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Cap. 3 – Brillar.

Estaba agotada aquellos días, apenas dormía, los preparativos en Bluehill para las clases de hípica tenían toda mi atención. Se había apuntado más gente de la cuenta, y ya tenía ocupada toda la agenda de la semana, para casi todas las horas. No iba a tener tiempo para nada más.

No quería pensar en qué haría para ocultar todo aquellos de papá y mamá al comenzar, ni siquiera en el cambio de Sophia, que estaba empezando a confiar, incluso me sonreía a veces. Quizás podía recuperarla, contarle mis preocupaciones, porque todo aquello era demasiado estrés para una sola persona. Sabía que ella me ayudaría sin dudarlo, pero aún no estaba curada del todo, no podía pedirle ayuda a nadie más.

Nunca he sobresalido por tener muchos amigos, tan sólo a Casia, que casualmente, también era amiga de mi hermana Sophia, pero en aquellos días iba muy a su bola, ultimando los preparativos para su viaje a Brasil, el país del que provenía. Así que… simplemente no pude negarme, a pesar de lo cansada que estaba, cuando me dijo de salir a una despedida.

Cuando llegué al local me sorprendí de encontrar a más gente, y no conocía a ninguno, sólo a ella. Iba a ser realmente incómodo, porque no tengo la facilidad que tienen otros de caer bien, de encajar, quizás porque soy demasiado sincera, digo las cosas sin pensar, sin procesarlas primero. Ese siempre ha sido uno de mis grandes defectos. No podía estar más de acuerdo con ese dicho de “por la boca muere el pez”

Comí absorta en mis pensamientos, sin interesarme demasiado por los temas de conversación, con aquel corto vestido que Casia había insistido en que llevase.

Al llegar al bar, la música estaba demasiado alta, siempre he odiado ese tipo de lugares, no soy de bailar, y no me va mucho el ambiente. Me tomé un Cosmopolitan y me marché al baño, tropezándome con una subnormal por el camino que me tiró la copa encima.

– Pero ¿mira a quién tenemos aquí? – le asesiné con la mirada, a ese idiota, el capullo de la competición de caballos, el amigo de James – Pero si es doña porcina – se veía a leguas que estaba subido en tragos – Es tan encantadora como su hedor a caballo – varios de los tipos que le acompañaban rieron sus gracias.

– ¿El mismo hedor que cogiste tú cuando te caíste del caballo? – perdió su sonrisa, y me observó, molesto. Le dejé allí, junto a su séquito y me marché al baño.

No aguantaría mucho en ese lugar, pero Casia estaba radiante, no paraba de abrazarme, reír y bailar como una loca, tirando de mi mano para que me quedase a su lado. Me conocía bien, ella sabía que me marcharía de allí en cuánto tuviese una oportunidad.

– Lisa – me llamó una de sus amigas, una chica rubia con grandes atributos vestida con ropa muy provocativa - ¿nos traes unas cervezas? – me tragué las ganas que tenía de mandarla a la m****a, porque no quería estropearle la noche a mi mejor amiga, y terminé en la barra.

Agarré las tres cervezas y me precipité entre el gentío, observando a aquellas dos allí, parecían tener mucho más en común que Casia y yo, ni si quiera sabía qué demonios estaba haciendo en aquel lugar, yo odiaba ese tipo de sitios.

Apoyé las botellas en la barra, nuevamente, y agarré una de ellas para bebérmela, necesitaba emborracharme un poco antes de afrontar esa situación.

– Una cerveza – escuché a mi lado, que alguien pedía hacia el camarero, me giré a mirarle, despreocupada, y descubrí allí al idiota, bajándola con rapidez – Brindemos – acercó su botellín al mío, justo cuando iba a dar otro sorbo. Le ignoré por completo, y eso hirió su hombría. Dio un largo trago a la cerveza, mientras yo me giraba a ver a Casia, le hice una señal al camarero para que me trajese otra cerveza, antes de terminarme el botellín – Vale, puede que no hayamos empezado con buen pie… - le hice una llave en cuanto apoyó su mano en mi cintura, pero él la detuvo, saliendo airoso de la situación, apretando mi muñeca con fuerza – olvidas que soy ex militar – Eso me hizo recordar a papá. ¡Dios! Ese capullo me caía pésimo.

– ¡Suéltame! – espeté, forcejeando con él, hasta que retiró su mano y me liberó – Sé lo que pretendes, conozco perfectamente a los tipos como tú – rompió a reír, como si le hiciesen gracia mis palabras – ni, aunque fueses el último tío en el mundo me doblegaría a alguien como tú.

– Mmmm Doblegar, bonita palabra, ¿no crees? – jugó. Estaba enfada con aquel idiota, pero no iba a quedarme a demostrárselo, agarré las tres botellas con una mano y me giré, más que dispuesta a marcharme, pero me agarró de la mano en el último momento, haciéndome temblar, incluso temí por las cervezas que estaban sujetas a mi mano.

Me solté de su agarre y le empujé, más que dispuesta a marcharme, pero volvió a sujetarme de la mano, tiró de ella hasta él y entonces habló, lucía molesto.

– Caerás si yo quiero que caigas – porfió, agarrándome de la cintura con su mano libre, intenté apartarle, pero no podía, y estábamos tan cerca que asustaba – si yo quiero te pondrás de rodillas y me suplicarás… - apreté las botellas, con fuerza, afligida por la situación, tragando saliva. No tenía miedo de sus estúpidas amenazas, lo que si me daba miedo era la cercanía de un hombre, porque hacía demasiado tiempo que no yacía con uno. Tomar el control es fácil cuando no sientes nada.

Me soltó entonces, antes de haber dicho nada más, se echó hacia atrás, tragó saliva y se marchó, mientras yo me quedaba allí, sin comprender su actitud.

Me marché a casa en cuanto recuperé la compostura, antes de echar una leve mirada a Casia, estaba segura de que no iba a echarme de menos, en lo absoluto, se lo estaba pasando demasiado bien con sus otras amigas.

No volví a ver a ese idiota en ninguno de los eventos del rancho, lo que fue todo un acierto, no me apetecía nada. Y a mediados de marzo otra gran noticia volvió a aparecer, acaparando toda mi atención: Sophia se casaba con un tipo que había conocido en sus vacaciones con Hera a Italia. No entendía su repentino cambio, aunque Amara solía decir que sólo lo hacía para huir de mamá que la estaba asfixiando más de lo necesario.

Mi teléfono comenzó a sonar aquella tarde, haciéndome salir de mis pensamientos, mientras caminaba por aquellos largos pasillos, en esa antigua institución, de camino a la sala de trofeos, el lugar en el que había quedado con James, para hablar sobre una colaboración entre el club y el rancho. Estaba entusiasmada con su proposición, pero ver su número reflejado en la pantalla sólo me preocupaba.

– ¿Algo va mal? – pregunté, pues él no solía llamarme a menos que hubiese un problema.

– Calipso se ha puesto de parto – Su yegua favorita – Me va a ser imposible acudir a nuestra cita, pero no temas, Jack irá en mi lugar.

– ¿Jack? – pregunté, idiotizada, había esperado no tener que volver a encontrarme con ese capullo, pero … allí estaba.

– Sí, sé que es un idiota, pero en el fondo es un buen tío, y sabe más de lo que aparenta sobre este tema. Además, te lo compensaré, lo prometo – sonreí.

– Me deberás una muy gorda después de esto.

– Lo prometo.

Colgué el teléfono al entrar en la estancia. Él ya estaba allí de espaldas a la puerta, observando una de las vitrinas del fondo, con una pose relajada, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón de pinzas.

Mis tacones me delataron, y él se giró a admirar a esa chica desaliñada que casi nunca llevaba vestidos, pero que en aquella ocasión lucía uno en tono azul, muy recatado y el cabello sujeto en una coleta. Rara vez lo llevaba suelto.

Sonrió al verme, como si realmente se alegrase de mi llegada, pero yo tenía muy presente la desagradable conversación que tuvimos en el bar, y aun habiendo pasado tres meses, no podía olvidarlo. Me crucé de brazos, mostrando una actitud defensiva, y él tan sólo ensanchó la sonrisa, como si todo aquello no fuese más que un juego para él.

– La propuesta está en el despacho de James – aseguró, como único saludo – podríamos discutir de todo ello allí, si quieres – le ignoré y me di una vuelta por el lugar, mirando hacia los trofeos de la sala – también puedo ir a recoger la propuesta y traerla aquí – más silencio como respuesta, pero aceptó esa opción – volveré en seguida.

Se marchó, dejándome a solas en aquella habitación, mientras yo seguía avanzando por la sala, deteniéndome en el mismo lugar en el que todo comenzó, mirando hacia la gran estatuilla dorada que tenía frente a mí, era hermosa, del último certamen mundial. Mary O’Brien era el nombre que aparecía en todos ellos. Eso despertó mi curiosidad. ¿Quién era esa mujer con su mismo apellido? ¿Su hermana? ¿Su esposa? ¿Su madre? Por la fecha de los certámenes no parecía ser ni su hermana ni su esposa. Entonces… ¿era su madre?

¡Dios! ¡Mary O’Brien! ¿Quién no conocía a la mejor jinete en los años ochenta de nuestro país? Cualquiera que conociese bien este mundillo, lo haría.

Le escuché detrás de mí, pero no me moví ni un poco. Se detuvo a mi lado y juntos miramos haca el dosier que me cedía.

– Puedes leértelo tranquilamente en casa y hablarlo más tarde con James – sugirió, al verme tan incómoda – no voy a hacerte pasar por esta reunión si no quieres – abrió y cerró las manos varias veces, nervioso, antes de volver a mirar hacia los trofeos de esa mujer que tanto significó para él.

– Dime la verdad, te caíste del caballo a propósito aquel día – indagué, pues no me cabía en la cabeza que el hijo de la campeona mundial de hípica no hubiese heredado su pasión por los caballos. Sonrió, y miró hacia mí – tu madre era Mary O’Brien – su buen humor no decayó – es imposible que su hijo no haya heredado su …

– ¿Sabes cómo murió? – pensé en ello. Conocía bien la historia de esa mujer, era una de las mejores, aún era un gran símbolo de muchas mujeres en aquellos días. Fue la primera mujer en ganar la medalla de oro en el certamen mundial.

– Tenía cáncer ¿no? – contesté, él asintió.

– Se marchó antes de que comenzase a caérsele el cabello – confesó, fijándose un momento en la vitrina, tragando saliva, incómodo – dejó atrás a su esposo y a su hijo pequeño – la que tragué saliva en ese momento fui yo – no quería que la recordásemos en sus peores momentos, no quería que la viésemos morir.

– Eso debió de ser muy difícil para ella – él se giró a mirarme – no poder pasar los últimos días de su vida junto a las personas que amaba sólo para proteger un recuerdo – él entendió mi punto de verlo en seguida, y su angustia se marchó - ¿qué harías tú si estuvieses en una situación similar? ¿No te apartarías para evitar el sufrimiento de aquellos a los que amas?

– ¿En qué momento hemos terminado hablando de mi madre, nosotros, dos desconocidos que se odian? – rompí a reír, sin poder evitarlo, ante lo absurdo de su planteamiento. Y me di cuenta entonces, de que tenía razón, y de que era la primera risa verdadera que un chico me sacaba en mucho tiempo.

– Si esta es una de tus tretas para intentar doblegarme… - perdió la sonrisa en ese justo instante, incómodo - … déjame decirte que no va a funcionar, Jack – se encogió de hombros, divertido, como si todo fuese una broma para él, pero había algo distinto en su mirada.

– Tenía que intentarlo.

– Veamos qué es lo que James propone – dije, con rapidez, agarrando el dosier, cambiando de tema, de forma radical.

La colaboración era sencilla, me querían dentro del equipo en base a futuras organizaciones conjuntas, sólo serían colaboraciones, en ningún momento hablaban sobre formar parte del club y eso en cierta forma hirió mi orgullo, aunque tampoco me sorprendió, no esperaba llegar y tenerlo todo sin habérmelo ganado. Sabía que esas cosas llevaban su tiempo.

– Por tu expresión puedo ver que no es lo que esperabas – se atrevió a decirme. Me senté en el sofá de la sala y dejé el dosier sobre mis rodillas, aún tenía que asimilarlo. Una colaboración no era algo malo, seríamos socios, pero yo quería mucho más - ¿qué parte es la que no te gusta? Puedo presionar a mi padre para que la cambie – añadió, sentándose a mi lado. Volví a la realidad y miré hacia él, sin comprender – Víctor O’Brien, ¿me vas a decir que no has oído hablar de él? – abrí la boca al comprender lo que eso quería decir, porque Víctor O’Brien es el mayor fabricante de armas de nuestro país, pero al mismo tiempo, también es uno de los hombres que más poder tienen dentro del club de hípica, quizás porque su mujer fue una de las más famosas jinetes en este mundo. Sonreí, como una idiota, mientras él seguía mis pasos - ¿qué me darías a cambio de interceder por ti en este trato? – dejé de confiar en él en ese justo instante. Tan sólo era un truco para hacerme caer en su juego, y eso no iba a permitirlo.

Se puso en pie y me cedió la mano, pero yo no iba a agarrársela, era demasiado lista. Así que me levanté sin su ayuda, y entonces contesté.

– Me gusta conseguir las cosas por mí misma, gracias – mi comentario le sorprendió y divirtió a partes iguales.

– Vamos, Lisa – me llamó, mientras yo apretaba el dosier en mi mano y caminaba hacia la salida – sólo era una broma.

– Quizás ese sea tu maldito problema, nunca te tomas nada en serio – él se quedó en el sitio, incapaz de reaccionar si quiera, parecía que había herido su orgullo – hay veces en esta vida…

– Mejor ser el bromista que una machorra amargada – mi mano impactó en su cara, antes de que yo misma hubiese decidido qué hacer al respecto – no creo haber dicho algo de lo que deba retractarme – contestó, apoyando su mano en la mejilla que había recibido el impacto – Mírate, ni siquiera se intuye que seas una mujer.

– Vete a la m****a, Jack – le empujé y me di la vuelta, levantando un muro entre mis sentimientos y yo misma, porque no quería recordar el pasado, todas esas burlas que siempre soporté, todas esas veces que intenté ser mejor para mi padre, dejar de ser invisible, aunque sólo fuese una vez, pero para él sólo existía Sophia, nadie más.

– No me extraña que no tengas a un hombre – me detuve antes de haber atravesado el marco de la puerta, toda yo temblaba de rabia, quería romperle la nariz a ese idiota, os lo prometo - ¿cuánto tiempo más vas a espera para sacar tus armas de mujer? - Le sentí justo detrás, y mis ganas por estrangularlo tan sólo crecían por segundos – Quizás si esperas demasiado pierdas la oportunidad de conseguir un buen partido… - Me volteé, dispuesta a partirle la cara, él pudo ser partícipe de lo enfadada que estaba.

– Quizás ese sea el problema, yo no necesito la aprobación de un hombre para brillar – contesté, desde lo más profundo de mis entrañas, eso que solía decirme para poder seguir adelante, para apartar cada uno de los desprecios no intencionados de mi padre hacia mí persona.

– Ya lo veo – me dijo. Había algo distinto en su mirada, como si de alguna forma creyese ciegamente en que podía brillar por mí misma. Pero no iba a dejar las cosas como estaban, necesitaba hacerle sufrir, darle dónde más le dolía.

– Tú, por el contrario, si necesitas llenar el vacío que ella dejó ¿no? – me había pasado, lo sabía bien, así que cuando él me agarró de la muñeca, con fuerza, dispuesto a pedir explicaciones por mi atrevimiento, no me pareció osado. Aunque, yo no iba a dejarme achantar por ese idiota, hacía mucho que empecé a defenderme sin necesidad de recurrir a otros, y aquella no fue la excepción

Mi puño impactó con su rostro, haciendo que me soltase y se echase hacia atrás, echándome una mirada de puro odio, con su nariz rota y la sangre manchando la moqueta de la sala. Me di la vuelta y caminé hacia la salida, porque yo ya había elegido mi camino, y no era quedarme a consolar a ese cabrón.

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