En el libro «Las historias de Maldecín» aparecía un relato escrito por Benito Valdivia, escritor que me tocó entrevistar y conversé con él para comprender las similitudes narradas tal como si conociera mi mente. Todos los delirios y las pesadillas que me atormentaban eran iguales al escrito, mis pesares y dolores que me han perturbado toda la vida. Hay cosas que uno ni siquiera puede entender, tantas complejidades humanas que trastornan a diario, y eso solo se sufre de manera individual. Pensé por un momento que se trataba de alguna casualidad.
En el texto se mostraban rasgos personales que solo alguien que me conociera a profundidad podría decir, como lo que siento cuando mi brazo se mueve debido a la incomodidad que me provocan las personas. Esta incomodidad la desarrollé luego de un asalto a mano armada cerca de la casa en Villa Tiscapa. De
La narrativa tuvo inicio luego de la lectura de Benito, como es de suponer, también leía novelas, en especial Madame Bovary, es obvio que la traducción del castellano imposibilita la apreciación en su totalidad. Sin embargo, pienso en el claustro de Flaubert y su determinación creadora. No solo era un escritor, sino, un artista consumado en un monasterio literario. De esa manera me sentía, y a eso aspiraba. Quería enfocarme en mi destino, supongo que esa sensación provenía de mi supuesto creador, aunque los relatos no tienen continuidad, sino que terminan hasta la edad de quince años, mi vida continuó y construí mi universo de palabras según lo que observaba. Este proceso de observación superior a las intensas horas de lectura, me permiti&oa
El día de la entrevista tomé un taxi con dirección a la Residencial Bosques de Bolonia. Estaba perturbado con las dudas existenciales que se siempre han abordado acerca de mi creador, y en ese momento confrontaría todas mis dudas. Sin embargo, mi plan fue cambiarme el nombre a Federico Arguello, en caso de que preguntara. Llegué a la casa verde con portones blancos y toqué el timbre. Escuché desde adentro un: —¡Ya va!— Pronto, una señora con delantal abrió la puerta y me hizo pasar. Luego tomé asiento y esperé a don Benito, mi creador. La señora me ofreció algo de tomar y le pedí un vaso con agua. Pude controlar los nervios, tomé mi grabadora y extraje de mi mochila el papel con las preguntas para repasarlas. Cuando Benito llegó me sorprendió verlo con un bigote espeso,
Esa misma tarde me dirigí a las oficinas de Martin. Le conté sobre la entrevista y me dijo que Benito le llamó preguntando por mí. Sin embargo, a Martín ya le había dicho que no le mencionara mi nombre, no le di explicación. Pero esa tarde me preguntó qué relación tenía mi nombre con Benito. Como no tenía escapatoria, y aunque me escuchara como a un loco diciendo que Benito era mi creador, tuve que decirle todo al respecto. Martin se rió a carcajadas y dijo que eso era imposible, pero respetó mi decisión de publicar la entrevista bajo el seudónimo de Federico Arguello. A la semana siguiente Benito fue a la exposición de su libro, Julio Valle-Castillo lo presentó y dirigió la mesa. El auditorio principal de
Epílogo de Las historias de MaldecínFortunato Martínez, hacendado en las tierras fértiles de Jinotega, viajero desde el país Vasco, vino a este país para enriquecerse, sin embargo, un padecimiento mental le incapacitó trabajar la tierra, y tuvo que delegarle el trabajo a su hijo, Rodrigo Martínez, incapaz de llevar las cuentas debido a las lujuria extenuante, derrochó el dinero en prostitutas y licor. Destruido moralmente, y luego de la muerte de su padre, decidió mudarse a Matagalpa, y conoció en un cafetal a la hija de un cafetalero, llamada Magdalena Prístina. Ella lo arropó y le dio vivienda, sobrevivieron a la guerra de los ochenta, y cuando Prístina heredó cierta cantidad de dinero por parte de su padre, se mudó al centro de la ciudad donde compró una pequeña casa y
A la semana siguiente, llegué a la casa de Benito y le entregué el texto en sus manos. Después de meditar en el sofá con su gafas puesta, unas lágrimas brotaron de sus ojos, y me dijo que publicaría el libro para que el mundo girara y el universo más el pacto con el diablo tuviera efecto. A la semana siguiente de la publicación en una imprenta con tirada de 100 copias dormí como un niño, y al despertar todo había cambiado, tenía quince años, y mi voz quebrada volvió, y mi mente estaba llena de recuerdos sobre otro mundo donde fui la creación de Benito Valdivia. Al año siguiente me matriculé en la carrera de derecho, y esperé la edad de 18, la edad que había sido predestinada para que yo leyera el libro, según el prólogo de la décima edición de Las hist
En el libro «Las historias de Maldecín» aparecía un relato escrito por Benito Valdivia, escritor que me tocó entrevistar y conversé con él para comprender las similitudes narradas tal como si conociera mi mente. Todos los delirios y las pesadillas que me atormentaban eran iguales al escrito, mis pesares y dolores que me han perturbado toda la vida. Hay cosas que uno ni siquiera puede entender, tantas complejidades humanas que trastornan a diario, y eso solo se sufre de manera individual. Pensé por un momento que se trataba de alguna casualidad. En el texto se mostraban rasgos personales que solo alguien que me conociera a profundidad podría decir, como lo que siento cuando mi brazo se mueve debido a la incomodidad que me provocan las personas. Esta incomodidad la desarrollé luego de un asalto a mano armada cerca de la casa en Vil
Siempre me fascinaron las historias de los diarios nacionales, en especial, la sección de sucesos y deportes porque encontraba en las letras un ambiente acogedor. Aprendí a leer a los seis años, algo nada espectacular, desde ese momento no me detuve. También me gustaban las narraciones orales de mis abuelos, cansado de los mismos cuentos de horror seguí con el hechizo de los diarios. Mi padre después de hojear el papel impreso lo dejaba en la mesa de la sala, y, como sabía que era adicto al papel periódico, él se hacía el disimulado y se marchaba a su cuarto o al patio para dejarme tranquilo con mis amados diarios. Los tomaba para llevármelos al colegio y, leerlos en el recreo. Los profesores consternados por mi actividad obsesiva llamaron a mis padres y les dijeron que debían asistir a una reuni&oac
Siempre me fascinaron las historias de los diarios nacionales, en especial, la sección de sucesos y deportes porque encontraba en las letras un ambiente acogedor. Aprendí a leer a los seis años, algo nada espectacular, desde ese momento no me detuve. También me gustaban las narraciones orales de mis abuelos, cansado de los mismos cuentos de horror seguí con el hechizo de los diarios. Mi padre después de hojear el papel impreso lo dejaba en la mesa de la sala, y, como sabía que era adicto al papel periódico, él se hacía el disimulado y se marchaba a su cuarto o al patio para dejarme tranquilo con mis amados diarios. Los tomaba para llevármelos al colegio y, leerlos en el recreo. Los profesores consternados por mi actividad obsesiva llamaron a mis padres y les dijeron que debían asistir a una reunión para hablar de mi &ldq