Pasé toda la tarde grabando mis anotaciones y escribiendo en la laptop. Después se hizo de noche, y la música reggae continuaba sonando. Parecía que la casa pasaba de fiesta todo el día y la noche. Y, en la noche era mejor porque vi que apareció más gente desconocida asomándose al patio a fumar y a hablar.
Supuse que Armando estaba preparando el viaje, después se me ocurrió tan solo estaba jugando conmigo. Salió de su cuarto a eso de las ocho de la noche. Cerré la laptop y, se acercó para pedirme un cigarro. Extraje de mi bolsillo la caja de cigarros y, le extendí uno. Armando parecía contento, tenía una mirada mística, como si se preparara para algo grande, para una hazaña de ensueño. “¿Cómo vas con la crónica?” me preguntó. No sabí
Después de varias horas de viaje a través de la selva y, a pesar del bochorno, pude avistar a lo lejos un montón de chozas de paja que formaban avenidas de tal forma que estaban construidas en una sola dirección, es decir, de norte a sur. “Ahí es”, dijo Armando señalando con su dedo índice. Extraje un cigarro, lo prendí y lo fumé tan rápido como pude por la ansiedad que me invadía. Empecé a tomar fotos con la Nikon. Y saqué mi grabadora de la mochila “en este momento nos acercamos a la comunidad de la secta, la selva todavía se erige en estos lugares, se escucha el aullido de los monos congos, y el zumbido de los mosquitos”. Nos detuvimos en una colina donde se avistaba en lo alto aquella aglomeración de chozas. “Aquí nos bajamos, no hay forma de bajar, solo cam
Me quedé de pie viendo el panorama y, pensé que era un sueño hecho realidad. La secta se trataba de una comunidad anarquista autosugestionada por sus miembros. Richard me explicó durante horas que cosechaban hortalizas y las vendían en el norte. Cuando me dijo eso pensé en el camión que transportó aquellos paquetes que parecían de cocaína y le pregunté de qué se trataba eso. Me dijo que probablemente vi otra cosa, porque lo que transportan son las cosechas para venderlas en el norte porque si las llevan a la ciudad la municipalidad les cobra impuestos. Además de ser una comunidad aislada, me decía Richard, se les enseña a leer a todo aquel que venga a la comunidad, y también se le muestra cómo cosechar sus propios alimentos para de esa forma gestionar la comunidad con mayor rendimiento. Los pr
Mi nombre es Carolina Medrano, trabajo en el diario La Prensa desde hace muchos años como asistente personal del periodista Gerardo Valdemar. Hace unos meses lo enviaron a Bluefields para escribir una crónica sobre Lizandro Chávez Alfaro. Gerardo Valdemar era un periodista reconocido por sus crónicas literarias, sin embargo, siempre se quejaba porque era incapaz de crear una obra maestra. Decía que en Managua la vida transcurría sin ninguna anormalidad, es decir, no había material necesario para escribir al respecto. Gerardo se llevó su laptop al viaje a Bluefields para escribir sus anotaciones, y así fue como recibí todo el texto. Me enviaba breves capítulos y, yo los imprimía para tenerlos como archivo. Sus envíos eran constantes, al parecer tenía una buena racha de escritura, y mientras recopilaba esos cap&iacu
Segunda novela del libro Crónica de una secta y otros relatos de lo extraño. Esta vez se trata de un joven perturbado sobre su historia escrita en un libro por un escritor de Nicaragua y decide indagar al respecto.PrólogoUna disyuntiva crucial se me presentó, y como humano, como ser tan pequeño en este mundo, me enfoqué en aprehender lo que me afectaba. No planifiqué esta obra como lo hacen los grandes maestros a través de la técnica abundante, me di cuenta de algunas verdades, y a partir de ahí conjeturé con palabras sencillas las dudas que invadían mi mente.
La muerte nos alcanza en momentos inesperados, como una bala en el pecho en medio de una trifulca para derrocar gobiernos, un accidente automovilístico provocado por conducir bajo estado de ebriedad o una enfermedad terminal. No lo sabemos, cualquier día puede ser nuestro turno. Quisiera decir que mis determinaciones son una ensoñación, por ahora quiero analizar los primeros pasos que me lleven a una comprensión de mi individualidad. En primer lugar, escribí esta historia debido a las dificultades existenciales que me abordaban, además, me di cuenta que mi muerte sería terrible, y que estaba predestinado a escribir porque no sabía otra cosa qué hacer según tales designios. A mi parecer, la fatalidad nos toma por sorpresa, y a veces no hay salida, nos encontramos arrinconados contra la pared, sin poder hacer nada al respecto. Somos env
En el libro «Las historias de Maldecín» aparecía un relato escrito por Benito Valdivia, escritor que me tocó entrevistar y conversé con él para comprender las similitudes narradas tal como si conociera mi mente. Todos los delirios y las pesadillas que me atormentaban eran iguales al escrito, mis pesares y dolores que me han perturbado toda la vida. Hay cosas que uno ni siquiera puede entender, tantas complejidades humanas que trastornan a diario, y eso solo se sufre de manera individual. Pensé por un momento que se trataba de alguna casualidad. En el texto se mostraban rasgos personales que solo alguien que me conociera a profundidad podría decir, como lo que siento cuando mi brazo se mueve debido a la incomodidad que me provocan las personas. Esta incomodidad la desarrollé luego de un asalto a mano armada cerca de la casa en Villa Tiscapa. De
La narrativa tuvo inicio luego de la lectura de Benito, como es de suponer, también leía novelas, en especial Madame Bovary, es obvio que la traducción del castellano imposibilita la apreciación en su totalidad. Sin embargo, pienso en el claustro de Flaubert y su determinación creadora. No solo era un escritor, sino, un artista consumado en un monasterio literario. De esa manera me sentía, y a eso aspiraba. Quería enfocarme en mi destino, supongo que esa sensación provenía de mi supuesto creador, aunque los relatos no tienen continuidad, sino que terminan hasta la edad de quince años, mi vida continuó y construí mi universo de palabras según lo que observaba. Este proceso de observación superior a las intensas horas de lectura, me permiti&oa
El día de la entrevista tomé un taxi con dirección a la Residencial Bosques de Bolonia. Estaba perturbado con las dudas existenciales que se siempre han abordado acerca de mi creador, y en ese momento confrontaría todas mis dudas. Sin embargo, mi plan fue cambiarme el nombre a Federico Arguello, en caso de que preguntara. Llegué a la casa verde con portones blancos y toqué el timbre. Escuché desde adentro un: —¡Ya va!— Pronto, una señora con delantal abrió la puerta y me hizo pasar. Luego tomé asiento y esperé a don Benito, mi creador. La señora me ofreció algo de tomar y le pedí un vaso con agua. Pude controlar los nervios, tomé mi grabadora y extraje de mi mochila el papel con las preguntas para repasarlas. Cuando Benito llegó me sorprendió verlo con un bigote espeso,