿Es ya un amigo? No estoy segura, porque si empiezo a verlo de esa manera, me dolería profundamente si volviera a escuchar una ofensa salir de su boca, utilizando mi profesión como un arma de ataque. Sin embargo, aquí está, dispuesto a hacer cosas arriesgadas y de dudosa moral para hacerme feliz, para cuidar de mí. ¿Será que estoy empezando a ser más importante para él? Parece que, finalmente, mi humanidad tiene algún valor para el Paussini ese, y eso es un gran avance para nosotros.Mis pensamientos sobre Giovanni quedan a un lado cuando escucho un golpe en la puerta. Al abrirla, me quedo paralizada al ver a Nick, el interés romántico de mi compañera Marthuski.—¿Qué haces aquí? —pregunto, el espanto evidente en mi rostro.Nick me sonríe, pero su expresión es tensa, casi desesperada.—Me enteré de que este sería tu último día dando ser
Salgo de la bañera, con el cuerpo aún húmedo y el ánimo más pesado de lo que esperaba. Me pongo un nuevo babydoll negro, el color refleja perfectamente mi sentir en este momento. Me coloco también un antifaz del mismo tono y unos tacones altísimos que hacen que mis piernas se vean elegantes y firmes. Me paro frente al espejo y empiezo a esponjar mi rizado cabello, intentando elevar mis ánimos, mi autoestima. Este último parece no querer despegarse del suelo.—Solo un mes más en esta profesión y luego entras al mundo de los negocios. Ánimo, Mimarie —me digo en voz alta.Sonrío frente al enorme espejo, pero mi sonrisa no me parece muy convincente. Apenas tengo tiempo para prepararme mentalmente cuando escucho tres golpes en la puerta. Es mi último cliente de la noche.—Cerremos con broche de oro, vamos a hacerlo bien —vuelvo a hablarme frente al espejo.Respiro hondo y camino hacia la puerta, tratando de mantener esa sonrisa que sé que no es del todo auténtica.Corro a poner una canción
Ahí está, el atormentado hombre, de rodillas y desnudo frente a mis piernas, aún amarrado al tubo, observándome como si fuese una bella rareza jamás vista antes. Su respiración es entrecortada, sus ojos llenos de una mezcla de agotamiento y fascinación.Mientras él intenta recuperar algo de la energía perdida, me dirijo al baño. Tomo un par de cosas que rodean la bañera y regreso con él.—¿Qué piensas hacer con esas velas? —pregunta, su expresión de pánico dejando claro que conoce perfectamente mi objetivo.No es para hacer más romántico el momento; esto es parte de la tortura que está por iniciar.—Abre las piernas —ordeno con autoridad, mi voz cortando el aire como un cuchillo.—¿Qué? ¿Me vas a quemar el pene? —responde, su tono mezcla de incredulidad y temor.—Que abras las malditas piernas —repito, esta vez más severa.Yonel obedece, abriendo las piernas. Coloco las velas encendidas bajo él, y en un instante, la habitación se inunda con un aroma a lavanda y vainilla. Fijo mis ojos
Con un croissant de jamón y queso en una mano y una taza de café con leche en la otra, me detengo frente al televisor de la sala para ver la noticia que están pasando. En el cintillo bajo la pantalla leo: «Ringo Starr, baterista de los Beatles, continúa con sus sesiones de rehabilitación». La señal está con un poco de intermitencia esta mañana, pero logro captar el chisme principal. Mientras miro la televisión, una pregunta curiosa me viene a la mente: ¿Existirán centros de rehabilitación para sanar la putería? Debería haberlos, considerando la cantidad de personas adictas al sexo en este jodido mundo que podrían beneficiarse de un tratamiento para enfriar su calentura. De pronto, escucho que alguien empieza a tocar la puerta. De seguro es la chica que contraté para que viniera a limpiar la casa. Sí, ya puedo darme ese lujo, ahora tengo a alguien que trabaja para mí, y se siente increíblemente bien. Al abrir la puerta, me encuentro con Bárbara, una chica de estatura mediana, delgada
Aquella chica, que en un momento fue mi mejor amiga, me sonríe con tristeza y da media vuelta, alejándose de mí, arrastrando un silencio impregnado de dolor. Con pasos vacilantes y flojos se dirige hacia la puerta que da al jardín del campus, cargando con un espantoso trauma que recién se ha avivado al ver la foto de su abusador.El vacío que siento en el corazón arde en ira, sediento de venganza.Avanzo con pasos rápidos por el pasillo del campus que lleva al antiguo salón de música. Al abrir la puerta, encuentro a Giovanni sentado frente al piano, tocando algunas teclas sin sentido. Él voltea a verme y me sigue con la mirada. Me acerco al piano y, con un golpe, dejo la fotografía sobre su oscura superficie.—Es el. Ese es el desgraciado.—¿Qué quieres que haga con él? —pregunta, con una sonrisa maliciosa—. Cuéntame tu deseo más cruel y malvado, Miriam.—Cástralo —respondo sin titubear.—Ok.—Y empútale las manos.—Lo haré.Entonces, la conciencia empieza a pesarme, a hacerme dudar d
Narrado desde la perspectiva de Danna Taylor:Llegar a casa siempre me llena de una sensación… como de ansiedad, pero hoy es diferente, hoy se siente peor. La televisión está apagada, lo cual no es normal. Siempre está encendida a esta hora, con mi madre viendo sus soap operas favoritas. Un mal presentimiento se cuela en mi estómago… ¡Dios mío, por favor, no me dejes sola! ¡Entremos juntos a casa!Al abrir la puerta, la veo en el medio de la sala, con una expresión que mezcla furia y decepción. Tiene un sobre en la mano, el sobre que contiene los resultados de mi prueba de embarazo.Oh… Oh...—Danna, ¿qué es esto? —su voz es un látigo de furia contenida, y sus ojos, fríos y duros, me perforan el alma.Siento el corazón golpearme el pecho como un gran tambor Ga Du en plena danza del dragón. Mierda… Me cuesta respirar, pero sé que no puedo seguir evadiendo la verdad.—Mamá, yo...—¡No quiero excusas! —me interrumpe, agitando el sobre frente a mí—. ¿Cómo pudiste ser tan irresponsable?«¿
¡No, no… esto no puede estar pasando!... ¡Maldita sea!¿Qué hace Danna aquí? ¿Me habrá reconocido? La expresión en su rostro no deja lugar a dudas: sí, me ha reconocido. ¿Qué hago? ¿Qué digo? He salido corriendo del escenario por puro instinto, arruinando el show, mi propia fiesta de despedida. Camino por el pasillo que lleva a los camerinos con el corazón latiéndome a mil.—¡Miriam! —grita Tenté, quien hace un rato me observaba fuera de la tarima—. ¡¿Qué crees que haces?! Regresa de inmediato al escenario.Me detengo en medio del pasillo y la miro, Tenté se acerca y me agarra del brazo, tratando de jalarme de vuelta.—No, no puedo… —le digo, tratando de contener el pánico.—¿Qué ha pasado? ¿Te sientes bien? —su tono cambia de inmediato, mostrando preocupación.Intento responderle, pero las palabras se quedan atrapadas en mi garganta cuando mis ojos se cruzan con los de Danna, que está al fondo del pasillo. Me observa de arriba abajo con sorpresa. Tenté sigue mi mirada y, al ver a Dan