CRISTINE FERRERA—Claro que no —contesté indignada—. Hemos tenido buenos momentos que atesoro en mi corazón. Amo a Eliot y no hay otro hombre para mí. —Cristine, su relación era una mierda. Ya déjala ir y consíguete a alguien que vaya más con tu personalidad y contigo. No hay nada de malo aceptar que no funcionó y seguir adelante. Es lo más sano, créeme —dijo Luca intentando hacerme entrar en razón, pero solo consiguió indignarme.—No quiero renunciar a él —contesté con lágrimas en los ojos y el corazón reducido—. Lo amo… aunque parezca que todos estos problemas dicen lo contrario. »Sí, me equivoqué, pero no al escogerlo a él como mi compañero, me equivoqué al dejar que Zafrina me llenara la cabeza de ideas, al perder de vista mis sentimientos y confianza hacia él. Agaché la mirada porque en el fondo tenía miedo de que Luca tuviera razón. Desde que me casé con Eliot, los problemas y malentendidos no habían parado. Siempre estábamos en guerra, ¿cómo podíamos recuperar algo, si es qu
CRISTINE FERRERAMe estacioné frente a esa vieja casa y me quedé por unos minutos viéndola desde el interior del auto. La última vez que la había visitado me encontré a Ivette dentro. Esa maldita mujer, ¡y pensar que sería el menor de mis problemas!Caminé hacia la entrada, pasando entre el jardín descuidado, con maleza que llegaba hasta la rodilla. Cuando giré el pomo, noté que la puerta estaba bajo llave. Me sentí tentada a tocar un par de veces, arriesgándome a que Eliot no estuviera dentro o simplemente no le interesara abrirme. Con cuidado y estirándome lo más que podía, intenté alcanzar la llave que descansaba escondida arriba del marco de la puerta, con la zozobra que no estuviera ya, pero para mi suerte mis dedos se encontraron con ella, fría y llena de telarañas por el paso del tiempo.Por fin entré a la casa y fue como destapar la caja de pandora, impregnándome con los recuerdos que se precipitaron hacia mí con furia. La casa estaba en penumbras y descuidada, los muebles ll
CRISTINE FERRERADecir que las cosas acabaron tan fácilmente sería mentir. Esa noche encendimos la chimenea, pedimos comida y en vez de vino tomamos jugo de uva, era demasiado pronto para la primera borrachera del bebé que cargaba en mi vientre. Con copas llenas de jugo y con el crepitar de la madera siendo consumida por el fuego, hablamos hasta que nuestras gargantas se secaron. Fue como abrir el caño y sacar toda la podredumbre que guardábamos en nuestros corazones desde que aceptamos casarnos. —Verme forzado a casarme con una completa desconocida no fue agradable. No sabía nada de ti, solo que tus padres habían sido amigos de los míos, además de que eras mucho más joven —dijo moviendo el jugo dentro de su copa como si fuera vino—. ¿Cómo aceptaste de buena gana casarte conmigo sin conocerme? No pude evitar sonreír y desviar mi atención. Me sentía como una adolescente tonta. —No es que no te conociera. Yo… te admiraba —contesté escondiendo mi rostro detrás de la copa, bebiendo c
CRISTINE FERRERAMe acomodé en el sofá, intentando estar lo más derecha posible e inspiré profundamente.—Eliot Magnani, prometo amarte y respetarte, prometo estar contigo en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte nos separé —dije mis votos con todo mi corazón y sin dejar de verlo a los ojos, aunque los míos comenzaron a llorar—. Tal vez lo mejor es que separemos nuestros caminos y aprendamos a vivir así, pero… no quiero, no puedo. Ya lo intenté una vez y lloré cada noche por ti. Negué con la cabeza y traté de respirar, pero mi nariz ya estaba constipada. Odiaba no llorar como princesa de Disney y verme adorable cuando lo hacía, por el contrario, me convertía en todo un desastre. Alcé la mirada hacia Eliot, teniendo miedo de que después de todo lo compartido él no quisiera seguir adelante juntos. Tal vez era la opción más madura, la más seria y sana, pero no la quería. De pronto se levantó, haciendo que mi corazón se detuviera. Cuando pensé q
CRISTINE FERRERA—¿Qué aprendimos entonces? —preguntó Sloane a los tres hombres adultos y a los cinco niños. Los ocho estaban despeinados, con las ropas torcidas y algunos moretones formándose. —No debemos de jugar rudo con mi hermano —repitieron todos al unísono, unos más enojados, otros con una sonrisa victoriosa, pero todos cansados y machacados.—¡Todo fue culpa de Gerardo! —dijo Bruno trepando al regazo de su padre, quien no dejaba de ver con furia a Derek mientras este le sonreía—. ¡Es pesado!—Insoportable… —agregó Eliot sin parpadear. —Pues yo sí me divertí —contestó Luca sentado entre los gemelos, con una sonrisa radiante y un tallón en el pómulo. —¡Yo también! —exclamó el pequeño Brian apoyándose en las rodillas de Luca.—Sí Bruno no hubiera empezado a llorar, Mario no hubiera ido por mamá —contestó Leonardo cruzándose de brazos, enfurruñado en la alfombra. —¡Sí! Si Eliot no hubiera empezado a llorar… —refunfuñó Derek de manera burlona.—Yo no lloré —gruñó Eliot rechinan
CRISTINE FERRERACuando el beso se disolvió, yo me quedé adormecida y sin aliento, apoyada sobre la pared, intentando recordar cómo debía de respirar. Eliot me dedicó una sonrisa que solo me desarmó un poco más antes de separarse de mí y seguir con su camino hacia él baño. Mi corazón estaba acelerado y feliz por tenerlo de nuevo en mi vida. Agaché la mirada hacia el hermoso anillo que lucía en mi mano y no pude evitar sonreír, pero también tenía miedo, porque aún había un pequeño detalle a discutir con él. Lo seguí de nuevo, insistente, me pegué a la puerta del baño ya cerrada y agarré aire. —En verdad tengo que decirte algo —dije paseando la mirada por la habitación, dándome cuenta de que era más fácil hablar cuando no lo tenía de frente—. Sé que dijiste que no ayudarías a Donna, que era un acuerdo entre ustedes, pero… yo no estaba en ese acuerdo, así que hablé con Jimena y…—¿Hablaste con Jimena? —preguntó desde adentro, su voz causaba eco y la ensordecía un poco la caída del agu
ELIOT MAGNANIEse día no llamé a mi ayudante para que me llevara a ningún lado, usé el auto de Luca, contra su voluntad, y llegué a la comisaría. Cristine me había pedido que usara algún disfraz, pero me negué. No planeaba esconder mi rostro y no dejaría que levantaran denuncias a mi nombre. Salí del auto y vi con mi habitual desagrado a cada persona que entraba y salía de ahí, hasta que por fin mi mirada se encontró con el pelirrojo de la puerta. El parche que cubría su ojo le daba un toque especial, haciéndolo parecer tan malo como en realidad era. Cuando su único ojo se posó en mí, sonrió y fingió sorpresa. Alzó el mentón mientras me acercaba.—Señor Magnani, pensé que me encontraría con la angelical señora Ferrera, no con usted —dijo en un tono divertido que solo agregó tensión a mis puños. ¡Odiaba que el nombre de mi mujer estuviera en su boca!—Es la señora Magnani, no vuelvas a referirte a ella con tanta familiaridad —contesté rechinando los dientes.—¿Cómo una criatura tan dul
ELIOT MAGNANILos policías la arrastraron hasta la silla que ocuparía y a regañadientes se sentó. He de admitir que su mirada furiosa y penetrante me intimidó, porque ni siquiera parpadeaba. Parecía que, en cuanto la soltaran, se me lanzaría y, de hecho, así fue. En cuanto no sintió las manos de los policías, se lanzó encima de la mesa. Era sorprendente que una mujer tan pequeña y menuda fuera tan fuerte. Entre los cuatro tuvimos que sentarla en la silla y los policías terminaron por esposarla a la mesa. Estaba incontrolable. —¿Me mordiste? —pregunté escéptico mientras me levantaba la manga y veía sus dientes en la piel de mi antebrazo—. ¿Es en serio, Donna?—¿Qué? Mi madre dice que hasta las mentadas duelen —contestó encogiéndose de hombros. —Gracias, caballeros, pueden retirarse —dijo Finn motivando a los policías a salir de la sala, aunque no parecían muy seguros y no apartaban la mirada de Donna. Cuando por fin estuvimos a solas, entendí la preocupación de Cristine y me sentí