La verdadera vergüenza no reside en el acto corrupto ni en la inocencia fingida que finalmente se desenmascara. Lo más humillante es esa sensación de haber traicionado la confianza de aquellos que creían en ti.
¿Acaso hay forma de poder explicar todo esto? Siento mucha vergüenza y reconozco que he pecado gravemente, que merezco el castigo que me corresponda, así que permanezco cabizbaja y en silencio, no tengo nada que decir.
Recuerdo que para esta situación hay un dicho que dice: «Los agarraron con las manos en la masa». Bueno, para mí caso el dicho sería: «Los agarraron con la teta en la boca», literal. La cuando se me despegó solo se le ocurrió dar excusas baratas.
—Disculpe usted, mi señora. No sabía que la joven era una monja del monasterio —el hombre miente a Sor Daiputah. Es tan descarado.
Pero Sor Daiputah no presta atención a lo que él dice, ella tiene su mirada clavada sobre mí.
—Salga de esa bañera —dice sin pestañear y con unos labios apretados.
—Pe-Pero estoy desnuda.
—¡QUE SALGA! —el grito de la Sor nos deja claro que está muy enfadada.
Sor Daiputah es a quien considero como la madre que nunca tuve. Ella ha sido mi guía, mi protectora y mi ejemplo a seguir durante toda mi vida. Desde que tengo memoria, ha estado a mi lado, enseñándome valores, brindándome amor y apoyándome en cada paso que he dado. Gracias a su cuidado y dedicación, me he convertido en la persona que soy hoy. Su influencia ha sido fundamental en mi formación y en mi carácter.
Sin embargo, en este momento siento que la he deshonrado profundamente. Este sentimiento de culpa y vergüenza me consume, y no puedo evitar sentirme fatal por haberla defraudado. Ella ha sido todo para mí, y ahora siento que he fallado en corresponder a todo lo que ha hecho por mí. No hay palabras que puedan describir el dolor y la tristeza que siento al saber que he causado decepción a la persona que más respeto y amo en este mundo.
Salgo del estanque y corro a cubrirme con la túnica que traje conmigo, agarro el hábito, el velo y, mi ropa interior, la guardo en la cesta de mimbre.
—¡Le juro que no pasó nada! —aclaro con desesperación mientras siento cómo caen mis primeras lágrimas.
—Eso tendrás que explicárselo a la madre superior —responde en un tono frío e implacable.
Me agarra del brazo y me jala bruscamente, obligándome a seguirla y dejando atrás a aquel hombre. Las dos salimos del convento y comenzamos a caminar sobre la espesa nieve, con cierta dificultad en cada paso. Estoy completamente empapada y el frío es abrumador. Mis dientes castañean y todo mi cuerpo tiembla, tal vez por el frío, tal vez por los nervios, o quizás por ambas razones.
—Es triste ver cómo echaste a la basura todo lo que te enseñé —dice Sor Daiputah con un tono cargado de tristeza. Sus palabras suenan tan dolidas que casi puedo sentirla sollozar.
Permanezco en silencio durante todo el trayecto por el camino nevado hasta llegar a la oficina de la madre superior. Ella es una señora de avanzada edad, con ojos grises y arrugas profundas que se acentúan aún más al verme llegar con el hábito desarreglado.
—¿Qué es todo esto? —pregunta la madre superior, frunciendo el ceño.
—Sor Inocencia ha cometido una falta que no podemos dejar pasar por alto —responde Sor Daiputah con un tono lleno de decepción, cada palabra cargada de dolor y desilusión.
—¿De qué se trata, Sor Daiputah?
—Hoy, por casualidad, me dio por asomarme a través de mi ventana y, por cosas de la vida, vi a Sor Inocencia caminando de manera muy sospechosa por los alrededores. Decidí seguirla a distancia. Desapareció de mi vista cerca del antiguo convento, así que decidí ingresar a ese lugar. Al llegar, intenté entrar, pero las puertas estaban cerradas. Supuse que ella no había usado la puerta principal. Busqué entre las ventanas y encontré una abierta. Fue difícil entrar por ahí con el hábito, no sé cómo lo hizo ella, pero finalmente logré entrar.
»Mientras caminaba por el pasillo, escuché las voces de dos personas provenientes de las aguas termales. Fui hasta allí y me encontré con el ingeniero Paussini, pegado como mosca sobre el pezón de mi estimada... ¡Ambos estaban desnudos!
—¡Suficiente!... Esto es bochornoso.
—Madre...
—¿Tiene algo que decir en su defensa, Sor Inocencia?
Después de un corto silencio, respondo:
—No...
—Bien... Entonces ya está decidido, queda oficialmente expulsada de este monasterio. Recoja sus cosas y desaloje su habitación mañana mismo. Le permitiré quedarse por esta noche.
»Se enviará una solicitud al consejo de monjas para procesar su expulsión definitiva de la comunidad monástica. Antes de irse, deje sus hábitos con Sor Daiputah.
Y aquí estoy, en una triste y nublada mañana, saliendo por el portón del monasterio. Miro por última vez a la persona que me crio y que tanto llegué a amar. La he decepcionado profundamente, y no la culpo por no defenderme ni ocultar mi falta; después de todo, ella es una monja ejemplar e incorruptible. Ya he entregado mis hábitos y ahora, con una maleta en cada mano, me dispongo a dejar este lugar que fue mi hogar. Cada paso que doy me aleja más de todo lo que conocí y amé, y el peso de la culpa y la tristeza es casi tan abrumador como el de mis maletas.
—Inocencia, Dios sabe por qué hace las cosas... Tal vez esto ya estaba escrito en el libro de la vida de nuestro Señor. Puede ser que Él tenga para ti un futuro con una buena familia, un hermoso hijo y un esposo cariñoso. Mírate, aún estás joven —dice Sor Daiputah con una mirada enternecida.
—Sor Daiputah, mi familia siempre estuvo aquí, dentro de las paredes de este monasterio. Ahora que me voy, no tengo nada ni a nadie.
Mi tristeza es inmensa y me siento sumamente angustiada. Estoy segura de que mi rostro refleja la desesperación que siento por dentro.
De repente, Sor Daiputah mete la mano en el bolsillo de su hábito y saca algo: una hoja de papel doblada varias veces, cuyo color amarillento demuestra su antigüedad. Me toma la mano derecha y coloca delicadamente la hoja en mi palma.
—¿Qué es esto? —pregunto mientras me seco las lágrimas con la manga del hábito.
—Es lo que sabemos de tu familia —responde con solemnidad Sor Daiputah—. Es una carta que nos dejó tu madre.
—¿Una carta de mi madre? ¡¿Sabe dónde está ella?!
—Lamento decirte esto tan tarde... —Veo en Sor Daiputah un rostro lleno de arrepentimiento, como si estuviera a punto de decirme algo doliente... aunque dudo que haya algo que pueda hacerme sentir peor de lo que ya me siento—. Hace veintinueve años, tu madre biológica vino al monasterio. Nos reveló que ella era la madre de la bebé que llegó envuelta entre sábanas y que solo quería saber cómo estaba su hija. Ese día, logramos obtener información sobre su embarazo y cómo te dio a luz. Incluso nos dio el nombre de tu padre biológico. Intentamos conocer la verdadera razón de tu abandono, pero prefirió no hablar de eso. Insistió en que solo había venido para verte y que no quería que tú la vieras. Se veía devastada por dentro. La llevé al patio infantil donde te encontrabas jugando con Rupia y otras amiguitas. Desde lejos te observaba jugar, su mirada reflejaba cuánta soledad había soportado. Recuerdo que Rupia te llamó por tu nombre y eso le provocó una sonrisa tierna... «Así que se llama Inocencia, me gusta», fue lo último que dijo tu madre antes de irse sin despedirse, entre lágrimas.
—¿Dónde está mi madre? —le exijo respuestas mientras la sujeto por los brazos.
—Inocencia, una semana después nos llegaron más noticias sobre ella... Tu madre biológica murió en un atentado terrorista, lo siento —dice Sor Daiputah con la mirada bajada, observando cómo la nieve cae a sus pies.
—No puede ser... —respondo con una expresión de profundo impacto. Estoy en shock.
Después de esa impactante revelación, Sor Daiputah me envuelve en sus brazos. Finalmente encuentro la calidez que tanto necesitaba durante toda la noche.
—Ve a buscar a tu familia. La dirección que está en ese papel es donde vive tu padre —dice Sor Daiputah mientras me sostiene en su abrazo.
Ella me ayuda a conseguir un autobús y, antes de que suba, me despide con un beso en la frente.
—Prometo venir a visitarla —digo mientras subo al autobús.
Antes de entrar completamente, busco su mirada para sonreírle una última vez. Ella me asiente con amabilidad, como si quisiera asegurarme que todo estará bien. El autobús cierra sus puertas y comienza a avanzar. Desde la ventana, la veo alejarse lentamente.
El autobús me lleva hacia el sur de Londres, específicamente a Kingston. Allí, finalmente conoceré a mi familia, aunque no estoy segura de si ellos saben de mi existencia. A pesar de todo, empiezo a sentir que quizás no estaré tan sola en la vida. Según el documento que me dio Sor Daiputah, mi padre se llama Gabriel Hikari.
—La familia Hikari —me digo a mí misma, sin poder evitar sonreír.
Parece que Dios sí tenía reservado para mí un lugar dentro de una verdadera familia. Estoy ansiosa por conocerlos, aunque también algo nerviosa por cómo se desarrollarán las cosas. Solo ruego a Dios que todo salga bien y que mi padre me reconozca como su hija.
El sonido del motor del autobús es muy relajante, y los pequeños saltos que da son un estímulo para quedarme dormida. Justo ahora empiezo a sentir mucho sueño; anoche no logré dormir bien.
...
—Señorita... señorita... —escucho una voz distante entre mis sueños—. Señorita, llegamos, despierte.
Siento que alguien me sacude el hombro... ¡Es el conductor del autobús!
—¡¿Qué pasó?! ¿Qué...? —pregunto, despertándome sobresaltada.
—Hemos llegado a Kingston —responde, señalando a través de la ventana del autobús—. Solo falta usted por bajar.
—¡Oh, cierto! —respondo, limpiándome rápidamente la saliva que se escapó de mi boca.
Salgo del autobús y lo veo alejarse lentamente sobre la peligrosa nieve que cubre las calles. Sí, también está nevando en Kingston, así que el frío sigue acechándome donde quiera que vaya.
Ahora solo necesito tomar un taxi para llegar a la casa de mi padre, pero el tráfico es lento y los taxis tardan en llegar.
—¡Taxi, taxi!
Finalmente, un taxi se detiene frente a mí. El conductor baja la ventana y me pregunta a dónde voy. Cuando le muestro el papel con la dirección, su reacción es sorprendentemente desagradable.
—¡¿Qué?!... ¡¿Estás loca?! —exclama el taxista antes de subir la ventana y acelerar a toda prisa.
—¡¿Pero qué...?!
Me quedo parada sobre la nieve, perpleja, preguntándome: «¿Qué tiene de malo esta dirección?».
No entiendo qué está pasando... Desde anoche me persigue una racha de mala suerte. Ya van como cinco taxistas que salen huyendo después de leer la dirección en este papel.Levanto mi axila e intento olerme... No, no es que huela mal. Exhalo sobre mis manos y, no, tampoco tengo aliento de dragón. Bueno, seguiré deteniendo taxis hasta que uno se compadezca y me lleve.—¡Taxi!—¡Dígame! ¿A dónde la llevo? —el taxista pregunta, mostrando una sonrisa amable.—A esta dirección. —Le muestro el papel, que ya está algo arrugado.—¡Uy!... Bueno, puedo llevarla a esa dirección, pero le va a salir algo caro —dice mientras se rasca la cabeza, tratando de parecer indeciso.—¿Cuánto? —le pregunto, y me responde con un precio elevado. No tengo más opciones, así que acepto.Hace ya un rato que el taxi partió hacia la dirección que le di. El camino se ha vuelto cada vez más largo y apartado de la ciudad. A medida que avanzamos, pasamos por varios campos con enormes cultivos y ganado, que se extienden ha
Narrado desde la perspectiva de la rubia.¿Realmente se puede confiar en las personas que nos rodean? No estoy segura. Lo que sí tengo claro es que odio estar aquí con este ambiente incómodo e hipócrita, dentro de una habitación fría y silenciosa donde las falsas lágrimas han bañado el ataúd de mi padre, donde solo queda escuchar las últimas palabras de un viejo sacerdote, donde solo queda apreciar como cae la nieve tras las grandes ventanas.Ahí están…, rostros de supuestas tristezas, para mí ninguno se escapa con la inocencia; mi padre está muerto y no hay solo un culpable, estoy segura que varios están implicados.Aquí están los miembros de la familia Paussini, quienes quieren controlar el negocio de la marihuana y la cocaína en la zona norte, no me extrañaría que quieran acabar con cada uno de los Hikari. Para ellos somos una piedra en el zapato.En una esquina puedo ver a varios de la familia Diamond, guardan un secreto que solo mi padre sabía, justo cuando iba a reunirme con mi
monasterio. Visitábamos orfanatos llevando regalos y juegos para alegrar el día a los niños. A menudo organizábamos fiestas de cumpleaños, especialmente para aquellos que no conocían su fecha de nacimiento; les dábamos un día especial para celebrar cada año. Ver la felicidad en sus rostros era reconfortante. En esos momentos, a veces me detenía y me veía reflejada en ellos. Muchos de esos niños desconocían si tenían familiares, tal vez algún tío, hermanos o primos. Si tenían alguno, ¿serían aceptados? Era una incertidumbre que podía acompañarles toda la vida.Aquí estoy, el frío de la nieve podría estar calándome hasta los huesos, pero no importa en este momento, porque estoy frente a mi hermana de sangre. Ella no tiene ni idea de quién soy, y yo tampoco sé por dónde empezar para explicarle que soy su hermana... ¿Debería decirlo de una vez? ¿Ser directa?—Vine porque quería conocer al Señor Gabriel Hikari..., y me encuentro con esto... No sabía que había fallecido.Ella me observa dete
He llegado a donde nadie me ha invitado solo para pertenecer a un lugar. Soy como una oveja solitaria que busca un rebaño que la acompañe y la proteja, solo quiero ser aceptada por los míos y conocerlos un poco más, saber de su pasado y tal vez formar parte de su futuro. Esos eran mis ideales hasta que conocí a la oveja mayor de los Hikaris, es una anciana de mente tostada que etiqueta a todos los que lleguen de fuera como unos lobos disfrazados de oveja, y yo no soy una loba; quizá sea una oveja que recién ha pecado por dejarse chupar las ubres, pero eso no me hace peligrosa para ningún rebaño.—Madre, es una monja, no la trates de esa forma, sé más respetuosa —Ermac trata de hacerle entender a su madre mientras acaricia su canoso cabello.—¡Dios ha escuchado mis plegarias!, me ha mandado a uno de sus mercenarios para exorcizar a tu hermana —dice la anciana mientras agradece al cielo con sus manos.—Disculpe, señora, «mercenario» es una equivocada y desubicada palabra para usar sobre
¿Qué tan difícil puede ser encajar en una nueva familia, especialmente cuando has pasado la mayor parte de tu vida en un entorno completamente distinto? A veces siento que soy una extraterrestre, una especie de Alf perdida entre los humanos. No es solo esta familia; siento que el mundo entero es ajeno a mí... pero, ¿cómo no sentirme así después de haber pasado treinta años en un monasterio? La vida de clausura es todo lo que he conocido, y ahora que convivo con estas personas, me parece que he salido de alguna dimensión desconocida.—Ino, a ver qué has traído en esas maletas... No es que sea curiosa, es que soy bien vidajena —dice Lottie con una sonrisa pícara mientras arrastra una de mis maletas hacia la cama.Al abrirla, ambas chicas comienzan a sacar mi ropa, tirándola sobre la cama en una especie de inspección improvisada.—¡¿Qué es todo esto?! —exclama Lottie, arrugando la nariz con evidente desagrado—. ¿Acaso asaltaste un asilo?—¡No! Para nada... —respondo, sintiendo un rubor su
Narrado desde la perspectiva de Alexis Evans.La muerte del miembro más poderoso de los Hikari es un presagio oscuro para todos los que trabajamos para esta familia. La situación está al borde del caos; en cualquier momento, los Paussini podrían empezar a mover sus mejores piezas para tomar el control de la zona sur de Londres, territorio que actualmente pertenece a los Hikari y los Diamond. Por eso, camino por las calles de Kingstone con una única misión en mente. Antes de que todos salieran del sepelio, ya me había escabullido, necesitaba reunirme con el líder de la familia más poderosa de la región. Aunque los Diamond han sido siempre más poderosos que los Hikari, nuestra alianza sigue siendo sólida, y juntos nos cubrimos las espaldas.—¡Señor Alexis Evans! —una voz interrumpe mis pensamientos, haciéndome girar la cabeza. Es el Detective Richard Kross, jefe de asuntos criminales de la policía estatal de Londres—. Qué sorpresa encontrarlo por aquí... ¿No debería estar en el sepelio d
Narrado desde la perspectiva de Frank Diamond.¿Alguna vez te has preguntado qué se siente estar en la cima, con el poder y la influencia que otros solo pueden soñar? Tal vez estés pensando: «No, yo soy una persona humilde». Permíteme decirte que eso es solo un consuelo barato. Todos buscamos lo mismo, el dominio y el respeto que solo el poder puede otorgar. La vida nos enseña a sobrevivir y prosperar en un mundo donde solo los más fuertes prevalecen. No te culpes por desear más; es la naturaleza humana querer estar por encima, evitar ser pisoteado y condenarse a una existencia mediocre.Mírame ahora: rodeado de los tesoros más codiciados y letales de Londres, en un showroom que pocos en el mundo conocen. Aquí se encuentran armas que ni la fuerza armada de Inglaterra podría identificar. Cada pieza en este santuario de poder es un testimonio de mi dominio. Pero quiero que entiendas algo esencial: por encima de todas estas reliquias de poder está mi hija. Ella es mi verdadera fuente de f
Dicen que solo Dios conoce el día exacto de nuestra muerte, que sabe cada detalle, cada motivo que lleva a ese desenlace, y que solo Él puede decidir cuándo llegará nuestro momento. Pero, ¿qué sucede con las personas que deciden acabar con la vida de otros? ¿Acaso se creen Dios? Si Dios conoce cada aspecto de nuestro destino, ¿eso lo convierte en cómplice de los asesinatos y atrocidades que ocurren en este mundo? Siempre he creído que Dios es amor, pero a veces me asaltan pensamientos oscuros y perturbadores. Ser monja no me hace inmune a este tipo de dudas. Tal vez todos estamos equivocados, y Dios no conoce absolutamente nada de nuestro destino. Tal vez, como nosotros, Él también se sorprende con lo que ocurre en el mundo.Ahora mismo, si Dios tiene boca, debe tenerla bien abierta de asombro, al igual que yo, al ver a Lottie abofetear a Alexis. Todo esto porque, según parece, un tal Frank quiere matarlo por haber echado a su hija. No sé de dónde Alexis habrá echado a esa chica, pero