Me quedé de pie viendo el panorama y, pensé que era un sueño hecho realidad. La secta se trataba de una comunidad anarquista autosugestionada por sus miembros. Richard me explicó durante horas que cosechaban hortalizas y las vendían en el norte. Cuando me dijo eso pensé en el camión que transportó aquellos paquetes que parecían de cocaína y le pregunté de qué se trataba eso. Me dijo que probablemente vi otra cosa, porque lo que transportan son las cosechas para venderlas en el norte porque si las llevan a la ciudad la municipalidad les cobra impuestos.
Además de ser una comunidad aislada, me decía Richard, se les enseña a leer a todo aquel que venga a la comunidad, y también se le muestra cómo cosechar sus propios alimentos para de esa forma gestionar la comunidad con mayor rendimiento. Los pr
Mi nombre es Carolina Medrano, trabajo en el diario La Prensa desde hace muchos años como asistente personal del periodista Gerardo Valdemar. Hace unos meses lo enviaron a Bluefields para escribir una crónica sobre Lizandro Chávez Alfaro. Gerardo Valdemar era un periodista reconocido por sus crónicas literarias, sin embargo, siempre se quejaba porque era incapaz de crear una obra maestra. Decía que en Managua la vida transcurría sin ninguna anormalidad, es decir, no había material necesario para escribir al respecto. Gerardo se llevó su laptop al viaje a Bluefields para escribir sus anotaciones, y así fue como recibí todo el texto. Me enviaba breves capítulos y, yo los imprimía para tenerlos como archivo. Sus envíos eran constantes, al parecer tenía una buena racha de escritura, y mientras recopilaba esos cap&iacu
Segunda novela del libro Crónica de una secta y otros relatos de lo extraño. Esta vez se trata de un joven perturbado sobre su historia escrita en un libro por un escritor de Nicaragua y decide indagar al respecto.PrólogoUna disyuntiva crucial se me presentó, y como humano, como ser tan pequeño en este mundo, me enfoqué en aprehender lo que me afectaba. No planifiqué esta obra como lo hacen los grandes maestros a través de la técnica abundante, me di cuenta de algunas verdades, y a partir de ahí conjeturé con palabras sencillas las dudas que invadían mi mente.
La muerte nos alcanza en momentos inesperados, como una bala en el pecho en medio de una trifulca para derrocar gobiernos, un accidente automovilístico provocado por conducir bajo estado de ebriedad o una enfermedad terminal. No lo sabemos, cualquier día puede ser nuestro turno. Quisiera decir que mis determinaciones son una ensoñación, por ahora quiero analizar los primeros pasos que me lleven a una comprensión de mi individualidad. En primer lugar, escribí esta historia debido a las dificultades existenciales que me abordaban, además, me di cuenta que mi muerte sería terrible, y que estaba predestinado a escribir porque no sabía otra cosa qué hacer según tales designios. A mi parecer, la fatalidad nos toma por sorpresa, y a veces no hay salida, nos encontramos arrinconados contra la pared, sin poder hacer nada al respecto. Somos env
En el libro «Las historias de Maldecín» aparecía un relato escrito por Benito Valdivia, escritor que me tocó entrevistar y conversé con él para comprender las similitudes narradas tal como si conociera mi mente. Todos los delirios y las pesadillas que me atormentaban eran iguales al escrito, mis pesares y dolores que me han perturbado toda la vida. Hay cosas que uno ni siquiera puede entender, tantas complejidades humanas que trastornan a diario, y eso solo se sufre de manera individual. Pensé por un momento que se trataba de alguna casualidad. En el texto se mostraban rasgos personales que solo alguien que me conociera a profundidad podría decir, como lo que siento cuando mi brazo se mueve debido a la incomodidad que me provocan las personas. Esta incomodidad la desarrollé luego de un asalto a mano armada cerca de la casa en Villa Tiscapa. De
La narrativa tuvo inicio luego de la lectura de Benito, como es de suponer, también leía novelas, en especial Madame Bovary, es obvio que la traducción del castellano imposibilita la apreciación en su totalidad. Sin embargo, pienso en el claustro de Flaubert y su determinación creadora. No solo era un escritor, sino, un artista consumado en un monasterio literario. De esa manera me sentía, y a eso aspiraba. Quería enfocarme en mi destino, supongo que esa sensación provenía de mi supuesto creador, aunque los relatos no tienen continuidad, sino que terminan hasta la edad de quince años, mi vida continuó y construí mi universo de palabras según lo que observaba. Este proceso de observación superior a las intensas horas de lectura, me permiti&oa
El día de la entrevista tomé un taxi con dirección a la Residencial Bosques de Bolonia. Estaba perturbado con las dudas existenciales que se siempre han abordado acerca de mi creador, y en ese momento confrontaría todas mis dudas. Sin embargo, mi plan fue cambiarme el nombre a Federico Arguello, en caso de que preguntara. Llegué a la casa verde con portones blancos y toqué el timbre. Escuché desde adentro un: —¡Ya va!— Pronto, una señora con delantal abrió la puerta y me hizo pasar. Luego tomé asiento y esperé a don Benito, mi creador. La señora me ofreció algo de tomar y le pedí un vaso con agua. Pude controlar los nervios, tomé mi grabadora y extraje de mi mochila el papel con las preguntas para repasarlas. Cuando Benito llegó me sorprendió verlo con un bigote espeso,
Esa misma tarde me dirigí a las oficinas de Martin. Le conté sobre la entrevista y me dijo que Benito le llamó preguntando por mí. Sin embargo, a Martín ya le había dicho que no le mencionara mi nombre, no le di explicación. Pero esa tarde me preguntó qué relación tenía mi nombre con Benito. Como no tenía escapatoria, y aunque me escuchara como a un loco diciendo que Benito era mi creador, tuve que decirle todo al respecto. Martin se rió a carcajadas y dijo que eso era imposible, pero respetó mi decisión de publicar la entrevista bajo el seudónimo de Federico Arguello. A la semana siguiente Benito fue a la exposición de su libro, Julio Valle-Castillo lo presentó y dirigió la mesa. El auditorio principal de
Epílogo de Las historias de MaldecínFortunato Martínez, hacendado en las tierras fértiles de Jinotega, viajero desde el país Vasco, vino a este país para enriquecerse, sin embargo, un padecimiento mental le incapacitó trabajar la tierra, y tuvo que delegarle el trabajo a su hijo, Rodrigo Martínez, incapaz de llevar las cuentas debido a las lujuria extenuante, derrochó el dinero en prostitutas y licor. Destruido moralmente, y luego de la muerte de su padre, decidió mudarse a Matagalpa, y conoció en un cafetal a la hija de un cafetalero, llamada Magdalena Prístina. Ella lo arropó y le dio vivienda, sobrevivieron a la guerra de los ochenta, y cuando Prístina heredó cierta cantidad de dinero por parte de su padre, se mudó al centro de la ciudad donde compró una pequeña casa y