UN OGRO GRUÑÓN

—Te llevaré —ofreció con gentileza.

—No. —Ella levantó la mano—. Iré sola. Necesitas estar aquí en caso de que vengan más pacientes, ¿verdad? —retrocedió, poniendo distancia entre los dos—. Hablaremos más tarde. Si ves a Selena… —Se detuvo y lo miró fijamente.

Él sonrió a medias.

—Le diré que estás aquí, para que pueda empezar a cocinar. —Casi tenía la puerta cerrada cuando le preguntó—: Angeline , ¿cuánto tiempo te vas a quedar?

Ella dudó.

—Un par de días, como mucho. —Por su reacción ante él, sabía que si su estancia fuera más larga nunca se marcharía. Incluso en ese momento, podía sentir lo doloroso que iba a ser.

Después de que Angeline cerrara la puerta, Carl contó hasta cinco y luego gritó de alegría. Dios, había sido bueno, verla de nuevo. Mejor que bueno, había sido increíble. Se sintió instantáneamente vivo y feliz, despreocupado, y estaba a punto de empezar a cantar como un jilguero en la época de reproducción. La misma habitación y el mismo pueblo que había sido conf
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