Armando parecía un sujeto agradable después de todo, aunque me haya hecho pasar el susto de un secuestro de pesadillas, él era responsable de la secta de Lizandro en las selvas del Caribe. Quería seguir en contacto con él, pero sentía que lo molestaría tanto si preguntaba al respecto. A pesar de esa sensación, no pude contenerme, y lo llamé. “Tenés que contarme todo”, dije “Venite a Bluefields y aquí te cuento todo”, dijo. Se me ocurrió que era la mejor idea ir a Bluefields y que al fin tener una conversación amena sobre Lizandro.
Empecé a empacar una Nikon (que me prestaron en el trabajo), mi grabadora y mis cuadernos de anotaciones con mi laptop. Estaba ansioso empacando hasta que Valentina abrió la puerta del cuarto y me encontró llorando. “¿Qué te sucede?” dijo. No podía explicarle que esta era la crónica más genial que podía llegar a escribir. Entre sollozos le dije “me voy a Bluefields a terminar la crónica”. Valentina se quedó estupefacta y me dijo que de ninguna manera iba a ir a Bluefields. Le respondí que no tenía opción porque allá me aguardaba la crónica sobre Lizandro. “Esto es culpa del tal Armando, y sus historias de dos pesos, te está engañando, no vayas por favor, te lo suplico” dijo Valentina. A pesar de todos los ruegos le di un beso en la mejilla, y salí de la casa “Si te vas, aquí no entras nunca más” dijo desde la puerta. La quedé viendo y, me acerqué a ella para decirle que la amaba, sin embargo, tenía que partir a Bluefields para terminar de escribir la crónica. Valentina empezó a sollozar, y limpié sus lágrimas con mis manos, la abracé y me despedí. Caminé hasta la calle a esperar un maldito taxi, y así fue, apareció uno que me cobraba ciento veinte pesos, y como estaba con prisa, le dije que me llevara. Ya había comprado el boleto para Bluefields, eran las diez y media de la mañana, a las 11.30 saldría el vuelo. Llegué a las once en punto, y pasé el proceso de registro, y al fin pude subir la avioneta de “La costeña”. Sabía que iba a sufrir en el vuelo tormentoso, no me importó porque allá en Bluefields me esperaba la historia más sensacional de mi vida. Estaba obsesionado con la idea de la secta y cómo Armando, un corresponsal del diario era un ser de doble cara.
Mientras iba en el vuelo que por poco me hace vomitar, se me ocurrió que Armando era el líder narcotraficante de Rock Copper y los demás. Era solo una posibilidad. A mi parecer, el narcotráfico es un medio de subsistencia debido al Estado fallido neoliberal que es incapaz de suplir las necesidades básicas de una población. Pensé que durante dieciséis años estos gobiernos cerdos no habían hecho nada más que lavarse las manos diciendo que no eran como el gobierno sandinista de los ochenta, tal vez eran igual de despiadados con su cultura de grandes empresas trasnacionales extractivitas. La única razón por la cual voté en la Unión Nacional Opositora fue porque ya no quería más guerra y pobreza. Es cierto que no sufrí debido a las complicaciones de asma que tenía en ese momento y por eso no cumplí el servicio militar y pude estudiar periodismo bajo dogmas. Nunca imaginé el desastre que Arnoldo Alemán y su séquito de empresas harían a nuestra tierra. El despale desconsiderado de las zonas vírgenes, la explotación de minas, la venta de animales exótico para saciar sus bolsillos. Sus decisiones políticas desde la compra de camionetas y, viajes a todas partes del mundo, todo eso me daba asco. Lo único que deseaba en ese momento era reunirme con los muchachos y preguntarles por sus deseos de hacer culto a Lizandro.
. Me bajé de la avioneta y salí del aeropuerto de Bluefields. Armando me esperaba afuera. Me dio un cigarro que con gusto lo encendí, y me dijo que entráramos al auto (el mismo Yaris). Y, fumé con tranquilidad pensando en la maravillosa crónica que escribiría al respecto de la secta de Lizandro. Armando arrancó el auto y condujo durante cinco minutos, respiré el ambiente que tanto extrañaba y llegamos a la casa de sus amigas donde me recibieron con gozo. Había música, comida y cervezas. Me sentía en el paraíso. “Sé que tenés muchas ganas de hablar acerca de aquello, por ahora no podemos, así que relajate, comé y tomá unas cuantas cervezas o lo que vos queras”, dijo Armando.
Una de las cosas que se me cruzó por la mente fue el relato apócrifo de Lizandro, y lo apunté en mi cuaderno para preguntarle luego a Armando.
Fui a la cocina a tomar una cerveza, una muchacha como de treinta años se acercó y me preguntó si era periodista. Le contesté que era amigo de Armando. Y, abrí la refrigeradora para tomar una cerveza. Caminé hacia el patio y me senté en una silla mecedora. Encendí un cigarro y me relajé toda la tarde. Al parecer Armando no estaba y eso no me preocupó porque seguro estaba preparando el viaje a la selva. Así que seguí tomando cervezas y fumando, hasta que la misma muchacha que vi en la cocina me dijo si quería carne asada. Eso me hizo brillar los ojos porque tenía mucha hambre. Dijo que debía esperar alrededor de veinte minutos para azar la carne. Y, volví a encender un cigarro mientras pensaba en el relato apócrifo de Lizandro. Era probable que ese relato lo haya escrito Lizandro, pude reconocer algunas palabras que solo él utiliza en su narrativa. También las descripciones del ambiente pertenecían a una escritura meramente de Lizandro. Lo que si me extrañaba era el tema Cervantino y Flaubertiano. Supongo que las lecturas de Lizandro alguna vez fueron esas y, se ensimismó tanto en el tema que parió ese magnífico relato. Minutos después, la muchacha se acercó con el plato de comida: gallo pinto, tajadas, ensalada criolla, y carne asada. Me llamó la atención que tuviera cierto parecido físico con Armando y le pregunté su nombre “Águeda” dijo.
Quedé sorprendido a los límites que había llegado Armando, es decir, llegó a tal punto de que su hermana se llamara como un personaje de Lizandro igual al relato “Corte de chaleco”. Pensé que era una locura total y, lo anoté en mi grabadora mientras tenía el plato de comida en los brazos “La hermana de Armando se llama Águeda, tal como el relato Corte de chaleco, debe ser que esta secta tiene más de treinta años” dije. Después de grabar, me dispuse a devorar la carne asada. Como se me acabó la cerveza me levanté para ir a la cocina y buscar otra. Al abrir la refrigeradora no encontré ninguna. Salí al patio encendí un cigarro y me coloqué en posición de poeta con la mirada perdida en el vacío pensando en una esdrújula. Después de fumar alrededor de medio paquete ahí de pie en el patio pensando en palabras que podía usar para el inicio de la crónica llegó Armando.
“Entonces hombré ¿la estás pasando bien?” dijo. Tiré la chiva de cigarro a la tierra del patio y le contesté que la pasaba de maravilla. En especial porque se me estaban ocurriendo buenas ideas para la crónica. “Qué bien, eso me gusta, yo leí algunas crónicas tuyas, muy buenas, tenés una visión poética de todo lo que ves” dijo como para hacerme sentir bien por todas las crónicas mierdas que así consideraba. Las crónicas se escriben con límite de tiempo, no hay forma de escudriñar las palabras. Inspirado pensé que esta crónica sobre Lizandro si tendría la delicadeza al menos de elegir las palabras adecuadas para describir la tierra natal del maestro.
“Lo mejor era que volvieras para conocer a profundidad nuestra secta” dijo Armando. En ese momento me sorprendió que lo dijera con normalidad. Bueno, ya sabía sobre la existencia de la secta, a pesar de eso, lo tomaba a la ligera y, para mí era un hecho extraordinario por poco y hasta sublime. Le dirigí la palabra “ve hombré tenemos que sentarnos a hablar claramente sobre esto”. “Tranquilo, por el momento disfrutá unos días para ambientarte y luego hablamos sobre eso” dijo mientras llamó a su hermana y se alejó de mi sin nada más qué decir. La hermana volvió con una cerveza y me dijo que ya había en la refrigeradora.
Después de escribir sobre mi regreso a Bluefields, fui al cyber “Tolomeo” y envíe por correo electrónico varias anotaciones a mi asistente en Managua. El texto parecía tener forma o al menos eso es lo que pensaba. La escritura en sí era pura y directa, sin tantas palabras rimbombantes como en otros tiempos cuando empecé a escribir. Aprendí del oficio que hacerse el artista no cabe en una escritura de crónica. Es decir, venir a decir cosas como “cuando lleguéis a viejos respetaréis la piedra” en una crónica sería una locura, tal vez sirva de epígrafe. Me llenó de regocijo las anotaciones naturales que escribí, eran ideas que se me ocurrieron mientras anotaba en la grabadora, en mi cuaderno o de las fotos que tomaba con la Nikon. Me sentía inspirado por la locura de ir a la selva y profundizar en el tem
Armando parecía estar planeando el viaje, se veía indeciso, yo desconocía sus propósitos, además de mostrarme la secta de la selva. Supuse que su mayor propósito era que yo escribiera al respecto de la secta para que el país se diera cuenta. Y, era la persona adecuada para hacerlo, además de mi interés por Lizandro estaba el interés por las aventuras. Armando era un desconocido para mí, apenas sabía que era un supuesto corresponsal de Bluefields, y ahora que pertenecía a una secta que rendía culto a Lizandro, no sabía quién era él en sus adentros. Nunca habíamos hablado sobre su visión del país y la desgracia de los gobiernos neoliberales. Me era un completo desconocido, después de todo confiaba en él para adentrarnos a la selva y descubrir más sobre la secta. Antes de eso, le dije que debíamos hablar, aunque parec&ia
Pasé toda la tarde grabando mis anotaciones y escribiendo en la laptop. Después se hizo de noche, y la música reggae continuaba sonando. Parecía que la casa pasaba de fiesta todo el día y la noche. Y, en la noche era mejor porque vi que apareció más gente desconocida asomándose al patio a fumar y a hablar. Supuse que Armando estaba preparando el viaje, después se me ocurrió tan solo estaba jugando conmigo. Salió de su cuarto a eso de las ocho de la noche. Cerré la laptop y, se acercó para pedirme un cigarro. Extraje de mi bolsillo la caja de cigarros y, le extendí uno. Armando parecía contento, tenía una mirada mística, como si se preparara para algo grande, para una hazaña de ensueño. “¿Cómo vas con la crónica?” me preguntó. No sabí
Después de varias horas de viaje a través de la selva y, a pesar del bochorno, pude avistar a lo lejos un montón de chozas de paja que formaban avenidas de tal forma que estaban construidas en una sola dirección, es decir, de norte a sur. “Ahí es”, dijo Armando señalando con su dedo índice. Extraje un cigarro, lo prendí y lo fumé tan rápido como pude por la ansiedad que me invadía. Empecé a tomar fotos con la Nikon. Y saqué mi grabadora de la mochila “en este momento nos acercamos a la comunidad de la secta, la selva todavía se erige en estos lugares, se escucha el aullido de los monos congos, y el zumbido de los mosquitos”. Nos detuvimos en una colina donde se avistaba en lo alto aquella aglomeración de chozas. “Aquí nos bajamos, no hay forma de bajar, solo cam
Me quedé de pie viendo el panorama y, pensé que era un sueño hecho realidad. La secta se trataba de una comunidad anarquista autosugestionada por sus miembros. Richard me explicó durante horas que cosechaban hortalizas y las vendían en el norte. Cuando me dijo eso pensé en el camión que transportó aquellos paquetes que parecían de cocaína y le pregunté de qué se trataba eso. Me dijo que probablemente vi otra cosa, porque lo que transportan son las cosechas para venderlas en el norte porque si las llevan a la ciudad la municipalidad les cobra impuestos. Además de ser una comunidad aislada, me decía Richard, se les enseña a leer a todo aquel que venga a la comunidad, y también se le muestra cómo cosechar sus propios alimentos para de esa forma gestionar la comunidad con mayor rendimiento. Los pr
Mi nombre es Carolina Medrano, trabajo en el diario La Prensa desde hace muchos años como asistente personal del periodista Gerardo Valdemar. Hace unos meses lo enviaron a Bluefields para escribir una crónica sobre Lizandro Chávez Alfaro. Gerardo Valdemar era un periodista reconocido por sus crónicas literarias, sin embargo, siempre se quejaba porque era incapaz de crear una obra maestra. Decía que en Managua la vida transcurría sin ninguna anormalidad, es decir, no había material necesario para escribir al respecto. Gerardo se llevó su laptop al viaje a Bluefields para escribir sus anotaciones, y así fue como recibí todo el texto. Me enviaba breves capítulos y, yo los imprimía para tenerlos como archivo. Sus envíos eran constantes, al parecer tenía una buena racha de escritura, y mientras recopilaba esos cap&iacu
Segunda novela del libro Crónica de una secta y otros relatos de lo extraño. Esta vez se trata de un joven perturbado sobre su historia escrita en un libro por un escritor de Nicaragua y decide indagar al respecto.PrólogoUna disyuntiva crucial se me presentó, y como humano, como ser tan pequeño en este mundo, me enfoqué en aprehender lo que me afectaba. No planifiqué esta obra como lo hacen los grandes maestros a través de la técnica abundante, me di cuenta de algunas verdades, y a partir de ahí conjeturé con palabras sencillas las dudas que invadían mi mente.
La muerte nos alcanza en momentos inesperados, como una bala en el pecho en medio de una trifulca para derrocar gobiernos, un accidente automovilístico provocado por conducir bajo estado de ebriedad o una enfermedad terminal. No lo sabemos, cualquier día puede ser nuestro turno. Quisiera decir que mis determinaciones son una ensoñación, por ahora quiero analizar los primeros pasos que me lleven a una comprensión de mi individualidad. En primer lugar, escribí esta historia debido a las dificultades existenciales que me abordaban, además, me di cuenta que mi muerte sería terrible, y que estaba predestinado a escribir porque no sabía otra cosa qué hacer según tales designios. A mi parecer, la fatalidad nos toma por sorpresa, y a veces no hay salida, nos encontramos arrinconados contra la pared, sin poder hacer nada al respecto. Somos env