Ahí está, el atormentado hombre, de rodillas y desnudo frente a mis piernas, aún amarrado al tubo, observándome como si fuese una bella rareza jamás vista antes. Su respiración es entrecortada, sus ojos llenos de una mezcla de agotamiento y fascinación.Mientras él intenta recuperar algo de la energía perdida, me dirijo al baño. Tomo un par de cosas que rodean la bañera y regreso con él.—¿Qué piensas hacer con esas velas? —pregunta, su expresión de pánico dejando claro que conoce perfectamente mi objetivo.No es para hacer más romántico el momento; esto es parte de la tortura que está por iniciar.—Abre las piernas —ordeno con autoridad, mi voz cortando el aire como un cuchillo.—¿Qué? ¿Me vas a quemar el pene? —responde, su tono mezcla de incredulidad y temor.—Que abras las malditas piernas —repito, esta vez más severa.Yonel obedece, abriendo las piernas. Coloco las velas encendidas bajo él, y en un instante, la habitación se inunda con un aroma a lavanda y vainilla. Fijo mis ojos
Con un croissant de jamón y queso en una mano y una taza de café con leche en la otra, me detengo frente al televisor de la sala para ver la noticia que están pasando. En el cintillo bajo la pantalla leo: «Ringo Starr, baterista de los Beatles, continúa con sus sesiones de rehabilitación». La señal está con un poco de intermitencia esta mañana, pero logro captar el chisme principal. Mientras miro la televisión, una pregunta curiosa me viene a la mente: ¿Existirán centros de rehabilitación para sanar la putería? Debería haberlos, considerando la cantidad de personas adictas al sexo en este jodido mundo que podrían beneficiarse de un tratamiento para enfriar su calentura. De pronto, escucho que alguien empieza a tocar la puerta. De seguro es la chica que contraté para que viniera a limpiar la casa. Sí, ya puedo darme ese lujo, ahora tengo a alguien que trabaja para mí, y se siente increíblemente bien. Al abrir la puerta, me encuentro con Bárbara, una chica de estatura mediana, delgada
Aquella chica, que en un momento fue mi mejor amiga, me sonríe con tristeza y da media vuelta, alejándose de mí, arrastrando un silencio impregnado de dolor. Con pasos vacilantes y flojos se dirige hacia la puerta que da al jardín del campus, cargando con un espantoso trauma que recién se ha avivado al ver la foto de su abusador.El vacío que siento en el corazón arde en ira, sediento de venganza.Avanzo con pasos rápidos por el pasillo del campus que lleva al antiguo salón de música. Al abrir la puerta, encuentro a Giovanni sentado frente al piano, tocando algunas teclas sin sentido. Él voltea a verme y me sigue con la mirada. Me acerco al piano y, con un golpe, dejo la fotografía sobre su oscura superficie.—Es el. Ese es el desgraciado.—¿Qué quieres que haga con él? —pregunta, con una sonrisa maliciosa—. Cuéntame tu deseo más cruel y malvado, Miriam.—Cástralo —respondo sin titubear.—Ok.—Y empútale las manos.—Lo haré.Entonces, la conciencia empieza a pesarme, a hacerme dudar d
Narrado desde la perspectiva de Danna Taylor:Llegar a casa siempre me llena de una sensación… como de ansiedad, pero hoy es diferente, hoy se siente peor. La televisión está apagada, lo cual no es normal. Siempre está encendida a esta hora, con mi madre viendo sus soap operas favoritas. Un mal presentimiento se cuela en mi estómago… ¡Dios mío, por favor, no me dejes sola! ¡Entremos juntos a casa!Al abrir la puerta, la veo en el medio de la sala, con una expresión que mezcla furia y decepción. Tiene un sobre en la mano, el sobre que contiene los resultados de mi prueba de embarazo.Oh… Oh...—Danna, ¿qué es esto? —su voz es un látigo de furia contenida, y sus ojos, fríos y duros, me perforan el alma.Siento el corazón golpearme el pecho como un gran tambor Ga Du en plena danza del dragón. Mierda… Me cuesta respirar, pero sé que no puedo seguir evadiendo la verdad.—Mamá, yo...—¡No quiero excusas! —me interrumpe, agitando el sobre frente a mí—. ¿Cómo pudiste ser tan irresponsable?«¿
¡No, no… esto no puede estar pasando!... ¡Maldita sea!¿Qué hace Danna aquí? ¿Me habrá reconocido? La expresión en su rostro no deja lugar a dudas: sí, me ha reconocido. ¿Qué hago? ¿Qué digo? He salido corriendo del escenario por puro instinto, arruinando el show, mi propia fiesta de despedida. Camino por el pasillo que lleva a los camerinos con el corazón latiéndome a mil.—¡Miriam! —grita Tenté, quien hace un rato me observaba fuera de la tarima—. ¡¿Qué crees que haces?! Regresa de inmediato al escenario.Me detengo en medio del pasillo y la miro, Tenté se acerca y me agarra del brazo, tratando de jalarme de vuelta.—No, no puedo… —le digo, tratando de contener el pánico.—¿Qué ha pasado? ¿Te sientes bien? —su tono cambia de inmediato, mostrando preocupación.Intento responderle, pero las palabras se quedan atrapadas en mi garganta cuando mis ojos se cruzan con los de Danna, que está al fondo del pasillo. Me observa de arriba abajo con sorpresa. Tenté sigue mi mirada y, al ver a Dan
—Perdóname, Danna —pido, cabizbaja.—No te preocupes. ¿Sabes?, entiendo que no pudieras decirme que...—No...—¿Qué?—Perdóname por destruir nuestra amistad, por apartarme de ti y dejarte sola.Danna sonríe ligeramente, asintiendo con comprensión.—Perdóname tú a mí, Miriam... Debí hablarte de mis sentimientos y no aprovecharme de tu cercanía para alimentarlos. No debí permitir que nuestra amistad avanzara de tal manera, no con estos sentimientos tan latentes... —sus ojos aguados en lágrimas y pelea contra unos sollozos que intenta reprimir—. Te engañé al hacerte creer que solo te quería como amiga. Lo siento mucho, Miriam.Levanto la mirada, dispuesta a resolver todo esto como siempre debió ser. Siendo sincera.—Yo no puedo corresponder a tus sentimientos. Lo siento.—Lo sé, no te preocupes —responde con una sonrisa falsa, de esas que arrastran puro dolor.—No puedo enamorarme de ti ni de ninguna otra chica, porque no es esa mi orientación sexual.—Sí, también lo sé.—Si me gustaran
La música disco retumba en el salón principal del club mientras las luces de la discoteca parpadean con un ritmo hipnótico. Ya el show ha terminado, todos los clientes se han ido y ahora solo estamos celebrando mi ascenso como Ranita Dorada, un título que no es para llenarse de orgullo, pero si para alegrarse, porque lo que viene bajado es bastante dinero.El personal del club está presente: las bailarinas, las trabajadoras sexuales, las camareras, el personal administrativo, los chefs y el personal de aseo. Cada uno de ellos es una pieza crucial en el engranaje de este lugar. Incluso, un par de ranitas doradas que son trabajadoras sexuales están aquí compartiendo el momento conmigo. Una de ellas es Isabella, una mujer hermosísima con cabellera negro azulado, ojos celestes y una sonrisa matadora. Su sensualidad y misterio podrían enloquecer a cualquier hombre. A su lado está Fernanda, quien pidió que le llamaran «Ferchu», una hermosa latina de cabellera rizada castaña clara, piel moren
¿Hay amor entre nosotros? En mí no lo hay, lo mío solo son deseos y búsqueda de placer. No sé realmente cómo están los sentimientos de Giovanni en lo que respecta a nosotros. No me imagino a un mafioso tan peligroso como él enamorado de una prostituta. Es solo placer. El exquisito placer que recorre mi piel cuando sus dedos se deslizan con delicadeza por mi columna. El placer que me invade al sentir el contacto de nuestras lenguas. El placer que se desata en la parte baja de mi vientre al percibir lo excitado que está. El placer que se intensifica cada vez que recuerdo ese último encuentro en el salón de música, hoy; pero esta vez, por primera vez, estamos en mi habitación. Las ganas de acariciar su pecho desnudo me llevan a desabotonarle la camisa. Sus ojos están fijos en mis senos mientras trabajo para quitársela. Desprendo el cinturón y desabrocho su pantalón, que cae hasta sus tobillos, dejando expuesto un oscuro bóxer de... ¿Pac-Man? —¿Calzones de Pac-Man? —me río. —N-Non te b