SIN ALIENTO

Katy se levantó temprano al día siguiente y se encerró en su estudio hasta casi el mediodía.

—¡Aleluya! —exclamó, saltando de su escritorio después de guardar el manuscrito en un gran sobre marrón. Nunca se había sentido más aliviada de terminar un artículo. Ahora, podría manejar con más eficacia a Bill Brown.

Pasó sus dedos por su largo cabello, se aseguró de que no tuviera ningún enredo, y lo enroscó con rapidez en su habitual y práctico recogido. Katy abandonó el estudio y salió de la casa. Una vez fuera, oyó las risas de Bill y los niños.

Se detuvo en los escalones traseros al ver a Bill corriendo como alma que lleva el diablo para atrapar a Thomas, quien lo esquivaba con agilidad, hasta que al fin se metió entre las piernas de Bill.

—Todavía te toca, tío Bill —gritó Lily.

Katy vio a la niña en la rama inferior de su único manzano, que crecía cerca del pequeño prado. Alfred, el antiguo caballo de Katy, que estaba junto a la yegua alquilada de Bill, parecía mirar con cier
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