II

Natasha.

Enciendo un puro y me acuesto en la cama mientras observo como el humo se disipa en el aire, acaricio la joya que adorna mi pecho y casi ni quepo de la dicha.

—Tu madre está aquí— avisa Catalina, entrando al cuarto, cruzada de brazos.

Me levanto y salgo al pasillo.

—¿Julieta ya se fue?— le pregunto.

Ella me confirma y termino de bajar a la sala, la mujer de treinta y siete años se levanta de mi sofá de piel de serpiente apenas me ve.

—El tabaco da cáncer— me dice—. Y ya no estás pequeña para andar desnuda por todas partes.

Suelto una risa irónica, camino hasta el sofá individual y cruzo las piernas, le doy como dos caladas más al tabaco y lo hundo en el cenicero de la mesa de cristal.

—Uno— le muestro el dedo índice— si eres puta, teneis más posibilidades de contraer una ETS, que ser fumadora y llegar a tener cáncer— y dos— alzo el dedo medio—. No teneis ningún derecho de venir a mi casa a criticar mi forma de andar cuando le abriste las piernas a media ciudad de Madrid.

—Soy tu madre, no tenés ningún derecho de hablarme de tal forma...

—¡No me toques los cojones! Ten la moral de no venir más para acá. Tú no fuiste madre de nadie, ni siquiera fuiste buena hija.

—Respetame...

—Sois vosotras quien tiene que respetar, porque no fue justo dejar las clases y comenzar a venderle drogas a los barrios marginados para darle los tres platos de comida a mi hermana.

—¡Lo hiciste porque quisiste! ¡Yo trabajaba!— se levanta, enamando ira.

Mi hermana solo se mantiene espectante junto a ella.

—De puta para mantener vuestro propio vicio— vuelvo a encender el tabaco que apagué en el cenicero—, nadie merece pasar su infancia siendo una pequeña narcotraficante. Hice con ella— señalo a mi hermana— lo que no pudiste hacer tú, así que no hablemos de respeto, no busques una pelea donde sabeis que llevais las de perder.

Relamo mis labios.

—Pero supongo que no habeis venido a mis aposentos a escuchar como os recrimino.

Mi hermana la convence de sentarse y entrar en calma mientras yo ya voy por el segundo tabaco.

—Me dijeron que recuperaste el zafiro y vengo a pediros prestado.

Suelto una sonora carcajada, de verdad que existe gente bien descarada.

—Es muy sabroso dejarse robar algo por el amante y lavarse las manos como si nada, luego reclamarlo porque alguien más lo consiguió ¡Pasé cuatro malditos años buscando esta belleza!— me toco la gema— ¡Para que tengais el descargo de venir a pedirmela!

—Tu hermana se va a casar y sabes que no puede hacerlo sin eso.

—Yo también iba a casarme y pasaron infinidades de cosas que me lo impidieron— refunfuño—, os agradezco que te vayas por donde viniste y no volvais a pisar mi casa.

Camina hasta el ascensor y mi Amelia la sigue.

—Vos te quedais— llamo a Amelia.

Ella se regresa y me encara.

—¿Que coño quieres?— pregunta— ¿No teneis ya suficiente con habernos jodido la vida? Ya te hacía hasta muerta— se cruza de brazos.

—Primero se muere la puta de tu madre antes que yo.

—No lo creo— se burla—, el vestido que compré hace años es único y exclusivo para vuestro funeral.

—¿Hecho de qué?— inquiero— porque considerando vuestra vida tan mísera, es probable que sea con bolsas para b****a.

Se ríe y me abraza.

—Te extrañé mucho— me dice.

—Y yo igual.

Nos sentamos en el sofá grande y dejo los restros del puro en el cenicero cuando se acaba.

—¿Es nuevo?— señala mi pecho. Tengo en la zona un tatuaje de una serpiente que se va desvaneciendo a medida que llega a la cola— ¿o tenía tiempo sin venir?

—Ambas— contesto dudosa—. No te hagais la loquilla ¿quién es el afortunado que conquistó ese corazoncito?— la codeo.

—Pues, adivina quien— Belial sale de la cocina y planta un beso en los labios de mi hermana.

—¡Me cago es vuestra puta hostia!

Amelia le sonríe y Belial se sienta al otro lado.

—¿Cuando pasó?

—En tu cumpleaños— contesta él.

—Eso fue hace tres meses, Amelia— la miro con una ceja enarcada— ¿tal fácil te habeis vuelto?

—El del pasado año, tía— se ríe, entrelazando sus dedos con los del brasileño— Sí me la prestarás ¿cierto?— señala el collar con la boca.

—¿Quién les dijo que lo recuperé?— cambio de tema.

—Julieta— contesta ella.

Chasqueo la lengua, esa sapa se está metiendo a la boca del lobo sin saber y si sigue así, no saldrá muy ilesa que se diga.

—Esto hay que celebrarlo— digo—. Belial, traed una botellita de vino tinto.

El aludido se desaparece en la cocina y le lanzo miradas coquetas a Amelia.

—Bien guardado que te lo tenías— la codeo otra vez.

Y entiendo que el brasileño haya captado su atención, es alto con piel bronceada por naturaleza y de orbes azules, tiene el cabello castaño oscuro y unos hoyuelos que se le remarcan con ciertos gestos.

Graham vuelve con una botella y tres copas, se sienta en medio de nosotras y de la misma lo levanto.

—¿Qué creeis que haceis? ¡El que estés planeando casarte con mi hermana no te da ningún derecho a andar tan confiansudo!— le quito el corcho a la botella con una navaja y lo veo pasar saliva.

Amelia ni se inmuta, es la única persona en el mundo a la que no le haría daño.

—Necesito que me traigas una brújula— le ofrezco la copa con vino a mi hermana y lanzo hacia atrás la copa sobrante.

—No creo que hayan brújulas en el depósito— Graham rasca detrás de su cuello, queriendo disimular la vergüenza.

—¡Pues id al centro y traedme una!

Asiente.

—Eso me llevará unas cuatro horas y media ya que no hay tiendas de antigüedades en el centro, sino en Burgos.

—Tienes dos horas desde ya— le doy un sorvo al vino. Va al perchero y busca en uno de los abrigos de Julieta las llaves del jet.

Se dirije al elevador.

—Y podeis estarte cogiendo a mi puta hermana, pero yo sigo siendo vuestra jefa— le digo sin darle derecho a refutar porque las puertas se cierran.

Sirvo copa y copa hasta que se acaba la botella, la tarde se me va charlando animadamente con Amelia.

—¿Os acordais de vuestro primer beso— me pregunta.

Llevo los dedos a mi sien, intendo recordar, pero nada. Sacudo la cabeza.

Le pido a Júpiter que nos traiga otra botella y unos snacks mientras hablamos de la boda y lo que quiere hacer luego de casarse.

—Quería pedirte que le des unas vacaciones a Graham para que viajemos...

—Lo necesito aquí— y no miento, sus habilidades son muy útiles aquí, aunque a veces sea un mequetrefe aspirador de coca.

—Solo serán siete semanas como mucho— me acaricia el brazo.

—Lo tendré pendiente— contesto simple, alcanzando una papa.

—¡Gracias, gracias, gracias!— chilla y me abraza.

—No te he dicho que sí, eh.

Belial sale del elevador y me entrega una pequeña caja, Julieta lo sigue con una sonrisa de satisfacción plasmada en el rostro. Está cubierta con algo de tierra y trae unos hilos de cabellos sueltos.

—Misión concluida— se para firme frente a mí como si fuese un soldado.

Me da migraña que quiera ser la perfecta lamiendome los piés, ella sabe perfectamente que a mí se me contenta con trabajos bien hechos y disciplina ante todo, no jalando bolas, como dicen en su país.

Le entrego la caja que Graham acaba de traerme y arruga el entrecejo confundida.

—¿Y esto para qué es?

—Para que te ubiques— contesto, buscando las llaves de la mini-prisión subterránea en una de las gavetas—. Los operativos de la DHV son algo confidencial y si no eres lo suficientemente capaz de comprenderlo porque a vuestra única neurona le cuesta un pastal, no me molestará mandarte a educar a niños mocosos a Venezuela otra vez.

No agacha la cabeza y, a diferencia de otras mafias; me gusta que no lo haga. Los de mi clan se mantienen firmes ante cualquier situación, es todo o nada.

Amelia baja conmigo en el ascensor, me da un beso en la mejilla antes de quedarse en la primera planta y yo continúo descendiendo al subterráneo.

Desbloqueo el sistema de seguridad, atravieso el pequeño pasillo y abro la reja gris, haciendo que rechine un poco en el acto.

Escucho gritos ahogados a mi derecha y me dirijo al sitio de donde provienen. El hombre al que tanto desprecio sin conocer yace amordazado, atado de piés y manos a una silla. El sudor le recorre la cara, haciendo que mechones de cabello se le peguen a la frente.

Alcanzo una vata blanca y me la coloco, echando a la niña en uno de los bolsillos.

Abro la regilla y sigue suplicando con gruñidos. Paso el filo de una navaja que estaba en la mesa por la venda que le bloquea las palabras.

—Ayuda— dice con voz gruesa—. Esto debe ser un error, no he hecho nada.

—Prometo llevarte a otra parte— hablo—, pero primero debeis oír un cuento.

—¿Así nada más?— alza la cara y su mirada refleja esperanza.

—Así nada más— confirmo.

—Vale.

Arrastro una silla de metal y me siento a metro y medio de distancia frente a él.

—Había una vez una chiquilla de quince años que se escapó a una fiesta una noche mientras su madre dormía— comienzo—. Al llegar a la fiesta comenzó a beber varias copas y disfrutar de la música como todo adolescente, un hombre le ofreció un trago que ella aceptó con gusto, comenzó a hablar con él y poco a poco todo se iba tornando borroso antes sus ojos ¿te suena la historia?

El hombre niega y yo continúo.

—A la mañana siguiente despertó en el sofá de la casa donde había sido la fiesta y se apresuró a llegar a su casa, logró que su madre no se diera cuenta... Hasta que varias semanas después comenzó a marearse sin razón, vomitaba y se sentía fatal... Todo cobró sentido cuando su periodo faltó por segunda vez consecutiva. Tuvo que contarle la verdad a su madre, quien la obligó a tenerla. La chiquilla decidió suicidarse para no cargar con semejante responsabilidad, sin embargo, no lo logró. Lo intentó y lo intentó, pero siempre había algo que se lo impedía, simplemente no fue capaz de tentar contra su propia vida. Su madre era todo lo que tenía y no vivían con lujos, de hecho, su hogar era una casa hecha con láminas de zinc en un barrio marginado. No tenían nada de valor para vender, salvo un zafiro hereditario, pero se rehusaron a empeñarlo, así que no quedó de otra que buscar al hombre por cielo y tierra.

Tomo una bocanada de aire mientras el sujeto se mantiene espectante.

—Lo encontraron y se rehusó a responder por la criatura, alegando que podría ser de cualquiera, días después el tipo desapareció sin dejar rastro. La madre de la chica consiguió arreglarle un matrimonio con un hombre del mismo barrio, pero que tenía el suficiente nivel de aristocracia como para vivir en conjunto. Se casaron y ella dio a luz a una niña— termino.

—¿Y qué pasó después?— me pregunta— ¿Qué tiene que ver eso conmigo?

—A la niña la llamaron Natasha— digo—. Ella creció y se volvió millonaria vendiendo gramos de coca, hoy en día es una de las traficantes más conocidas a nivel mundial. ¿Habeis oído hablar de Cleopatra alguna vez?

Niega.

—Bueno, Cleopatra es una mujer que se encarga de asesinar a violadores y criminales, así como el tipo que violó a la chiquilla del cuento.

—No estoy entendiendo nada, por favor, sácame de aquí, juro no decir nada.

—¿No me sabeis quién soy?

—No.

—¡Oh my god! ¿Pero donde están mis modales?— me levanto de la silla y le ofrezco mi mano— Mucho gusto— río internamente porque tiene las manos atadas—, soy Natasha, pero puedes decirme Cleopatra.

—¡Eso fue hace mucho!— exclama, moviendose con desespero— ¡Perdón!

—¿Ahora sí lo recordais?

—¡Perdón!— acepta lo que hizo.

Saco mi baby-glock del bolsillo y le disparo en la pierna, causando que grite y se desespere más.

—¡Déjame ir! ¡Por favor!— implora.

Le suelto otro disparo a la otra pierna y el pecho se le acelera.

—¡Prometiste llevarme a otra parte!

Me acerco a pasos lentos y bajo el cierre de su pantalón, situando el cañón en su asqueroso miembro pedófilo.

—Y Cleopatra no rompe sus promesas— suelto el último disparo que le hace desgarrar las cuerdas vocales—, Cleopatra te llevará al infierno.

Le meto el dedo en la herida del pié derecho y se lo paso por la boca. Me río.

—Me saludas a mi amigo Lucifér, papá— salgo de la celda.

Una sonrisa de alivio se recorre el rostro, un hijo de puta menos para este mundo.

Coloco la clave de cuatro dígitos y para cuando salgo, Catalina me está esperando recostada en el pasillo.

—¿Ya terminaste?— me pregunta.

—Le disparé en los huevos, no creo que puedas hacer mucho— le entrego las llaves—, pero tú sabrás qué hacer con vuestro fetiche.

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