Mariana y yo dormimos juntas los días siguientes.Sabía que Sergio, quien podía tenerme en sus brazos sin alterarse, podría soportarlo.Aunque me preguntaba cómo lo manejaría después, cuando Mariana viviera con nosotros.Nos quedamos cuatro días en casa de Mariana, lo cual me sorprendió. Pensé que, por su condición, Sergio querría llevarla rápidamente a operarse.Pero no lo hizo. En cambio, nos llevaba a pescar durante el día y nos cocinaba con agrado por las noches.Mariana y yo vivíamos como verdaderas princesas, disfrutando de una vida idílica. Si hubiéramos estado más días, me habría costado irme.—Sergio, cuando seamos viejos vengamos aquí a retirarnos. Siento que viviendo aquí podría llegar a los ciento cincuenta años —comenté.Sergio sonrió gracioso:—De acuerdo.—¡Yo también quiero vivir hasta los ciento cincuenta! —Mariana ya estaba llena de esperanza por su nueva vida.Paula había coordinado todo para su hospitalización inmediata, pero Mariana quería ver nuestra casa primero.
Parecía que conocía la gravedad de su enfermedad, y sabía muy bien que, si la operación tenía éxito tendría una nueva vida, pero si no, todo esto sería solo un lindo recuerdo.—Tendrás mucho tiempo para vivir así en el futuro —rocé mi cabeza cariñosa con la suya—. Créeme.—Sara, Sergio es muy reservado y terco, a veces no sabe expresarse bien. No te enojes con él —dijo Mariana de repente, sentimental.Pensé que estaba preocupada por la operación, pero mientras pensaba cómo consolarla, agregó:—Sé que estos días has estado castigando a Sergio a propósito, ¿verdad?Me avergoncé y le di un ligero golpecito:—Pequeña, ¿de dónde sacas esas ideas? No imagines cosas.—Sara, aunque sea joven, he leído muchas novelas románticas. Lo entiendo todo —dijo Mariana con absoluta confianza.Ya no lo negué:—Bueno, él quiso hacerse el fuerte, así que lo sea hasta el final. Ha vivido solo treinta años, unos cuantos días más no lo matarán, no te preocupes por él.—Es Sergio, me cuida con su vida, ¿cómo no
—Acuéstate, voy a examinarte —dijo Pedro mientras se quitaba el estetoscopio del cuello.Todos observábamos nerviosos. Incluso Sergio, que por lo general mantenía la calma ante cualquier situación, estaba visiblemente tenso.Y eso que solo era un simple chequeo, no la operación.Una vez más, fui testigo de lo mucho que Sergio cuidaba a Mariana. Cuidadosa, tomé su mano y cuando me miró, se tranquilizó un poco.Pero Mariana no se movía, solo miraba a Pedro como hipnotizada.Paula se acercó, inclinándose con suavidad: —Acuéstate para que el profesor Ruiz escuche tu corazón, eso no duele.Mariana ya había conocido a Paula antes y habían congeniado de inmediato.por fin parpadeó y obedeció, acostándose.Vi claramente cómo sus mejillas se sonrojaban, como las flores de su patio. Mi corazón se estrujó al ver sus ojos brillar como nunca.Miré a Pedro, que colocaba el estetoscopio en el pecho de Mariana, concentrado únicamente en examinarla.Un hombre serio es muy atractivo, especialmente si es
—Sara —Mariana se alarmó de inmediato—. ¿Qué dices? ¿También te gusta el profesor? Eso no puede ser, solo puedes querer a Sergio.Ya no se sujetaba el pecho, solo me miraba muy preocupada.Reí internamente mientras fingía resignación total:—Pero el profesor Ruiz es tan guapo... Cuando lo vi por primera vez pensé que no parecía un doctor, sino un dios bajado del cielo.—¡No! —Mariana me agarró con fuerza—. Sara, aunque sea guapo, si lo miras bien no es tan atractivo como Sergio, ni tan varonil como él. Y lo más importante es que Sergio es sincero, no como este profesor.—¿Mm…? —la miré confundida—. ¿El profesor Ruiz no es sincero? ¿Acaso, cómo lo sabes?Mariana hizo un suave puchero y sacudió mi brazo:—Sara, no puedes querer a nadie más que a Sergio, eres suya.Esta pequeña tenía un fuerte sentido de la exclusividad.—Te gustan las historias de amor eterno, ¿verdad? —como las que escriben en las novelas.Sin importar las dificultades que enfrenten los protagonistas, los lectores siemp
Mariana se negaba a que Sergio se quedara, pero tampoco me quedaba tranquila dejándola sola.No tuve más remedio que pedirle ayuda a Paula, que además estaba de guardia nocturna.—Señora Araya, estar de guardia es mi trabajo. Pedirme que cuide a tu cuñada es aprovechar mi posición, ¿no me estás tratando con demasiada confianza? —bromeó en ese momento Paula.—No es cuidarla, a esta hora todos duermen. Solo que, si tienes tiempo, mires si duerme bien, que no pase nada —expliqué con un tono mimoso.Paula gruñó:—Tantos años de amistad, y siento que, comparado con tu cuñada, yo no valgo nada.—No estés celosa por ella, para mí eres insustituible, ni siquiera Sergio puede reemplazarte —le mostré el pulgar, bromeando con gracia.—No soy Sergio, no necesitas halagarme —tomó mi mano cariñosa, examinando mi anillo.—Es antiguo, una pieza vieja. Y aunque no vale mucho dinero, lo valioso es que Sergio quiso dármelo, no como Carlos —de repente lo mencionó. Ya no sentía nada por esa historia, incl
Me sentí mal escuchando su explicación. Ya era bastante difícil para Paula hablar de ese amor que por tanto tiempo ella había mantenido en secreto, y había sido solo por mi insistencia se había acercado a Pedro.Y ahora Pedro la trataba con tanta dureza; Paula debía estar destrozada.Este hombre no solo rechazaba su amor, sino que además la humillaba.Iba a intervenir en ese instante cuando Pedro interrumpió a Paula:—No me molesta, y además solo puedes molestarme a mí.¿Ah? ¿Qué significaba eso?Me quedé perpleja, y por la expresión de Paula, ella tampoco entendía:—Compañero...—¿No dijiste que me querías? —Pedro la interrumpió furioso de nuevo.—Si me quieres, ¿por qué aceptas el amor de otros hombres? —con estas palabras de Pedro, todo quedó muy claro.Estaba celoso. Y lo expresaba sin ningún tipo de rodeos. ¿Pero no se le había declarado aún? ¿Era esto una declaración?Me emocioné por completo y miré a Paula, quien parecía estar aturdida:—¿Te... te molesta acaso? ¿No me digas que
¡Carajo sí que me duele!Suspire.Alguien me agarro del brazo y me apartó. Al levantar la mirada, me encontré con un rostro desconocido.El tipo, al verme, se notó visiblemente nervioso. Antes de que pudiera decir algo, me soltó y salió a toda prisa corriendo.Me toqué la frente adolorida por el choque mientras observaba su silueta alejándose apresurada. Miré hacia la oficina de Paula y comprendí que él había estado espiando desde la puerta.Estaba tan concentrado escuchando que ni notó cuando salí, por eso chocamos. ¿Sería él el pretendiente que se hace llamar "The One"?Mientras divagaba, Sergio se acercó cauteloso. Estaba por ir hacia él cuando escuché a Paula decir desde adentro:—Tengo hambre.Sonreí al oírla. La doctora Medina sabía jugar bien sus cartas, alternando entre distante y coqueta.—¿De qué te ríes? —preguntó Sergio.—Paula y el profesor Ruiz ya están juntos —señalé hacia atrás.Sergio echó un vistazo y tomó mi mano —Podemos entonces irnos.—¿Estará bien Mariana sola? —
Sergio frotó su frente contra la mía —Te extraño mucho, muchísimo.Tomó mi mano y la guió hacia su entrepierna.Retiré mi mano, ocultándola tras mi espalda. Al ver mi nerviosismo, se rio suavemente—¿Acaso no me deseas?—No, para nada. Y ya de por si tengo sueño —lo empujé mientras buscaba las llaves.Los nervios me traicionaron y no podía encontrarlas. Al final, Sergio las sacó por mí.—Gatita asustada —susurró en mi oído.Todo mi cuerpo ardía, como si su calor fuera contagioso.Sergio abrió la puerta y cuando iba a entrar me detuvo —¿dejasen serio no me vas a dejar pasar?—No, no —ni podía mirarlo.Pero igual se coló dentro. Lo miré molesta —Sergio.—No me quedaré —recorrió cada rincón de la habitación, revisó minucioso las ventanas y volvió—. Todo está seguro, las puertas, ventanas y el interior están bien.Mi corazón se estremeció y algo comenzó a crecer de repente dentro de mí.—Has tenido un día bastante pesado entre vuelos y hospital. Date una buena ducha y descansa —acarició mi