Después de varias horas el auto se detuvo, y me empujaron hasta caer con las manos atadas a la tierra húmeda. Todavía tenía la mordaza y las vendas en los ojos. Esto no podía estar pasando, es decir, me secuestraron por abrir mi boca y decir estupideces. Nunca pensé que decir “soy policía” podía crearme tantos problemas. Ni modo, me enfrentaba a la realidad tirado en lo que parecía tierra húmeda. De repente, sentí que quitaron las amarras de las manos, la mordaza y la venda de los ojos. Apenas abrí los ojos vi la sonrisa perlada de un tipo moreno que llevaba el pelo teñido en amarillo. “Bienvenido” dijo. Se me ocurrió que de verdad estaba alucinando, cómo era posible que un tipo después de secuestrarme me dijera tan solo “bienvenido”. No me golpearon, pero el trauma de haber sido amenazado con una escopeta me tenía asustado.
El sujeto se alejó y pude observar lo que maravillosamente se trataba de la selva. Las palmeras en los alrededores, los enormes árboles, y la furia de un río se escuchaba cerca. Levanté la mirada y, no pude ver el cielo debido a las copas de los árboles, también volví a ver al auto con las llantas llenas de lodo. Supuse no estaba tan lejos de Bluefields, a lo mejor me habían traído a unos kilómetros. El sujeto de pelo de pelo amarillo se acercó con un vaso, me sonrió y me ofreció el vaso que tomé con ambas manos. Se trataba de agua de coco, lo tomé y sacié mi sed. “Ya viene Rock Copper” dijo el tipo. Cuando dijo esas palabras quedé atónito. ¿Quién era Rock Copper? ¿Acaso se trataba de alguna fantasía loca de algún bromista de hacerme creer que la ficción había superado la realidad? Pues no, a la hora vino el tal Rock Copper, otro moreno, de gran altura, y músculos prominentes. “Aquí adoramos a Lizandro, y sabemos que venís en busca de información”, dijo Rock Copper. Todo parecía una broma mal elaborada y empecé a reírme, no me contuve, y el tipo se enojó y me dio una bofetada “Esto es serio, sabemos que el maestro murió en la capital hace algunos días, toda la ciudad lo sabe” dijo. No sabía qué contestarle a Rock Copper, además de mirarlo y esperar que no me matara. “Desde niños leemos a Lizandro, y hace muchos se inició esta secta que adora al maestro por su respeto y admiración a su pueblo caribeño” dijo. No lo soporté y tuve que preguntarle si se llamaba Rock Copper. Contestó que lamentablemente se llamaba como el personaje de Lizandro porque a su padre le pareció gracia nombrarlo de esa forma. Volví a preguntarle por qué me habían secuestrado. Y, solo me dijo que leeríamos toda la noche relatos de Lizandro como rito y culto a su nombre mientras tomábamos cervezas.
Y, así fue, entramos a una cabaña y empezamos a tomar y a leer los relatos de “Los monos de San Telmo”. Leímos toda la noche hasta embriagarnos. Vi las cervezas bien heladas y me apetecieron a pesar del miedo. Poco a poco me desinhibí. Al día siguiente, cuando había amanecido, un tipo dio un machetazo en la mesa para despertarme y agregó “es hora”. Me limpié la baba y caminé hacia la salida de la cabaña. Vi un camión, y varios hombres cargando lo que parecía ser paquetes de cocaína como los que salen en las noticias presentados por la policía y el ejército. Tal como lo esperaba, mis secuestradores al parecer eran narcotraficantes, no solo eso, también rendían culto a Lizandro. Traté de entender todo lo que sucedía, y el hombre me empujó con el machete, me dijo que me subiera a la cabina del camión, y al subir me encontré al tipo de pelo amarillo. Me extendió la mano y agregó “te quedaste dormido y no terminaste de leer los relatos”. Quería preguntarle a dónde jodido nos dirigíamos, por temor no le dije nada. El camión arrancó y empezó a andar por la selva. “Háblame de Lizandro como ayer, para no aburrirme mientras conduzco” dijo. “No soy un académico como para hablar de Lizandro a profundidad, lo que sé es por pura intuición lectora de la tradición y la actualidad” le dije “sigue, sin miedo” dijo. “Lizandro tenía la capacidad de observar y analizar la realidad tanto de su época como el pasado de nuestro país, además conocía técnicas narrativas que pocos escritores en ese entonces aplicaban a sus relatos, y más bien se quedaban en costumbrismo” agregué. Abordé un análisis de cada uno de los relatos, desde una perspectiva simple, es decir, solo decía “este me parece bien logrado por la voz narradora y el léxico que da un tono sombrío y macabro”.
Viajamos por la selva hasta llegar a otro camión que esperaba el cargamento. Y, de ahí los hombres trasladaron la mercancía al otro camión. El tipo de pelo amarillo me dijo que hasta aquí llegaba el camino. Por un momento pensé que iba a matarme, sonrió, se estiró y me dijo que pasaríamos otra noche leyendo los relatos de Lizandro. Mientras íbamos de regreso a la cabaña atravesando la selva en el camión le pregunté por qué tanta violencia para secuestrarme. “Era un secuestro, no podíamos decirte: ven, únete a nuestro club de lectura de Lizandro”, dijo. ¿A dónde va la mercancía?” pregunté. “Al norte” respondió. Volvimos al camión y regresamos a la cabaña. Esta vez les dije que no iba a tomar y me dedicaría a leer lo relatos de Lizandro. Y, así fue, leí hasta quedarme sin voz. Al amanecer volví a despertarme sin resaca. El tipo de pelo amarillo apareció y me dijo que iba a ponerme una venda en los ojos. Luego me condujo hacia al carro, y el recorrido fue más corto de lo que fue al principio cuando me secuestraron. “Vete” dijo. Me dejó en la puerta del hotel a eso de las seis de la tarde. La recepcionista estaba asustada al verme con vida, y se acercó a preguntarme qué había sucedido. No podía contarle nada de lo sucedido. Ella agregó que la policía se llevó mis cosas. Y, como no tenía donde dormir me dio la llave de otra habitación, y fui a descansar para prepararme al día siguiente. Tendría que ir al a Distrito policial y solicitar mis cosas, probablemente me someterían a investigación. Me dieron ganas de fumar, así que bajé a la recepción y le pregunté a la muchacha si tenía cigarros, y me dio un cigarro. Lo fumé afuera del hotel mientras pensaba por qué unos narcotraficantes dentro de la selva rendían culto a Lizandro Chávez Alfaro. Se me ocurrieron varias teorías. El primer sospechoso era Armando, tal vez le pagó a los narcotraficantes para que me secuestraran y de esa forma escribiera una crónica sobre narcotraficantes. Sonaba descabellado, después pensé que por haber dicho en el bar tenebroso “soy periodista y vengo a buscar información sobre Lizandro, el escritor”, debieron analizarme y considerar secuestrarme.
Tenía tantas interrogaciones que no pude terminar de pensar porque el cigarro se acabó. Entré al hotel y le pedí prestado un teléfono a la recepcionista para llamar a Valentina. Esperé el tono hasta que respondió. “Amor ¿qué pasó? Me dijeron que te secuestraron. Armando te buscó por todo Bluefields, y no dieron con vos. La policía cree que te secuestraron unos narcos. Decime que estás bien, por favor” dijo. Respiré y le conté todo lo sucedido, hasta la última palabra, aunque sonara irrisorio. “Mañana voy al Distrito policial para que me den mis cosas”. Y, colgué. Le regresé el teléfono a la recepcionista, y me fui a la cama. No dejaba de pensar en Rock Copper, esa noche al servirme la primera cerveza y pasarme las hojas que contenían los relatos fotocopiados de Lizandro leí “Jueves por la tarde”, relato narrado en una voz difícil de seguirle el ritmo, y después de acabar de leerlo, me tomé otra cerveza, y sostuve las hojas en mi mano y por un momento me invadió la nostalgia por mis años en la universidad, cuando andaba por ahí leyendo a Lizandro, al maestro. Y, esa noche me encontraba con unos tipos que me habían secuestrado para que leyéramos los relatos de Lizandro, todo era tan ilusorio, sin embargo, a después de la tercera cerveza todos gritamos “¡Viva Lizandro! ¡Viva!”. Seguimos tomando hasta que no pude más, tomé alrededor de doce cervezas.
Pensé lo que podían interrogarme los policías “usted fue secuestrado por unos narcos, díganos el paradero de eso malnacidos” y yo respondería algo como “todo el tiempo tuve vendado los ojos y solo me preguntaron por mi trabajo como periodista y qué m****a hacía aquí en Bluefields, eso fue todo”. Y, el policía malo se acercaría y diría algo como “mira, por tu culpa nuestros jefes nos están sacando la m****a, y vos tenés que decirnos todo porque de aquí no te vas hasta que soltés la sopa, o si no te encerramos en una celda con Mandingo, aquí no estás en Managua” diría el policía malo. Y, así me imaginé historias perturbadoras toda la noche hasta que me dormí.
A la mañana siguiente me desperté algo tarde, necesitaba descansar, y como no tenía ropa para cambiarme, solo me di un baño y salí corriendo al Distrito Policial. Cuando por fin llegué, los policías me quedaron viendo de una manera que me incomodó como si yo fuera un delincuente. Un policía alto y al parecer de rango por sus insignias me extendió la mano “te estábamos esperando, vení, vamos a hablar”. Al decir eso, me llené de preocupación. Porque cómo podría ocultar que vi a aquellos narcos trasladando cocaína en camiones hasta el norte. “Y, bueno parece que no has tenido una buena estadía en Bluefields, Armando tu amigo dijo que venías para escribir una historia sobre Lizandro” dijo. Bajé la mirada y pensé en lo que iba a decir. “Si,
Armando parecía un sujeto agradable después de todo, aunque me haya hecho pasar el susto de un secuestro de pesadillas, él era responsable de la secta de Lizandro en las selvas del Caribe. Quería seguir en contacto con él, pero sentía que lo molestaría tanto si preguntaba al respecto. A pesar de esa sensación, no pude contenerme, y lo llamé. “Tenés que contarme todo”, dije “Venite a Bluefields y aquí te cuento todo”, dijo. Se me ocurrió que era la mejor idea ir a Bluefields y que al fin tener una conversación amena sobre Lizandro. Empecé a empacar una Nikon (que me prestaron en el trabajo), mi grabadora y mis cuadernos de anotaciones con mi laptop. Estaba ansioso empacando hasta que Valentina abrió la puerta del cuarto y me encontró llorando. “¿Qué
Después de escribir sobre mi regreso a Bluefields, fui al cyber “Tolomeo” y envíe por correo electrónico varias anotaciones a mi asistente en Managua. El texto parecía tener forma o al menos eso es lo que pensaba. La escritura en sí era pura y directa, sin tantas palabras rimbombantes como en otros tiempos cuando empecé a escribir. Aprendí del oficio que hacerse el artista no cabe en una escritura de crónica. Es decir, venir a decir cosas como “cuando lleguéis a viejos respetaréis la piedra” en una crónica sería una locura, tal vez sirva de epígrafe. Me llenó de regocijo las anotaciones naturales que escribí, eran ideas que se me ocurrieron mientras anotaba en la grabadora, en mi cuaderno o de las fotos que tomaba con la Nikon. Me sentía inspirado por la locura de ir a la selva y profundizar en el tem
Armando parecía estar planeando el viaje, se veía indeciso, yo desconocía sus propósitos, además de mostrarme la secta de la selva. Supuse que su mayor propósito era que yo escribiera al respecto de la secta para que el país se diera cuenta. Y, era la persona adecuada para hacerlo, además de mi interés por Lizandro estaba el interés por las aventuras. Armando era un desconocido para mí, apenas sabía que era un supuesto corresponsal de Bluefields, y ahora que pertenecía a una secta que rendía culto a Lizandro, no sabía quién era él en sus adentros. Nunca habíamos hablado sobre su visión del país y la desgracia de los gobiernos neoliberales. Me era un completo desconocido, después de todo confiaba en él para adentrarnos a la selva y descubrir más sobre la secta. Antes de eso, le dije que debíamos hablar, aunque parec&ia
Pasé toda la tarde grabando mis anotaciones y escribiendo en la laptop. Después se hizo de noche, y la música reggae continuaba sonando. Parecía que la casa pasaba de fiesta todo el día y la noche. Y, en la noche era mejor porque vi que apareció más gente desconocida asomándose al patio a fumar y a hablar. Supuse que Armando estaba preparando el viaje, después se me ocurrió tan solo estaba jugando conmigo. Salió de su cuarto a eso de las ocho de la noche. Cerré la laptop y, se acercó para pedirme un cigarro. Extraje de mi bolsillo la caja de cigarros y, le extendí uno. Armando parecía contento, tenía una mirada mística, como si se preparara para algo grande, para una hazaña de ensueño. “¿Cómo vas con la crónica?” me preguntó. No sabí
Después de varias horas de viaje a través de la selva y, a pesar del bochorno, pude avistar a lo lejos un montón de chozas de paja que formaban avenidas de tal forma que estaban construidas en una sola dirección, es decir, de norte a sur. “Ahí es”, dijo Armando señalando con su dedo índice. Extraje un cigarro, lo prendí y lo fumé tan rápido como pude por la ansiedad que me invadía. Empecé a tomar fotos con la Nikon. Y saqué mi grabadora de la mochila “en este momento nos acercamos a la comunidad de la secta, la selva todavía se erige en estos lugares, se escucha el aullido de los monos congos, y el zumbido de los mosquitos”. Nos detuvimos en una colina donde se avistaba en lo alto aquella aglomeración de chozas. “Aquí nos bajamos, no hay forma de bajar, solo cam
Me quedé de pie viendo el panorama y, pensé que era un sueño hecho realidad. La secta se trataba de una comunidad anarquista autosugestionada por sus miembros. Richard me explicó durante horas que cosechaban hortalizas y las vendían en el norte. Cuando me dijo eso pensé en el camión que transportó aquellos paquetes que parecían de cocaína y le pregunté de qué se trataba eso. Me dijo que probablemente vi otra cosa, porque lo que transportan son las cosechas para venderlas en el norte porque si las llevan a la ciudad la municipalidad les cobra impuestos. Además de ser una comunidad aislada, me decía Richard, se les enseña a leer a todo aquel que venga a la comunidad, y también se le muestra cómo cosechar sus propios alimentos para de esa forma gestionar la comunidad con mayor rendimiento. Los pr
Mi nombre es Carolina Medrano, trabajo en el diario La Prensa desde hace muchos años como asistente personal del periodista Gerardo Valdemar. Hace unos meses lo enviaron a Bluefields para escribir una crónica sobre Lizandro Chávez Alfaro. Gerardo Valdemar era un periodista reconocido por sus crónicas literarias, sin embargo, siempre se quejaba porque era incapaz de crear una obra maestra. Decía que en Managua la vida transcurría sin ninguna anormalidad, es decir, no había material necesario para escribir al respecto. Gerardo se llevó su laptop al viaje a Bluefields para escribir sus anotaciones, y así fue como recibí todo el texto. Me enviaba breves capítulos y, yo los imprimía para tenerlos como archivo. Sus envíos eran constantes, al parecer tenía una buena racha de escritura, y mientras recopilaba esos cap&iacu