Angeline usó la carreta de Selena para llegar a la finca de Lenoi a unos veinte minutos de la ciudad. Con el clima templado, podría haber caminado, pero habría sido un largo viaje y podría volver a casa después del atardecer. En cualquier caso, la historia de la serpiente de cascabel le había dado una pausa para caminar por las afueras de la ciudad, tal como era. Al señor Lenoi, padre, debía gustarle vivir aislado, pensó al ver que dejaba a un lado cualquier apariencia de camino. Todo el paisaje se extendía en un amplio espacio abierto, seguramente, por eso a Carl le encantaba cabalgar entre los pastos verdes que la rodeaban. El cielo era verde y, después del largo invierno, los prados se tornaban amarillentos en el horizonte. Había plantas rojas de matorral, aunque ella no tenía ni idea de lo que eran, y muchas flores blancas. Las colinas se extendían hasta las montañas más grandes en la distancia. El entorno era precioso y enorme, e hizo que Angeline quisiera correr hacia el telef
Angeline solo pudo pensar en la pobre y desafortunada señora Lenoi. La madre de Carl no había tenido lujos y, en ese momento, cayó en la cuenta de que la afortunada que Carl tomara por esposa, esperaría vivir allí. Excepto Eliza. Angeline no podía imaginar a la elegante rubia, bañándose en la cocina. Si se hubiera casado con ella, lo más probable es que hubieran vivido en la casa de los Prentice en la ciudad. Supo que ya no tenía más tiempo para hacer preguntas, porque él se quitó la camisa sucia más rápido de lo que ella tardó en parpadear. De repente, se encontró contemplando su estómago plano y ondulante. Una línea de vello oscuro se estrechaba hasta su... —¡Carl! —advirtió, pero él se desabrochó el cinturón y puso las manos en la bragueta de sus pantalones. Como ella se quedó allí de pie, mirándolo, se encogió de hombros y abrió un botón, luego otro, y Angeline empezó a ver más pelo oscuro. De hecho, ella pudo ver que no llevaba nada más debajo. Angeline huyó antes de que ex
—Tal vez podría enseñar piano aquí.—¿Dónde? —Resopló—. ¿En el viejo piano de Katy Sanborn? O, tal vez no viste el pequeño montante vertical en lo de Ada. La única vez que lo he escuchado, ha sido cuando un tipo bebe demasiado y apoya a Ada contra él. Su trasero toca dos octavas.Ella expresó su desaprobación. No se lo estaba poniendo fácil. —Podría hacer que me envíen mi propio piano desde Boston. Podría crear una escuela de música.Se giró sobre su costado y apoyó la cabeza en su brazo, mirándola directamente a ella. —Angeline , sé que intentarías hacer que funcionase. Pero, en caso de que no lo hayas notado, Spring City tiene un par de cientos de personas. Muchas para mantenerme ocupado, pero muy pocas que se interesen por las lecciones de piano, o que puedan permitírselo.—¿Mentiste para deshacerte de mí?Trazó un dedo sobre su mejilla y en su garganta, deteniéndose en el hueco entre sus pechos antes de volver a mirarla. —Sí. Pensé que si sabías cómo me sentía, sacrificarías tu
Carl regresó a casa muy despacio. No se atrevió a espolear a su caballo para que fuera a galope. No tenía ganas de disfrutar del paseo. Cuando Angeline se fuera mañana, el resto de su vida no tendría color. A pesar de lo que ella pensara, él no podía imaginar unirse a otra mujer, ni casarse solo para tener compañía.Aunque quisiera cuidar de otra, Angeline siempre estaría en su corazón, ocupando toda la habitación, siendo una comparación imposible para cualquier mujer. Él esperaba que fuera más fácil de reemplazar, por el bien de ella. Si no, sería como si ambos estuvieran condenados al infierno en la tierra.Su cara, tan dulce, tan desdichada, le rompió el corazón justo antes de cerrar la puerta. ¿Luchar por ella? ¡Al infierno! Estaba haciendo exactamente eso, luchando contra su yo más débil que quería mantenerla a su lado. Luchando para asegurarse de que un día no lo miraría con resentimiento, por arruinar la vida que podría haber tenido.No debería haberle hecho el amor. Debería ha
—No puedo renunciar a ti, pero tampoco puedo dejar que renuncies a tu sueño. Volveremos a San Francisco y te casarás conmigo.—¿Qué pasa con Doc? —preguntó, tirando la caja de su regazo, mientras se acercaba para abrazarlo.—Ya está casado y no me gusta.Ella se rio a carcajadas. Todo era divertido y se sentía feliz, quizás estaba soñando.—Pellízcame —pidió.Él no lo dudó.—Date la vuelta para que tenga acceso a tus mejillas rosadas.—Deja de bromear, Carl. No, nunca dejes de hacerlo —ordenó—. Pero, ¿qué pasará? ¿Qué pasa con el consultorio del doctor? ¿Qué pasa con el viaje que tanto desea Selena?—El doctor entrevistará a los doctores que Webster invitó y podrá elegir uno. Fin de la historia. Tenía en la cabeza que era yo o nadie, y que estaría defraudando a todo el pueblo de Spring, así como a Doc. Pero eso es ridículo. —Se detuvo mientras le acariciaba la mejilla, luego le sostuvo la barbilla y la miró a los ojos—. Me di cuenta de que la única persona a la que no debo defraudar e
1884, ColoradoKaty se encontraba sentada frente a su gran escritorio, que una vez fue el de su padre, rodeada de muchos de esos volúmenes, periódicos y un montón de papeles. Un descolorido globo terráqueo reposaba en una esquina en precario equilibrio, y una lámpara en la otra.Levantó los dedos del teclado de la máquina de escribir. El invento en sí tenía más de una década. Sin embargo, su máquina —la única compra extravagante que había efectuado ese año—, todavía estaba como nueva. Cualquier cosa que la apartara de su uso, le resultaba una gran molestia.Se puso en pie y se pasó un mechón de pelo detrás de la oreja con aire distraído, pero después cambió de idea y se recogió la melena en un moño sobre la nuca. No era perfecto, pero era mejor que ir a abrir la puerta con el cabel
Katy no se molestó en agregar que era la única vez que había sabido de su tía desde que sus propios padres habían muerto casi una década antes.—Debe comprender, señor Brown, que nunca conocí a mi prima y que solo intercambiamos algunas cartas durante estos años. Decir que no éramos íntimas, sería un epíteto suave. Mis padres se mudaron aquí desde Boston antes de que yo naciera —concluyó, recordando lo que decía la carta de su tía—. Fue un choque entre el carruaje de mi prima y un coche de caballos, según recuerdo. Sé que es doblemente duro, ya que su padre murió hace dos años...—Tres —corrigió Bill Brown, con su brillante y decidida mirada.—Tres. —Katy asintió con la cabeza—. A la luz de esto, quisiera preguntarle, ¿por qué he de ser yo la tutora de los niños? ¿Por qué no lo es su abuela?El señor Brown extendió un brazo a lo largo del respaldo del sofá, miró a los huérfanos, y luego clavó su vista en ella.—Para empezar, la tía de usted tiene casi setenta años. No creo que su prim
Bueno, aquí estamos —dijo Katy, con una ligera sonrisa—. Lo primero es lo primero. —Se volvió hacia el chico, que parecía unos años más pequeño que su hermana.—¿Cómo te llamas? —preguntó, pensando lo terrible que era no saber los nombres de sus familiares.Por su gesto malhumorado, el niño pareció estar de acuerdo. Después, se puso rojo como la remolacha y comenzó a llorar, enganchado a la manga de su hermana.—Él es Thomas, señora —dijo la niña de inmediato—. No le gustan los extraños. ¿De verdad es nuestra tía? ¿Por qué está sola? ¿Es una solterona?—Oh, querida —murmuró Katy. Tal vez los niños eran tan difíciles como ella siempre había sospechado. Se había rendido con su hermano, Tadeo, al que dej&oa