El sábado en la mañana había un sol que rajaba las piedras. Un día especial para un encuentro anhelado pero inesperado. Cuando Sam se levantó media dormida pues hacía noches que no descansaba bien debido a los problemas de la empresa, Marcos estaba desayunando en el comedor. Estaba tan entretenida que le pasó por el lado y ni lo vio. Solo cuando el jugo de naranja bajó por su garganta fue que Marcos habló.—Buenos días, gatica ¿Dormiste bien? La bebida a Sam se le fue por otro lado y abrió grandemente los ojos cuando trató de respirar y no pudo. El aire había escapado de sus pulmones con una facilidad sorprendente. Marcos estuvo a su lado al instante. Le dio una mano y la otra se la pasó continuamente por la espalda, dándole fuertemente hasta que comprobó que Samantha respiraba de forma normal. Se había puesto roja del esfuerzo. —Tú quieres matarme... o qué. Casi me ahogo... por tu culpa. —dijo Sam entre jadeos.—No pretendía eso. —dijo Marcos arrepentido. —Me la vi... cerquita.
—Resolviste los conflictos de forma digna, gatica —dijo Marcos cuando Sam se unió a su lado después de despedir a Arthur— .Nadie salió lastimado. Y todos los involucrados quedaron satisfechos.—Entonces por qué siento como si hubiera perdido a parte de mi familia. —Es normal. Era tu cuñado. Lo fue por un tiempo. Vivieron muchas cosas juntos. Buenas y muy malas. Dale tiempo al tiempo y pasa página. Todo regresará a su cauce. Sam le mostró una pequeñita sonrisa que no le llegó a los ojos. Ella misma había hablado con el doctor de Inglaterra. Había comprendido perfectamente la gravedad del asunto. Y lamentaba en lo profundo de su alma, que Arthur hubiera pasado por esas dificultades solo. Sus padres ya eran mayores cuando lo tuvieron y ambos eran hijos únicos. Habían fallecido uno detrás del otro. Su mamá no había aguantado estar sin la pareja con la que compartió sesenta y cinco años de su vida, a pesar de que su Arthur era la luz de sus mañanas grises. Sam solo esperaba que los amigo
— ¡Joder! Esto es un laberinto. Cada vez que pienso que puedo encontrar algo hay un dichoso cortafuego o una puerta sin salida. —expresó Samantha airada.—Hay que admitir que se esmeraron en el robo. —confirmó Marcos.—Esmeraron, en plural. Piensas que es más de uno.—Vamos, gatica. Eres muy inteligente. No me digas que pensaste que era una sola persona. No puede con todo. Tiene que haber alguien que se encargue de la parte informática y alguien más de los papeles. —Y tiene que tener un alto rango. No cualquiera puede navegar por los sistemas como si fuera los pasillos de su casa. —Marcos afirmó ante de los pensamientos de Samantha. Él había pensado exactamente eso. Pocas personas tenían acceso a todas las áreas, eso reducía la lista. A no ser que contaran con un hacker. De ser así, que era lo más probable, no podían hacer mucho.—Necesitamos a Gin, Marcos. Sé que acordamos que mientras menos personas supieran lo que estaba pasando, mejor y así, había más oportunidades de atrapar al
Sam estaba terminando de recoger unos documentos el viernes por la tarde, para irse a su casa y tomarse un merecido descanso, cuando Marcos entró sin llamar a la oficina. —Ahora no, Marcos. Me voy a casa. Estoy que me caigo del cansancio. — ¿A qué hora quieres que te recoja? —La mirada que Samantha le dirigió le hizo comprender que la rubia no tenía ni pajolera idea de lo que estaba diciendo— .La reunión con los alemanes, gatica. La que suspendí porque Thomas estaba malito. toca mañana. Si no vamos, perderemos un contrato de 10 millones. —Lo siento, Marcos. Lo había olvidado. Estoy un poco despistada estos días. No han sido buenos. Marcos se habia dado cuenta. Y no solo ella. Eduardo y Alejandra estaban medio perdidos también. Y si no fuera por la tristeza que pudiera ver en sus miradas, hubiera indagado más. Sabía que por esas fechas la familia Montenegro había vivido un suceso trágico. Casi que al mismo tiempo que su familia. "Es que era una ironía de la vida" pensado. Cuando
Cuando Marcos fue a recoger a Samantha las calles lucían húmedas de la lluvia del día anterior, sin embargo había una neblina en el horizonte que demostraba que ese día haría un potente sol.Sam estaba con Thomas esperándolo en la escalera de la entrada. Lucía un vestido veraniego blanco con grandes flores rojas. Una pequeña maleta estaba a su lado. Cuando Marcos cerró la puerta del coche, Thomas enseguida corrió a saludarlo. — ¿Cómo estás hombretón? Un poco temprano para estar levantado ¿no?—Quería despedirme de mi tía. —Ante sus palabras Sam viró los ojos en blanco. —No la vas a ver por tan solo tres noches. Estamos casi aquí al lado, no en el cosmos.—Pero voy a dormir solito. Cuando truena no me gusta dormir en mi cama.—Y se mete en la primera que encuentra. Ayer el trueno lo cogió a un paso del baño. —dijo Sam divertida. Marcos sonrió y miró a Samantha detenidamente. Era de esas mujeres que se veían bien con cualquier cosa. Apostaba su billetera completa, que hasta en un sa
Cuando Marcos entró por la puerta del cuarto, Sam estaba que resoplaba. Podía asegurar aunque no lo veía que le estaba saliendo humo por las orejas. Nunca había sido parte del plan contarle lo que había hecho para tenerla en su cama, junto a él. En esos momentos era consciente de que lo que había hecho nunca saldría de sus labios. Ese soborno pasaría a ser un recuerdo del pasado. Samantha Montenegro si se enteraba alguna vez de lo ocurrido, era muy capaz de tirarle un cuchillo y de tirar a matar. —Desde ya te digo, no vas a dormir conmigo en la cama. —expresó Sam totalmente enojada.—Pues sabes lo que te digo yo, que el sofá aunque se ve cómodo me queda pequeño. No pensarás que mi metro noventa cabe en algo tan diminuto. Si quieres dormir tú en el, todo tuyo.—Si fueras un caballero, me cederías el colchón. —Touché, gatica. Ahí está la cuestión. Ni yo soy un un caballero ni tu una damisela. Además no es la primera vez que te veo la ropa interior. —Pero nunca me has visto desnuda.
A pesar del cansancio acumulado y de tener en la punta de los dedos un contrato que aligeraría las cosas por lo menos por dos años, Sam no podía dormir. Samantha había puesto una almohada como barrera y se había acostado en el lado derecho mirando el techo. Se había puesto un vestido ligero aunque le resultaba bastante incómodo. Marcos la había mirado divertido, cuando contempló todos los esfuerzos que había hecho por mantenerse alejada de él.— ¿Piensas que soy el lobo feroz y tu la caperucita? Porque tengo que aclararte que solo daré un paso cuando tú me des luz verde.—Así que eres de cuentos infantiles. No Marcos, no pienso nada. Es solo algo preventivo para si por la noche se te ocurren ideas. No me gusta que me aprieten y el calor es bastante sofocante como para tenerte pegado a mí como una lapa. Marcos se acostó solo en calzoncillos y se colocó una sábana arriba. —Para el pudor de la señorita. —dijo bostezando. Se giró sobre sus hombros y en pocos minutos estaba en el quinto
Esa noche al acostarse Sam no puso la almohada en el centro de la cama. Pensaba que ya había respeto suficiente para que Marcos no saltara a la primera de cambio. El baile bajo la lluvia le había demostrado que confiaba en él muy a su pesar. Y nadie podía negar la atracción inevitable que existía entre ellos. Había sido un momento bien bonito. Marcos le había demostrado que era un excelente bailarín. Permanecieron bajo la fina llovizna durante tres canciones más, completamente empapados pero bien felices. En el mes y pico que llevaban trabajando juntos Sam nunca había visto ese brillo en su mirada. Un brillo de total deleite. Y saber que esa luz la provocaba ella la hacía sentirse muy femenina. Muy consciente de que ese hombre le gustaba y de que los latidos de su corazón se alteraban cuando lo tenía cerca. Pero todavía era prudente. Podía ser muy extrovertida en muchos aspectos pero a la hora de entregar su cuerpo de forma física, se detenía. Estuvieron hablando de cosas banales