Cuando llegó a Spring City, Colorado, Angeline se paró en el andén de la estación, que no era más que unas pocas tablas clavadas, y buscó con avidez al doctor Keller y a su esposa. Doc y Selena eran viejos amigos de Katy, su cuñada, que ahora era muy importante en los círculos literarios de Boston, además de ser la adorada esposa de Bill. Los Keller habían asistido a la boda de Benui-Sanborn en Boston, el año anterior. Tenerlos allí, representando a Spring City, fue un generoso regalo para su cuñada.Angeline regaló a Bill y a Katy una composición original que tocó en el salón de recepción mientras bailaban. Después de la boda, esperó durante el largo invierno hasta la primavera y los meses de calor para que naciera su primer sobrino. Por fin, logró escapar de la sofocante atmósfera de Boston a principios de agosto.Y aquí estaba, a miles de kilómetros de su casa...Ahora que se había bajado del tren, la inmensidad del paisaje que la rodeaba parecía más grande y la ciudad daba la imp
No importaba quién fuera ella, aunque de joven, siendo un hombre más idealista, había soñado muchas veces con una mujer igual que Angeline . Una preciosa dama de pelo oscuro y ojos inteligentes, labios rosados y un cuerpo alto y curvilíneo.La realidad era capaz de perseguir sus fantasías o de matarlas, ya que él tenía novia, una buena mujer a la que se había prometido en cuerpo y alma.Angeline metió los últimos vestidos de Katy en el arcón y cerró la tapa. Lo empujó por el suelo de pino de rodillas, con las manos, y lo puso junto a los otros dos baúles. Ya casi había terminado de guardar todo lo que había pedido que le enviaran.Su cuñada no quería perder ningún mueble antiguo de su casa. Ya había recuperado el escritorio y los libros de su padre, así como el espejo ovalado de su abuela, antes de la boda. Angeline adivinó por qué no quería el resto. El mobiliario era de mala calidad o simplemente funcional, sin nada de belleza que lo recomendara.Incluso el antiguo piano, aunque a A
Carl la miró hasta que estuvo fuera de su vista. No pudo resistirse a entrar en el café, después de verla por la ventana. ¡Mierda! ¿Por qué había perdido el tiempo hablando del pastel de limón que terminaría comiendo él mismo, ya que Eliza odiaba los cítricos? Debería haberle hecho a Angeline el millón de preguntas que pasaban por su mente, como qué hechizo había usado para hacer que su boca se secara cada vez que la veía.¿Y cómo diablos iba a mantenerse alejado de ella, cuando todo lo que quería era acercarse?La llamada a su puerta solo podía significar una cosa, Selena Keller traía más comida. Angeline levantó los dedos de las teclas del piano a regañadientes. A este ritmo, sería tan grande como Katy en su último mes antes de dar a luz.—Pase —gritó, levantándose del taburete. Pero incluso antes de salir de la sala, tuvo la sensación de que no era Selena. Una sensación y el aroma de un perfume floral. Encontró en el salón delantero a una mujer menuda, con el pelo más rubio y riza
Ya caía el sol cuando Angeline se dirigía hacia la consulta del doctor Keller para buscar a Selena. Saludó a Dan, el dueño de la tienda, y luego a Ely, mientras caminaba por el pueblo. Había pensado invitar a comer a la mujer en el restaurante de Fuller, como agradecimiento por todo lo que había hecho por ella para ayudarla. Al abrir la puerta, se encontró el consultorio vacío y decidió esperar en uno de los cómodos asientos para los pacientes. El doctor era un hombre muy respetado en la ciudad desde que llegó, hacía veinticinco años como un joven médico.Al lado de su silla había un viejo periódico y se sorprendió, gratamente, al ver que en la primera página aparecía un gran titular «Charles Sanborn». ¡Qué cuñada tan inteligente tenía! Y estaba claro que Selena quería a Katy como a una hija.Comenzó a leer el artículo y unos minutos más tarde, se abrió la puerta de la sala de examen.—¡Angeline ! —Llegó una voz masculina que definitivamente no era la del doctor Keller.Enseguida, re
—Carl. —La voz era suave, pero hizo que se le erizara el pelo de la nuca y que se levantara. Angeline giró la cabeza para ver quién era. La aparentemente angelical Eliza Prentice la estaba mirando. Tenía la cara sonrosada y sus ojos verdes brillaban. Ella supo que mostraba la boca ligeramente abierta por sorpresa, pero no dijo nada. —Hola, Eliza —saludó Carl, como si no le importara la escena que el resto de los comensales anticipaban.—No me digas «hola, Eliza». —Su voz sonaba tan suave y baja que Angeline estaba segura de que solo ellos tres podían escucharla. Entonces se elevó considerablemente—. ¿Qué demonios crees que estás haciendo?—Señorita Prentice. —Angeline comenzó a darse cuenta de que Eliza debía ser la formidable prometida—. Espero que no se esté imaginando...—¿Por qué me habla? —dijo Eliza, aunque solo miraba a Carl—. Le estoy preguntando a él.—Eliza, no te pongas nerviosa. Siéntate, si quieres. Solo estamos comiendo.—No debes sentarte a comer con otra mujer. ¿Te
Los gemidos de los heridos llegaban a través de las nubes negras de humo. La máquina del tren estaba de costado, igual que el primer vagón, y el segundo estaba inclinado con el ultimo de forma que el furgón de cola había saltado las vías y permanecía erguido.Todo era un pandemonio. La mayoría de la gente del pueblo había llegado corriendo. Angeline vio a Doc desaparecer en el humo acre que quemaba la garganta con cada respiración. Regresó momentos después, dando órdenes para que se hicieran camillas y para que Selena agarrara su bolsa médica. Ella ya estaba de rodillas junto a una mujer que lloraba con su hijo en brazos.—Voy a buscar la bolsa —sugirió Angeline , sin hablar con nadie en particular.Echó a correr y, cuando regresó a la casa del doctor, vio el caballo de Carl atado fuera, jadeando tan fuerte como ella. La puerta estaba abierta y no le sorprendió encontrar a Carl que estaba reuniendo suministros en la sala de examen. —He venido a por el maletín del doctor, pero veo que
El sol se extendió por la cara de Angeline , despertándola al día siguiente. Al sentarse en la cama, se dio cuenta de que era tarde. Muy tarde para ella. De vuelta a casa, los ruidos de la ciudad siempre la hacían levantarse temprano. Aquí no había ruidos y cada día madrugaba menos. Hoy, tenía una excusa. Se podía culpar al trabajo de la noche anterior por quedarse acostada hasta que el sol estuviera alto en el cielo.Después de asearse y vestirse, comió algo y trabajó al piano en una canción que estaba escribiendo a trozos en los últimos días. No se había dado cuenta de ello hasta que notó que fluía con facilidad de su cabeza a los dedos.Perdida en la música, no lo escuchó hasta que habló.—Maldición. Eso ha sido precioso.Saltó y se levantó del taburete del piano.—Carl, ¿cómo...?Trató de recuperar el aliento al encontrarlo parado en la puerta del salón. Se acercó a él con el corazón acelerado y al ver que no iba cubierto de mugre, pensó que estaba muy atractivo. Era como si se hu
Carl salió de la casa de Angeline Benui y subió a su caballo de un salto. ¡Maldito sea por ser un tonto! ¿Por qué se había aventurado allí, conociendo la tentación, sabiendo lo irracional que se comportaba en su presencia? ¡Y ahora había ido y la había besado!Espoleó al animal y salió al galope, esperando que la brisa se llevara los pensamientos lascivos de su cabeza, pensamientos que enviaban calor directo a su ingle. Deberían colgarlo por habérselos permitido.El estruendo de los cascos contra el suelo se fusionaba con el recuerdo de Angeline tocando el piano. Respiró hondo, infló las mejillas y soltó el aire. La música que había escuchado al acercarse a la casa de los Sanborn se había metido dentro de él, se había clavado en su corazón. Era tan triste y tan hermosa al mismo tiempo. Como Angeline .Y entonces ella había tocado solo para él, una música compleja que parecía crearse, crecer y expandirse en la habitación. Era como si ella le diera un regalo con cada nota, cada acorde.