1884, Colorado
Katy se encontraba sentada frente a su gran escritorio, que una vez fue el de su padre, rodeada de muchos de esos volúmenes, periódicos y un montón de papeles. Un descolorido globo terráqueo reposaba en una esquina en precario equilibrio, y una lámpara en la otra.
Levantó los dedos del teclado de la máquina de escribir. El invento en sí tenía más de una década. Sin embargo, su máquina —la única compra extravagante que había efectuado ese año—, todavía estaba como nueva. Cualquier cosa que la apartara de su uso, le resultaba una gran molestia.Se puso en pie y se pasó un mechón de pelo detrás de la oreja con aire distraído, pero después cambió de idea y se recogió la melena en un moño sobre la nuca. No era perfecto, pero era mejor que ir a abrir la puerta con el cabelKaty no se molestó en agregar que era la única vez que había sabido de su tía desde que sus propios padres habían muerto casi una década antes.—Debe comprender, señor Brown, que nunca conocí a mi prima y que solo intercambiamos algunas cartas durante estos años. Decir que no éramos íntimas, sería un epíteto suave. Mis padres se mudaron aquí desde Boston antes de que yo naciera —concluyó, recordando lo que decía la carta de su tía—. Fue un choque entre el carruaje de mi prima y un coche de caballos, según recuerdo. Sé que es doblemente duro, ya que su padre murió hace dos años...—Tres —corrigió Bill Brown, con su brillante y decidida mirada.—Tres. —Katy asintió con la cabeza—. A la luz de esto, quisiera preguntarle, ¿por qué he de ser yo la tutora de los niños? ¿Por qué no lo es su abuela?El señor Brown extendió un brazo a lo largo del respaldo del sofá, miró a los huérfanos, y luego clavó su vista en ella.—Para empezar, la tía de usted tiene casi setenta años. No creo que su prim
Bueno, aquí estamos —dijo Katy, con una ligera sonrisa—. Lo primero es lo primero. —Se volvió hacia el chico, que parecía unos años más pequeño que su hermana.—¿Cómo te llamas? —preguntó, pensando lo terrible que era no saber los nombres de sus familiares.Por su gesto malhumorado, el niño pareció estar de acuerdo. Después, se puso rojo como la remolacha y comenzó a llorar, enganchado a la manga de su hermana.—Él es Thomas, señora —dijo la niña de inmediato—. No le gustan los extraños. ¿De verdad es nuestra tía? ¿Por qué está sola? ¿Es una solterona?—Oh, querida —murmuró Katy. Tal vez los niños eran tan difíciles como ella siempre había sospechado. Se había rendido con su hermano, Tadeo, al que dej&oa
Mientras tanto, el señor Brown calentó agua en la planta de abajo y, en un momento, transformó su aspecto de bostoniano bien vestido al de una simple lavandera, con la camisa arremangada y listo para bañar al niño.Aunque jamás se le podría considerar simple u ordinario, no con su llamativo perfil. Y luego estaban esos músculos bien definidos, que saltaban a la vista mientras él luchaba contra Thomas agarrándolo con su fuerte brazo mientras lo frotaba con el otro. Katy se sentó en la alfombra del baño con Lillian mientras Bill enjabonaba a Thomas.Había mucha espuma suelta volando por el cuarto de baño, algunos resbalones en la bañera de patas, e incluso algunas risas. Katy notó la dulzura de Bill que brillaba a través de su firmeza, al mismo tiempo que trataba de evitar que todo el asunto se disolviera en un caos.Cuando Thoma
—Es lo justo —dijo él, pero su mirada decía que estaba disfrutando de su consternación. Enseguida, Katy se encontró fregando los platos y las ollas con los codos inmersos en espuma de jabón. Se había olvidado de cuántos preparativos se requería para preparar una comida.—¿Quiere que termine yo? —se ofreció Bill, pero Katy pensó que lo dijo sin mucho entusiasmo. Ella debía hacer algo por haber disfrutado de la deliciosa comida, y así se lo hizo saber a él. El señor Brown le sonrió, y Katy decidió que era muy eficiente en hacerle subir el calor por sus mejillas.Ella sacudió la cabeza y se volvió hacia el agua jabonosa mientras oía cómo él se sentaba a la mesa de la cocina. Todas sus terminaciones nerviosas parecían ser conscientes de su presencia detrás de ella.—¿Dónde están los niños? —le preguntó en medio del silencio.—En su salón, leyendo —respondió él, sirviéndose una taza de café recién hecho—. He encendido la chimenea.—¿Leyendo? —repitió Katy, algo sorprendida, y continuó fre
—¿Sus padres? —preguntó Bill.Ella asintió con la cabeza, pero no dijo nada.—Siento si nuestra llegada le ha removido en la memoria su muerte. Sé que entiende por lo que Lily y Thomas están pasando. Mejor de lo que yo podría hacerlo.Sus ojos eran brillantes y azules, y ella sabía que podían dedicarle la más gentil de las miradas tanto como la más mordaz. Unos ojos tan inteligentes que reflejaban su razonamiento de que, si podía comprender cómo se sentían los niños, ella más que nadie debería querer acogerlos, a menos que fuera una mujer fría y sin corazón.Sin embargo, su voz no sonó condenatoria. Katy respiró hondo para responderle.—Mis padres murieron de cólera cuando yo era joven.—Demasiado joven, quizá —declaró él.Ella se encogió de hombros.—Tenía catorce años. Y todavía me parece como si hubiera ocurrido ayer. Una epidemia de cólera arrasó Spring City con rapidez. Mis padres estaban en la ciudad cuando se impuso la cuarentena. Ya habían sido infectados por el agua del pozo
—Señor Brown, esto es intolerable. —Katy había esperado a que los niños salieran a explorar su nuevo entorno después del desayuno, pero no pudo contener su lengua por más tiempo—. ¡No puede aparecer sin avisar...!—Sí la avisé. —Él fue hacia el aparador para llenar su taza de café y se sentó junto a la mesa del comedor. Los restos de huevos, tocino y patatas empezaban a secarse en los platos.—De acuerdo —bufó Katy—. Usted me envió una carta para informarme de la decisión de mi prima y de que iban a venir. Pero creo que es una práctica extraña y poco ortodoxa que no me comunicara la cuestión de la tutela cuando redactó el testamento.Bill se encogió de hombros.— Angie Connors me aseguró que se lo había consultado, por eso mi carta pueda parecer
Katy se levantó temprano al día siguiente y se encerró en su estudio hasta casi el mediodía. —¡Aleluya! —exclamó, saltando de su escritorio después de guardar el manuscrito en un gran sobre marrón. Nunca se había sentido más aliviada de terminar un artículo. Ahora, podría manejar con más eficacia a Bill Brown. Pasó sus dedos por su largo cabello, se aseguró de que no tuviera ningún enredo, y lo enroscó con rapidez en su habitual y práctico recogido. Katy abandonó el estudio y salió de la casa. Una vez fuera, oyó las risas de Bill y los niños. Se detuvo en los escalones traseros al ver a Bill corriendo como alma que lleva el diablo para atrapar a Thomas, quien lo esquivaba con agilidad, hasta que al fin se metió entre las piernas de Bill. —Todavía te toca, tío Bill —gritó Lily. Katy vio a la niña en la rama inferior de su único manzano, que crecía cerca del pequeño prado. Alfred, el antiguo caballo de Katy, que estaba junto a la yegua alquilada de Bill, parecía mirar con cier
Esa tarde, Bill se ofreció a llevarla a la oficina de correos de la ciudad, la cual era solo un escritorio en la esquina de la tienda general. Su artículo saldría en el tren expreso. Mientras tanto, él podía atender su propio negocio gracias al sistema telegráfico de Spring City. Esto significaba, por supuesto, que se quedaría sola con Thomas y Lily. Para asombro de Katy, disfrutaba sentada con los niños mientras estos jugaban. Había juegos de fantasía, seguidos por el escondite, primero en la casa y luego fuera entre las flores silvestres y los pinos que crecían en abundancia en su propiedad. Lily dijo que era tan bonito como algunos de los Jardines Públicos de Boston donde su madre solía llevarla a jugar. Katy solo deseaba que el suyo volviera a estar como en los tiempos de su madre, con un jardín de flores cultivadas a cada lado de la puerta principal, un huerto en la parte trasera, y rosas rojas y amarillas trepando por toda la casa. Al final de la tarde, cuando Katy oyó que s