La televisión está inundada de comerciales navideños. Cada canal se llena de anuncios que promocionan juguetes, ropa elegante para las fiestas de fin de año y melodías pegajosas de la temporada. Las luces brillantes y las imágenes festivas invaden la pantalla, mostrando escenas de familias felices decorando árboles, niños emocionados abriendo regalos, y parejas disfrutando de cenas a la luz de las velas. Es un constante recordatorio de que la Navidad está a la vuelta de la esquina, y cada anuncio parece competir por capturar el espíritu de la temporada con más entusiasmo que el anterior. Los jingles navideños y las voces alegres de los presentadores resuenan en la casa, creando una atmósfera de anticipación y celebración inminente.—¿Tienes pensado decorar el apartamento esta Navidad? —me pregunta Giovanni, ajustándose los cordones de sus zapatos mientras está sentado en uno de los sofás de la sala. —Eh... Supongo que no estaría mal —respondo, sentada a su lado con una taza de café e
Murgos está frente a la puerta de la casa de Danna, y yo estoy a su lado, observando la reacción de mi amiga al ver a la dueña del club «La Rana que Baila» en su umbral. Danna parece sorprendida, su expresión vacila entre la curiosidad y el nerviosismo.—¿Miriam? ¿Qué hacen aquí?Murgos baja discretamente la mirada hacia el vientre de Danna, pero no hay rastro visible de su embarazo aún. Sé que Danna presiente que Murgos lo sabe todo, y me mira con una mezcla de incredulidad y reproche. Aprieto los labios y le confirmo con una sola mirada que dice: Ella lo sabe.—¿Qué? ¡¿Le dijiste a tu jefa?! —Danna me reclama en voz baja, con un dejo de enojo.—No, no... Yo...Antes de que pueda explicarle, Murgos interviene con calma y brevedad:—Fue Evans quien confesó todo.La intriga en el rostro de Danna se intensifica, interesada en lo que tenemos que decirle, decide invitarnos a pasar.Una vez dentro, Danna nos conduce a la terraza trasera, el lugar más privado de su casa donde podemos hablar
¡Hola! Mi nombre es Delancis y tengo cuatro años. Hoy es sábado por la mañana, y estoy en mi salón de juegos, esperando que sea hora de ir a mis clases de natación. Mi salón de juegos es mi lugar favorito en toda la mansión. Aquí tengo un cofre lleno de muñecas Cabbage Patch, una enorme casa de muñecas, Barbies con cabezas y otras sin cabeza, y muchos accesorios, como un lujoso auto de Barbie de edición limitada. También tengo un caballito de madera que se mece hacia adelante y hacia atrás, y muchos juguetes coleccionables del McDonald's. Hay otra cosa aquí, en el salón de juegos, que no sé qué es ni cómo se usa. Está conectada a la televisión y hace que a veces salgan muñequitos graciosos en la pantalla. Mi tío Yonel me dijo que se llama Nintendo. Me gusta verlo jugar, cuando controla los movimientos de los muñequitos y los pone a saltar. Es muy gracioso y me hace reír.Mientras juego con mis muñecas, veo en el piso una mosca de plástico y me doy cuenta de que me falta mi juguete de
Esta mañana he despertado con una leve sensación de ansiedad. Hoy hay un ligero cambio en mi rutina, es cuando por fin empiezan mis servicios como ranita dorada. Ya he trabajado ofreciendo servicios sexuales, pero esta vez es diferente. Es la primera vez que lo hago en lugares escogidos por los clientes, es la primera vez me presento frente a ellos sin un antifaz. Murgos me ha dejado un mensaje de voz en la contestadora del teléfono, dándome la dirección exacta de dónde debo ir para conocer al cliente de hoy: un casino que se encuentra dentro en un prestigioso hotel en el centro de Londres. Después de darme una ducha caliente y vestirme con un conjunto elegante pero sugerente, me miro al espejo y respiro hondo. «Puedo hacerlo. Esto es solo una faceta más de mi vida», pienso mientras me aplico el último toque de labial rojo. —¡Dios mío, patrona! ¿A dónde va tan bella? —me pregunta Bárbara al verme salir de mi habitación. —A conquistar el mundo, Bárbara. O al menos a intentarlo
Frente a mis ojos, David Jonson sostiene un par de pastillas color verde caña, mostrando su mano con una mezcla de emoción e inquietud. Lo observo con atención, buscando alguna señal de que todo esto es una broma, pero su rostro serio y la mirada expectante me dicen que no es así: realmente me está ofreciendo drogas. No soy ese tipo de persona; sé perfectamente los riesgos que conlleva el uso de estas sustancias y valoro demasiado mi vida para ponerla en peligro. —No, Sr. Jonson. No me apetece, gracias —respondo con firmeza, tratando de mantener la calma. —Pero si ni siquiera la has probado... Dale, solo una vez. Quiero que tengamos una noche increíble juntos. —No sé qué es eso ni cómo reaccionará en mi cuerpo —digo, mi voz llena de desconfianza. —Además de que te hará sentir muy bien, también te ayudará a lucir más delgada como por arte de magia. —¿Está sugiriendo que estoy gorda? —pregunto, sintiendo cómo una oleada de indignación comienza a subir por mi garganta. —Para nada, h
A medida que diciembre avanza, mis días parecen deslizarse entre cenas elegantes y eventos festivos. Las citas como ranita dorada se han vuelto constantes, y cada encuentro con mis clientes es una mezcla de sofisticación y glamour que al final siempre termina con una velada de sexo casual. Desde cenas íntimas en restaurantes lujosos hasta eventos privados en mansiones de alto perfil, la temporada navideña no da tregua. A pesar de que he conocido increíbles lugares, no puedo evitar sentirme un poco agotada por la rutina de las apariencias y las sonrisas forzadas.He tenido suerte de que ninguno de los amigos de mis clientes me haya reconocido como prostituta. Durante mi tiempo en el club, la mayoría de mis encuentros se llevaban a cabo con un antifaz, lo que me permitió mantener mi identidad oculta y proteger mi privacidad. Ese pequeño detalle, que en su momento parecía insignificante, se ha convertido en una gran ventaja ahora que trabajo como ranita dorada. Gracias a esa protección, p
Retrocedo dos pasos, doy media vuelta y comienzo a caminar con el peso de la derrota colgando sobre mis hombros, exhausta. Las lágrimas amenazan con desbordarse, y el sollozo en mis labios es la batalla más difícil que he enfrentado en mucho tiempo. Me falta el aire, y siento que mi autoestima se ha evaporado. Me siento como un pedazo de estiércol arrastrándose por el pasillo. —Miriam, no deberías ser tan dura contigo misma —dice Danna, sorprendiendo con su presencia a mi lado, a la que no había notado hasta ahora. El nudo en mi garganta me impide responder. Con un fuerte empujón, abro el portón principal del campus, y la frialdad del paisaje nevado me azota, como si la nieve misma me acusara. Me dirijo hacia los estacionamientos, hacia mi auto. Solo quiero escapar de este lugar y estar sola... —Danna —digo mientras me vuelvo para mirarla—, necesito un tiempo a solas, por favor. Y disculpa, prometo ir a visitarte cuando me sienta mejor. —No pienso dejarte sola, Miriam —responde Dan
Al llegar frente a la garita del portón de la mansión, quedo en shock, aquí podría estar viviendo la reina Isabella con toda su familia real... ¡Esta mansión es enorme! Incluso más grande que la de Giovanni. Observo la expresión de asombro en el rostro de Giovanni. Pobre iluso, ¿acaso pensó que sería el único millonario con mansiones imponentes en Londres? —Danna, esta mansión es impresionante... ¡Y tú vives aquí! —exclamo, señalando la majestuosa estructura. —Sí, y por dentro es aún más asombrosa. Le diré a Murgos que te invite un fin de semana para que pases una tarde en el área social. No puedo evitar sonreír, sintiendo una mezcla de asombro e incredulidad. ¿De dónde ha salido esta gente? ¿Cuál es la historia detrás de esta familia? Hikari no suena como un apellido inglés, lo que me hace pensar que no son originarios de aquí. Ahora recuerdo que Danna mencionó que el padre de Gabriel tiene rasgos asiáticos. Seguro que vienen de allá. Giovanni detiene su auto frente a la garita de