monasterio. Visitábamos orfanatos llevando regalos y juegos para alegrar el día a los niños. A menudo organizábamos fiestas de cumpleaños, especialmente para aquellos que no conocían su fecha de nacimiento; les dábamos un día especial para celebrar cada año. Ver la felicidad en sus rostros era reconfortante. En esos momentos, a veces me detenía y me veía reflejada en ellos. Muchos de esos niños desconocían si tenían familiares, tal vez algún tío, hermanos o primos. Si tenían alguno, ¿serían aceptados? Era una incertidumbre que podía acompañarles toda la vida.
Aquí estoy, el frío de la nieve podría estar calándome hasta los huesos, pero no importa en este momento, porque estoy frente a mi hermana de sangre. Ella no tiene ni idea de quién soy, y yo tampoco sé por dónde empezar para explicarle que soy su hermana... ¿Debería decirlo de una vez? ¿Ser directa?
—Vine porque quería conocer al Señor Gabriel Hikari..., y me encuentro con esto... No sabía que había fallecido.
Ella me observa detenidamente, su mirada recorre esta humilde y puritana apariencia que contrasta con la suya.
—¿Y por qué querías conocerlo? Estoy segura de que no eres una de esas mujeres de vida alegre que aparecieron hoy. —Su tono denota cierta indiferencia.
¿Mujeres de la vida alegre? ¿Entonces entre los asistentes del sepelio había amigas de mi padre que eran comediantes? Mi padre debió de ser alguien muy alegre.
—No soy tan alegre, creo que soy algo aburrida, tal vez... —respondo entre risitas, intentando aligerar el ambiente. Aunque ella mantiene su seriedad, levanta una ceja como si intentara entenderme—. Primero, permíteme presentarme. Mi nombre es Inocencia Trevejes, soy monja del monasterio Los Claustros.
—¿Una monja? —la veo algo impresionada e interesada en lo que tengo que decirle.
—Sí... Eh... —Su intensa mirada me está poniendo nerviosa, siento que empiezo a tensarme—. Este do-documento... me lo entregaron hoy e-en el monasterio.
Con manos temblorosas, entrego el documento y ella lo toma rápidamente.
—¿Qué es esto? —pregunta frunciendo el ceño mientras sacude el documento en sus manos.
—Es... Es información sobre mi familia... Aquí dice que Gabriel Hikari es... es mi padre —respondo en tono trémulo.
El gélido escrutinio de su mirada me tiene al borde de la parálisis corporal.
Sin pronunciar palabra, ella suelta un profundo suspiro que se pierde entre el vapor y la consternación. Observo su rostro y percibo cuánto ha perturbado mi revelación.
—Entonces… dices ser su hija.
—¡Ah, sí!
—Hablemos de esto en un lugar más cálido. Ven, sígueme.
—¡Ok!
Caminamos sobre la nieve, nuestras pisadas marcando brechas en el manto blanco mientras nos acercamos a la majestuosa entrada de la mansión. La fría brisa invernal nos envuelve mientras avanzamos, y finalmente, ella abre la imponente puerta y me invita a pasar al vestíbulo.
Dentro, vuelto a encontrarme con la calidez del hogar y un silencio profundo que es interrumpido solo por el suave crepitar de las velas que se alzan junto al altar que sostiene el retrato de mi padre. En la fotografía, se ve extraordinariamente feliz, con una sonrisa que ilumina la imagen. Parece un hombre que disfrutaba intensamente de la vida, como si cada momento fuera una ocasión para celebrar.
La rubia me conduce hacia el lado izquierdo del vestíbulo y caminamos por un pasillo largo y alto, hasta llegar a una puerta de madera elegante que abre con suavidad. Al entrar, me encuentro en una amplia y luminosa sala de estar. Los tonos predominantes son claros, con paredes pintadas de blanco que contrastan con el suelo de porcelanato pulido. Grandes ventanales de estilo francés dejan entrar la luz natural, que se filtra suavemente a través de las cortinas blancas.
El techo es alto y está adornado con molduras elegantes, y en el centro cuelga una enorme lámpara con lágrimas de cristal, dándole un aire de grandeza a la habitación. El mobiliario es moderno y sofisticado: hay varios sofás de diseño contemporáneo dispuestos alrededor de una mesa de centro de cristal. Los sofás están tapizados en tela suave de tono beige claro, complementados con cojines decorativos en colores neutros y detalles dorados.
—Toma asiento —invita, señalando uno de los sofás. Me siento y quedo maravillada por lo cómodo que es... ¡Jesucristo! Un solo cojín de estos podría valer más que todo el equipaje que traigo en mis dos maletas.
—Supongo que no bebes, digo..., eres monja —comenta ella.
—Las monjas pueden beber licor, pero yo no lo hago.
Al escuchar mi respuesta, se acerca a una licorera colgada en la pared y saca una botella de licor, que vierte en un vaso de vidrio. Tras darle un trago al licor, se sienta en el sofá frente a mí, cruza las piernas, deja el vaso sobre la mesita de centro y me observa con seriedad.
—Vaya… Qué conveniente aparecer diciendo que eres hija de Gabriel Hikari justo el día de su sepelio. Tienes valor —dice, con un tono que revela cierto escepticismo.
—No sabía de su muerte. He venido para conocer a mi familia, no para reclamar herencia —le aseguro con sinceridad.
—¿Estás segura? Estamos hablando de millones de dólares —me pregunta, con una leve insistencia.
¡Esta mujer me está haciendo dudar!, pero soy más fuerte que todos esos millones. He aprendido a vivir con mis votos de pobreza y no quiero que el dinero cambie eso.
—No aceptaré esa herencia.
Ella se levanta del sofá con gracia y se dirige hacia una pequeña nevera ubicada en una esquina de la habitación. Con elegancia, abre la puerta y se vuelve hacia mí.
—¿Por lo menos te puedo ofrecer un jugo de pera? —su voz es suave pero firme, con una ligera curiosidad en su tono.
—Bueno..., ya que insistes, está bien —respondo con una sonrisa algo nerviosa, dejándome llevar por su amabilidad.
Con cuidado, saca del interior de la nevera un pequeño jugo con una pajilla, y se acerca hacia mí para entregármelo.
—Es de los jugos que toma mi pequeña Marisol —me dice mientras me entrega el jugo de pera.
—¿Tienes una hija? —pregunto, sorprendida. Seguro que mis ojos brillan de emoción. Por cierto, este juguito está delicioso.
—Sí, una locurita de cuatro años —responde mientras se acomoda en el sofá frente a mí.
—¡Seguro es una ternura! —exclamo.
—Sí, pero cuando se enoja, se convierte en el peor de los huracanes —dice con una sonrisa, moviendo el hielo dentro del vaso.
—¡Wow! —no puedo evitar reír. Después de dar otro sorbo al jugo, le hago una pregunta—. Disculpa, ¿cuál es tu nombre?
—Ah, cierto, no me he presentado... Mi nombre es Delancis Hikari. Por ahora, soy la hija mayor de Gabriel —me dice mientras toma otro trago de licor—. Tu nombre es Inocencia, ¿verdad?
—¡Sí!
—Bueno, Inocencia, si resultas ser mi hermana, te haré firmar un documento donde declares que renuncias a tomar parte de tu herencia.
—Me parece bien.
En ese momento se abre la puerta y entra un joven igualmente elegante, estampa costosa y se mueve con un aire de alta sociedad. Parece mucho más joven que nosotras dos: de estatura promedio, delgado, con una barba apenas pronunciada, ojos y cabello castaños. Debe tener alrededor de veintisiete años, y su parecido conmigo es innegable. Sin duda, es familia.
—Disculpa, Dela, no sabía que estabas ocupada —dice él, mirándonos con cierta perplejidad.
—¡Ermac! Ven, acércate —lo llama Delancis golpeando el cojín a su lado.
—¿Qué pasa? —pregunta Ermac mientras me observa con curiosidad.
—Mira, esta mujer dice ser nuestra hermana —explica Delancis.
Mi corazón da un vuelco ante la revelación. ¡Otro hermano! ¡Qué emoción!
—¡¿Qué?! ¿Nuestra madre la abandonó? —exclama Ermac con una nota de incredulidad en su voz.
—¡No! Por suerte para ella, no es hija de la vieja. Dice ser hija del difunto Gabriel —responde Delancis.
—Qué conveniente, ¿no? —dice Ermac, mirándome con cinismo.
—¡Ja! ¡Eso mismo dije! —comenta Delancis, ignorando mi presencia, haciéndome sentir como una intrusa en la conversación—. Pero ella dice que no le interesa la herencia, así que le haré firmar una declaración al respecto.
—Sí, me parece bien. Yo me encargaré de los exámenes de ADN —dice Ermac, asintiendo con seriedad.
—Sí, me parece perfecto —concluye Delancis, ambos mirándome con determinación, logrando que me vuelva a poner más nerviosa.
Delancis se levanta del sofá con una imponencia que me hace sentir tensa. Se coloca frente a mí, observándome mientras doy el último sorbo de mi jugo, sintiéndome angustiada y algo asustada.
—Mi hermano te llevará a hacerte unos análisis de ADN. Los resultados podrían demorar unos cuatro días, pero, como somos Hikari, podrían estar listos en solo dos —me informa, con una sonrisa que no logra disipar la seriedad de sus palabras.
Asiento con nerviosismo, aún procesando toda esta nueva información. Delancis observa mis maletas con cierta curiosidad, y no puedo evitar sentir cierta incomodidad al notar lo deterioradas que están. Seguramente ella no utiliza maletas en sus viajes; probablemente tiene ropa guardada en cada rincón del mundo, o quizás ni siquiera guarda nada y simplemente manda a comprar nueva ropa donde quiera que vaya.
—Supongo que no tienes a dónde ir —me dice con una mezcla de comprensión y curiosidad.
—Bueno..., la verdad es que no. —Yo aquí, sintiéndome como una vagabunda.
—Está bien, después tendrás que explicármelo después. Por ahora, puedes quedarte aquí hasta que los resultados estén listos.
—¡Gracias! Eres muy amable —le respondo con una sonrisa que intenta disimular mi nerviosismo. Ella me devuelve la sonrisa con la misma amabilidad, y me alivia ver que su expresión intimidante ha desaparecido.
—Ermac, dile a Alexis que le prepare una habitación a Inocencia.
—Dela, pero Alexis no está. De repente desapareció.
—No me sorprende que ande buscando dónde enterrar el sable... Ese sátiro de m****a —agrega con una sonrisa burlona.
¿«Sátiro»? Nunca había escuchado esa palabra antes; debe ser algún término relacionado con la esgrima o algo por el estilo.
—Disculpen..., ¿quién es Alexis? —les pregunto con curiosidad.
—Alexis es la mano derecha de la familia. Es mucho más que un mayordomo; le confiamos todo a él. Aunque no es un Hikari de sangre, lo consideramos como un hermano porque creció junto a esta familia —explica Delancis mientras Ermac asiente en acuerdo.
—Bueno, voy a decirle a uno de los sirvientes que suba las cosas de Inocencia —añade Ermac.
—¡Yo puedo sola! Solo necesito que me lleven a la habitación y me encargaré de acomodar todo —respondo con determinación.
—Como quieras —acepta Delancis—... Yo tengo que ir a buscar unas cosas al despacho de papá. Ermac, trata bien a la invitada —ordena antes de salir.
—Claro —responde Ermac con una sonrisa amistosa.
La dinámica entre ellos parece fluida y familiar. Observarlos me hace anhelar ser parte de algo así: una relación familiar cimentada en la confianza y el cariño mutuo.
Mientras los tres salimos de la sala de estar, diviso a lo lejos la llegada de una anciana muy estrambótica, y entonces, ¡Oh, por Dios!, una verdadera criatura celestial: la señora está acompañada por una hermosa niña. Su cabellera rubia y rizada cae con gracia sobre sus orejas, como el de un querubín; sus ojos avellanos, grandes y expresivos reflejan la tenacidad de su madre, mientras sus cachetes redondos y sonrosados completan su imagen encantadora.
—¡Ermac, te dije que no trajeras a la casa a mujeres de «vida alegre»! —la anciana regaña a Ermac, y me desconcierta por completo. ¿Qué tiene de malo ser una mujer alegre?
—¡Mamá!, es... es solo una amiga de la iglesia —interviene Ermac, tratando de calmar la situación.
—Es cierto, ojalá fuera yo una mujer alegre, pero no se preocupe, soy bastante seria —respondo con seriedad y respeto, aunque ambos estallan en carcajadas.
—¿Qué ocurrencias dice esta mujer? —se pregunta Delancis, aún riendo—. Ermac, tu amiga es muy graciosa.
Sigo sin comprender cuál es el chiste, pero no me molesta reírme de mí misma junto con ellos.
—¡MAMÁ! —la pequeñita le grita a Delancis.
—¡Preciosura de mamá!... ¿Cómo te fue con tu abu?
La niña no responde al saludo de Delancis. Está claramente molesta, con los ojos fijos en el jugo de pera que tengo en la mano.
—¡ESA ZORRA SE HA TOMADO MI JUGUITO!
«¡Oh, Dios mío! ¡Las palabras que salen de la boca de esa niña!».
—¡MARISOL! —Delancis la regaña, pero eso no impide que la niña salte sobre mí y se agarre de mi cabello.
—¡AY, MI CABELLO! —no puedo evitar gritar. Esta niña tiene una fuerza impresionante; me tiene de rodillas en el suelo.
—¡Marisol, SUÉLTALA YA! —Delancis intenta liberar mi cabello de las apretadas manitos de su hija.
La anciana suelta fuertes carcajadas mientras trata de hablar entre risas:
—Ya sabía yo que mi nieta era una experta en ahuyentar a las personas no gratas.
—¡Marisol!, mira, aquí tienes tu juguito. El juguito que ella tiene no es el tuyo, este es el tuyo —Ermac, en algún momento de la contienda, fue a buscar otro juguito para salvarme la vida.
Marisol suelta mi cabello al instante y pone toda su atención en el jugo de pera que le está ofreciendo su tío.
—¡Gracias, tito!
La niña se vuelve a transformar en un ser angelical, agarra el jugo que le ofrece Ermac y se va corriendo por el largo pasillo, con sus rizos rubios rebotando a cada paso. No sé hacia dónde irá, pero por ahora, la quiero lejos de mí.
—¿Inocencia, estás bien?... Lamento lo que te hizo mi hija, tiene un carácter fuerte.
—¿Carácter fuerte? ¿Estás segura de que no fuiste violada por el mismísimo Satanás?... ¡Dios santo! —la cuestiono, molesta, mientras me levanto del suelo, olvidándome de que hace un rato estaba intimidada por ella.
—Me aseguraré de que no vuelva a suceder. Lo siento mucho —dice Delancis, esbozando una sonrisa algo apenada.
—¿Y quién es esta mujer y por qué viene a invadir mi casa con maletas? ¡Exijo una explicación, no tolero esto, hija! —La anciana me mira con ojos saltones. Su rostro está meticulosamente maquillado, intentando en vano ocultar las líneas del tiempo que surcan su piel pálida. Su cabello es perfectamente canoso, peinado hacia atrás con precisión, y su vestimenta, aunque elegante, denota un aire extravagante para su edad. Luce joyería llamativa, con anillos grandes y un collar de perlas ostentoso.
—Ay, mamá, por favor, deja el drama —Delancis responde con un tono de aburrimiento palpable.
He llegado a donde nadie me ha invitado solo para pertenecer a un lugar. Soy como una oveja solitaria que busca un rebaño que la acompañe y la proteja, solo quiero ser aceptada por los míos y conocerlos un poco más, saber de su pasado y tal vez formar parte de su futuro. Esos eran mis ideales hasta que conocí a la oveja mayor de los Hikaris, es una anciana de mente tostada que etiqueta a todos los que lleguen de fuera como unos lobos disfrazados de oveja, y yo no soy una loba; quizá sea una oveja que recién ha pecado por dejarse chupar las ubres, pero eso no me hace peligrosa para ningún rebaño.—Madre, es una monja, no la trates de esa forma, sé más respetuosa —Ermac trata de hacerle entender a su madre mientras acaricia su canoso cabello.—¡Dios ha escuchado mis plegarias!, me ha mandado a uno de sus mercenarios para exorcizar a tu hermana —dice la anciana mientras agradece al cielo con sus manos.—Disculpe, señora, «mercenario» es una equivocada y desubicada palabra para usar sobre
¿Qué tan difícil puede ser encajar en una nueva familia, especialmente cuando has pasado la mayor parte de tu vida en un entorno completamente distinto? A veces siento que soy una extraterrestre, una especie de Alf perdida entre los humanos. No es solo esta familia; siento que el mundo entero es ajeno a mí... pero, ¿cómo no sentirme así después de haber pasado treinta años en un monasterio? La vida de clausura es todo lo que he conocido, y ahora que convivo con estas personas, me parece que he salido de alguna dimensión desconocida.—Ino, a ver qué has traído en esas maletas... No es que sea curiosa, es que soy bien vidajena —dice Lottie con una sonrisa pícara mientras arrastra una de mis maletas hacia la cama.Al abrirla, ambas chicas comienzan a sacar mi ropa, tirándola sobre la cama en una especie de inspección improvisada.—¡¿Qué es todo esto?! —exclama Lottie, arrugando la nariz con evidente desagrado—. ¿Acaso asaltaste un asilo?—¡No! Para nada... —respondo, sintiendo un rubor su
Narrado desde la perspectiva de Alexis Evans.La muerte del miembro más poderoso de los Hikari es un presagio oscuro para todos los que trabajamos para esta familia. La situación está al borde del caos; en cualquier momento, los Paussini podrían empezar a mover sus mejores piezas para tomar el control de la zona sur de Londres, territorio que actualmente pertenece a los Hikari y los Diamond. Por eso, camino por las calles de Kingstone con una única misión en mente. Antes de que todos salieran del sepelio, ya me había escabullido, necesitaba reunirme con el líder de la familia más poderosa de la región. Aunque los Diamond han sido siempre más poderosos que los Hikari, nuestra alianza sigue siendo sólida, y juntos nos cubrimos las espaldas.—¡Señor Alexis Evans! —una voz interrumpe mis pensamientos, haciéndome girar la cabeza. Es el Detective Richard Kross, jefe de asuntos criminales de la policía estatal de Londres—. Qué sorpresa encontrarlo por aquí... ¿No debería estar en el sepelio d
Narrado desde la perspectiva de Frank Diamond.¿Alguna vez te has preguntado qué se siente estar en la cima, con el poder y la influencia que otros solo pueden soñar? Tal vez estés pensando: «No, yo soy una persona humilde». Permíteme decirte que eso es solo un consuelo barato. Todos buscamos lo mismo, el dominio y el respeto que solo el poder puede otorgar. La vida nos enseña a sobrevivir y prosperar en un mundo donde solo los más fuertes prevalecen. No te culpes por desear más; es la naturaleza humana querer estar por encima, evitar ser pisoteado y condenarse a una existencia mediocre.Mírame ahora: rodeado de los tesoros más codiciados y letales de Londres, en un showroom que pocos en el mundo conocen. Aquí se encuentran armas que ni la fuerza armada de Inglaterra podría identificar. Cada pieza en este santuario de poder es un testimonio de mi dominio. Pero quiero que entiendas algo esencial: por encima de todas estas reliquias de poder está mi hija. Ella es mi verdadera fuente de f
Dicen que solo Dios conoce el día exacto de nuestra muerte, que sabe cada detalle, cada motivo que lleva a ese desenlace, y que solo Él puede decidir cuándo llegará nuestro momento. Pero, ¿qué sucede con las personas que deciden acabar con la vida de otros? ¿Acaso se creen Dios? Si Dios conoce cada aspecto de nuestro destino, ¿eso lo convierte en cómplice de los asesinatos y atrocidades que ocurren en este mundo? Siempre he creído que Dios es amor, pero a veces me asaltan pensamientos oscuros y perturbadores. Ser monja no me hace inmune a este tipo de dudas. Tal vez todos estamos equivocados, y Dios no conoce absolutamente nada de nuestro destino. Tal vez, como nosotros, Él también se sorprende con lo que ocurre en el mundo.Ahora mismo, si Dios tiene boca, debe tenerla bien abierta de asombro, al igual que yo, al ver a Lottie abofetear a Alexis. Todo esto porque, según parece, un tal Frank quiere matarlo por haber echado a su hija. No sé de dónde Alexis habrá echado a esa chica, pero
El olor penetrante a medicamentos, el frío abrumador y el intenso color blanco que domina cada rincón dejan claro que estamos en un laboratorio. En la recepción, nos recibe una señora de piel morena y cabello alborotado. Lleva un uniforme de enfermería color rojo vino bajo un abrigo de algodón gris. Su expresión no es la más acogedora; apenas nos vio llegar, frunció los labios con desagrado. —Ermac, ¿no fui lo suficientemente clara por teléfono? Te dije que no pienso darte más jeringuillas. No voy a apoyar tus vicios —dice la recepcionista, visiblemente indignada. —¿Vicios? —Giro la cabeza hacia Ermac, buscando su reacción. —Sí... bueno, es que... me gusta ver la sangre —responde con una sonrisa nerviosa, intentando quitarle importancia. —¿Qué? ¿Eres un vampiro o algo así? —bromeo, esperando que entienda que no hablo en serio. ¡Vamos! Todos sabemos que los vampiros no existen. Su risa suena algo forzada y nerviosa, lo cual me desconcierta aún más. —Es que me gusta ver la tonalida
La noche ha caído, y parece que mi racha de mala suerte no tiene fin. Jamás en mi vida había experimentado una situación tan espantosa. En un instante, sentí que lo perdí todo. Para empezar, perdí esa paz mental que siempre me ha caracterizado; mi cuerpo dejó de responderme por completo, paralizado por el terror. ¿Quién no lo estaría después de ver cómo una bala pasa a centímetros de tu rostro? Ya he perdido la cuenta de cuantos disparos que he oído hoy; han sido tantos que podría reconocer ese sonido en cualquier lugar. No sé si he perdido mi libertad, pero aquí estoy, rodeada por un grupo de policías que me apuntan como si fuera la líder de una mafia, como si fuera la mujer más peligrosa de todo Londres. ¡Esto no es justo, Dios mío! El único delito que he cometido en toda mi vida fue a los trece años, cuando me enfadé con mi mejor amiga, Sor Tijita. Recuerdo que estábamos estudiando juntas el libro del Génesis, repasando los capítulos sobre la creación de Adán y Eva. De repente, Tij
Desde donde mire, esos rostros curiosos me siguen con la mirada. No es para menos, el sonido estridente y las luces intermitentes de las sirenas están diseñados precisamente para llamar la atención. Estoy esposado, sentado en los asientos traseros del auto, escoltado por cinco patrullas más. Frente a mí, la malla de seguridad separa a los dos policías que van adelante, una barrera que evita cualquier intento desesperado de mi parte. Pero la verdad es que no tendría el valor de intentarlo; soy el más débil de la familia, y lo sé. Solo me queda esperar a llegar a la jefatura metropolitana de policía y confiar en que Delancis aparecerá para sacarme de esta. Sin embargo, algo no está bien. Acabamos de pasar frente al edificio de la jefatura, y mientras las otras patrullas se detienen en la estación, nosotros seguimos de largo, sin la menor intención de reducir la velocidad. —Señor policía..., no sé si es que usted es nuevo en Kingston, pero acabamos de pasar la jefatura metropolitana. —