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3: Desprovisto de Amor

Desde de llevar a Amelia a su habitación, Seth finalmente tuvo un momento de paz y silencio, la indiferencia de Magnus y Tarvos, como siempre, lo hartaba. “No permitiré que mis futuros hijos crezcan en este ambiente tan desprovisto de amor”, pensó hastiado. Estaba dispuesto a romper el pacto y si era posible, trataría de salvar a Mia de la muerte.

Con la imagen de Amelia en su cabeza, levantó la vista y la vio salir del baño en ese momento. Con su cabellera rojiza húmeda, y su cuerpo pálido, curvilíneo, pero a la vez frágil y delgado; era su esposa, cuidadosamente seleccionada por él. Mia era la mejor opción para él. Ella era tonta y sumisa, necesitada de amor, no tenía familia o amigos cercanos, y cualquier muestra de bondad, por más pequeña que fuera, era suficiente para manipularla.

Hasta el momento, parecía seguir creyendo sinceramente que su matrimonio era una unión de amor. Por eso, había estado esforzándose al máximo para agradar a su familia y a los miembros de la manada. A veces, incluso se desvelaba ocupada preparando grandes banquetes y reuniones familiares perfectas. Y Seth, al ver su esfuerzo, sentía algo de lástima por verla cumpliendo tan bien su papel de Luna. Porque Amelia era una mujer a la que no amaría jamás. No le gustaban las personas que aceptaban pasivamente lo que les toca; para él, el destino nunca había sido justo, y pensaba que se debe luchar con todo por lo que se quiere para uno mismo.

Si alguien quiere hacerte daño, debes defenderte con todo lo que tienes. La diosa Luna les había dado garras y colmillos para que los usaran, no como decoración o accesorio.

“Me pregunto cómo será cuando camine hacia el altar”, pensó Seth. Podía imaginarse a Mia, con el rostro cubierto por sus lágrimas, colmada de resignación. Esa era la expresión que menos le gustaba en ella, como la vez en que la empujaron al río helado. ¿Por qué no luchaba contra eso? ¿Tanto miedo tenía de defenderse? ¿Qué cara pondría si él le confesara toda la verdad antes de su muerte?

Pero pronto desechó esos pensamientos. Fue precisamente por la sumisión de Amelia que ella podía convertirse en una marioneta fácil de manipular para él.

—¿Escuchaste lo que dijo el abuelo esta noche? —Preguntó Amelia interrumpiendo sus pensamientos.

En ese momento, adoptando una pose seductora y una mirada más profunda, se bajó la bata de baño hasta su cintura, dejando a la vista sus redondos pechos prominentes, al tiempo que le sonreía con timidez. Seth de inmediato levantó una ceja con extrañeza.

—¿Me estás tentando? —Preguntó con un atisbo de sarcasmo en su voz, casi riéndose por lo torpe que ella era.

No le gustaba tener sexo con Amelia, porque no solo le hacía sentir que traicionaba a Lilly, sino que también iba en contra de sus principios, ya que no podía evitar disfrutar de como Amelia se retorcía bajo su cuerpo, gimiendo suavemente.

Seth se acercó a ella y rápidamente le terminó de quitar la bata de baño a la pelirroja y con las yemas sus dedos, comenzó a acariciar su cuerpo, descendiendo desde sus hombros, pasando por sus senos, hasta su cintura, para luego llevar sus manos a su espalda, pero al tocarle esa zona notó algunas cicatrices. Inmediatamente, el pelinegro frunció el ceño, sintiéndose incómodo y enfadado. No le gustaba ver las marcas que manchaban la hermosa piel de Amelia; eso solo aumentaba su aversión hacia su gente. ¿Por qué eran tan malvados y codiciosos? Sabían perfectamente el costo de sus largas vidas; después de todo, cada Luna moría inesperadamente después de dar a luz. No podía ser casualidad, pero ellos se negaban a enfrentar la verdad, y en su lugar, aceptaban con avaricia tales comportamientos.

Amelia, quien había tenido sus ojos cerrados hasta ahora, los abrió al notar que las manos de Seth se detuvieron en su espalda, apretó los labios avergonzada y bajó la cara por un momento. Sabía que a él no le gustaban sus cicatrices, pero ella no tenía su loba, y por eso sus cicatrices sanaban lentamente. Pero no queriendo terminar con el momento, tomó las manos de Seth y las atrajo de nuevo a sus pechos y finalmente lo miró a los ojos con un destello de súplica en ellos.

—¿Quién demonios te hizo esas heridas? —Preguntó él, parecía decidido a no dejar de lado el tema.

Ya había castigado severamente a muchas personas por Amelia, y precisamente esa noche, su padre había comenzado a sospechar de él. Así que necesitaba encontrar una excusa para demostrar la autenticidad de su matrimonio ante todos.

Al día siguiente.

Seth se encontraba trabajando en su oficina, cuando recibió el aviso del guardia de seguridad quien le informó que Amelia había venido a traerle el almuerzo. El pelinegro le hizo un gesto despreocupado con la mano para que su guardaespaldas la dejara pasar, pero después de un rato sin novedades sobre ella, frunció el ceño y pensó en llamar a sus hombres para preguntar qué sucedía. Pero entonces, escuchó la cálida risa de Amelia que provenía de la planta baja.

Seth frunció el ceño aún más y se levantó para mirar por la ventana y ver que estaba ocurriendo afuera. Abajo, Amelia había encontrado a uno de sus amigos, su Beta. No sabía que le había dicho el chico a la pelirroja, pero esta había comenzado a reír felizmente. Nunca la había oído reír así cuando estaba con él, lo cual le enfureció.

—¡Guardias! ¡Traigan al Beta que está abajo con mi esposa! ¡Tengo algo urgente que discutir con él! —Bramó encolerizado.

Poco después, el Beta llegó apresuradamente, seguido por Amelia.

—A su orden, señor. —Musitó el chico entre jadeos. —¿Sucede algo malo? ¿En qué puedo servirle?

—Liam… —Espetó Seth de mala gana y luego le lanzó un informe financiero. —Quiero que redactes un resumen del estado financiero de este ultimo trimestre y lo quiero para hoy mismo. —Exigió.

Liam abrió sus ojos como platos por la incredulidad, ¿En serio lo había llamado con tanta prisa solo para eso? Sin mencionar que no era su trabajo el encargarse de ese informe; su labor real era garantizar la seguridad del alfa.

—Cariño, pero ese no es el trabajo de Liam. No creo que sea competente en esa área. —Comentó Amelia. —Si lo necesitas con tanta urgencia, yo puedo hacerlo y tenerlo listo en una hora.

Seth apretó su mandíbula mientras inspiraba hondo, ahora estaba totalmente cabreado.

—¡No! ¡Yo quiero y necesito que él lo haga! ¡Tú tienes tus propias responsabilidades como Luna, así que mantente al margen!

Liam, confundido, tomó el informe y se fue, dejando a Seth y Amelia en un silencio tenso e incómodo.

—Eres mi esposa y también la Luna de la manada, no deberías estar riendo y hablando con otros hombres —dijo Seth, molesto, rompiendo el silencio. Luego, tiró de Amelia para hacerla sentar en su regazo y besó su frente, mientras se convencía a sí mismo de que su ira inexplicable no era real, que toda la cercanía que mostraba a Amelia no era más que una actuación y una fachada.

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