82.

“Ay no, le va a hacer daño” pensé e intenté levantarme. Mi cabeza dolía demasiado. Pero como pude corrí hacia el ascensor, donde pude divisar la silueta de la joven asustada oprimiendo el botón del ascensor y a Emiliano tomarla del cabello.

Cuando mi visión volvió, logré verlo a él golpearle fuertemente el rostro y ella suplicar clemencia. Mis pies estaban congelados.

—¡¿Vas a abrir la boca?! —le gritó él.

—¡No, no lo haré! —chilló ella, con su boca ensangrentada.

Entonces vi que el ascensor abrió sus puertas y de un impulso entré, oprimiendo con ansiedad el botón para que las puertas se cerraran. Cuando Emiliano reaccionó al ver que me estaba escapando, era demasiado tarde.

—¡MALDICIÓN! —gritó.

Razón número tres para

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