Catalina.
Aparco la merú unas cuadras antes del callejón. Tengo los pelos de punta porque realmente no sé a qué me estoy enfrentando. No tengo armas, ni manera de pedir refuerzos, solo somos las pacas de dólares que traigo en el bolsillo y yo.
Júpiter me colocó una cámara que diseñó con forma de lente de contacto, que le permitirá ver lo mismo que yo. Tengo un GPS escondido en el nacimiento del cabello y ya, los dos aparaticos no son muy útiles que digamos.
Apago el motor, me guardo las llaves en el bolsillo del pantalón de lana y comienzo a caminar, recordándome mantener la mente abierta porque no sé con qué cosas podría encontrarme.
El aire es fresco, apenas son las siete de la noche, pero las calles están solitarias. Las luces naranjas de los faroles son la poca iluminación con que cuenta la calle.
El cielo azul marino está repleto solo de nubes, es una de esas noches donde no hay estrellas y la luna se oculta entre las masas visibles suspendidas en la atmósfera.
Camino hasta el contenedor que me indicó Natasha y me quedo de pié frente a él unos segundos antes de hacer las señas que Júpiter me indicó.
Hago acopio de mi valentía para no rectroceder cuando el contáiner se hace a un lado, mostrándome unas escaleras de cerámica blanca.
Las bajo con seguridad, cualquier paso en falso podría costarme la vida. Giro la perilla de una puerta de madera blanca y entro a un pequeño espacio con un estante a la izquierda y otro a la derecha. El de la derecha contiene cestas de plástico, de esas que dan en los hospitales. Y el de la derecha tiene cosas desechables, de esas que se necesitan para entrar a un quifófano.
—Bienvenida al internado de cuidado femenino— habla una voz femenina por unos parlantes, parecida a la de una operadora—. Por favor, despojarse de toda prenda y colocarse vata, gorro, guantes, cubrebocas y zapatillas desechables — indica—. Por último, aplicarse gel antibacterial y oprimir el botón rojo que se sitúa a un lado de las puertas de metal.
Sigo las indicaciones y en menos de tres minutos ya estoy como lo demanda la voz de los parlantes. Aprieto el botón y las puertas de metal se hacen a un lado, mostrándome un largo pasillo color celeste. Al final, hay una mujer de unos cincuenta años esperándome, camino hasta ella. Tiene pantalones capri solor salmón, tacones de plataforma beige y camisa de botones de manga larga color beige también.
—California Bundó— me saluda con la mano estirada.
—Catalina Fermín— se la estrecho.
Me señala la puerta con una de sus manos y paso delante de ella, hay otro pasillo con ventanas grandes como las de las salas donde van las incubadoras. Del otro lado hay otra mujer jóven repartiendo agua y una pastilla a una fila de niñas con vatas blancas que no pasan de once años.
Algunas son morenas, otras blancas, de cabello corto, rubio, pelirrojas, asiáticas, inglesas, latinas...
—Diazepam, Vitamina E y morfína en cápsulas— me dice la mujer que se parece a la tipa de Maze Runer—. Mejor conocida como DEMV.
Su voz se vuelve nula para mis oídos, ya que mi atención se centra en el poco de féminas. Hay aproximadamente treinta niñas.
Mi subconsciente me grita que me concentre y regreso mi atención a la mujer que está a mi lado.
—Las toman antes de dormir, todas las noches sin falta— agradezco que no haya dejado de hablar— ¿Qué puede hacer el ICF por ti?
Habla con tranquilidad, tanta que me asusta, actúa como si fuera lo más normal del mundo tener a chamacas presas toda su vida. Prácticamente las crían como cerdos para San Martín.
—Vengo por un rostro nuevo.
—Eso es obvio linda— cruza las manos delante de su torso—. Me refiero a qué características buscas.
—La interpol me anda pisando los talones y solo me interesa huír. Pero me gusta parecer inocente, me vendría bien lucir como una chiquilla de nueve años más o menos— le digo.
—¿Puedo preguntar?— inquiere, refieriendose a lo primero que dije.
—Oh, claro— sonrío como si me alegrara ver como drogan a las morritas—. Trabajo para Natasha Videla, pero hice un paso en falso al cerrar un negocio con la mafia irlandesa y casi me atrapan junto a ellos.
Le meto una psicosis porque a la mafia irlandesa la capturaron hace ocho semanas. Puedo dar a otros clanes mi infornación personal y la de Natasha, ya que todos la conocen por ser una narcotraficante. Solo sabemos de su doble vida los de la DHV, ni siquiera su madre y hermana tienen idea.
—¿Las niñas no pueden vernos?— me entra la curiosidad, parecen tener un chip de solo tragar la pastilla, beber agua e irse una por una a quién chingados sabrá donde.
Sacude la cabeza.
—Es una cámara Gesell— aclara—, ni siquiera pueden oírnos.
—Ah.
Comienza a caminar lo que queda del pasillo y bajamos unas escaleras que conducen a otro pasillo con varias puertas. Abre la segunda a la izquierda y enciende la luz, hay niñas durmiendo.
—Me gusta esta— señalo a una al azar.
—Martina— asiente—. Tócala si quieres, aunque la matemos no sentiría nada por los efectos del DEMV, y las otras no podrían escucharla de todas formas.
Paso saliva, no sé por qué me aterra tanto si trabajar con Natasha es como cinco veces más espeluznante que esto.
California me lleva a su oficina donde le transfiero la mitad de la suma. La cual es mucho dinero ¡No chingues! creo que con lo que vale un cambio de rostro podría acabar con la hambruna mundial, y eso que es solo la mitad.
—Trabajas para Natasha, es de suponerse que tienes buenos ingresos.
—Sí, sobre eso...— me rasco la nuca— Me preguntaba si no estaban carentes de personal, este internado es algo súper secreto y dudo que puedan encontrarme si trababo aquí— me victimizo.
—Hoy la encargada de los mandados no vino— dice—, es raro porque Dalila nunca falta. Pero si no viene más o renuncia, el trabajo es tuyo.
Le dejo mi número de teléfono y me mentalizo de que pronto recibiré una llamada suya. Natasha no mató a Dalila, pero la dañó psicológicamente, lo suficiente como para que se suicidara esta mañana.
No ha llegado a oídos del ICF porque no hay manera de que alguien se los haga saber.
Desecho el material quirúrjico en un cesto, vuelvo a colocarme la ropa con que vine y subo las escaleras haciéndole las mismas señas a la cámara para que me deje salir.
Reviso mi celular, son las once y trece de la noche, creí que duraría más. Camino las cuadras más abajo, me subo a la camioneta y conduzco a la mansión bajo el sonido de los grillos y la penumbra.
⚠
Está concentrada en un mapa con alfileres e hilo rojo.
—Aquí estuvo Federico hoy— me dice, señalando un punto específico.
—Las Bahamas— digo y asiente.
—Se mueve muy rápido, parece que mañana estará aquí— señala un alfiler rojo. Reconozco el sitio, es Oregon.
—Eso nos sirve de mucho— alzo una ceja.
—Sí y no— contesta mordiendo el metal de un lápiz—. En realidad buscamos a Anthoaneth, no a su marido. Esto solo nos retrasa.
—Cambiando de tema— aprieto los labios. No me gusta admitirlo porque no subestimo a las personas, pero Julieta tiende a ser una inútil muchas veces—. Sí logré entrar al ICF.
—Júpiter sigue despierto, ve a rendirle pleitesía a él.
—Pero la jefa eres tú— contesto con el entrecejo fruncido por la confusión.
—Y quien secunda es él— responde tranquila—. Cuando yo ande ocupada y no me vea capaz de cumplir con los labores de patrona, el siguiente al mando es Júpiter.
Asiento y salgo de la habitación, voy a la mía colocándome un pijama y salgo directo para la sala de interrogatorios.
Lo encuentro trapeando el piso con los cascos puestos en los oídos, los que se quita cuando me ve parada en el umbral. Nos sentamos frente a frente yo, con los dedos entrelazados sobre la mesa, y él con las palmas de las manos juntas bajo el mentón.
Solo tengo que contarle lo que hablé con California, ya que la cámara que traía como lente de contacto le permitió ver todo.
—La cantidad que pagué es solo la mitad de la suma.
—¿Exactamente como tienen a las niñas?— me pregunta.
—No me contó mucho sobre eso, solo llegué a oír que les dan una pastilla antes de dormir, contienen Morfína, Vitamina E...— hago un silencio repentino, no recuerdo bien los demás componentes— Vitamina E...
—¿Y Diazepam?— indaga con un tono serio.
—Sí, esa— trueno los dedos.
—¿Estás segura?— frunce el ceño y asiento— ¿Es DEMV?— pregunta.
—No mames, que sí— contesto—. ¿Qué tan peligrosa es la dosis como para que te pongas así?
Se restriega el rostro con frustración.
—No es por la droga— asegura—, es a lo que conlleva comenzar a atacar, a Natasha no le gustará esto— se frota la sien.
—¿Que pedo?— alzo una ceja— actúas como si no hubiesemos trabajado con drogas antes.
Le da un puñetazo a la mesa antes de levantarse.
—Quizás no lo sabes, pero nos hemos metido a la boca del lobo y solo tenemos dos opciones— suspira pesadamente—... Le desgarramos las entrañas, o dejamos que nos coma vivos a todos.
Me deja con una gran incógnita en el cerebro cuando sale de la habitación.
Horas antes.Natasha.Le hago un lazo a las tiras de mi vestido blancoy me ato el cabello en una cebolla, acostumbro a vestir del color de la paz y la pureza cuando espero recibir buenas noticias y así; confundir a Dios con que soy una buena samaritana y no una princesa del averno.Le coloco la clave a la caja fuerte que tengo oculta detrás del cuadro de El Grito de Van gogh.Acuno entre mis manos la reliquia descendiente de mi familia materna, pienso en toda la sangre que he tenido que lavar de mis manos para recuperarla y no me pesa, porque es algo que me pertenece.Se ha vuelto un hábito sacarla de vez en cuando para verla, actúo como si fuera a llenarse de polvo y telas de araña si no es contemplada con frecuencia. Cada vez que paso las yemas de mis dedos por su cadena siento que cometo un acto impetuoso... La vuelvo a guardar en
Natasha.Belial me toma la mano, ayudándome a subir los escalones del jet. Entro y me acomodo el vestido de satén color azul marino antes de sentarme, me sirvo un vaso de gaseosa antes de que Julieta comience a elevarnos por los aires.En esta misión trabajaremos todos, incluso Júpiter viajará con nosotros, pero obvio sin exponerse.Catalina está sentada a la derecha unos metros detrás de mí con los audífonos puestos. Belial anda de copiloto y el moreno se sienta frente a mí.Toma mi mano libre, acariciándole el dorso. Bebo un sorbo de la gaseosa y fijo mi vista en la pequeña ventana, viendo como nos paseamos entre las nubes.—Tienes que hacerlo— habla serio—. Imagina... Solo imagina a Amelia de pequeña siendo sometida a un calvario como ese donde su destino estaría más que marcado. Habrías hecho cualquier cosa por sacarla de ahí.—¿Quién te dice que no
Julieta.Le ayudo a Júpiter a colocar la cámara en el cabello de Catalina antes de que se vaya. Subo a mi habitación, reemplazo mi pijama verde por unos shorts de jean y una camiseta gris de tirantes, sin sostén, cosa que en realidad no necesito por mis limones.—Ya despertó— avisa Júpiter y nos dirijimos a la sala de interrogatorios.—¿Como te llamas?— le pregunto para asegurarme de que el golpe no haya dañado su estado mental.—Dorotea Kassabji— contesta con una mueca de dolor.La verdad no entiendo en por qué de la infidelidad del italiano. Dorotea es de cabello corto con flequillo, baja y algo gorda. En cambio su esposa es de cabello pelirrojo hondulado, alta y con las medidas perfectas. Pero ahora entiendo ese dicho de que los hombres son como los perros, por más que les des la mejor carne; irán a revisar a la basura.—¿Recuerdas co
Santorini, Grecia.5:57 am.Logan.Observo el oscuro cielo que se cierne sobre el mundo que se va esclareciendo con el pasar de los segundos. Caliento mis manos con la taza de café humeante que yace entre ellas.Pienso en Natasha, estos últimos días la he echado de menos debido a su repentina llamada... Después de tanto.Soplo el humo y observo la delgada capa de hielo que reposa sobre la piscina, debido a la tormente de ayer. El invierno está llegando, pero no tan fuerte como para bloquear las calles y comenzar a patinar al aire libre. La llamada ronda por mi memoria cada que más nada lo hace, su voz suave y firme, su creencia de que se está comiendo el mundo cuando en realidad el mundo se la come a ella.Timoteo, mi primo y mano derecha sale a hablar por teléfono y le hago una seña, preguntando si ha llamado, a lo
NatashaFinalizo la llamada y busco ropa al azar en mi armario.—¡Julieta!— llamo.La susodicha llega de una vez.—Mande.—En media hora volamos a Cali, prepara lo necesario.Se va sin rechistar. Me decido por un vestido aterciopelado blanco ceñido que me llega un poco más arriba de las rodillas. Escojo una cartera del mismo color, Gucci.Me coloco lentes Rayban y me subo a los tacones de nueve centímetros. Tengo hasta las bragas blancas, voy vestida del color de la pureza, cosa de la que carezco.Dejo que el cabello largo me caiga por la espalda como si de una cascada se tratase.Voy hacia la cama, meto mi baby-glok en la cartera junto con unos veinte fajos de dólares, un paquete de coca, y unas navajas que nunca están demás.—Dorotea se niega a cooperar— recon
Júpiter.La molestia me la notaron todos a leguas, entonces decidí encerrarme en mi oficina para distraerme con dispositivos de rastreo y micrófonos para los operativos. Creo que esta situación me enfurece más a mí que a Natasha.La deseé desde que era novia de Logan, yo era un perro callejero y ella un filete jugoso. No me notaba, para ella era una equis, un cero a la izquiera, un lápiz blanco en la caja de creyones... Todo sinónimo de desimportancia.Cuando se alejó de Logan, busqué una excusa para irme yo también y le pedí trabajar con ella, cosa que claramente aceptó.Al sentirse deprimida por una necesaria decisión que tomó, me tocó estar para ella en toda circunstancia, y de un momento a otro me aproveché de eso para follarmela, obvio.El placer carnal es mutuo y aunque Logan Presley me pagaba el triple de lo que gano ahora, no me arrepiento de ve
Catalina.Avanzo, agarrada del brazo de Graham, quien trae un smoking negro con moño del mismo color y el cabello peinado perfectamente hacia atrás, el color de su vestimenta le resalta las orbes azules.Yo traigo un conjunto de falda y top de seda junto con zandalias romanas y el cabello suelto.La patrona está a mi derecha, luciendo un despampanante vestido de algodón con una avertura triangular que llega hasta la espalda baja, trae botines de tacón y el cabello castaño recogido en una de esas coletas tan perfectas que sientes alivio cuando te las quitas.Julieta está al otro extremo de nosotras, viste con un vestido holgado de manga larga y tacones de plataforma, tiene un reloj de oro blanco adornándole la muñeca y el cabello recogido en un moño simple.Saludamos a todos los demás traficantes que se encuentran esta noche. El traficante de heroína más conocido de La India de
Júpiter.Le doy un largo trago a mi taza de café mientras veo en la cámara ocho que la DHV llegó en el jet. Julieta es la primera en bajar hecha toda una furia, agarra el ascensor y coloco la cámara dos para ver cuando llegue a las celdas del subterráneo.Abre la sexta celda a la izquierda y descuelga una espada de la pared, agarra a la árabe por el nacimiento del cabello y le corta la cabeza sin siquiera pensarlo dos veces.Me levanto de la silla giratoria con toda la tranquilidad del mundo y voy a la habitación de Natasha que está bajándose las copas del vestido para solo quedar en hilo.—Habla, que no han publicado el periódico— le digo.Se rasca la cabeza con un leve desespero y busca algo en la habitación con afán.—Anthoaneth— contesta,