El viento sacudía mis cabellos de forma majestuosa, la brisa acariciaba mi rostro llenándola con los suaves olores del campo que se extendía a la vista, un hermoso lugar que recordaba bien, a pesar de hacer tanto tiempo que no lo visitaba. Sentía euforia, protección, felicidad, mientras esa mujer me rodeaba con sus brazos, llevando las riendas de su caballo favorito. Y el tiempo… el tiempo se movía de forma distinta, como si la realidad fuese un manto que alterar a su antojo.
El cielo aventuraba tormenta, pero estaba lejos de encontrarme asustado, pues sabía que ella jamás dejaría que nada malo me sucediese. Era su hijo, al que adoraba, que, con tan sólo 4 años de edad, ya adoraba el mundo de los caballos tanto como lo hacía ella.
La inconsciencia dejó pasó a un marco distinto, un largo pasillo en la más plena oscuridad de una mansión vacía, en el silencio de la noche, recorriéndolos asustado, como si realmente una parte de mí supiese lo que iba a acontecer a continuación. La seguía por allá por dónde ella corría, como si realmente pudiese ver su silueta, más sólo había oscuridad.
Inquietud, ansiedad, miedo, era lo que albergaba en mi pequeño corazón, mientras arrastraba al señor Pompas (mi osito de peluche favorito) por el suelo, y sentía mi corazón palpitar, siguiendo los pasos de aquella que pronto me abandonaría y se marcharía de mi lado para siempre.
Gritos provenientes de una fuerte discusión en el despacho, frases que apenas podía oír repitiéndose en eco, obligándome a detenerme en seco, me agaché y me sujeté a mis rodillas, apretando los ojos frustrado, pues odiaba cuando mis padres discutían sobre mi persona. Taponé mis oídos y recé con todas mis fuerzas para que cesasen, aun sabiendo que no lo harían.
Un desagradable sonido se instaló en la escena, obligándome a abrir los ojos y mirar a mi alrededor. Sólo había oscuridad, pero ese sonido era particularmente conocido, y eso me hacía alejarme de las profundidades de aquella pesadilla.
Desperté en mi habitación, en aquella mañana de domingo, después de una noche bien ajetreada, y así lo mostraba las dos mujeres a las que ni siquiera conocía que se hallaban desnudas y dormidas en mi cama, a ambos lados de mí. Aparté el brazo de la de la izquierda y me puse en pie, dando un leve vistazo a la habitación. Sin lugar a dudas, la noche anterior se me fue bastante de las manos. Consumir droga y la compañía de mujeres, ya ni siquiera llenaba ese vacío que aún sentía dentro de mí.
Apreté los dientes, molesto, tragando aquella desagradable sensación, alargando la mano para coger el teléfono que no dejaba de sonar, y me aclaré la garganta antes de contestar.
– ¿Dónde coño estabas? – inquiría Paul al otro lado de la línea – Tengo a los soviéticos impacientes, joder.
– Ese no es mi problema – contesté, sin ganas de hablar con ese capullo.
– ¿Cómo qué no es tu problema? El cargamento llegó hace media hora – insistió. Me toqué el tabique nasal, tenía ganas de mandarlos a todos a la m****a, ni siquiera sabía en qué cojones había estado pensando para meterme en el tráfico de armas.
– ¡Ah, sí! Como de costumbre intentaba llenar un vacío que no se saciaba con nada. Pero eso no era algo que iba a reconocer, estaba aún en la fase negación y pasaría bastante hasta entonces.
– ¿Y a qué coño esperas para hacerme la transferencia? – le escuché resoplar al otro lado, pero me conocía bien, no era un tío que se andase con rodeos – El trato está cerrado, si tienes problemas con la mercancía habla directamente con el proveedor, yo sólo soy un puto intermediario – colgué sin esperar respuesta por su parte, dejé el teléfono en el mismo lugar y me di un paseo por mi lujosa mansión.
Las jeringuillas de la heroína estaban por todas partes, restos de coca en los muebles, las prendas que nos quitamos la noche anterior desperdigadas por el lugar, botellas de alcohol por el suelo… un verdadero desastre. Sólo agradecía que a Daisy le tocase limpiar esa mañana, pues sería un verdadero caos si tenía que hacerlo yo mismo.
Bajé las escaleras hacia la parte de abajo, aquella zona de la casa no estaba mejor, pero la ignoré por completo, incluso la llegada de la limpiadora que se escandalizó al verme desnudo, y me tiré a la piscina climatizada. Hice un par de largos, dejando esa pesadilla que aún me angustiaba en el mismo lugar en el que había encerrado todos mis recuerdos con ella, y me preparé para enfrentar un nuevo día.
Me iba bien, no podía quejarme, tenía dinero, mujeres, un buen estatus, un cuerpo de escándalo y adoraba meterme en líos de los que solía salir airoso: Contrabando de armas militares, mercenario y en ocasiones aceptada alguna que otra misión para defender a mi país en territorio hostil.
Listas.Las listas son un fenómeno importante en mi vida. Quizás por eso estaba allí fuera, a plena luz del día, con el sol incidiendo sobre mí, apuntando en mi cuaderno distintas ideas que pudiesen salvar el rancho. La mejor hasta el momento era la de crear una atracción que atrajese a los turistas.El abuelo se sentó frente a mí, echándose un poco de zumo de manzana, y luego sonrió.– Sé que tus intenciones son buenas – me dijo, lucía preocupado, cansado de luchar en aquella vida – pero tu abuela y yo estamos cansados, este lugar necesita unas buenas manos fuertes y jóvenes, y nosotros ya estamos viejos para eso.– Contrataremos personal – sugerí, él sonrió, asintiendo después – me comprometeré yo misma a ele
El relajante sonido de la ducha me hacía desconectar, dejaba atrás los pensamientos sobre la última misión, todos los capullos a los que tuve que cargarme por ser una amenaza para nuestro país, la reunión que tuve con Lincoln al volver sobre un nuevo cargamento de armas militares, incluso la mamada más que placentera que una de las chicas del club me hizo en la sala de trofeos cuando sólo iba a representar a mi padre a uno de esos eventos que odiaba. Pero fue otro estridente sonido el que interrumpió aquel necesario momento, obligándome a salir de la ducha, colocarme una toalla alrededor de mi cintura y mirar hacia mi teléfono. Contesté secamente, no me apetecía hablar con nadie aún, ni siquiera había pensado en algún plan para aquel calmado sábado.– Jack – me llamó, intentando captar mi atenci&
Estaba agotada aquellos días, apenas dormía, los preparativos en Bluehill para las clases de hípica tenían toda mi atención. Se había apuntado más gente de la cuenta, y ya tenía ocupada toda la agenda de la semana, para casi todas las horas. No iba a tener tiempo para nada más.No quería pensar en qué haría para ocultar todo aquellos de papá y mamá al comenzar, ni siquiera en el cambio de Sophia, que estaba empezando a confiar, incluso me sonreía a veces. Quizás podía recuperarla, contarle mis preocupaciones, porque todo aquello era demasiado estrés para una sola persona. Sabía que ella me ayudaría sin dudarlo, pero aún no estaba curada del todo, no podía pedirle ayuda a nadie más.Nunca he sobresalido por tener muchos amigos, tan sólo a Casia, que casualmente, tambié
Mi mejor amigo opinaba que tenía un aspecto horrible, y joder lo tenía, no entendía qué mierdas había pasado conmigo, por qué cojones le confesé mis demonios a esa chica para que pudiese usarlos contra mí.– A pesar de eso, tienes buen aspecto – aseguró, sacándome una sonrisa ladeada. Él era un buen tío, dio su vida por salvar la mía en más de una ocasión, en el campo de batalla. Siempre fuimos los tres mosqueteros, salvándonos el culo, a pesar de que no teníamos la misma edad. Él tenía diez años más y Mike treinta. Se podría decir que yo era el benjamín del grupo.– Ni siquiera imaginas lo mal parado que salió el otro – bromeé. Sonrió, dándome un leve golpe en el hombro, gi
La grada entera irrumpió en aplausos, Sinuosa había conseguido otro tanto, ese evento en el que participaban los miembros del comité, gracias a la publicidad que James dio entre los suyos, estaba siendo todo un éxito. Estaba feliz, podría haberlo sido completamente si cierto estúpido no estuviese a mi lado, importunándome.– Mírala – me dijo, como si estuviese ciega y no tuviese ojos en la cara, colocando su brazo alrededor de mi cuello, acercándose más de lo necesario – hasta esa yegua tiene más curvas que tú – le sonreí con desgana, apartando su brazo de mí. Sonrió, como si molestarme fuese su único propósito.– Recuérdame otra vez qué es lo que haces aquí.– S
La primera clase fue muy bien, debo admitir que ella era una gran instructora, incluso me olvidé del trabajo y los problemas por unas horas, la pesadez y los recuerdos del pasado también se marcharon, y no sé cómo, terminamos en la sala de estar, con un par de cervezas, comiendo ganchitos. Ella era distinta a cómo había imaginado, no era una de esas chicas que se dejaba impresionar, no bebía vino y jamás se callaba lo que pensaba, eso me gustaba, era todo lo contrario a mí.Era como beber con un colega, sin la pesadez de tener que estar ocultando mi parte sensible a cada rato. Ella me hacía sentir cómodo, la miraba y era como ver a otra persona, no a esa chica que adoraba vestir ropa de chico, bien tapada, y para nada sensual. Quizás su forma de ser y su aspecto tenían algo que ver con su progenitor. Tenía entendido que los padres militares siempre
Estaba entusiasmada con la boda de mi hermana, elegir los vestidos, preparar el ramo, los invitados, el catering, organizar era mi vida, lo que más adoraba. Salí al pasillo, con una gran sonrisa, junto a Amara, debíamos buscar al modista para indicarle que ese era el vestido que había resultado ganador. Mi hermana bromeaba al respecto, justo cuando la puerta del despacho se abrió, no nos detuvimos, seguimos avanzando, no me interesaba con quién estuviese reunido papá, pero entonces me detuve, incapaz de dar un paso más, de espaldas a ellos, a escasos metros de la puerta, mientras mi hermana me observaba sin comprender.– Será un placer para mí, Mike – Esa voz. Juraría que me era familiar. ¿Dónde la había escuchado con anterioridad?– Gracias por pasarte a saludar &ndash
Asistí a un combate de boxeo de mi amigo y ex compañero Alex, volver a verle fue alentador, me dio ganas de volver al pasado, de volver a tener una razón de existir, justo como en aquellos días. Pero él jamás volvería conmigo al frente, ni él ni Mike, debía resignarme de una vez.Por supuesto resultó vencedor, era un gran profesional en la materia.Levanté bien alto el ramo para que lo viese, y le di un más que reconfortarle abrazo que me supo a gloria. ¡Dios! ¡Cómo lo echaba de menos!Mientras miraba a aquellos dos, Mike y Alex, reencontrados de nuevo, los tres mosqueteros juntos, como en los viejos tiempos