Sexual

Reynaldo estaba seguro de dos cosas en este momento: en primer lugar, la tarea que su hermana le encomendara ponía en peligro su vida y segundo, su vida no tenía mucho valor que digamos.

Las horas pasaban lentas para él. Sus únicos amigos, “Conejo” y “Matute” estaban desaparecidos.

Conejo con un triste final. Su salida en horas del día terminó con su cabeza siendo extirpada de su cuerpo, pero no por el simple hecho de andar bajo la luz del sol, paseándose como quien tiene toda la libertad del mundo.

Él le contó cómo sucedió. Horas antes de ser ejecutado.

Quise rebelarme. Y terminé acá. Andaba dando vueltas bajo el astro rey, cuando una de esas malditas me llamó desde una esquina. Empecé a correr. Corrí tan fuerte que casi se me sale el corazón por el pecho. De verdad te digo. Corrí y corrí. Pero luego apareció una patrulla de Perséfonas montadas en esas chancletas de fibra de carbono. Me dieron caza. Pero me resistí. Resistí con todas mis fuerzas. Entonces fue cuando le di una trompada a una de ellas. Pude ver la sangre que llenaba su boca, y en ese mar viscoso un par de dientes blancos. Escupió en mi cara la porquería, mientras era sometido por las pistolas taser. Quedé derrumbado y aparecí en esta celducha de dos por dos. El juicio fue fugaz. Duró nada. Fue la palabra de ella contra la mía, y perdí. Y voy a perder. Voy a ser ejecutado en la plaza pública, a ojos de todos…¡de todos! ¡me van a cortar la cabeza en señal de autoridad! 

Matute también estaba desaparecido, pero nadie sabía dónde. 

Algunos decían que se encontraba en el Centro. Otros decían que viajó al sur, con una caravana de varones, enviados por el Ministerio de Precaución. Otra de las hipótesis es que fue capturado por los “Gorilas”. Un grupo terrorista, que se hallaba en las zonas bajas de la ciudad. Más allá del barrio 900 viviendas. 

La zona está desvinculada de la ciudad. Es una zona muerta. Sin leyes, sin servicios, sin nadie que se anime a entrar de día, menos de noche.

Matute, amigo, cuanta falta me hacés…

Recordó los momentos de relax que compartían, leyendo libros y mirando películas viejas en una videograbadora. 

Cerraban todas las cortinas, y disfrutaban durante horas.

Leían libros de Hemingway, de Joyce, de Tolkien. Leían a Leopoldo Marechal, Manuel Puig, Roberto Arlt, Ernesto Sábato. 

Todos autores y libros prohibidos por el Régimen del Reseteo.

Y la Biblia, el libro más prohibido de todos. 

Escuchó rumores de que en Patagonia habían regiones manejadas por cristianos. Le asombraba esa religión, las virtudes del varón, el lugar que ocupaban en las prácticas diarias.

Iremos al sur y nos convertiremos al cristianismo, sabía decir Matute, y Conejo acompañaba con un ¡amén! 

En estos pensamientos estaba mientras descendía por las escaleras que conducían a un sótano oscuro, alumbrado por un sol de noche. 

Linda locura, pensó. Un sol de noche para alumbrar por el día, porque de noche no hace falta.

Las paredes que acompañaban las escaleras parecían pintadas de negro, pero no. Era una terrible plaga de humedad. 

En la apertura del sótano una lámpara de luz negra o luz UV-A indicaba el límite.

Mientras descendía escuchó una tos incontrolable.

Mientras no sea Covid, se dijo con temor.

Atravesó la lámpara de luz negra. Nada. Ni un mínimo vestigio de Covid.

Cuando llegó al sótano, la pelada de “Sexual” brillaba como una bola de billar lustrada. 

Debía pesar unos 200 kilos o más. Echaba su enorme cuerpo sobre un sillón grueso, de terciopelo. En sus muslos había un enorme plato con pollo y papas fritas.  Le arrojó una mirada lasciva, recorriendolo de arriba abajo, y frotando su lengua en la comisura de los labios. Reynaldo no supo cómo interpretar ese gesto. Se engañó diciendo que estaba quitando algún resquicio de comida. 

Rogaba que fuera eso.

-Hola varón…¿sos varoncito, verdad?

-Hola. Vengo a buscar unas cosas e irme.

-Veo que no te han enseñado modales…

“Sexual” lo miraba con intensidad. 

Reynaldo sostenía la mirada, con hastío. 

-No creo que te interese mis modales más que el dinero que traigo.

Luego de unos segundos de seriedad pétrea, “Sexual” largó una carcajada que recordaba a los caballos. 

Se levantó a duras penas para dirigirse a un mostrador. 

Detrás del mostrador había unas cuatro o cinco estanterías, dos contra la pared izquierda y el resto contra la pared del fondo, colmadas de paquetes de pastillas, jarabes vencidos, drogas diversas.

Entre el mostrador y las estanterías un sujeto sentado en otro sillón de terciopelo, con los ojos fijos en una pantalla. Parecía hipnotizado. Ni siquiera se inmutó de nada.

-¿Qué te ofrezco, cariño?-preguntó “Sexual”, pasando una mano por su larga cabellera roja. 

Reynaldo pensaba que tal vez se trataba de una peluca o de implantes. Financiados por el Estado, por supuesto.

-Una linda droga para dormir. Es para mi hermana. 

-¿Tu hermana te manda a comprar a estas horas del día?

Reynaldo asintió, sin emitir palabra, como diciendo: “si, me está mandando a morir, ya sé”.

-Te está mandando a morir. Y lo sabe.

Las facciones de “Sexual” cambiaron de repente. Tomaron un aire más serio. No pareció gustarle la idea de una hermana entregadora. O al menos eso parecía.

-Si en este momento bajan por esa escalera alguna de las Perséfonas y te ven acá, te llevan. 

-Ya sé. Va incluído en el paquete.

-No te resistas si eso llega a pasar.

-Es que sería casi mi sentencia. 

-¿Tu hermana te quiere entregar?

-No es la primera vez que me manda a comprar cosas después del toque de queda.

-Te quiere entregar.

Parecía preocupado. 

A Reynaldo le llamó la atención. Siempre se mostraba jocoso y desentendido. A veces burlista y arrogante. 

-Si me cuidara no me mandaría a estas horas.

“Sexual” permaneció pensativo, mirando al suelo. 

-¿Qué droga te mandó a buscar?

-Alekpax.

-Insomnio. 

-Si. 

-Ya sé quién es tu hermana. Tiene la misma sonrisa que vos. Trabaja adentro, ¿no?

-Así es. 

-No entiendo porque no te protege. ¿Sos hetero?

-Puro. 

Se arriesgó bastante a decir eso, pero sintió cierta confianza. “Sexual” era un pervertido. Pero en ese momento le pareció una persona de confianza. Su interés en el asunto era inusual. 

Al mencionar “puro” quedó expuesto, totalmente desnudo. Los ojos de “Sexual” brillaron, y podía percibirse cierto disfrute en él. Casi un deleite en las formas de sus labios, rellenos de botox. 

-Puro…

Esa palabra en su voz parecía esconder otros significados. Un significado nostálgico quizá para “Sexual”. Lo remitía al pasado, a su niñez, antes de pervertirse. 

Muchos niños se pervertían durante las Fases de Desciframientos de Género. Uno de los inventos de la nueva era, que consistía en hacer atravesar al infante por distintas pruebas sexuales para verificar sus inclinaciones. 

Gracias al esfuerzo de su padre, Reynaldo había evitado esas pruebas. Un esfuerzo que cobró su vida. 

-Así es. Puro. Solo quiero estar con una mujer. 

-Sos un bicho bastante raro…

Lo miraba como tal, de pies a cabeza. Lo recorría como quien visita un zoológico y descubre animales que nunca ha visto. 

Reynaldo verificó que a escasos centímetros había un matafuegos colgando de la pared.

Con eso le parto la cabeza si se me acerca, pensaba.

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