CRISTINE FERRERACuando el beso se disolvió, yo me quedé adormecida y sin aliento, apoyada sobre la pared, intentando recordar cómo debía de respirar. Eliot me dedicó una sonrisa que solo me desarmó un poco más antes de separarse de mí y seguir con su camino hacia él baño. Mi corazón estaba acelerado y feliz por tenerlo de nuevo en mi vida. Agaché la mirada hacia el hermoso anillo que lucía en mi mano y no pude evitar sonreír, pero también tenía miedo, porque aún había un pequeño detalle a discutir con él. Lo seguí de nuevo, insistente, me pegué a la puerta del baño ya cerrada y agarré aire. —En verdad tengo que decirte algo —dije paseando la mirada por la habitación, dándome cuenta de que era más fácil hablar cuando no lo tenía de frente—. Sé que dijiste que no ayudarías a Donna, que era un acuerdo entre ustedes, pero… yo no estaba en ese acuerdo, así que hablé con Jimena y…—¿Hablaste con Jimena? —preguntó desde adentro, su voz causaba eco y la ensordecía un poco la caída del agu
ELIOT MAGNANIEse día no llamé a mi ayudante para que me llevara a ningún lado, usé el auto de Luca, contra su voluntad, y llegué a la comisaría. Cristine me había pedido que usara algún disfraz, pero me negué. No planeaba esconder mi rostro y no dejaría que levantaran denuncias a mi nombre. Salí del auto y vi con mi habitual desagrado a cada persona que entraba y salía de ahí, hasta que por fin mi mirada se encontró con el pelirrojo de la puerta. El parche que cubría su ojo le daba un toque especial, haciéndolo parecer tan malo como en realidad era. Cuando su único ojo se posó en mí, sonrió y fingió sorpresa. Alzó el mentón mientras me acercaba.—Señor Magnani, pensé que me encontraría con la angelical señora Ferrera, no con usted —dijo en un tono divertido que solo agregó tensión a mis puños. ¡Odiaba que el nombre de mi mujer estuviera en su boca!—Es la señora Magnani, no vuelvas a referirte a ella con tanta familiaridad —contesté rechinando los dientes.—¿Cómo una criatura tan du
ELIOT MAGNANILos policías la arrastraron hasta la silla que ocuparía y a regañadientes se sentó. He de admitir que su mirada furiosa y penetrante me intimidó, porque ni siquiera parpadeaba. Parecía que, en cuanto la soltaran, se me lanzaría y, de hecho, así fue. En cuanto no sintió las manos de los policías, se lanzó encima de la mesa. Era sorprendente que una mujer tan pequeña y menuda fuera tan fuerte. Entre los cuatro tuvimos que sentarla en la silla y los policías terminaron por esposarla a la mesa. Estaba incontrolable. —¿Me mordiste? —pregunté escéptico mientras me levantaba la manga y veía sus dientes en la piel de mi antebrazo—. ¿Es en serio, Donna?—¿Qué? Mi madre dice que hasta las mentadas duelen —contestó encogiéndose de hombros. —Gracias, caballeros, pueden retirarse —dijo Finn motivando a los policías a salir de la sala, aunque no parecían muy seguros y no apartaban la mirada de Donna. Cuando por fin estuvimos a solas, entendí la preocupación de Cristine y me sentí
JIMENA RANGELPermanecí tranquila, ecuánime, frente a la puerta del doctor D’Marco. En cuanto el hombre salió del hospital no esperó ningún citatorio, simplemente juntó a su grupo de abogados y comenzó a llenar mi correo electrónico de peticiones estúpidas como revisar exhaustivamente mi caso. Si creía que iba a entregarle todo en bandeja de plata para que lo destazaran y me dijeran que usar y que no, estaba estúpido. Cuando estaba dispuesta a tocar una vez más la puerta, una mujer joven y pelirroja la abrió, tenía la mirada perdida y gacha, mientras su rostro pálido no mostraba ni una sola expresión. Cuando alzó por fin su mirada, fue como ver directo a un abismo. ¿Estaba drogada o solo carente de alma?—Señorita… —susurré sin saber por dónde empezar. Extendí mi mano hacia ella, con intenciones de posarla en su hombro, cuando ella retrocedió, por fin mostrando miedo—. Creo que lo mejor será que venga en otro momento. Algo me decía que poner un pie dentro era peligroso y estaba tent
JIMENA RANGELTragué saliva y regresé a la regla número uno. Si no tenía que tocar nada ni sentarme en ningún lugar, mucho menos beber o comer algo. Sonreí incómoda. —Gracias, pero no es necesario, solo revise los papeles y comuníquese conmigo en caso de que tenga alguna duda. A decir verdad, lo mejor será que se comuniquen sus abogados —agregué extendiendo mi tarjeta hacia él. Prefería mil veces comunicarme con esos demonios que con él, pero era como si mis pies estuvieran clavados al piso y no pudiera más que estirarme para que él alcanzara la tarjeta. —¿Cree que la voy a envenenar, licenciada? —preguntó entornando los ojos y sonriendo, como si por fin pudiera ver a través del velo. —¡¿Qué?! ¡No! Imposible —contesté con una tranquilidad forzada, casi robótica. Sí, ¿cómo podría desconfiar de él después de ver el comportamiento anormal de su esposa? ¿Venenos? ¿Drogas? ¿Dudar de un psiquiatra con acceso a todo tipo de sustancias legales? —Lo leeré con atención —dijo después de un m
CRISTINE FERRERASentada frente al fuego de la chimenea levanté mi copa media llena, ya no sabía cuántas llevaba mientras que el festín que había preparado se enfriaba en la mesa. Intenté sonreír con los ojos llenos de lágrimas y un maldito nudo en la garganta que me asfixiaba y que solo con el alcohol lograba pasar ese trago amargo de mi aniversario. Ni siquiera sabía por qué había preparado la cena si, como el año pasado, comería sola. Me casé joven y llena de ilusión, con un hombre atractivo que me llevaba unos cuantos años de más, pero que… creí que… ya sabes, me amaría cuando me conociera. Era una buena chica, detallista, dulce… me esforzaba por hacer hasta el mínimo esfuerzo para ganarme su corazón, ¡Dios sabe cuánto luché por… solo una sonrisa!, pero nada de lo que hacía era suficientemente bueno. Siempre en esta fecha recordaba lo primero que le dije a mi esposo cuando entramos a esta casa, que sería nuestro hogar. Aún llevaba mi vestido de novia y él no dudó en dirigirse a
CRISTINE FERRERACuando el llanto de mis angelitos por fin cesó, tomé mi computadora portátil y la abrí sobre mis piernas mientras que con un pie seguía meciendo la cuna para que el sueño de mis bebés no fuera perturbado o interrumpido. Comencé a teclear con habilidad; no solo quería el divorcio, necesitaba que Eliot firmara un acuerdo donde me cedía la custodia total de los niños. No me importaba si no recibía ni un solo centavo, incluso estaba dispuesta a renunciar a cualquier beneficio que la separación me pudiera ofrecer. ¡No quería absolutamente nada de él! ¡Podía quedarse con su dinero, con su enorme casa y todas las comodidades! ¡Lo único que necesitaba era poner fin a este calvario y llevarme a mis bebés lejos de él! Dudaba mucho que quisiera quedárselos, era un horrible padre, ¿qué haría con tres niños? ¿Cómo podría cuidar de ellos y cubrir todas sus necesidades si solo tenía tiempo para trabajar e ignorarnos?Estaba dispuesta a llevar los papeles al día siguiente a primera
CRISTINE FERRERANuestro matrimonio no solo era un fracaso, sino que había sido un asunto arreglado entre mis padres y los suyos. Sabía de Eliot mucho antes de saber que me casaría con él y admito de manera vergonzosa que lo admiraba, no solo porque era un hombre que parecía más un actor de películas de acción, con su gran altura, sus espaldas anchas, y ese rostro que era la combinación perfecta entre rasgos finos y angulosos, y masculinidad, sino que estaba fascinada por unirme en matrimonio con un hombre tan inteligente, que era capaz de dirigir una empresa como la que tenía en sus manos. No me sentía a su altura y tenía miedo de no ser suficiente. Tenía razón, no lo fui, por lo menos no para él, porque si de algo estoy segura es que yo no dejé de demostrarle que tenía iniciativa y corazón.Mi primer intento de alejarme de él, el primero golpe en mi corazón, fue cuando descubrí que había otra mujer en el suyo. Aún guardaba fotos y recuerdos que veía cuando se sentía melancólico. Iv