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4: Burbuja Ilusoria

Amelia sacó de su bolso la comida que había preparado para Seth y se la entregó, luego se preparó para irse. Sabía que Seth odiaba comer con otras personas, y Magnus y Tarvos siempre imponían ceremonias y protocolos en la mesa que podían hacer que hasta la comida más deliciosa se volviera desagradable. Comer con Seth era, de alguna manera, un privilegio de Lilly. Pero al ver la figura decidida de Amelia alejándose, Seth no pudo evitar fruncir el ceño.

—¿A dónde vas? ¿Por qué no te quedas? Como su esposa, aparte de en las reuniones familiares, nunca había comido a solas con él. No era de extrañar que su padre y los demás empezó a sospechar. Pero Amelia malinterpretó sus palabras.

—Hay cosas que hacer en casa, padre dijo que las ventanas necesitan limpieza. Si empiezo por la tarde, debería poder terminar antes de la noche. Los soldados pueden devolverme los utensilios. Amelia no comprendía el repentino cambio de actitud de Seth, pero como una Luna no reconocida, tenía demasiadas preocupaciones y no podía pensar en ello. Magnus y Tarvos siempre la sobrecargaban con tareas pesadas.

—¡Eres mi Luna! ¿Por qué vas a hacer cosas que deberían hacer los sirvientes? Seth se encolerizó aún más. Golpeó la mesa con fuerza, se levantó y gruñó. ¿Cómo se atrevían esos dos viejos a tratar a su esposa como si fuera una esclava? —¡Basta! No te ocuparás de eso nunca más. Yo me encargaré de que se resuelva. Quédate aquí, más tarde tenemos una reunión importante que necesitamos atender juntos.

Cuando entraron juntos en la sala de reuniones, Seth no soltó su mano ni un segundo, con cuidado le acomodó la silla. Los ancianos alrededor los observaban con miradas llenas de cariño, viendo al futuro Alpha y Luna de la manada.

—Ustedes realmente son una pareja destinada a estar juntos —comentó un anciano que aparentaba tener unos 30 años. Aunque tenía una apariencia juvenil, él era el más anciano de todos los consejeros y pronto dejaría la manada junto con otros mayores. Los demás comenzaron a comentar, algunos sinceramente, otros por cortesía, sobre lo armoniosa y llena de amor que parecía ser su relación. Pero solo Amelia sabía que todo eso era una ilusión, una burbuja que no resistiría el más ligero toque del exterior sin romperse.

Sin embargo, en la superficie, Amelia continuó fingiendo una sonrisa de felicidad, aceptando tímidamente los elogios de los ancianos. Se giró y se encontró con la mirada de Seth. Cuando él vio sus ojos claros y hermosos, no pudo evitar quedarse paralizado por un instante, como si su corazón hubiera dejado de latir por un segundo.

La reunión trataba sobre una celebración que se aproximaba, en conmemoración a un “Dios” que le había otorgado longevidad a toda la manada. Los ojos de Seth se llenaron de desdén al escuchar hablar de ese “Dios”, a quien él no toleraba en lo absoluto. "Qué hipócrita," pensó Seth en silencio, "un demonio malvado y codicioso, pero hace que la gente lo adore y lo reverencie como si fuera un dios. Algún día, le arrancaré la máscara a este falso dios". Para el pelinegro, su “bendición”, era la maldición más cruel que había podido existir. Sin embargo, Mia, como la luna de la manada líder, debía acompañarlo en la celebración, donde otra tanda de “ancianos” que físicamente parecían no sobrepasar los treinta años, que partirían hacia “El Reino Eterno”, y la gente de todo el pueblo y las manadas vecinas se reunirían para despedirlos. Seth, por su lado, creía firmemente que ese codicioso demonio no era tan benevolente como parecía; un día él podría revelar su verdadera cara y así demostrarles a todos lo equivocados que estaban.

Amelia permaneció en silencio mientras escuchaba la animada discusión sobre los detalles y preparativos para la celebración de “Ascenso”, pero de repente, una fuerte sensación de mareo la golpeó. Comenzó a sentir que le faltaba la respiración, su vista se nublaba cada vez más, volteó a ver a Seth, pero antes de poder decirle algo, se levantó corriendo rápidamente con dirección al baño más cercano para vomitar. Una premonición inquietante que anunciaba lo más esperado, dándole un vuelco a su corazón. Al salir del baño se encontró con la mirada preocupada de Seth quien la había esperado en el pasillo, una vez más, intentó decirle algo al pelinegro, pero su vista terminó de oscurecerse y se desplomó en sus brazos.

Minutos más tarde.

Amelia se encontraba acostada en un sofá dentro de alguna de las habitaciones de la casa de reuniones de la manada, con pesadez abrió sus ojos al volver en sí.

—¡Alfa Seth! ¡Venga rápido! ¡La Luna Amelia ha despertado! —Exclamó llamando alegremente el medico junto a Amelia.

Seth entró rápidamente y se arrodilló junto a ella tomando su mano.

—¿Cómo está? ¿Cuál es el diagnostico? —Preguntó Seth ansioso.

—Está embarazada… —Respondió el medico con una amplia sonrisa.

Seth volteó a verla a los ojos al tiempo que los suyos se humedecieron al instante.

Amelia bajó la mirada y acarició su abdomen, sintiendo una extraña sensación en su interior. Ahora, dentro de su cuerpo había una vida creciendo en silencio, y, de alguna morbosa manera, su propia existencia comenzaba a contar sus últimos días a medida que esta nueva vida crecía. Miró a Seth nuevamente. Debería estar extasiado, ¿Verdad?

Finalmente, iba a obtener al heredero que había estado esperando durante tanto tiempo, y además podría liberarse de ella, de una vez por todas. Si la suerte estaba de su lado, tal vez su hijo encontraría un camino que no requiriera el sacrificio de su futura amada. Pero, en cambio, Seth parecía preocupado, ¿Por qué? Amelia no lo entendía, estaba totalmente confundida porque sus lágrimas no parecían ser de alegría, sino más bien de frustración e impotencia.

Seth solamente apretó su mano con mucha más fuerza.

—Por favor, descansa muy bien. Cualquier cosa que desees puedes pedírmela. —Esta vez sus ojos desbordaban una culpa que era imposible de ocultar.

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