Capítulo 2

Desperté como todos los días después de las once de la mañana. Esta vez con la cabeza hecha un lío. No sabía qué hacer. Hoy a las tres de la tarde debía comenzar a bailar en el cabaret. Yo no necesitaba ese trabajo. Mi esposo es médico y tenemos un muy buen pasar económico, sin embargo, siento la necesidad de trabajar en ese tugurio como venganza porque él me es infiel.

Sumado a que no puedo sacarme de la cabeza a Eduardo. El dueño del cabaret y mi cuñado. Yo nunca había engañado a mi cónyuge. Era mi primera experiencia de infidelidad. Y había sido magnífica. Todavía temblaba al recordar sus caricias, sus besos y su penetración. Me hizo sentir una mujer viva y no un simple trofeo comprado como me hace sentir Cristian.

En esta relación clandestina había dos problemas adicionales a la infidelidad. Eduardo tenía casi diez años menos que yo sumado a que él desconocía que era mi cuñado. En el momento de fornicar ambos desconocíamos esto último, pero, ahora que lo sé me conflictúa. Por mucho que las relaciones estén rotas con su hermano no sé cómo va a reaccionar al saber que somos cuñados.

Le pedí a Ana, mi empleada doméstica, que me llevara el desayuno a la cama. Ella me conoce bien. Notó mi cara de preocupación y me preguntó que me pasaba. Yo le dije que solo me dolía la cabeza. Quedó conforme con la respuesta y no siguió preguntando. Sucede que ella es mi nana desde que me casé, por lo que, siente la confianza de indagar como estoy. Siento que se preocupa genuinamente por mí.

Traté de desayunar sin pensar en nada, pero, mis pensamientos volvían una y otra vez. El Mindfulness no estaba funcionando esta vez. Me di un baño con agua fría con la idea de enfriar mi cabeza y su ruido mental. No sirvió de nada. Mientras el agua fría caía en mi cuerpo, los pensamientos ardientes iban cayendo en mi cabeza.

Me resigné y me fui al patio a pensar sobre mi problema. Mi lado bueno me decía que debía parar con este asunto y perdonar a mi esposo. Mi lado malo me instaba a seguir bailando en el cabaret y seguir cogiendo a mi cuñado. Después de horas de estar dándole vueltas al asunto llegué a una conclusión. Mi lado malo ganó. Bailaría en el tugurio y seguiría jugando sexualmente con Eduardo.

Busqué un atuendo sexy. De esos que compraba para complacer a mi esposo y que él nunca valoraba. Me coloqué un calzón transparente con encaje y un sujetador hecho con la misma tela. No podían faltar las ligas y el portaligas. Unos zapatos de charol con un taco de 15 centímetro. Guardé en mi cartera una máscara de cuero, una blusa blanca bien masculina y unos guantes de satín oscuros. Para disimular cubrí todo con un vestido hippie largo.

Tras almorzar me fui de mi casa y manejé hacia el cabaret. Llegué muy temprano. Cuarenta y cinco minutos antes. Un hombre con pinta de matón me dijo que debía vestirme para empezar a trabajar a las tres en punto. Mientras caminaba hacia el camarín miraba hacia todos lados buscando a Eduardo. Lamentablemente no estaba visible por ningún lado. Comencé a prepararme para mi primera presentación. Me saqué mi vestido hippie. Cuando me iba a colocar la camisa golpearon la  puerta. Al preguntar quién me buscaba, Eduardo, respondió que era él.

Al abrir la puerta se abalanzó sobre mí. Bajo mi calzón, me empujó hacia un sofá que era parte de los muebles que había en el camarín y se montó sobre mí. Fue muy brutal la forma de follar y me encantó. —Después de tu primer baile conversaremos sobre lo nuestro—me dijo con seguridad. Yo quedé anonadada pensé que era solo un juego sexual para él. Uno de muchos.

Terminé de vestirme cuando Eduardo se fue. Me coloqué la camisa abierta. Me maquillé los ojos muy oscuros, lo cual, hacía resaltar mis ojos azules. Los labios los pinté de color rojo ardiente.  Finalmente, me puse los guantes de satín y el antifaz.

Al salir del camarín me encontré con Antonella. La coordinadora del turno de la tarde. Es una mujer mayor muy hermosa. Cabello oscuro con ojos verdes de gata. Es autoritaria, pero, a la vez muy amable y acogedora. Me dijo que después de la chica que estaba bailando era mi turno. Me puse muy nerviosa y ella lo notó. Me dio algunos consejos. Como pensar que estoy bailando para el hombre que me gusta, moverme lo más sensual que pueda, sonreír permanentemente, entre otros.

Y llegó mi turno. El animador me presentó como Almendra y les contó a los clientes que era mi primer baile en ese lugar. Yo salí caminando moviendo mucho las caderas. Cuando estaba sentada en la silla que estaba al medio del escenario comenzó a sonar una música ad hoc. Separé las piernas mientras movía mis brazos y mi cuerpo de forma coqueta. Luego me levanté de la silla y di la espalda al público. Comencé a sacarme la camisa lentamente mientras bailaba eróticamente. Luego volví a mirar hacia donde estaban esos hombres lascivos mirándome y seguí bailando hasta que terminó la canción.

Me aplaudieron con entusiasmo. Yo no sabía cómo se agradecía en este caso. Así que emulé a una actriz de teatro y luego me fui en dirección a mi camarín. En el camino me encontré con la coordinadora y mi cuñado. Ambos me felicitaron. Eduardo me indicó que lo acompañara a su despacho. Al cerrar la puerta me dio un beso apasionado. Luego me invitó a sentarme y comenzó diciendo que estaba perturbado porque nunca había sentido lo que experimentaba por mí. No negó que se había acostado con muchas de sus bailarinas, pero, nadie había despertado lo que yo le hacía sentir.

—Quiero ser tu amante—indicó mirándome con sus ojos pardos con mirada dominante.

Yo no respondí. Me moría de ganas de seguir teniendo juegos sexuales con él, pero, él era mi cuñado. No sabía si sincerarme con él o no. Tras un largo silencio me preguntó que me pasaba. Si acaso no me gustaba su propuesta. Yo le dije que me encantaría ser su concubina, pero, antes debía contarle algo sobre mi cónyuge. Él respondió que no le interesaba saber nada de mi vida matrimonial. Me tomó de la cintura con firmeza y me besó con fiereza.

Luego fornicamos nuevamente- Después de descansar un rato tuve que salir a bailar de nuevo. En total bailé cinco veces en mi horario de trabajo. Cuando ya eran las seis de la tarde me quité el maquillaje y me puse mi vestido hippie que escondía la ropa interior usada en mi rol de bailarina de burlesque.

Al llegar a mi casa me di una larga ducha. Me puse mi pijama. Al salir del baño me encontré con que Cristian había llegado. Ana nos sirvió té a ambos. Como siempre él empezó a hablarme de su día laboral muy detalladamente. Yo casi no le tomé atención. Pensaba en mis encuentros sexuales con Eduardo.

(Registro Safe Cretive: 2404097600071)

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