REACCIÓN CUERPO-CEREBRO

Ya caía el sol cuando Angeline se dirigía hacia la consulta del doctor Keller para buscar a Selena. Saludó a Dan, el dueño de la tienda, y luego a Ely, mientras caminaba por el pueblo. Había pensado invitar a comer a la mujer en el restaurante de Fuller, como agradecimiento por todo lo que había hecho por ella para ayudarla. 

Al abrir la puerta, se encontró el consultorio vacío y decidió esperar en uno de los cómodos asientos para los pacientes. El doctor era un hombre muy respetado en la ciudad desde que llegó, hacía veinticinco años como un joven médico.

 

Al lado de su silla había un viejo periódico y se sorprendió, gratamente, al ver que en la primera página aparecía un gran titular «Charles Sanborn». ¡Qué cuñada tan inteligente tenía! Y estaba claro que Selena quería a Katy como a una hija.

Comenzó a leer el artículo y unos minutos más tarde, se abrió la puerta de la sala de examen.

—¡Angeline ! —Llegó una voz masculina que definitivamente no era la del doctor Keller.

Enseguida, reconoció a Carl Lenoi y su voz le causó una sutil reacción en el cuerpo y el cerebro. El pulso se le aceleró y su mente se lanzó a buscar algo que decir. Quizás la misma razón por la que se peinó con esmero y revisó su ropa antes de salir de casa por si lo volvía a ver.

Dejó el periódico lentamente a su lado, dándose tiempo para captar cualquier emoción caprichosa, y luego levantó la vista, sabiendo que vería su rostro atractivo.

—Dulce madre —dijo en voz alta, después de jadear al verlo. Se puso en pie y agregó—: ¿Qué le ha pasado?

Él soltó una carcajada.

Su cara y supuso que el resto del cuerpo, también, estaban limpios. Al no llevar sombrero, vio que su pelo era tan marrón como la melena de Alfred y parecía suave al tacto. Y deseó tocarlo para comprobarlo. 

Qué amable. Pantalones limpios, camisa blanca, incluso botas limpias.

—¿Ha terminado de mirarme? —preguntó, con los brazos cruzados.

Angeline se ruborizó por primera vez en años. Solo esperaba que su boca no estuviera abierta.

—No sabía que tenía la capacidad de ser tan elegante. —Trató de que su comentario pareciera casual. 

La recompensó con una sonrisa con hoyuelos que le hizo dar un vuelco el estómago.

—Lo crea o no, bella dama, así es como me veo cada mañana y cada noche. Son las horas intermedias las que me dan un poco de problemas. Al menos, cuando estoy en el pueblo.

Ella se dio cuenta de que la había llamado guapa e imaginó lo que sería verlo por las mañanas y a última hora de la noche. Sacudió la cabeza para aclarar los malos pensamientos.

—¿Y cuando no está en Spring City? —preguntó.

Él se encogió de hombros. 

—Entonces me veo como todos los demás, supongo. No tengo motivos para ir lleno de polvo y tierra en San Francisco.

Ella dedujo que Carl Lenoi nunca podría parecerse a los demás, no con aquella cara, ni sus ojos, ni la sonrisa.

—¿San Francisco?

—Sí. Pensé que Selena se lo habría dicho.

—¿Decirle el qué? —preguntó Selena que entraba por la puerta con un paquete en una mano y su bolso en la otra.

—Que no vivo aquí a tiempo completo, pero que soy...

—Carl, ¿por qué íbamos a hablar de ti, hijo? —Miró a Angeline —. ¡Hombres! Creen que son lo único en lo que pensamos y de lo que hablamos

.

Angeline sonrió. En realidad, le hubiera gustado saber más sobre él, pero no iba a decirlo.

Selena puso sus cosas sobre su mesa. 

—¿Ya has terminado en la parte de atrás?

—Sí, señora: botellas etiquetadas, muestras revisadas e instrumentos totalmente limpios.

—Bien, entonces puedes llevarte a Angeline al restaurante del Hotel Fuller. Iré tan pronto como pueda.

—Oh. —Ella se sintió incómoda, al ser impuesta a Carl—. Si no estás lista, te espero aquí.

—Tonterías. —Tengo que escribir una carta rápida para enviarla en el correo de la tarde. Un pequeño problema de suministro —explicó, mirando a Carl. Arrugó la nariz y agregó—: No dejan de decirme que un artículo muy necesario viene en camino y es muy frustrante. —Se volvió hacia Angeline —. Ya ha pasado la hora del almuerzo y no puedo permitir que te quedes sin comer por mi culpa.

—Si estás segura —dijo Angeline , al encontrarse siendo empujada por Selena hacia la puerta.

Carl agarró su sombrero del perchero y cerró la puerta tras ellos, pero no dio ni un paso por la acera de madera.

—De verdad, estoy perfectamente bien, incluso me alegra poder ir al restaurante del Hotel Fuller yo sola —insistió—. No necesito un cuidador o una niñera.

Él se puso el dedo en el borde del sombrero y luego se frotó la nuca. Obviamente, no quería ir en contra de Selena Keller.

—¿Qué tal si vamos como amigos, entonces? A mí también me está entrando hambre.

Angeline hizo una pausa. ¿Qué podía pasar?

—Oh, bueno, en ese caso. —Echó a andar hacia el establecimiento de Fuller y él se colocó a su lado. 

Caminaron en silencio durante un momento, pero no de forma incómoda.

—Tenía razón, por cierto —dijo como por casualidad. 

—Normalmente la tengo. Quiero decir, que eso es lo que dice mi hermano. Pero ¿sobre qué, precisamente?

Él le dirigió una sonrisa, al escuchar su descarada réplica.

—Sobre el pastel. Era solo una caja de migas cuando la abrimos.

Nosotros... 

—De todas formas, me lo comí, todavía estaba muy rico, aunque a algunas personas no les gustan las cosas así, supongo.

—Algunas personas, como su prometida... —Angeline se mordió la lengua. No debería haber curioseado. 

Él soltó una suave carcajada.

—Ella es particular, de acuerdo.

—La mayoría de las mujeres lo somos —acordó Angeline , tratando de redimirse por fisgonear.

—Siéntese donde quiera —dijo Jessie al verla entrar. Al comprobar que iba acompañada por Carl, chasqueó la lengua y se alejó.

—¿Por qué tengo la impresión de que esto no es una buena idea? —Angeline inclinó la cabeza y observó al hombre que parecía tener la sonrisa más fácil de todos los que había conocido. Ahí estaba otra vez.

—Por nada del mundo —repuso Carl, evidentemente sin querer hablar más de su prometida—. Solo somos dos amigos almorzando, eso es todo. Y lo único mejor que el pastel de pavo...

—Y el pastel de limón —intervino ella.

—Y el pastel de limón —repitió Carl—, es el pastel de carne. Mejor que el que mi madre solía hacer y ya es decir.

—¿Dónde están sus padres? —Angeline pensó que como ya le había preguntado por qué estaba sucio, podía al menos preguntarle algo un poco más apropiado.

—Ahora mismo no lo sé. —Sonrió al ver su expresión de asombro, pero se detuvo mientras Jessie recibía sus órdenes—. Mi padre es cartógrafo y mi madre lo quiere mucho. Así que cuando él se marcha a trabajar, ella lo acompaña. Nuestra casa está a un kilómetro de la ciudad, ya que a él le gusta la tranquilidad.

Ahora le tocaba a Angeline reírse. 

—Spring City parece bastante tranquila sin necesidad de salir del pueblo.

—No ha sido siempre así. Hace años, sufrimos la fiebre del oro, pero hace tiempo que se extinguió. De todos modos, incluso entonces, no se podía comparar con Boston.

Sabía de dónde era ella, lo que significaba que le habría preguntado a Selena.

—O con San Francisco —sugirió ella, al recordar la conversación que se había interrumpido.

—Cierto. La primera vez que me bajé del tren, me quedé boquiabierto como un paleto. La gran cantidad de barcos, los contingentes militares, las prostitutas -lo siento, pero solo lo digo de pasada-, mexicanos y chinos, damas orientales vestidas de mexicanas, y la Costa de Barbary. Angeline , tendría que verlo usted misma. —Hizo una pausa—. Bueno, no puede, ¡es una mujer! Tienen antros de juego en los que caben doscientos hombres al mismo tiempo. Eso es como toda la población de Spring City en un solo lugar.

Se detuvo y tomó un bocado de comida caliente. 

Angeline no pudo evitar notar que sus ojos brillaban mientras hablaba. Era evidente que, a pesar de haber nacido y crecido en Spring City, Carl Lenoi se había dejado llevar por la emoción de una verdadera metrópolis.

Tragó la comida y agregó: 

—Hace menos de una década, con lo que llamaban la gran bonanza, llegaba a la ciudad un millón de dólares al día, durante dos meses. ¿Se lo imagina? 

—No. —No pudo. Todo el mundo había oído historias de la fiebre del oro y de la veta de Comstock, pero la cantidad de riqueza era realmente asombrosa. 

—¿Y se da cuenta de lo tranquilo que está esto? —le preguntó. Ella asintió. Lo notó, nada más bajar del tren—. En San Francisco, parece que la música está en cada esquina, desde que se pone el sol. Todo, desde acordeones hasta violines, incluyendo gaitas. A veces, solo tienes que parar, escuchar y tirar monedas porque no puedes creer lo bonita que suena la música, con todos los instrumentos juntos, los órganos de mano y las flautas, los banjos e incluso los pianos.

—¡Pianos! ¿En la calle? —Casi se atragantó con el bocado de pastel de carne.

—No, no —dijo y soltó una suave carcajada—. Los pianos están en los salones, pero las ventanas y puertas están abiertas, de modo que la música flota en el ambiente, junto con algunas de las personas más tristes que puedas imaginar.

—¿Quién podría estar triste con toda esa música? —preguntó Angeline .

—Bueno, el juego es malo, la bebida es peor. ¡Y las mujeres! —Se detuvo abruptamente y ella detectó un rubor bajo su piel bronceada—. En la Costa de Barbary, todos parecen adictos a algo y no pueden evitarlo.

—¿Y qué hay de usted?

Sonrió. 

—La única cosa a la que soy adicto es a cabalgar tan lejos y rápido como pueda cuando estoy aquí, donde hay mucho espacio abierto para hacerlo. No hay mucho sitio en San Francisco.

Angeline sintió un fuerte deseo de ver aquella ciudad costera, de compararla con su amada Boston, y explorar sus diferencias. Puede que lo hiciera en su próximo destino. Antes de decir algo más, se dio cuenta de que el restaurante del Hotel Fuller se había quedado extremadamente tranquilo, la quietud rota solo por los pasos que golpeaban el suelo, hasta que llegaron directamente detrás de su silla y se detuvieron.

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