Esa tarde, Bill se ofreció a llevarla a la oficina de correos de la ciudad, la cual era solo un escritorio en la esquina de la tienda general. Su artículo saldría en el tren expreso. Mientras tanto, él podía atender su propio negocio gracias al sistema telegráfico de Spring City. Esto significaba, por supuesto, que se quedaría sola con Thomas y Lily. Para asombro de Katy, disfrutaba sentada con los niños mientras estos jugaban. Había juegos de fantasía, seguidos por el escondite, primero en la casa y luego fuera entre las flores silvestres y los pinos que crecían en abundancia en su propiedad. Lily dijo que era tan bonito como algunos de los Jardines Públicos de Boston donde su madre solía llevarla a jugar. Katy solo deseaba que el suyo volviera a estar como en los tiempos de su madre, con un jardín de flores cultivadas a cada lado de la puerta principal, un huerto en la parte trasera, y rosas rojas y amarillas trepando por toda la casa. Al final de la tarde, cuando Katy oyó que s
—¿Quién lo hubiera pensado? —dijo Bill lentamente, interrumpiendo sus palabras—. La testaruda e independiente Katy Lenoi es un alhelí.—¡Un alhelí! —dijo ella horrorizada. Gracias a Dios que los niños no sabían lo que eso significaba. Ella nunca lo habría expresado así.—¿Una violeta encogida, entonces? —sugirió él con los ojos brillantes.En realidad, era bastante tímida, y relacionarse con un grupo la hacía sentir un poco perdida. Todo lo que podía decir tan bien sobre el papel, nunca salía de su boca con la misma delicadeza y efecto.Katy suspiró. Esto se estaba complicando demasiado. Cuanto antes salieran de su casa los niños y su guapo abogado, mejor. De repente, Lily dio un grito cuando su cuchillo se deslizó sobre su dedo. Katy se levantó de su silla al instante, a
Katy se quedó despierta hasta bien entrada la noche. Se mortificaba a sí misma por lo boba que debió parecerle a Bill al susurrar «cama», justo cuando él dejó caer su mano del poste y se movió para dejarla pasar. Por supuesto, él no le había hecho ninguna insinuación.Ella se apresuró a darle las buenas noches y entró en la casa, pero lo oyó a través de la puerta con toda claridad: «Ya veremos, señora escritora, ya veremos».Katy sabía que él solo se había referido a los niños. Sin embargo, en sus entrañas, estaba segura de que ahora bailaban alrededor de otro tema y que él estaba tan afectado por ella como ella por él.Esa noche le resultaba mucho más difícil aceptar ser una virgen de veinticuatro años. Se sentía caliente e irritable al pensar en la cara de Bill,
Después de tomarse los refrescos, se encaminaron a la única tienda de ropa para hombres de la ciudad.Después de pasar por alto los guardapolvos, las camisas de franela y los vaqueros, llegaron a la sección más pequeña de la tienda, que contenía las camisas de algodón fino y los pantalones de lana de estambre, las levitas y los Hessians. Allí, para deleite de Lily, había una pequeña selección de corbatas de seda.—Dejaré esto a tu juicio, Lily. Yo no tengo ni idea —admitió Katy, que no quería que la culparan por lo que eligieran.«Cobarde», se dijo a sí misma, pero Bill Brown parecía ser un hombre exigente que preferiría ir desnudo antes que dejar que una mujer eligiera su ropa. Todavía se preguntaba por qué se había rendido tan rápido.Resultó que Lily ten&ia
¿Le apetece una copa y algo de conversación? Katy asintió sin decir palabra de forma instintiva. Bill abrió la puerta con su hombro, y ella pudo ver que llevaba dos vasos en una mano y una botella de brandy en la otra. ¿De dónde había salido eso? —¿Está segura de que no la estoy molestando? —Oh no —dijo Katy con rapidez—. No estaba trabajando. —Ella deseó de inmediato no haber dicho eso, ya que él se fijó en el comentario, como el abogado bien entrenado que era. —¿Por qué, señorita Lenoi? —Se sentó en la silla al otro lado de su escritorio y, después de intentar despejar un lugar en la pequeña mesa de Pembroke, al fin puso los vasos encima de la pila de libros más cercana. No la miró mientras servía, pero ella sabía que esperaba su respuesta. Para darse tiempo, se movió por el frente de su escritorio y se apoyó en él. —Naturalmente, los eventos de las últimas semanas han causado un poco de confusión en mi cabeza. —Sí, por supuesto. —Él le entregó un vaso—. Y supongo que cuanto
Ella miró su cara de preocupación. Era obvio que le importaban, y mucho. No era extraño, dada su dulce naturaleza. Habiendo escuchado su descripción de Amelia, Katy pudo ver como su propia casa, con sus prados abiertos, y su manera de dejar que los niños hicieran lo que quisieran, parecía preferible.Podrían estar aún más aislados con su abuela que con ella. ¿Pero qué había de su idea de compartir los niños? En realidad, ella había pensado en su sugerencia de mudarse a Boston. Sin embargo, la posibilidad le provocó un terror tan intenso que la descartó con rapidez.Sus ojos volvieron a su rostro serio.—Entiendo que esto haya sido una sorpresa para usted —dijo Bill—, pero sé, dada su personalidad, que mantiene una mente abierta.Ella sonrió ante eso.—¿Ha d
Luego, poco a poco, él se alejó, apoyando su frente contra la de ella mientras sus ojos se abrían con asombro. Katy respiró hondo para llevar aire a sus hambrientos pulmones. —Oh —jadeó ella. Él se sentó sobre sus talones con una mirada desconcertada acechando en sus brillantes ojos, y ella notó que su propio pecho subía y bajaba con rapidez. —Gracias por el honor, señorita Lenoi —Su voz era como la miel, como si se le atascara en la garganta. Luego, con un movimiento rápido y fluido, Bill se puso de pie y caminó hacia la casa. Katy se quedó aturdida por lo que había pasado. Era como si lo hubiera conjurado con todos sus pensamientos esa mañana. Pero sospechaba que él se había apresurado a ocultar sus propias emociones turbulentas. Tomó aire y lo exhaló con fuerza. Ese beso había sido maravilloso. Se inclinó para recoger su peine de la hierba, y vio la hendidura donde habían estado las rodillas de él. ¿Había estado realmente allí, hacía un momento, besándola? Era increíble. Y de
¿Podría ser cierto que ella era la primera mujer inocente con la que se había acostado? Le pareció que las vírgenes harían cola para tener el privilegio de que Bill Brown las desflorara. Entonces recordó que aún no había sido desflorada, y decidió ofrecerle ese regalo, si lo aceptaba. Él se inclinó para besarla de nuevo. Entonces ambos escucharon el inconfundible sonido del aullido de un lobo. —Los caballos —dijo ella—. Alfred. —Seguro que pueden cuidar de sí mismos —le aseguró Bill, pero ya estaba saliendo de la cama y abriendo las cortinas. La luz del sol entró a raudales—. ¿Has visto algún lobo por aquí últimamente? —preguntó mientras exploraba el prado que rodeaba la casa. —No, solo durante los duros inviernos, nunca tan entrada la primavera. —Se sentó a su lado en la cama, agarrando las mantas para cubrirse—. Si no pueden encontrar ciervos, van a por el ganado. Pero este escasea, así que suelen pasar por aquí. Luego lo escucharon de nuevo, un grito solitario que puso los pe