Tomados de la mano.

Al amanecer, Stella se despertó con los primeros rayos de sol filtrándose a través de las cortinas.

Sentía el peso del brazo de Vincent todavía sobre ella, y con cuidado, se deslizó fuera de la cama, tratando de no hacer ruido.

Miró a su alrededor, asegurándose de que él no se despertara mientras recogía sus cosas dispersas por la habitación.

Caminó de puntillas hacia la puerta, su corazón acelerado al pensar en lo que había ocurrido la noche anterior. No debió haber pasado, se repetía.

Justo cuando su mano estaba a punto de girar el pomo de la puerta, la voz profunda de Vincent la detuvo en seco.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó con calma, aunque su tono transmitía autoridad.

Stella se congeló, su corazón golpeando contra su pecho mientras giraba lentamente para mirarlo.

Vincent estaba recostado en la cama, con una expresión seria pero serena, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo.

—Tengo que irme… —respondió Stella, nerviosa—. Necesito cambiarme de ropa.

Vincent esbozó una pequeña sonrisa antes de responder.

—No es necesario. En el clóset hay ropa nueva para ti.

Stella lo miró, incrédula, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. ¿Ropa nueva? ¿Para ella? No podía ser cierto.

Caminó hacia el clóset casi como en un trance, con dudas llenando su mente.

Al abrir la puerta, lo primero que vio fue una fila de vestidos, blusas y faldas colgando, todas en su talla.

Estaban perfectamente dispuestas, como si él hubiera previsto que ella se quedaría esa noche. Stella no sabía si sentir miedo o asombro.

—¿Cómo…? —balbuceó, sin poder terminar la frase.

—Me gusta estar preparado —respondió Vincent desde la cama, su voz ahora un susurro casi complacido.

Stella estaba demasiado asombrada como para discutir. Sacó uno de los conjuntos y lo inspeccionó.

Era elegante, pero sencillo. ¿Cómo sabía mi talla?, pensó, pero decidió no hacer preguntas por ahora. Se cambió rápidamente, ajustando la blusa y la falda a la perfección, y se miró en el espejo un momento, tratando de recuperar la compostura.

Era un caos por dentro, pero tenía que mantener las apariencias.

Cuando salió del cuarto, Vincent ya estaba vestido, con su traje oscuro perfectamente planchado y su expresión impenetrable.

No dijo nada más, pero caminó hacia ella con una seguridad aplastante. Sin previo aviso, tomó su mano y la condujo fuera del apartamento, como si fuera la cosa más natural del mundo.

El ascensor descendió en silencio, y Stella no pudo evitar sentir una extraña mezcla de emociones. Mientras cruzaban el vestíbulo del edificio y salían hacia el parqueo, el aire fresco de la mañana la despertó de su ensimismamiento.

Vincent abrió la puerta del auto para ella, su comportamiento inquebrantable.

Durante el trayecto hacia la oficina, el silencio fue cómodo pero cargado de una tensión que Stella no podía identificar.

No era solo el recuerdo de lo que había pasado anoche; era algo más profundo, algo que la mantenía inquieta.

Cuando llegaron a la oficina, Vincent la dejó bajar primero, pero esta vez, no la tomó de la mano. El protocolo profesional volvía a entrar en juego, y Stella estaba agradecida por la distancia que se establecía entre ellos en público.

Caminó rápidamente hacia el edificio, tratando de no cruzar miradas con sus compañeros de trabajo.

Tan pronto como entró en la oficina, Stella se dirigió al baño de mujeres. Necesitaba un momento a solas para respirar, para entender lo que estaba haciendo.

Cerró la puerta tras de sí y se paró frente al espejo, observándose detenidamente. Su reflejo le devolvía una imagen que casi no reconocía: una mujer demasiado involucrada en algo que no debería haber permitido.

—No puedes enamorarte de él— se dijo, su voz baja pero firme. No puedes. Él es el objetivo. Solo es parte de la investigación.

Sus manos se aferraron al lavabo mientras la realidad la golpeaba con fuerza. Estaba ahí para descubrir los secretos más oscuros de Vincent, los mismos secretos que la empresa para la que trabajaba ansiaba publicar.

Era su misión, y de eso dependía su ascenso, la estabilidad de su familia, la salud de su padre. Pero en ese momento, el hombre al que estaba espiando, el mismo que debía destruir profesionalmente, se estaba volviendo una presencia poderosa en su vida, y no solo en la cama.

No puedes permitirte esto, pensó de nuevo, esta vez mirando fijamente sus propios ojos en el espejo.

Sus sentimientos estaban en conflicto, pero debía recordar la razón por la que estaba ahí.

Salió del baño unos minutos después, más serena, aunque la tormenta dentro de ella aún no se había calmado del todo.

Ahora tenía que mantener la fachada, desempeñar su papel con frialdad y profesionalismo.

Vincent podía ser encantador, dominante y atrayente, pero ella tenía una tarea que cumplir. No te distraigas, se repitió.

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