Recuerden que si quieren leer la historia de Finn y su hermosa cazadora, Beth, pueden encontrarla en: La Amante Secreta del CEO: Tengo a tu Hijo. La encuentran en mi perfil de autora. Es exclusiva en BueNovela.
ELIOT MAGNANILos policías la arrastraron hasta la silla que ocuparía y a regañadientes se sentó. He de admitir que su mirada furiosa y penetrante me intimidó, porque ni siquiera parpadeaba. Parecía que, en cuanto la soltaran, se me lanzaría y, de hecho, así fue. En cuanto no sintió las manos de los policías, se lanzó encima de la mesa. Era sorprendente que una mujer tan pequeña y menuda fuera tan fuerte. Entre los cuatro tuvimos que sentarla en la silla y los policías terminaron por esposarla a la mesa. Estaba incontrolable. —¿Me mordiste? —pregunté escéptico mientras me levantaba la manga y veía sus dientes en la piel de mi antebrazo—. ¿Es en serio, Donna?—¿Qué? Mi madre dice que hasta las mentadas duelen —contestó encogiéndose de hombros. —Gracias, caballeros, pueden retirarse —dijo Finn motivando a los policías a salir de la sala, aunque no parecían muy seguros y no apartaban la mirada de Donna. Cuando por fin estuvimos a solas, entendí la preocupación de Cristine y me sentí
JIMENA RANGELPermanecí tranquila, ecuánime, frente a la puerta del doctor D’Marco. En cuanto el hombre salió del hospital no esperó ningún citatorio, simplemente juntó a su grupo de abogados y comenzó a llenar mi correo electrónico de peticiones estúpidas como revisar exhaustivamente mi caso. Si creía que iba a entregarle todo en bandeja de plata para que lo destazaran y me dijeran que usar y que no, estaba estúpido. Cuando estaba dispuesta a tocar una vez más la puerta, una mujer joven y pelirroja la abrió, tenía la mirada perdida y gacha, mientras su rostro pálido no mostraba ni una sola expresión. Cuando alzó por fin su mirada, fue como ver directo a un abismo. ¿Estaba drogada o solo carente de alma?—Señorita… —susurré sin saber por dónde empezar. Extendí mi mano hacia ella, con intenciones de posarla en su hombro, cuando ella retrocedió, por fin mostrando miedo—. Creo que lo mejor será que venga en otro momento. Algo me decía que poner un pie dentro era peligroso y estaba tent
JIMENA RANGELTragué saliva y regresé a la regla número uno. Si no tenía que tocar nada ni sentarme en ningún lugar, mucho menos beber o comer algo. Sonreí incómoda. —Gracias, pero no es necesario, solo revise los papeles y comuníquese conmigo en caso de que tenga alguna duda. A decir verdad, lo mejor será que se comuniquen sus abogados —agregué extendiendo mi tarjeta hacia él. Prefería mil veces comunicarme con esos demonios que con él, pero era como si mis pies estuvieran clavados al piso y no pudiera más que estirarme para que él alcanzara la tarjeta. —¿Cree que la voy a envenenar, licenciada? —preguntó entornando los ojos y sonriendo, como si por fin pudiera ver a través del velo. —¡¿Qué?! ¡No! Imposible —contesté con una tranquilidad forzada, casi robótica. Sí, ¿cómo podría desconfiar de él después de ver el comportamiento anormal de su esposa? ¿Venenos? ¿Drogas? ¿Dudar de un psiquiatra con acceso a todo tipo de sustancias legales? —Lo leeré con atención —dijo después de un m
JIMENA RANGELOtro disparo se escuchó causando eco dentro del despacho. Me encogí de hombros, temiendo que hubiera impactado en mí, pero no le di importancia. —¡Tía Jimena! —exclamó Gerardo con los ojos llenos de lágrimas y todos empezaron a llorar. Leonardo fue quien, lleno de valor, corrió hacia el mueble que estaba a mi lado, Mario lo segundó y lo empujaron contra la puerta. Con dificultad lo apoyé contra el pomo. Retrocedí adolorida, la sangre caía de mi herida y escurría por mi pierna, era como si todo lo que tocara lo adormeciera y acalambrara. —¡Vamos! ¡Corran! —grité una vez más y llevé a los niños, empujándolos hacia las escaleras. Cargué a Bruno que era el menos ágil y cuando tocamos el último escalón escuché como el mueble salía disparado y la puerta se abría—. No hay tiempo… —susurré casi para mí misma y me di cuenta de que mi auto estaba muy lejos y mi herida me estaba restando agilidad. ¿Por qué ninguno de los niños sabía manejar? Hubiera sido muy útil en ese momento.
SLOANE D’MARCO—No están… —dijo Berenice entrando a la dirección, pálida y desaliñada.—¿Cómo que no están? —pregunté con la mano temblorosa y aún sosteniendo el teléfono. Mis ojos se llenaron de lágrimas al recordar los gritos que escuché.—No están los niños, los están buscando. No están los trillizos ni Mario. La maestra dice que solo los descuidó un segundo —contestó Berenice con voz temblorosa.Retrocedí mareada, me faltaba el aire y mi corazón iba a mil por hora. ¿En verdad se habría llevado a los niños mi papá? ¿Para qué? Entendía que se llevara a Brian, en un intento por recuperar el control, pero… ¿a los hijos de Cristine? Me tuve que sentar en el asiento frente a la directora del colegio, quien cada vez estaba más angustiada. —Llamaré a la policía —susurró la mujer entrada en años, buscando en su escritorio con manos torpes. —Si algo le pasa a mi bebé… —dije con voz entrecortada y labios temblorosos—. Tenemos que ir a la casa de mi padre, tenemos que…—¡¿Mami?! ¡¿Mamita?!
ELIOT MAGNANI—¿Estás seguro de que esto es lo mejor? —preguntó Derek dentro del auto mientras veía con desconfianza la comisaría. —Jimena querría que hiciéramos las cosas lo más legal posible —contesté con las manos aún aferradas al volante. Algo me decía que sería más rápido si simplemente nosotros entramos a la fuerza a esa casa. —A la mierda con lo legal… —refunfuñó mi hermano apretando las mandíbulas—. No hay justicia para nadie, pregúntamelo a mí y mis 20 años en ese psiquiátrico, pregúntaselo a Donna encerrada por una denuncia falsa. ¿En verdad no has aprendido nada en todo este tiempo? Todo por lo que hemos pasado y… ¿crees que la policía de pronto dejará de velar por los intereses de quien más dinero le dé? »Tal vez se te cayó el cerebro y por eso tienes un severo caso de amnesia —agregó mientras se asomaba entre sus pies, como si ahí lo fuera a encontrar. No tardé en darle un buen golpe en el brazo para que dejara de burlarse, pero tenía razón, era estúpido pensar en la p
JIMENA RANGEL—Me disparó dos veces… ¡Dos! ¡DOS! ¡No fue solo un descontrol de emociones, me quería matar! —reclamé indignada y horrorizada, en verdad quería hacerlo ver como un pequeño malentendido. —Pero solo te atiné una vez —agregó el doctor D'Marco como si fuera la mejor manera de defenderse.—¡No importa! —de nuevo grité, pero el esfuerzo hizo que me arrepintiera. Me dolía tanto el abdomen—. Fue intento de homicidio aquí y en China. No se librará de esto tan fácil, lo juro, menos si me muero. Su condena será peor. —Bueno, ¿si le salvo la vida no sería como arreglar mi error? —preguntó tranquilamente mientras se calzaba unos guantes de látex. —No… —agregué volteando hacia otro lado—. Váyase a la mierda. Prefiero morir si eso significa que usted tendrá una vida larga cargada de agonía y miseria. —Déjeme intentarlo —insistió, pero no me esperaba lo que haría después. Con sus manos enguantadas y usando sus bases en medicina, tomó un buen puñado de gasas y comenzó a introducirlo
DEREK MAGNANINo sabía qué me preocupaba más, si la herida en el abdomen de Jimena o el hecho de que estaba drogada. Mi primera intención fue lanzarla por la ventana y que Eliot la cachara. Confiaba en sus habilidades, pero después pensé que sería demasiado brusco para ella, así que lentamente la fui dejando caer hasta que solo la estaba sosteniendo por las manos. Eliot, estando abajo, la tomó por las piernas, pero Jimena creyó que sería divertido comenzar a balancearlas, como si el juego consistiera en no dejar que Eliot la tomara. —¡Compórtate! —exclamé y ella volteó hacia mí, con las pupilas dilatadas, el cabello revuelto y una sonrisa soñadora.—Oblígame, Eliot 1 —dijo divertida e inocente. —¿Eliot 1? —refunfuñé y torcí la mirada antes de soltarla. Con cuidado Eliot la tomó en brazos y alzó una ceja, aparentemente ofendido. —¿Yo quién soy? ¿Eliot 2? —preguntó y Jimena comenzó a subir y bajar su dedo por los labios de Eliot, haciéndolos rebotar para distorsionar su voz.—Sip —co