Desde donde mire, esos rostros curiosos me siguen con la mirada. No es para menos, el sonido estridente y las luces intermitentes de las sirenas están diseñados precisamente para llamar la atención. Estoy esposado, sentado en los asientos traseros del auto, escoltado por cinco patrullas más. Frente a mí, la malla de seguridad separa a los dos policías que van adelante, una barrera que evita cualquier intento desesperado de mi parte. Pero la verdad es que no tendría el valor de intentarlo; soy el más débil de la familia, y lo sé. Solo me queda esperar a llegar a la jefatura metropolitana de policía y confiar en que Delancis aparecerá para sacarme de esta. Sin embargo, algo no está bien. Acabamos de pasar frente al edificio de la jefatura, y mientras las otras patrullas se detienen en la estación, nosotros seguimos de largo, sin la menor intención de reducir la velocidad. —Señor policía..., no sé si es que usted es nuevo en Kingston, pero acabamos de pasar la jefatura metropolitana. —
Camina a toda prisa; un poco más y estaría corriendo, pero se contiene. Sus tacones son tan altos que un tropiezo podría ser desastroso. Su cabello rubio se agita con cada paso, y aunque sus senos no son grandes, se mueven con cada movimiento. Levanto la mirada para ver su rostro y me sorprende lo serena que parece, como si todo esto fuera parte de su rutina diaria. Me encantaría ser como ella: enfrentando los problemas con calma, la mirada en alto y sin rastro de miedo... Y aquí estoy yo, una cobarde que hace apenas unos minutos estaba paralizada de terror. —¿Qué? ¿Por qué me miras así? No me digas... ¿Eres una monja gay? —se detiene en seco para lanzarme esa pregunta en un tono jocoso. —¡No! ¡Cristo Redentor!... ¡Eso es un pecado! —respondo, haciéndome rápidamente la señal de la cruz. Delancis suelta un par de risas. —Bueno, si quieres ser parte de esta familia, debes saber que tenemos una prima lesbiana y la tratamos con toda normalidad. —No tengo nada en contra de eso —aclaro—
Estoy asombrada por todo lo que me ha ocurrido en tan solo un día. Mi vida solía ser completamente diferente: monótona y fácil de llevar. Hace apenas tres días, mi mayor preocupación era freír puerco sin que me salpicara el aceite caliente. En serio, díganme, ¿a quién no le da un mini infarto cuando están frente al sartén y el aceite empieza a chisporrotear? ¿O soy la única que se convierte en ninja, haciendo movimientos evasivos? Freír puerco, para mí, es como protagonizar una película de terror y suspenso: nunca sabes cuándo te va a sorprender... ¡y atacarte con una explosión de aceite en la cara! ¡Madre santa, qué horror! Pero dejando de lado mis patéticos miedos, estoy realmente preocupada por Ermac. Ojalá el detective se lanzara al rescate con el espíritu de Rambo, pero sé que esto no es una novela de acción… ¿o sí? —Ya llamé a los refuerzos, esperemos unos diez minutos —dice el detective Kross, consultando su reloj de pulsera. Delancis tiene el rostro marcado por la angustia,
Después de la tormenta siempre sale el sol, y si no sale, por lo menos deja tu camino limpio y fresco. Estoy en medio de esa tormenta ahora mismo, y lo único que deseo es que ese único camino que tengo delante se despeje pronto y quede limpio, fresco. Estoy agotada de tanto caos y desgracias. Poco a poco, siento cómo este mundo me arrastra violentamente hacia sus calamidades y me enfrenta a la crudeza de la humanidad. Todo esto es tan abrumador para mí; no estoy preparada para enfrentar este infierno: los disparos, los gritos, el suspense policial, el estruendo de las patrullas, las luces rojas y azules de las sirenas, los enmascarados, las ambulancias, la sangre... Veo a Delancis corriendo hacia mí con las manos bañadas en sangre. —¡Inocencia, ¿estás bien?! —Delancis..., tus manos... Ella se detiene a mi lado, se ve las manos y luego las convierte en un puño. De pronto, ambas vemos pasar una camilla que es llevada por dos paramédicos. No logro distinguir a la persona herida, pe
Confiar en las personas es algo que siempre se me ha dado bien, tal vez demasiado bien. Creer en cualquiera, aun sin conocerle, se ha convertido en una de mis mayores debilidades. Esta ingenuidad me ciega, y por eso he terminado lastimada más veces de las que puedo contar. Pero, adivinen qué... siempre vuelvo a caer en lo mismo. Los rostros que me parecen confiables me engañan una y otra vez, y ese instinto que me dice que estoy frente a alguien honesto suele ser mi peor traición. Ahora, el detective tiene sus ojos fijos en los míos, con esa mirada profunda acompañada de una sonrisa cálida. Está esperando mi respuesta, pero yo me pierdo en la atmósfera que lo rodea. Quizás sea la luz de la calle reflejada en sus ojos o la suave balada de piano que suena en el fondo lo que lo envuelve en ese aire casi angelical. Siento una extraña mezcla de deseo por confiar en él y un instinto que me frena. Todavía resuena en mi mente el consejo de Delancis: «Ni tampoco le digas a Kross que podrías se
Estoy recostada en una cama amplia y extremadamente cómoda, envuelta en sábanas blancas, suaves como la seda. Pero este lugar… no parece la recámara que me asignaron en la mansión. Ni siquiera están mis estatuillas de la Virgencita. ¡Dios mío! ¿Cómo llegué aquí? Aún acostada, giro la cabeza tratando de reconocer el entorno, pero no tengo suerte. Nunca antes había estado en este sitio. Es una habitación lujosa, con ventanales altos y alfombras elegantes. Al fondo, una chimenea encendida arroja un calor agradable, y dos sofás de cuero negro le dan un toque moderno. Las paredes están adornadas con retratos abstractos, de esos que son imposibles de entender. Y esculturas… hay muchas esculturas griegas. Me encantan las historias de la mitología antigua, así que, en cierto modo, este lugar debería agradarme. Pero algo no encaja. Un disparo resuena en el aire, haciendo que mi cuerpo salte y el corazón me dé un vuelco. El miedo me invade al punto de esconderme bajo las sábanas, como si fuer
Ir de compras es algo que parece fascinarles a todas las chicas, una actividad que nunca he hecho. Casi toda la ropa que tengo proviene de donaciones que llegaban al monasterio; eran pocas las veces que podía permitirme comprar algo con el escaso dinero que ganaba vendiendo mis rosarios y artesanías. Si acaso, me alcanzaba para un par de panties. Ser novicia no era precisamente una vida facil de llevar. Mientras observo a Lottie y Florence lucir tan seguras y atractivas en sus diminutos pijamas, no puedo evitar preguntarme si yo me vería igual en algo así. Aunque, siendo sincera, no creo que me atrevería a usarlos. Solo imaginarme frente al espejo me produce una vergüenza inmensa. Por ahora, mi bata enorme es lo más cómodo que tengo; es tan vieja que casi puedo jurar que fue confeccionada en la Edad Media. Para no sentirme tan mal, suelo consolarme pensando que llevo el pijama de alguna antigua princesa. Sí, lo sé, mi mentalidad es de pobres, pero no podía ser de otra manera. Mantener
Ya todos nos encontramos en la mesa del comedor y, obviamente, varias miradas caen sobre mí. Odio ser el centro de atención, que me vean como la intrusa o la extraña que irrumpe momentos familiares, esto es demasiado incomodo, cada vez que busco refugiarme en los ojos de alguno de mis posibles hermanos termino sumergida en un insoportable misterio. Nadie quiere hablar de mí, nadie quiere preguntar por mi presencia, todos esperan que alguien diga algo y todos prefieren callar.Doña Murgos, quien está en la cabeza de la mesa, espanta el silencio al aclarar su garganta:—Cuñados, sobrina..., ya que nadie se inmuta en presentar a nuestra invitada, yo me tomaré el trabajo de hacerlo. Les presento a Sor Inocencia, es amiga de mi hijo y es una monja.—¿Qué trama tu hijo, Murgos? Primero trae a una estrella porno y ahora... ¿a una monja? —le pregunta el tío Yonel.Al otro extremo de doña Murgos se encuentra Delancis, la veo llevarse dos dedos a su raíz nasal y aprieta junto con sus ojos, lueg