2. Capítulo: El Divorcio

La chica sentía el crudo invierno en su interior.

No tenía dinero.

Se le detenía el corazón de solo saber que pasaría trabajo, no pudiendo encontrar dónde alojarse.

Ya se imaginaba todo tipo de horripilantes escenarios cuando la noche cayera, era terrible encontrarse vagando por las calles y a medida que pasaba el tiempo, la inquietud crecía colosal.

Perdió la cuenta de todos los días que estuvo bajo el mismo techo que Ethan, porque solo salía con él, a ciertos lugares que concurría la alta sociedad, ajeno a su ser.

Luna expiró tirando de esa valija, bajo la mirada atenta de las personas, ella, una transeúnte más, seguía en la marcha.

Se detuvo frente a una cafetería, ansiando comer tan solo un croissant, un trozo de pan que le ayudara a calmar el apetito voraz que sentía; hizo un puchero.

—¡Señora Kingsman! —exclamó esa voz conocida, dejándola completamente fría.

Tan solo al girar la cabeza, sintió como se le congeló el alma. ¡Eran los hombres de Ethan! Supo que debía correr, que no podía quedarse clavada al suelo. Si no reaccionaba de inmediato sería atrapada. Corrió tirando de la valija, pasando entre el gentío.

—No puede ser —musitó con el corazón en la mano.

Si no soltaba la maleta, es porque llevaba algunas cosas de valor emocional, las que aún quedaban arraigadas en su interior.

—¡Vamos! —le gritó Liam a su hermano, para que se diera prisa.

Si tan solo la acera estuviera más despejada, hubiera sido pan comido alcanzarla, pero entre tantas personas y tropezones, se atrofiaba el avance y en consecuencia, el objetivo: la joven esposa del CEO.

La susodicha sentía que su corazón se saldría en cualquier momento de su pecho, la adrenalina corría a través de su sangre, dejando su respiración desbocada. De la persecución no creía poder escapar, aún así avanzaba con todas sus fuerzas, lo más rápido que sus piernas le permitían.

—¡Lo siento! —pidió al tumbarle las cosas a una joven, pero no se detuvo.

Se estaba quedando sin aliento, cuando pensó que llegaría la pausa, alguien tiró de su brazo, dejándola pegada a su pecho masculino. Así de pronto, sin más.

En esa calle angosta, casi como un callejón sin salida.

—Estás a salvo, no debes temer —ese tono varonil, extrañamente tranquilizador, la convenció.

Aún estupefacta vio cuando los hombres de su esposo pasaron de ellos. Sus ojos se encontraron con aquel mar en su mirada. Un tipo maduro, que le sacaba una cabeza, apuesto y que olía bien.

Su respiración seguía irregular, y más al estar cerca de aquel sujeto al que no conocía.

—¿Q-quién es? —susurró separándose del trajeado.

A juzgar por su apariencia, era adinerado.

—Lo siento, me llamo Warren Baxter, ¿te encuentras bien? —la inspeccionó otra vez.

—¿Cómo supo que necesitaba ayuda —quiso saber. El hombre se quedó en silencio —. ¿por qué me ha ayudado?

—Lo sé, es un poco extraño, ¿no? —se rascó la nuca, pensativo —. No te ves bien...

—¿Quién es usted? —siguió y después sacudió la cabeza —. Solo... olvídelo, muchas gracias por lo que hizo.

—Ten —le entregó un fajo de billetes —. Ve a un lugar seguro, cerciorarte de que esos tipos no te encuentren.

Ella frunció el ceño. ¿Era un ángel?

Era lo único que se le ocurría pensar.

Cuando quiso devolverle el dinero, ya se había retirado. Pero una oleada de su perfume permaneció revoloteando a su alrededor.

Se quedó en un hotel, asustada de ser encontrada en cualquier momento. Al sexto día de su estadía en el hotel, escribió un correo dirigido a Ethan.

De: Luna

Para: Ethan

«No regresaré, no pienso volver a tu vida, deja de buscarme. Al igual que tú, merezco tomar mis propias decisiones y no estar atada de por vida a ti.

No me interesa la apuesta que hizo tu padre y el mío, yo no soy un objeto, o algo que se gane y pierde.

Solo déjame en paz, te lo suplico.

Te pediré encarecidamente que nos divorciemos, Ethan.

Espero ser lo suficientemente clara, vayamos por rumbos distintos, andar por la misma ruta me hace daño».

Lo envío tras pensarlo un momento.

Y se desinfló sobre la silla.

(...)

Ethan lo leyó en su portátil, durante la noche. Ya seis días de que ella se había ido. Expiró discando sin sentido.

—Divorciarme...

No era una cuestión que lo afectaba, de hecho ese matrimonio había sucedido sin opción. Era un hombre inteligente y sabía que su padre no le quitaría su lugar en la compañía, siendo una decisión como esa inconsistente que daría una mala imagen.

Tampoco tenía que informarle a su padre sobre el divorcio. Para no agitar la aguas, recurriría a una mentira mientras tanto.

"Luna se ha tomado unos días lejos". Pensó en decirles.

Se puso en contacto con su abogado, lo dejó al tanto de la situación y pidió fiel discreción. Ni a su progenitora debía decirle una sola palabra.

—El proceso de por si es demorado, pero haré que tome unos días nada más.

—¿No te pago lo suficiente? ¡Dos días, Alex! No más de eso —rugió.

—De acuerdo, señor Collinge.

Y sin falta, a los dos días posteriores, Luna recibió a la dirección que dio, esos papeles.

Creyendo que era un milagro lo que sus ojos veían, porque en el fondo pensó que Ethan se opondría a darle el divorcio, lo que pidió era un hecho y debía sentirse aliviada...

Lo leyó todo, estúpidamente deshecha.

La firma de Ethan ya estaba ahí con tinta indeleble. Brillante y perfecta...

Sus dedos temblaron al sostener ese bolígrafo, había más tristeza que alegría por finalmente soltarse de esos grilletes.

Y fue allí donde se preguntó, ¿los eslabones la apresaban o fue un soporte en su vida?

Firmó al final de la hoja y dejó caer el plumín. Luna también se desplomó en el suelo y el líquido salado ya resbalaba sobre sus mejillas.

Costaba tanto ser frágil.

¿Qué fue todo eso?

De volada y sempiterno, todo pasó.

Lo malo, lo bueno. ¿A qué lado pertenecía su presente?

Indefinible se volvía, pero la pesadilla había culminado.

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