Esbocé una sonrisa irónica. Paula, notando que algo no andaba bien, preguntó muy curiosa: —Sara, ¿no me digas que descubriste algo entre él y esa viuda?No en vano era mi mejor amiga; sabía con claridad cuáles eran mis límites.—Le regaló una casa a Beatriz, una casa que originalmente era para mí—resumí muy brevemente.Paula guardó silencio por un momento. Finalmente, con los dientes apretados, comenzó: —Entonces tú...No terminó la frase, pero entendí de inmediato su intención. —No le daré otra oportunidad—respondí.—¡Si perdonas a ese canalla, lo volverá a hacer! —exclamó enojada Paula, compartiendo mi visión del amor.—Lo sé.—Hay que pensar bien los próximos pasos. Por ahora, contesta su llamada, veamos qué tiene que decir. Luego ven a verme—Paula hizo una pausa. —Cambiaré mi turno.Quise decirle que eso en realidad no era necesario, pero ya había colgado.Carlos seguía llamando insistentemente. Contesté: —Diga...—Sara, ¿qué estás haciendo? ¿Qué significa esto? —el grito de Ca
—Sara, he preparado una cena especial para celebrar. He invitado a familiares y amigos. Tienen que estar aquí antes de las seis.Las palabras de Alicia me sorprendieron muchísimo. No esperaba que aún no supiera que no nos habíamos casado. Parece que Carlos no le había dicho nada, tal vez para evitar regaños.Escuchando la alegría y expectativa en su voz, me costaba enormemente decirle la verdad. Pero el hecho de que Carlos y yo no nos casáramos ya era una realidad, y no se podía ocultar por mucho tiempo. Además, si los invitados llegaban, esto sería aún más vergonzoso para ella.—Alicia—la llamé muy suave.—¿Todavía me llamas por mi nombre? Deberías llamarme suegra. ¿O es que no lo harás hasta que te dé un regalo? —bromeó con agrado Alicia.Mi corazón, que hasta ahora no había sentido nada, se encogió de repente. —Lo siento mucho, creo que nunca tendré el derecho de llamarla suegra.Durante estos diez años, hubo infinidad de momentos en los que deseé llamarla así. Ahora me daba cuenta
Paula, intuyendo en ese momento mis pensamientos, preguntó: —¿A dónde vamos? Te acompaño, o si prefieres...—Acompáñame a arreglar mi pequeño nido—la interrumpí al instante.Me miró muy sorprendida. —¿Acaso... ya lo tenías planeado?—No exactamente, es algo de hace un par de días—señalé el asiento trasero, donde estaba la ropa de cama que había comprado.—La compré precisamente ayer con Beatriz—expliqué, provocando una expresión de gran asombro en Paula, sus ojos llenos de total curiosidad.De camino a mi casa, le conté todo a Paula. Ella se encontraba enojada: —Hiciste bien en no casarte. Carlos es un típico cretino moderno, queriendo tenerlo absolutamente todo.—Los cretinos son cretinos, sin importar la época que sea—bromeé.Paula me miró fijamente. —Sara, si necesitas llorar, no tienes que fingir sonrisas conmigo.—De verdad, no estoy tan triste—dije mirando al frente. —Quizás mis sentimientos por él se volvieron tan familiares como los suyos por mí, sin emoción alguna.Eso sent
Valle Sereno.Llegué después de cuatro horas en tren de alta velocidad. Las primeras luces de la noche empezaban a encenderse. Aunque no era tan bullicioso como Cañada Real, las luces brillaban con el encanto romántico de una bella y pequeña ciudad.La llamada de Paula llegó puntual. —¿Ya llegaste? ¿Encontraste dónde alojarte?Le sorprendió un poco que me fuera tan rápido. Cuando me preguntó a dónde iba, le di la dirección y el horario correspondiente del tren.Me preguntó si me había ido tan aprisa para evitar que Carlos me buscara.Le dije que se equivocaba. Que, en realidad Carlos no lo haría.Seguramente estaría enojado porque lo dejé plantado, porque no le obedecí.Parece que tenía razón. Después de preguntarme por qué no fui a casarnos, no me envió ni un mensaje ni una sola llamada.Vine aquí con gran rapidez, porque siempre quise venir, y también para evitar complicaciones, pero no con Carlos, sino con Gabriel y Alicia.Seguro me buscarían para convencerme.Pero mi decisión est
Su aspecto era rudo y áspero, con una dureza que resultaba ser intimidante. Contrastaba radicalmente con los hombres refinados a los que estaba acostumbrada en Cañada Real, siempre impecables con sus camisas bien planchadas, corbatas de seda, trajes a medida y abrigos elegantes. Este hombre, con su apariencia bastante descuidada y mirada intensa, me dio la impresión inmediata de ser alguien que acababa de salir de prisión.Instintivamente, apreté mi bolso con fuerza contra mi cuerpo, recordando en ese momento los objetos de seguridad que Paula había insistido en que llevara: el spray pimienta y la pequeña navaja de defensa personal. Su preocupación, que antes me había parecido exagerada, ahora todo cobraba sentido.Sin embargo, antes de que pudiera siquiera rozar estos objetos, el hombre arrancó el auto sin mediar palabra. Su silencio era tan desconcertante como la mirada penetrante que me había lanzado. ¿Qué significaba entonces esa mirada? ¿Era simple curiosidad o quizás algo más sin
—Nena—La voz al otro lado del teléfono era muy profunda, familiar y a la vez extraña.Una imagen familiar cruzó de repente por mi mente y respondí casi sin pensar: —Alejandro.Había creído que cambiar de número me mantendría fuera del alcance definitivo de los Jiménez, pero nunca imaginé que el hermano de Carlos conocería este número, y mucho menos que me contactaría.—Veo que guardaste con esmero mi número. No me has olvidado del todo—dijo Alejandro con un tono ligeramente burlón.Solo dos años mayor que Carlos, Alejandro siempre me había cuidado con gran dedicación antes de irse al extranjero. Solía llamarme “nena” con cariño.Me quedé sin palabras por un momento, percibiendo un deje de reproche en su voz.Durante los primeros dos años después de su partida, mantuvimos contacto ocasional. Le preguntaba cómo le iba en el extranjero, pero con el tiempo, la comunicación se fue desvaneciendo por completo.Alejandro nunca fue muy comunicativo, ni siquiera con su familia. Que me llamara a
—Sé sincero, ¿te acostaste con Sara?La voz grave se coló por la rendija de la puerta, frenándome en seco justo cuando iba a entrar.Por la abertura, vi a Carlos recostado en su sillón, con los labios apretados.—Ella se me insinuó, pero no me interesa.—Vamos, Carlos, no seas tan quisquilloso. Sara es toda una belleza, muchos andan tras ella —dijo Miguel Soto, el mejor amigo de Carlos y testigo de nuestra historia de una década.—Es que la conozco demasiado, y no hay ninguna chispa entre nosotros, ¿me entiendes? —repuso Carlos con el ceño fruncido.A los catorce años me habían enviado a vivir con los Jiménez. Ahí fue que conocí a Carlos, y todos comenzaron a decir que algún día nos casaríamos.Desde entonces hemos vivido juntos, y así, entre ir y venir, se nos fueron diez años.—Claro, si trabajan en el mismo lugar, se ven las caras todo el santo día, y encima viven juntos. Seguro hasta saben cuándo el otro va al baño.Miguel soltó una risita y chasqueó la lengua.—Ya no estamos para
Carlos levantó la mirada al escucharme entrar y sus ojos se posaron inmediatamente en mi rostro. Sin necesidad de mirarme demasiado, sabía cómo me sentía.—¿Te sientes mal? —preguntó curioso, frunciendo el ceño ligeramente.En silencio, me acerqué a su escritorio. Tragando la amargura que sentía, y, con severidad, le dije:—Si no quieres casarte conmigo, puedo decírselo a Alicia, tu madre.El ceño de Carlos se arrugó aún más, comprendiendo de inmediato que había escuchado su conversación con Miguel.—Nunca pensé que en realidad me convertiría en algo tan prescindible para ti, Carlos... —añadí con un fuerte nudo en la garganta.—Para todos, ya somos prácticamente marido y mujer —me interrumpió Carlos.¿Y eso qué? ¿Se casaría conmigo solo por las apariencias? Lo que yo realmente deseaba, era que me pidiera matrimonio por amor, porque quisiera pasar su vida conmigo.Con un ligero chirrido, Carlos cerró su bolígrafo y miró los papeles del Registro Civil en mis manos.—El próximo miércoles