CRISTINE FERRERA—¿Qué aprendimos entonces? —preguntó Sloane a los tres hombres adultos y a los cinco niños. Los ocho estaban despeinados, con las ropas torcidas y algunos moretones formándose. —No debemos de jugar rudo con mi hermano —repitieron todos al unísono, unos más enojados, otros con una sonrisa victoriosa, pero todos cansados y machacados.—¡Todo fue culpa de Gerardo! —dijo Bruno trepando al regazo de su padre, quien no dejaba de ver con furia a Derek mientras este le sonreía—. ¡Es pesado!—Insoportable… —agregó Eliot sin parpadear. —Pues yo sí me divertí —contestó Luca sentado entre los gemelos, con una sonrisa radiante y un tallón en el pómulo. —¡Yo también! —exclamó el pequeño Brian apoyándose en las rodillas de Luca.—Sí Bruno no hubiera empezado a llorar, Mario no hubiera ido por mamá —contestó Leonardo cruzándose de brazos, enfurruñado en la alfombra. —¡Sí! Si Eliot no hubiera empezado a llorar… —refunfuñó Derek de manera burlona.—Yo no lloré —gruñó Eliot rechinan
CRISTINE FERRERACuando el beso se disolvió, yo me quedé adormecida y sin aliento, apoyada sobre la pared, intentando recordar cómo debía de respirar. Eliot me dedicó una sonrisa que solo me desarmó un poco más antes de separarse de mí y seguir con su camino hacia él baño. Mi corazón estaba acelerado y feliz por tenerlo de nuevo en mi vida. Agaché la mirada hacia el hermoso anillo que lucía en mi mano y no pude evitar sonreír, pero también tenía miedo, porque aún había un pequeño detalle a discutir con él. Lo seguí de nuevo, insistente, me pegué a la puerta del baño ya cerrada y agarré aire. —En verdad tengo que decirte algo —dije paseando la mirada por la habitación, dándome cuenta de que era más fácil hablar cuando no lo tenía de frente—. Sé que dijiste que no ayudarías a Donna, que era un acuerdo entre ustedes, pero… yo no estaba en ese acuerdo, así que hablé con Jimena y…—¿Hablaste con Jimena? —preguntó desde adentro, su voz causaba eco y la ensordecía un poco la caída del agu
ELIOT MAGNANIEse día no llamé a mi ayudante para que me llevara a ningún lado, usé el auto de Luca, contra su voluntad, y llegué a la comisaría. Cristine me había pedido que usara algún disfraz, pero me negué. No planeaba esconder mi rostro y no dejaría que levantaran denuncias a mi nombre. Salí del auto y vi con mi habitual desagrado a cada persona que entraba y salía de ahí, hasta que por fin mi mirada se encontró con el pelirrojo de la puerta. El parche que cubría su ojo le daba un toque especial, haciéndolo parecer tan malo como en realidad era. Cuando su único ojo se posó en mí, sonrió y fingió sorpresa. Alzó el mentón mientras me acercaba.—Señor Magnani, pensé que me encontraría con la angelical señora Ferrera, no con usted —dijo en un tono divertido que solo agregó tensión a mis puños. ¡Odiaba que el nombre de mi mujer estuviera en su boca!—Es la señora Magnani, no vuelvas a referirte a ella con tanta familiaridad —contesté rechinando los dientes.—¿Cómo una criatura tan dul
ELIOT MAGNANILos policías la arrastraron hasta la silla que ocuparía y a regañadientes se sentó. He de admitir que su mirada furiosa y penetrante me intimidó, porque ni siquiera parpadeaba. Parecía que, en cuanto la soltaran, se me lanzaría y, de hecho, así fue. En cuanto no sintió las manos de los policías, se lanzó encima de la mesa. Era sorprendente que una mujer tan pequeña y menuda fuera tan fuerte. Entre los cuatro tuvimos que sentarla en la silla y los policías terminaron por esposarla a la mesa. Estaba incontrolable. —¿Me mordiste? —pregunté escéptico mientras me levantaba la manga y veía sus dientes en la piel de mi antebrazo—. ¿Es en serio, Donna?—¿Qué? Mi madre dice que hasta las mentadas duelen —contestó encogiéndose de hombros. —Gracias, caballeros, pueden retirarse —dijo Finn motivando a los policías a salir de la sala, aunque no parecían muy seguros y no apartaban la mirada de Donna. Cuando por fin estuvimos a solas, entendí la preocupación de Cristine y me sentí
JIMENA RANGELPermanecí tranquila, ecuánime, frente a la puerta del doctor D’Marco. En cuanto el hombre salió del hospital no esperó ningún citatorio, simplemente juntó a su grupo de abogados y comenzó a llenar mi correo electrónico de peticiones estúpidas como revisar exhaustivamente mi caso. Si creía que iba a entregarle todo en bandeja de plata para que lo destazaran y me dijeran que usar y que no, estaba estúpido. Cuando estaba dispuesta a tocar una vez más la puerta, una mujer joven y pelirroja la abrió, tenía la mirada perdida y gacha, mientras su rostro pálido no mostraba ni una sola expresión. Cuando alzó por fin su mirada, fue como ver directo a un abismo. ¿Estaba drogada o solo carente de alma?—Señorita… —susurré sin saber por dónde empezar. Extendí mi mano hacia ella, con intenciones de posarla en su hombro, cuando ella retrocedió, por fin mostrando miedo—. Creo que lo mejor será que venga en otro momento. Algo me decía que poner un pie dentro era peligroso y estaba tent
JIMENA RANGELTragué saliva y regresé a la regla número uno. Si no tenía que tocar nada ni sentarme en ningún lugar, mucho menos beber o comer algo. Sonreí incómoda. —Gracias, pero no es necesario, solo revise los papeles y comuníquese conmigo en caso de que tenga alguna duda. A decir verdad, lo mejor será que se comuniquen sus abogados —agregué extendiendo mi tarjeta hacia él. Prefería mil veces comunicarme con esos demonios que con él, pero era como si mis pies estuvieran clavados al piso y no pudiera más que estirarme para que él alcanzara la tarjeta. —¿Cree que la voy a envenenar, licenciada? —preguntó entornando los ojos y sonriendo, como si por fin pudiera ver a través del velo. —¡¿Qué?! ¡No! Imposible —contesté con una tranquilidad forzada, casi robótica. Sí, ¿cómo podría desconfiar de él después de ver el comportamiento anormal de su esposa? ¿Venenos? ¿Drogas? ¿Dudar de un psiquiatra con acceso a todo tipo de sustancias legales? —Lo leeré con atención —dijo después de un m
JIMENA RANGELOtro disparo se escuchó causando eco dentro del despacho. Me encogí de hombros, temiendo que hubiera impactado en mí, pero no le di importancia. —¡Tía Jimena! —exclamó Gerardo con los ojos llenos de lágrimas y todos empezaron a llorar. Leonardo fue quien, lleno de valor, corrió hacia el mueble que estaba a mi lado, Mario lo segundó y lo empujaron contra la puerta. Con dificultad lo apoyé contra el pomo. Retrocedí adolorida, la sangre caía de mi herida y escurría por mi pierna, era como si todo lo que tocara lo adormeciera y acalambrara. —¡Vamos! ¡Corran! —grité una vez más y llevé a los niños, empujándolos hacia las escaleras. Cargué a Bruno que era el menos ágil y cuando tocamos el último escalón escuché como el mueble salía disparado y la puerta se abría—. No hay tiempo… —susurré casi para mí misma y me di cuenta de que mi auto estaba muy lejos y mi herida me estaba restando agilidad. ¿Por qué ninguno de los niños sabía manejar? Hubiera sido muy útil en ese momento.
SLOANE D’MARCO—No están… —dijo Berenice entrando a la dirección, pálida y desaliñada.—¿Cómo que no están? —pregunté con la mano temblorosa y aún sosteniendo el teléfono. Mis ojos se llenaron de lágrimas al recordar los gritos que escuché.—No están los niños, los están buscando. No están los trillizos ni Mario. La maestra dice que solo los descuidó un segundo —contestó Berenice con voz temblorosa.Retrocedí mareada, me faltaba el aire y mi corazón iba a mil por hora. ¿En verdad se habría llevado a los niños mi papá? ¿Para qué? Entendía que se llevara a Brian, en un intento por recuperar el control, pero… ¿a los hijos de Cristine? Me tuve que sentar en el asiento frente a la directora del colegio, quien cada vez estaba más angustiada. —Llamaré a la policía —susurró la mujer entrada en años, buscando en su escritorio con manos torpes. —Si algo le pasa a mi bebé… —dije con voz entrecortada y labios temblorosos—. Tenemos que ir a la casa de mi padre, tenemos que…—¡¿Mami?! ¡¿Mamita?!