CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO UNO: SENTIMIENTO DE VENGANZA 

   Y de pronto, la vida de aquella inocente mujer comenzó a cambiar de un momento a otro porque de un momento a otro, aquel CEO con el que se debía de casar por un viejo contrato y un viejo amor de su abuela con el abuelo de su prometido no fue más un infierno sino, el mismo paraíso. 

— ¿Acepta usted por esposo al señor Yahir Ferrer, para amarlo y respetarlo en las buenas y en las malas? —Preguntó el padre frente a ellos.

Vivamente María Eugenia sonrió. —Acepto.

—Señor Yahir Ferrer, ¿acepta usted por esposa a la señorita María Eugenia Cisneros, para amarla y para respetarla todos los días de su vida en las buenas y en las malas? —Preguntó el padre a Yahir.

Por alguna extraña razón, viendo el brillo en los ojos de María Eugenia, él logró sonreír. —Acepto.

—Muy bien, puede besar a la novia.

Con una sonrisa en el rostro, María Eugenia besó a Yahir Ferrer.

“Solo espero estar haciendo lo correcto y que mis actos no sean castigados en el día del juicio final. Amén.” Pensó María Eugenia mientras besaba a Yahir.

Y detrás de aquella pareja que parecía realmente enamorado el aplauso de muchas personas.

No parecía quedar nada de aquel hombre que jugaba con las mujeres, no parecía quedar nada de aquel chico insolente que fue Yahir Ferrer, simplemente no parecía quedar nada más del hombre que fue. Ahora solo una fina imagen de un hombre nuevo, un hombre al que el amor lo había cambiado. Sí, él estaba enamorado de María Eugenia, de una monja que pasó de entregarle su corazón a Dios para entregárselo solo a él. La iba a hacer muy feliz, eso era lo que él más quería porque ahora la aceptara por quien era ella, una mujer a la que usar vestidos cortos le asustaba.

Todo pasó a ser historia, el mundo que compartía con ellos no podía ser más feliz. Y no era exactamente porque vieran amor entre la pareja, era porque sabían que eso solo podía significar que un heredero estaba por nacer.

Con una copa de vino, el abuelo de Yahir se acercó a él. Se veía realmente feliz.

—Vaya que el matrimonio nos hace cambiar, ¿verdad, hijo? —Preguntó el señor Ferrer.

—Abuelo, ¿qué es lo que quieres ahora? Me he casado, ¿con qué más pretendes molestar?

—Las cosas no son tan fáciles, Yahir. Nunca pensé que en verdad te fueras a enamorar de una monja, sabía que se iban a llevar bien pero nunca pensé que demasiado bien como para querer molestarte conmigo. 

— ¿Ya vas a empezar, abuelo? He cambiado, me he hecho responsable de la empresa, ¿qué más quieres?

—Tú sabes perfectamente que es lo que quiero. Un heredero lo antes posible.

La mirada de Yahir cambió al momento, por supuesto no estaba dispuesto a forzar las cosas. ¿Qué acaso no se daba cuenta que él estaba casado con una monja o al menos, una mujer que había sido monja?

—Lo siento tanto, abuelo, pero esta vez te tocará esperar un poco más. No pienso presionar a María Eugenia en nada. Y si me lo permites, soy el novio de la fiesta y muchos requieren de mi presencia. —Dijo él al momento que se iba.

El abuelo solo lo miró irse. Su nieto estaba enamorado de ella, no debía de negarlo más.

Justo en ese momento en que Yahir se fue, el señor Ferrer hizo señas a uno de los meseros que estaba por ahí para que se acercara.

— ¿Sí, señor Ferrer? —Preguntó el hombre.

—Toma —dijo el señor entregándole un frasco con un líquido amarillo. —Quiero que lo disuelvas en la última copa de vino que los novios tomen, justo antes de que se anuncie que ellos se tienen que ir a su luna de miel. ¿Lo entendiste? Nadie tiene que saber de esto, nadie.  

—Sí, señor Ferrer.

—Ahora vete antes de que sospechen.

El mesero se fue. Estaba hecho, ahora solo era cuestión de esperar algún tiempo para que aquella monja con la que su nieto se había casado fuera madre, llevara en su vientre al heredero de los Ferrer.

Sin más, el hombre siguió bebiendo de su copa mientras se paseaba por el gran jardín en donde la fiesta se estaba llevando a cabo.

Más tarde que temprano la monja iba a cambiar de perspectiva. Por supuesto era buena señal que su nieto se hubiera enamorado de ella pero no a tal grado de tener que esperar a que ella se decidiera por da el primer paso.

    Una, dos, cuatro, cinco, siete, ocho… ocho horas se pasaron de la misma manera. El mundo alrededor viendo a María Eugenia y a Yahir disfrutar de su boda. Todo parecía ser felicidad en ese lugar cuando quizá, lo peor estaba por suceder.

— ¡Último brindis de los novios! —Anunciaron por el micrófono haciendo que la gente tomara total atención a ellos antes de irse a su luna de miel.

Y tal como el señor Ferrer lo había pedido, el mismo mesero que disolvía en las copas de vino aquel líquido amarillo que no tenía sabor, ni olor, y que fácilmente podía pasar desapercibido cuando no era más que una droga que haría a María Eugenia y a Yahir perder el control de todo.   

Y de esa manera, bebiendo y brindando con sus copas, los novios dieron finalización a aquella boda. Yahir había hecho una promesa, no dar ningún paso que ella no quisiera pero todo parecía que esas palabras se iban a perder tan pronto como estuviera a solas con ella.

ESTADOS UNIDOS, NEW YORK  

25 DE MARZO

El mismo rostro, el mismo tono de piel, la misma altura, el mismo color de ojos, la misma forma de los labios pero jamás la misma forma de vestir, jamás la manera en que usaba el maquillaje, jamás la manera en la que sonreía porque ella podrían ser gemelas pero jamás la misma persona.

Con los labios pintados de rojo, la mirada fija en aquella nota en el periódico y con ese vestido rojo que asentaba sus curvas, sus labios pronunciaron las palabras que venían en el título.

—Entonces, ¿se casaron ya? —Preguntó un hombre detrás de ella.  

María Teresa volteó a ver al hombre detrás de ella. —Sí, todo parece indicar que así es, ellos ya están casados —contestó ella.

—Te dije que regresáramos antes de que todo esto pasara. Ellos te creen muerta.

—Él debería de estarse casando conmigo y no con ella, esa m*****a.

— ¡Esa m*****a es tu hermana gemela! Te dije que detuviéramos esto cuando podíamos.

María Teresa sonrió de manera coqueta y a la vez malévola. —En cuatro horas sale el vuelo para la ciudad de México. Prepara tus cosas —dijo María Teresa al mismo tiempo que arrugaba la hoja del periódico con la nota que acababa de leer y por la que iba a regresar a reclamar el lugar que su hermana le había quitado.

Sobre el suelo, el papel cayó.

“CEO de la compañía Ferrer contrae matrimonio con una mujer de nombre María Eugenia Cisneros.”

Una venganza se avecinaba. María Teresa y María Eugenia finalmente estarían cara a cara más temprano que tarde, era un hecho.  

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