Carl regresó a casa muy despacio. No se atrevió a espolear a su caballo para que fuera a galope. No tenía ganas de disfrutar del paseo. Cuando Angeline se fuera mañana, el resto de su vida no tendría color. A pesar de lo que ella pensara, él no podía imaginar unirse a otra mujer, ni casarse solo para tener compañía.Aunque quisiera cuidar de otra, Angeline siempre estaría en su corazón, ocupando toda la habitación, siendo una comparación imposible para cualquier mujer. Él esperaba que fuera más fácil de reemplazar, por el bien de ella. Si no, sería como si ambos estuvieran condenados al infierno en la tierra.Su cara, tan dulce, tan desdichada, le rompió el corazón justo antes de cerrar la puerta. ¿Luchar por ella? ¡Al infierno! Estaba haciendo exactamente eso, luchando contra su yo más débil que quería mantenerla a su lado. Luchando para asegurarse de que un día no lo miraría con resentimiento, por arruinar la vida que podría haber tenido.No debería haberle hecho el amor. Debería ha
—No puedo renunciar a ti, pero tampoco puedo dejar que renuncies a tu sueño. Volveremos a San Francisco y te casarás conmigo.—¿Qué pasa con Doc? —preguntó, tirando la caja de su regazo, mientras se acercaba para abrazarlo.—Ya está casado y no me gusta.Ella se rio a carcajadas. Todo era divertido y se sentía feliz, quizás estaba soñando.—Pellízcame —pidió.Él no lo dudó.—Date la vuelta para que tenga acceso a tus mejillas rosadas.—Deja de bromear, Carl. No, nunca dejes de hacerlo —ordenó—. Pero, ¿qué pasará? ¿Qué pasa con el consultorio del doctor? ¿Qué pasa con el viaje que tanto desea Selena?—El doctor entrevistará a los doctores que Webster invitó y podrá elegir uno. Fin de la historia. Tenía en la cabeza que era yo o nadie, y que estaría defraudando a todo el pueblo de Spring, así como a Doc. Pero eso es ridículo. —Se detuvo mientras le acariciaba la mejilla, luego le sostuvo la barbilla y la miró a los ojos—. Me di cuenta de que la única persona a la que no debo defraudar e
1884, ColoradoKaty se encontraba sentada frente a su gran escritorio, que una vez fue el de su padre, rodeada de muchos de esos volúmenes, periódicos y un montón de papeles. Un descolorido globo terráqueo reposaba en una esquina en precario equilibrio, y una lámpara en la otra.Levantó los dedos del teclado de la máquina de escribir. El invento en sí tenía más de una década. Sin embargo, su máquina —la única compra extravagante que había efectuado ese año—, todavía estaba como nueva. Cualquier cosa que la apartara de su uso, le resultaba una gran molestia.Se puso en pie y se pasó un mechón de pelo detrás de la oreja con aire distraído, pero después cambió de idea y se recogió la melena en un moño sobre la nuca. No era perfecto, pero era mejor que ir a abrir la puerta con el cabel
Katy no se molestó en agregar que era la única vez que había sabido de su tía desde que sus propios padres habían muerto casi una década antes.—Debe comprender, señor Brown, que nunca conocí a mi prima y que solo intercambiamos algunas cartas durante estos años. Decir que no éramos íntimas, sería un epíteto suave. Mis padres se mudaron aquí desde Boston antes de que yo naciera —concluyó, recordando lo que decía la carta de su tía—. Fue un choque entre el carruaje de mi prima y un coche de caballos, según recuerdo. Sé que es doblemente duro, ya que su padre murió hace dos años...—Tres —corrigió Bill Brown, con su brillante y decidida mirada.—Tres. —Katy asintió con la cabeza—. A la luz de esto, quisiera preguntarle, ¿por qué he de ser yo la tutora de los niños? ¿Por qué no lo es su abuela?El señor Brown extendió un brazo a lo largo del respaldo del sofá, miró a los huérfanos, y luego clavó su vista en ella.—Para empezar, la tía de usted tiene casi setenta años. No creo que su prim
Bueno, aquí estamos —dijo Katy, con una ligera sonrisa—. Lo primero es lo primero. —Se volvió hacia el chico, que parecía unos años más pequeño que su hermana.—¿Cómo te llamas? —preguntó, pensando lo terrible que era no saber los nombres de sus familiares.Por su gesto malhumorado, el niño pareció estar de acuerdo. Después, se puso rojo como la remolacha y comenzó a llorar, enganchado a la manga de su hermana.—Él es Thomas, señora —dijo la niña de inmediato—. No le gustan los extraños. ¿De verdad es nuestra tía? ¿Por qué está sola? ¿Es una solterona?—Oh, querida —murmuró Katy. Tal vez los niños eran tan difíciles como ella siempre había sospechado. Se había rendido con su hermano, Tadeo, al que dej&oa
Mientras tanto, el señor Brown calentó agua en la planta de abajo y, en un momento, transformó su aspecto de bostoniano bien vestido al de una simple lavandera, con la camisa arremangada y listo para bañar al niño.Aunque jamás se le podría considerar simple u ordinario, no con su llamativo perfil. Y luego estaban esos músculos bien definidos, que saltaban a la vista mientras él luchaba contra Thomas agarrándolo con su fuerte brazo mientras lo frotaba con el otro. Katy se sentó en la alfombra del baño con Lillian mientras Bill enjabonaba a Thomas.Había mucha espuma suelta volando por el cuarto de baño, algunos resbalones en la bañera de patas, e incluso algunas risas. Katy notó la dulzura de Bill que brillaba a través de su firmeza, al mismo tiempo que trataba de evitar que todo el asunto se disolviera en un caos.Cuando Thoma
—Es lo justo —dijo él, pero su mirada decía que estaba disfrutando de su consternación. Enseguida, Katy se encontró fregando los platos y las ollas con los codos inmersos en espuma de jabón. Se había olvidado de cuántos preparativos se requería para preparar una comida.—¿Quiere que termine yo? —se ofreció Bill, pero Katy pensó que lo dijo sin mucho entusiasmo. Ella debía hacer algo por haber disfrutado de la deliciosa comida, y así se lo hizo saber a él. El señor Brown le sonrió, y Katy decidió que era muy eficiente en hacerle subir el calor por sus mejillas.Ella sacudió la cabeza y se volvió hacia el agua jabonosa mientras oía cómo él se sentaba a la mesa de la cocina. Todas sus terminaciones nerviosas parecían ser conscientes de su presencia detrás de ella.—¿Dónde están los niños? —le preguntó en medio del silencio.—En su salón, leyendo —respondió él, sirviéndose una taza de café recién hecho—. He encendido la chimenea.—¿Leyendo? —repitió Katy, algo sorprendida, y continuó fre
—¿Sus padres? —preguntó Bill.Ella asintió con la cabeza, pero no dijo nada.—Siento si nuestra llegada le ha removido en la memoria su muerte. Sé que entiende por lo que Lily y Thomas están pasando. Mejor de lo que yo podría hacerlo.Sus ojos eran brillantes y azules, y ella sabía que podían dedicarle la más gentil de las miradas tanto como la más mordaz. Unos ojos tan inteligentes que reflejaban su razonamiento de que, si podía comprender cómo se sentían los niños, ella más que nadie debería querer acogerlos, a menos que fuera una mujer fría y sin corazón.Sin embargo, su voz no sonó condenatoria. Katy respiró hondo para responderle.—Mis padres murieron de cólera cuando yo era joven.—Demasiado joven, quizá —declaró él.Ella se encogió de hombros.—Tenía catorce años. Y todavía me parece como si hubiera ocurrido ayer. Una epidemia de cólera arrasó Spring City con rapidez. Mis padres estaban en la ciudad cuando se impuso la cuarentena. Ya habían sido infectados por el agua del pozo