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Cap. 1 – Nuevos inversores.

Listas.

Las listas son un fenómeno importante en mi vida. Quizás por eso estaba allí fuera, a plena luz del día, con el sol incidiendo sobre mí, apuntando en mi cuaderno distintas ideas que pudiesen salvar el rancho. La mejor hasta el momento era la de crear una atracción que atrajese a los turistas.

El abuelo se sentó frente a mí, echándose un poco de zumo de manzana, y luego sonrió.

– Sé que tus intenciones son buenas – me dijo, lucía preocupado, cansado de luchar en aquella vida – pero tu abuela y yo estamos cansados, este lugar necesita unas buenas manos fuertes y jóvenes, y nosotros ya estamos viejos para eso.

– Contrataremos personal – sugerí, él sonrió, asintiendo después – me comprometeré yo misma a elegir a los mejores capataces para el trabajo.

– ¿Lo harás tu misma? – se sorprendió. Asentí. Hacía tiempo que buscaba algo así, un nuevo proyecto que me ayudase a escapar de casa, más con todo lo que estaba cayendo en aquellos días con todo el tema de mi hermana mayor – Está bien, lo dejaremos en tus manos, Lisa.

– Quizás podríamos montar un evento para recaudar fondos – me escuchó, con interés – he estado pensando en una idea, quizás captar buenos inversores para un nuevo proyecto ayudará a remontar.

– ¿Qué propones? – tragué saliva, empezando a darle forma a la idea que había estado rondando mi mente durante toda la semana.

– Clases de hípica, las daría yo misma – él abuelo pensó en ello un momento – podríamos montar competiciones con varios obstáculos y ofrecer una experiencia campestre en la cabaña de la colina como premio. Quizás, debamos hacer algunos arreglos antes de ofrecerla al público, pero… podría funcionar.

– Organízalo, preséntame un presupuesto, y lo haremos – sonreí, al darme cuenta de que lo había logrado, el abuelo estaba dispuesto a confiar en mí con todo aquello – pero no le digas nada de esto a tus padres.

– No pensaba hacerlo – aseguré.

Semanas de preparación, eso fue lo que conseguí al meterme dónde no me llamaban, estrujarme el cerebro para ajustarme al presupuesto que le había dado al abuelo, descuidar el resto de mis responsabilidades, incluso dejar de frecuentar el club y a Sinuosa, porque no tenía tiempo que perder. Era buena organizando, la mejor, y mi sentido de la perfección no me dejaba escapar ni un detalle.

Dos meses después y el evento estaba por llegar, las cosas en casa estaban mejor, papá había contratado a una joven sicóloga que estaba ayudando a mi hermana. Al menos ya no se lesionaba a sí misma, eso era todo un avance, a pesar de que aún le costaba relacionarse con nosotros, no hablaba si podía evitarlo y jamás dejaba que la tocásemos. Ella necesitaba tiempo, y yo alejarme de todos, centrarme en aquel proyecto.

Abrí los ojos aquella mañana después de dar varias vueltas por la cama y repasar mentalmente todos y cada uno de los detalles que habían quedado cerrados en la fiesta al estilo antiguo oeste que había organizado para ese día, en el rancho. Iba a ver de todo, desde competiciones de caballos, hasta inversores que podrían pujar una cantidad simbólica para salvar el lugar. Tenía pensado miles de ideas para ese lugar, sabía que todo aquello no acababa más que de comenzar, pero estaba entusiasmada con la idea, y mi obsesión por la perfección me ponía de los nervios.

Me levanté de la cama, sin poder esperar ni un poco más y me metí en el baño, antes si quiera de que papá se despertase, y eso era raro, solía ser muy madrugador. Una hora más tarde, ya estaba lista para salir, había dejado toda la ropa en casa de mis abuelos, así que en aquel momento sólo llevaba algo muy normal, cualquier cosa para no despertar sospechas en casa.

Supervisar que todo estuviese saliendo tal y como regían las pautas que me había marcado era mi trabajo, con aquel largo vestido negro, de fiesta, demasiado incómodo para alguien que suele vestir pantalones y camisas todo el tiempo, pasando desapercibida, sin importarme demasiado las apariencias. Ese fue mi cometido al llegar allí, era imposible que pudiese relajarme, y el abuelo lo sabía, por eso me arrastró al palco principal, alegando que todo saldría a la perfección pues yo lo había organizado. Tenía demasiada fe en mí, esa era la realidad.

– Lisa – me llamó la abuela, con una gran sonrisa, cuando me senté junto a ella – estás preciosa – sonreí, agradecida, besando su mejilla, presenciando el primer número. Cuatro de los mejores jinetes del país montados en caballos salvajes, mostrando sus habilidades para aguantar sobre ellos el tiempo suficiente.

Fue un éxito, los aplausos y despertar el interés de varios inversores, eso fue lo que conseguí. Y estaba eufórica, feliz de poder lograr las pautas marcadas. Estaba tan absorta en ello, que ni siquiera me di cuenta de que Javier se acercaba. Le observé con atención, era el capataz de mi abuelo, el que yo misma contraté meses atrás, lucía preocupado.

– Señorita Lisa – le miré, sin comprender, dejando de aplaudir, girándome para prestarle toda mi atención – uno de los jinetes del espectáculo número cinco no se ha presentado aún.

– ¿Lo llamaste? – quise saber. Estaba molesta, seguramente no tendría que haber hecho caso al abuelo, debía haber seguido a mi instinto.

– Lo tiene desconectado – asentí - ¿qué haremos, Brownie no se dejará montar por un desconocido?

– Lo haré yo misma – acepté, el abuelo miró hacia mí, en busca de algún problema, pero le calmé con una sonrisa – todo está controlado – prometí, besé su mejilla y me marché detrás de Javier.

Me vestí con mis mejores galas, mis botas favoritas de montar, y un atuendo de lo más adecuado para la ocasión. Me sentía libre allí arriba, sobre mi yegua favorita, presentando a los corceles de nuestro propio rancho, mostrándoles el espectáculo que estaban esperando.

Por un momento no podía escuchar los bitores, las voces, el gentío a mi alrededor, sólo estábamos la yegua y yo, conectando de esa forma que me encantaba, como si hubiésemos sido nacidas para aquello, complementadas.

El aplauso de todas las gradas fue memorable al terminar la presentación, fue eso lo que me hizo salir de mi hipnotismo y darme cuenta de dónde me encontraba. Me bajé de la yegua y saludé al público, con una gran sonrisa, y tiré de ella hasta el cercado, ante la atenta mirada de varios inversores. Era fuerte, decidida y muy capaz, aspectos que no solían verse en mujeres, no al menos en ese mundo. Yo siempre fui la excepción a la regla.

– ¿Cuál es el montante inicial? – preguntó una voz detrás de mí. Sonreí al reconocer su voz, era James, mi antiguo profesor de hípica, el que me enseñó todo lo que sé. Sonreí y me acerqué a saludar, ignorando al tipo que lo acompañaba. Rompió a reír, dándome un cálido abrazo que calentó mi corazón. Nos llevábamos muy bien, eso es todo – Has hecho un excelente trabajo aquí, cuando el comité me habló de ello, tan sólo… no podía creerlo.

– ¿Vienes como inversor o sólo a saludar? – pregunté, divertida.

– Pensaba venir sólo a saludar, pero la presentación de hace un momento ha sido tan sublime, que me es imposible no pensar en aportar mi granito de arena – asentí, sonriente, entendiendo su punto de verlo, agradecida - ¿cuál es el premio de la competición amistosa?

– Una semana en el rancho – contesté, sonrió – una experiencia inolvidable, quizás a la larga se convierta en un proyecto mucho más amplio, pero de primeras consistiría en un día a día en el mundo de los caballos, conocer de primera mano cómo funciona un rancho, incluso unas clases personalizadas para el vencedor.

– ¿y tú serías el instructor?

– Por supuesto.

– Quizás participe – bromeó su amigo, haciendo que me fijase en él. Era guapo, aunque no fue eso lo que llamó mi atención, no me dejaba sorprender con facilidad por hombres como él. Un muchacho rubio de ojos claros, fuerte y apuesto, de mi misma edad me devolvía la mirada. Pero le calé a primera vista, era prepotente, orgulloso y burlón. Esa clase de hombres que detesto. Pero os repito, no fue nada de eso lo que me hizo prestarle más atención de la que debía. Había algo en él que me resultaba familiar, como si ya nos hubiésemos visto antes, porque yo jamás olvido una cara.

– ¿Tú? – se quejó James – Pero si ni siquiera sabes montar a caballo.

– No puede ser más difícil que manejar un arma – contestó, fijándose nuevamente en mí.

– Lisa, él es Jack O’Brien, un buen amigo del club de lucha libre – sonreí, divertida. Sabía que James era un adicto a los clubs, estaba en todos los que existían en la ciudad. Era un tipo polifacético, y siempre estaba buscando algo nuevo qué hacer o aprender – Jack, ella es Lisa…

– La fuerza no va a servirle para montar a caballo – contesté, interrumpiendo a nuestro amigo en común – hay que ser ágil y tener buena técnica, señor O’Brien – él sonrió, como si mi atrevimiento fuese divertido para él.

– Una apuesta – contestó él, con esos aires de superioridad que detestaba – además del premio, claro – sonreí, con desgana, negando con la cabeza. Ese tipo me caía pésimo – Un duelo – le miré, sin comprender – Un cuerpo a cuerpo con usted – rompí a reír, él era del todo un descarado.

– ¡Chicos, chicos! – nos llamaba James, intentando calmar los ánimos, mientras él y yo nos asesinábamos con la mirada, en ese juego peligroso, porfiándonos – Es suficiente, Jack.

– Un cuerpo a cuerpo – acepté, haciendo que ambos se sorprendiesen, no pensaban que yo fuese a aceptar – sólo si ganas la competición.

– Te destrozaré – se jactó, bajé la cabeza un momento, cuando la levanté tenía ganas de partirle la cara.

– ¿De verdad? No creo si quiera que eso llegue a pasar, más cuando ni siquiera vas a poder subirte al caballo – se quejaba James, dejándole en ridículo delante de mí. Rompí a reír, sin poder evitarlo.

– No soy tan malo cómo piensas – se quejó, mirando hacia mí de reojo – al menos yo he montado a caballo alguna vez, pero dudo mucho que ella haya luchado en un cuerpo a cuerpo con anterioridad.

– ¿Lo dudas? – lancé, porfiándole. Por alguna razón que desconocía, molestarle me era placentero – Tener un padre en las fuerzas armadas no es cualquier cosa – me jacté - ¿qué te hace pensar que no me ha enseñado a defenderme? – Lo hizo, pero era una niña, ni siquiera me interesaba demasiado, y reconozco que Sophia era mejor alumna que yo. Así que, de nada me valdría en cuerpo a cuerpo con él. Su sonrisa se esfumó, y la curiosidad se desató.

– ¿En qué unidad? – sonreí, divertida.

– Esa información es irrelevante en esta conversación, señor O’Brien – contesté – Será mejor que se prepare, la competición tendrá lugar después del próximo número – miré hacia James, haciéndole una señal de despedida, antes de marcharme, dejándole allí, algo desubicado, porque sus armas de seducción jamás antes habían sido tan nulas con una dama.

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