MÁGICO HECHIZO

Carl la miró hasta que estuvo fuera de su vista. No pudo resistirse a entrar en el café, después de verla por la ventana. ¡Mierda! ¿Por qué había perdido el tiempo hablando del pastel de limón que terminaría comiendo él mismo, ya que Eliza odiaba los cítricos? Debería haberle hecho a Angeline el millón de preguntas que pasaban por su mente, como qué hechizo había usado para hacer que su boca se secara cada vez que la veía.

¿Y cómo diablos iba a mantenerse alejado de ella, cuando todo lo que quería era acercarse?

La llamada a su puerta solo podía significar una cosa, Selena Keller traía más comida. Angeline levantó los dedos de las teclas del piano a regañadientes. A este ritmo, sería tan grande como Katy en su último mes antes de dar a luz.

—Pase —gritó, levantándose del taburete. Pero incluso antes de salir de la sala, tuvo la sensación de que no era Selena. 

Una sensación y el aroma de un perfume floral. Encontró en el salón delantero a una mujer menuda, con el pelo más rubio y rizado que Angeline había visto nunca. Después de superar la sorpresa de lo que parecía ser la visita de un ángel, fijó la mirada en sus ojos verdees que observaban todo con curiosidad. 

Por un segundo, tuvo la absurda idea de que aquella delicada criatura se había perdido. Tal vez, había caído de una nube en su misma puerta.

—¿Puedo ayudarla? —Preguntó con interés. 

—Soy yo quien debería ofrecerle ayuda. Hace tres días que escuché que había llegado a Spring City y aún no nos hemos conocido ni le he dado la bienvenida.

—Oh, qué amable. —Había escuchado que por allí solían dar la bienvenida cuando alguien se mudaba a un nuevo territorio o ciudad—. Pero no me quedaré mucho tiempo. No necesito ayuda.

La mujer soltó una suave carcajada, un dulce tintineo, y sus rizos se agitaron mientras lo hacía. Angeline no pudo ver lo que era divertido.

—Soy la señorita Prentice. Eliza Prentice. —Su forma de decirlo dio a entender que debería saber quién era—. Tal vez haya oído hablar de mí. O de mi padre.

—Me temo que no, señorita Prentice. En realidad, no conozco a nadie en la ciudad excepto a los Keller. ¿Le gustaría tomar una taza de café? 

Selena se había asegurado de que Angeline tuviera una lata llena de café, suficiente para un mes, y mucha leche y miel para acompañarla.

—Es muy amable por su parte, Angeline . ¿Está bien si la llamo Angeline ? 

—Por supuesto —aceptó. Aunque era un poco tarde para preguntarlo. 

Al dirigirse a la cocina, hizo un gesto a Eliza para que se sentara en la mesa de tablones. Después de llenar la tetera y encender la estufa, Angeline se giró para ver que su visitante había cogido un trapo de cocina y estaba limpiando el banco con él.

Ella sonrió. Había hecho lo mismo un par de días antes, pero se había acostumbrado a que este pueblo estuviera polvoriento. Sin calles pavimentadas, la tierra parecía flotar em el aire y se filtraba sin ser invitada a través de las puertas y ventanas.

Eliza la vio mirando y le devolvió una dulce sonrisa. 

—Mi vestido es nuevo —explicó.

Angeline asintió. Era un vestido precioso de color rosa y crema. Una locura ponérselo en aquel ambiente, pero eso no era problema suyo.

Después de servir café y sentarse, transcurrieron unos minutos de incómodo silencio en los que Eliza se limitó a mirar alrededor y beber de su taza.

—Ha sido muy amable al visitarme —dijo Angeline , aunque preferiría estar tocando el piano en lugar de ponerse nerviosa.

—Hacía muchos años que no venía a casa de Katy —comentó Eliza.

Oh... De repente, lo vio claro. Eliza tenía que ser una de las viejas amigas de Katy y había venido para tener noticias de ella. Eso hizo que se relajara, ya que su inesperada visita ya no parecía tan extraña.

—Está muy bien —le contó Angeline —. Tuvo un embarazo sin incidentes y Emory nació sano y salvo.

—¿Ha tenido un bebé? —Eliza parecía sorprendida—. Eso es lo que pasa cuando...

—Sí, Bill está muy contento. —Sonrió al recordar el placer de su hermano al ver a su hijo.

Eliza frunció ligeramente los labios.

—¿Siguen juntos?

—Por supuesto. —Sonrió, dudosa—. Pensé que sabía que se casaron el año pasado.

—¿Antes del bebé?

Angeline abrió y cerró la boca. Estaba empezando a tener el presentimiento de que Eliza podría no haber sido una amiga de su cuñada. 

—El señor Benui y Katy —continuó Eliza—. ¡Qué sorpresa! Ocurrió justo delante de nuestras narices. 

—Supongo que no sería una sorpresa muy bienvenida, ya que se llevó a Boston a la famosa autora de Spring City.

Eliza entornó los ojos.

—Oh, no creo que sea tan famosa. Yo, por mi parte, nunca he leído nada de lo que ha escrito. —Sacudió la cabeza y sus rizos rubios se balancearon de derecha e izquierda—. Katy casi fue criticada, con esos dos niños cerca, en la casa.

—Se enamoraron —aclaró Angeline .

—Se fueron a la cama —dijo Eliza.

Angeline dejó su taza. 

—Está hablando de mi hermano y de mi cuñada. Son gente buena e íntegra. Se merecían...

Eliza levantó la mano y sonrió con una casta sonrisa. 

—Se merecían el uno al otro. Me alegro mucho por ellos. —La felicidad no alcanzó a sus ojos verdees—. ¿Y qué hay del hermano de Katy? ¿Cómo le va? No sé nada de Thaddeus Sanborn. 

Angeline se encogió de hombros ligeramente. Estaba claro que la mujer buscaba más chismes sobre la familia de Katy.

—Señorita Prentice —comenzó Angeline .

—Llámeme Eliza, por favor.

Angeline empezó de nuevo. 

—No quiero ser brusca, pero ¿ha venido por una razón en particular?

El ángel de pelo dorado no pareció sentirse ofendido. 

—Cuando el primer Benui llegó a la ciudad, impresionó tanto a la gente que todos estaban ansiosos por conocerlo. Tengo curiosidad por saber si ha seguido los pasos de su hermano y por qué ha venido al pueblo. También quería preguntar por Katy y su hermano, por supuesto.

Angeline se dijo que aquella conversación terminaba allí. La mujer era una fisgona y una entrometida, de modo que ella la quería fuera de la casa lo antes posible.

—Gracias por venir a visitarme. —Se puso en pie e indicó el pasillo, así que Eliza tuvo que imitarla y seguirla—. Tengo que continuar guardando cosas, ya que quiero que las pertenencias de Katy salgan en el tren en un día o dos.

No era mentira, aunque había pasado más tiempo tocando el piano y sentada en el columpio del porche que haciendo las maletas.

—Entonces, ¿se marchará pronto? —inquirió Eliza.

—Sí, creo que ya lo he dicho. 

Al ver el interés que mostraba por su marcha, deseó poder quedarse más tiempo, solo para fastidiarla. No sabía por qué la señorita Prentice la hacía molestar. Era una pena que fuera tan hermosa y al mismo tiempo tan poco amistosa.

—No le quitaré más tiempo, entonces. —Se despidió con la mano y se marchó hacia su cochecito con capota verde para protegerse del sol. 

Angeline se quedó pensando en algo que había dicho Katy, sobre ella, pero no lo recordaba. Al girarse, vio los dos baúles abiertos, cada uno parcialmente lleno y suspiró. Tal vez mañana seguiría con su trabajo porque, en ese momento, deseaba perderse en su música.

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