Después de escribir sobre mi regreso a Bluefields, fui al cyber “Tolomeo” y envíe por correo electrónico varias anotaciones a mi asistente en Managua. El texto parecía tener forma o al menos eso es lo que pensaba. La escritura en sí era pura y directa, sin tantas palabras rimbombantes como en otros tiempos cuando empecé a escribir. Aprendí del oficio que hacerse el artista no cabe en una escritura de crónica. Es decir, venir a decir cosas como “cuando lleguéis a viejos respetaréis la piedra” en una crónica sería una locura, tal vez sirva de epígrafe. Me llenó de regocijo las anotaciones naturales que escribí, eran ideas que se me ocurrieron mientras anotaba en la grabadora, en mi cuaderno o de las fotos que tomaba con la Nikon. Me sentía inspirado por la locura de ir a la selva y profundizar en el tem
Armando parecía estar planeando el viaje, se veía indeciso, yo desconocía sus propósitos, además de mostrarme la secta de la selva. Supuse que su mayor propósito era que yo escribiera al respecto de la secta para que el país se diera cuenta. Y, era la persona adecuada para hacerlo, además de mi interés por Lizandro estaba el interés por las aventuras. Armando era un desconocido para mí, apenas sabía que era un supuesto corresponsal de Bluefields, y ahora que pertenecía a una secta que rendía culto a Lizandro, no sabía quién era él en sus adentros. Nunca habíamos hablado sobre su visión del país y la desgracia de los gobiernos neoliberales. Me era un completo desconocido, después de todo confiaba en él para adentrarnos a la selva y descubrir más sobre la secta. Antes de eso, le dije que debíamos hablar, aunque parec&ia
Pasé toda la tarde grabando mis anotaciones y escribiendo en la laptop. Después se hizo de noche, y la música reggae continuaba sonando. Parecía que la casa pasaba de fiesta todo el día y la noche. Y, en la noche era mejor porque vi que apareció más gente desconocida asomándose al patio a fumar y a hablar. Supuse que Armando estaba preparando el viaje, después se me ocurrió tan solo estaba jugando conmigo. Salió de su cuarto a eso de las ocho de la noche. Cerré la laptop y, se acercó para pedirme un cigarro. Extraje de mi bolsillo la caja de cigarros y, le extendí uno. Armando parecía contento, tenía una mirada mística, como si se preparara para algo grande, para una hazaña de ensueño. “¿Cómo vas con la crónica?” me preguntó. No sabí
Después de varias horas de viaje a través de la selva y, a pesar del bochorno, pude avistar a lo lejos un montón de chozas de paja que formaban avenidas de tal forma que estaban construidas en una sola dirección, es decir, de norte a sur. “Ahí es”, dijo Armando señalando con su dedo índice. Extraje un cigarro, lo prendí y lo fumé tan rápido como pude por la ansiedad que me invadía. Empecé a tomar fotos con la Nikon. Y saqué mi grabadora de la mochila “en este momento nos acercamos a la comunidad de la secta, la selva todavía se erige en estos lugares, se escucha el aullido de los monos congos, y el zumbido de los mosquitos”. Nos detuvimos en una colina donde se avistaba en lo alto aquella aglomeración de chozas. “Aquí nos bajamos, no hay forma de bajar, solo cam
Me quedé de pie viendo el panorama y, pensé que era un sueño hecho realidad. La secta se trataba de una comunidad anarquista autosugestionada por sus miembros. Richard me explicó durante horas que cosechaban hortalizas y las vendían en el norte. Cuando me dijo eso pensé en el camión que transportó aquellos paquetes que parecían de cocaína y le pregunté de qué se trataba eso. Me dijo que probablemente vi otra cosa, porque lo que transportan son las cosechas para venderlas en el norte porque si las llevan a la ciudad la municipalidad les cobra impuestos. Además de ser una comunidad aislada, me decía Richard, se les enseña a leer a todo aquel que venga a la comunidad, y también se le muestra cómo cosechar sus propios alimentos para de esa forma gestionar la comunidad con mayor rendimiento. Los pr
Mi nombre es Carolina Medrano, trabajo en el diario La Prensa desde hace muchos años como asistente personal del periodista Gerardo Valdemar. Hace unos meses lo enviaron a Bluefields para escribir una crónica sobre Lizandro Chávez Alfaro. Gerardo Valdemar era un periodista reconocido por sus crónicas literarias, sin embargo, siempre se quejaba porque era incapaz de crear una obra maestra. Decía que en Managua la vida transcurría sin ninguna anormalidad, es decir, no había material necesario para escribir al respecto. Gerardo se llevó su laptop al viaje a Bluefields para escribir sus anotaciones, y así fue como recibí todo el texto. Me enviaba breves capítulos y, yo los imprimía para tenerlos como archivo. Sus envíos eran constantes, al parecer tenía una buena racha de escritura, y mientras recopilaba esos cap&iacu
Segunda novela del libro Crónica de una secta y otros relatos de lo extraño. Esta vez se trata de un joven perturbado sobre su historia escrita en un libro por un escritor de Nicaragua y decide indagar al respecto.PrólogoUna disyuntiva crucial se me presentó, y como humano, como ser tan pequeño en este mundo, me enfoqué en aprehender lo que me afectaba. No planifiqué esta obra como lo hacen los grandes maestros a través de la técnica abundante, me di cuenta de algunas verdades, y a partir de ahí conjeturé con palabras sencillas las dudas que invadían mi mente.
La muerte nos alcanza en momentos inesperados, como una bala en el pecho en medio de una trifulca para derrocar gobiernos, un accidente automovilístico provocado por conducir bajo estado de ebriedad o una enfermedad terminal. No lo sabemos, cualquier día puede ser nuestro turno. Quisiera decir que mis determinaciones son una ensoñación, por ahora quiero analizar los primeros pasos que me lleven a una comprensión de mi individualidad. En primer lugar, escribí esta historia debido a las dificultades existenciales que me abordaban, además, me di cuenta que mi muerte sería terrible, y que estaba predestinado a escribir porque no sabía otra cosa qué hacer según tales designios. A mi parecer, la fatalidad nos toma por sorpresa, y a veces no hay salida, nos encontramos arrinconados contra la pared, sin poder hacer nada al respecto. Somos env
En el libro «Las historias de Maldecín» aparecía un relato escrito por Benito Valdivia, escritor que me tocó entrevistar y conversé con él para comprender las similitudes narradas tal como si conociera mi mente. Todos los delirios y las pesadillas que me atormentaban eran iguales al escrito, mis pesares y dolores que me han perturbado toda la vida. Hay cosas que uno ni siquiera puede entender, tantas complejidades humanas que trastornan a diario, y eso solo se sufre de manera individual. Pensé por un momento que se trataba de alguna casualidad. En el texto se mostraban rasgos personales que solo alguien que me conociera a profundidad podría decir, como lo que siento cuando mi brazo se mueve debido a la incomodidad que me provocan las personas. Esta incomodidad la desarrollé luego de un asalto a mano armada cerca de la casa en Villa Tiscapa. De