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3. Capítulo: El Regreso Del Pasado

Aunque era increíble, aquel sujeto desconocido ese día le dio diez mil dólares. Aún tenía un poco de ese dinero, con el que pudo alquilar una habitación asequible. Al menos tenía un techo donde pasar la noche, era lo que más importante, no tenía de qué preocuparse por el momento.

Luna de pronto le echó una mirada a esas sortijas sobre la mesita de noche, la misma que tiraría a un tacho de basura, pero que era incapaz siquiera de hacer el amago.

No podía seguir atenazada por el pasado, y menos ser afectada por una persona que no valía la pena.

Si tuviera a su madre con ella, tendría a quien aferrarse; Luna inconscientemente atrapó el colgante que tenía una hoja de arce, un recuerdo de su progenitora.

Se levantó de la cama y estiró sus extremidades; eran demasiadas cosas girando en su cabeza.

—¿Estás allí, Luna? —llamaron a la puerta.

Era Sol, una chica que vivía al frente, esa amable vecina que tan solo al llegar fue dulce con ella.

—Un momento —tan pronto pudo, le abrió la puerta.

La morena se adentró a la habitación.

—Oh, has estado arreglando el lugar.

—Solo puse en orden las cosas. No es demasiado... —le restó importancia —. ¿Has terminado la jornada?

—Sí —hizo un puchero —. ¿Recuerdas que me pediste averiguarte sobre ese empleo?

—¿Lo he conseguido? —se ilusionó casi rogándole con la mirada porque fuera así.

La chica torció los labios.

—No, mi jefe no tiene una vacante. Es mi culpa, creí que Regina renunció, pero solo se tomó unos días para ocuparse de su madre enferma. Lo siento mucho.

—Descuida —se desinfló sobre la cama —. Encontraré algo.

—Lo intenté. ¿Estás bien? —la miró de cerca, ya que de repente Luna se veía pálida.

—Uno de tantos mareos... —admitió contrariada, en el fondo no sabía con exactitud qué rayos le pasaba.

No el motivo de aquel desequilibrio fugaz.

—¿Mareos? Suele pasar si no comes, podrías tener una descompensación, también...

—He comido —la tranquilizó.

Sol asintió.

—¿Un virus raro? Si tienes esa sospecha, será mejor ir con un doctor, no vaya a ser que se trate de algo extraño.

—Yo... —respiró profundo —. Tengo un retraso.

—¿Eh? —parpadeó sorprendida —. Dices que podría estar...

—No, no quiero imaginarlo —se tapó la cara, sufriendo de solo pensarlo.

—Oye, un tipo preguntó por ti abajo, pero me negué a decirle que vives aquí, es que se veía extraño...

—¿Qué?

Lo primero que le vino a la mente, es que era alguien de parte de Ethan, pero no tenía sentido. Él cedió a dejarla tranquila.

—Luna, debo irme a casa, mi novio vendrá a verme —avisó echándole un vistazo a su novio.

La aludida comprendió y la miró salir de su campo en cuestión de segundos.

Sacudió la cabeza, no quería inquietarse con eso.

Pero algo más preocupante llegó, era la sospecha de que ese retraso podría ser un problema grave, con el que no sabría lidiar, recurrió a una farmacia.

La joven no tenía idea de que ese hombre, Warren Baxter, la estaba siguiendo. Vigilando de cerca sus pasos, pero sin un apice de malas intenciones, su objetivo era poner todo en orden e intentar enmendar las cosas.

—Necesito un test efectivo, el más seguro, por favor —indicó al señor de la farmacia.

Warren creyó que estaría enferma, aunque también que era solo una usual emergencia femenina.

Al salir con las bolsas, la chica se detuvo y miró a todos lados, después de tener el ligero presentimiento de que estaba siendo observada por alguien.

Se recriminó a sí misma por ser tan paranoica, tampoco era como si Ethan la buscaba.

(...)

Otra vez en casa empezó a sentirse un poco aturdida con toda la situación. Al pie de la letra hizo todo lo escrito en la cajita. Un par de esas adquirió para asegurarse más.

—Vamos, Luna —se animó a sí misma.

A sus veintiún años, no quería verse arruinada por una afirmativa de esa índole.

Solo en cinco minutos sabría si sus sospechas se volverían reales, o si todo era una falsa alarma.

Las manos le temblaron al momento de girar el test entre sus dedos, era una sensación de asfixia y miedo voraz.

Moría con solo ver dos rayitas en la prueba. Era la caída de aspirar a una vida mejor, dejándola liada a él.

Vacilaron sus piernas y de rodillas cayó al suelo, apresada por un centenar de emociones negativas. La señal de que su vida estaba arruinada, que a partir de ese momento, la pesadilla iniciaba.

Pero no culpó al destino, tampoco a la cruel vida que le tocó.

—Es mi culpa... ¡¿por qué tuve que ser tan ilusa?! —se quejó sobre el suelo frío.

Evocando lo sucedido en un santiamén.

Sus besos, su roce, cada contacto entre ellos que flameando, los soltó en el vacío. Pero la caída no dolía, pensó estúpidamente que había magia en el preciso momento en que se volvieron uno.

¡Creyó que era sincero y bueno!

Entonces, solo se deshizo de la píldora en la mañana.

Ahora su errónea acción la condenaba.

Estaba embarazada de su exesposo.

Lo sollozos se volvieron más fuertes, al punto de quedarse adolecida por el malestar en su cabeza.

Con sus facciones hinchadas, Luna salió del edificio donde residía, andando con la manos metidas en su sudadera.

Su mente se hallaba tan enmarañada que terminó pincelada de blanco, no pudiendo procesar la noticia.

En una banca se sentó, sin saber de la llegada de un sujeto a su lado.

—¿Estás bien?

Por un segundo creyó alucinar al verlo de nuevo, tan esporádico otra vez.

—¿Cómo es que...

—Has estado llorando —emitió como si la conociera de toda la vida.

Luna se secó el rostro y se aclaró la garganta.

—No me ocurre nada —se le quebró la voz.

Warren sintió un nudo en su garganta al verle así, y se fijó en el colgante rodeando su delicado cuello.

Aquel otoño, hermoso y perfecto, pero cruel y doloroso también.

La joven giró la cabeza con dirección a él, la miraba con intensidad.

—¿Es una coincidencia encontrarlo aquí? La otra vez...

—Sé lo que pasó. Me alegra verte a salvo, Luna.

—Aguarde, ¿cómo sabe mi nombre?

Intentó mantener la calma y encapsular la emociones. Pero se le pusieron los ojos acuosos, y sonrió con tristeza. Su nombre era precioso, la elección cargada de un significado especial para él.

Evocó esa noche, mirando constelaciones, y la luna sobre ellos.

Lo más extraño de todo es que la luna de ese día era tan brillante como en aquel equinoccio. Quizás de ahí su primer amor escogió el nombre para la chica.

La joven expiró al verlo arrobado por algo, y sin darle una respuesta aún.

—Sé que será un poco raro, y lo entiendo. Han sido años imaginando este momento, Luna —siguió dejándola más confundida —. Soy tu padre, tu padre biológico, Warren Baxter.

Casi se infarta.

Pensó que después de saberse embarazada, que nada más podría impactarla, pero eso la dejó perpleja.

Pendiendo en la consternación.

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