A la mañana siguiente me desperté algo tarde, necesitaba descansar, y como no tenía ropa para cambiarme, solo me di un baño y salí corriendo al Distrito Policial. Cuando por fin llegué, los policías me quedaron viendo de una manera que me incomodó como si yo fuera un delincuente. Un policía alto y al parecer de rango por sus insignias me extendió la mano “te estábamos esperando, vení, vamos a hablar”.
Al decir eso, me llené de preocupación. Porque cómo podría ocultar que vi a aquellos narcos trasladando cocaína en camiones hasta el norte. “Y, bueno parece que no has tenido una buena estadía en Bluefields, Armando tu amigo dijo que venías para escribir una historia sobre Lizandro” dijo. Bajé la mirada y pensé en lo que iba a decir. “Si, mi trabajo es escribir una historia sobre Lizandro”. Esperé que preguntara sobre los narcos y continuó “Mira, tenemos un grave problema. Probablemente fuiste secuestrado por unos narcotraficantes de la zona, y debes saber muchas cosas, por alguna razón te perdonaron la vida, necesito que me contés todo lo que viste para apoyar a la investigación” “Apoyar a la investigación” pensé. Recordé la secta de Lizandro y solté la sopa. “No sé cómo jodido estos tipos que no puedo afirmar que fueran narcos me llevaron a la selva para que les leyeras relatos de Lizandro” lo dije casi sin aliento. “¿Cuentos de Lizandro? ¿Está jugando conmigo?” dijo el oficial. “Se lo juro, dijeron que eran unas secta en nombre de Lizandro y que desde pequeños habían pactado para leer sus relatos” contesté. “Si no apoyas a la investigación con la verdad vas a ir preso por obstrucción a la justicia”.
Al escuchar que iría preso por obstrucción a la justicia, me puse a pensar que todo era una broma, solo me usaban para reírse entre ellos mismos, o al menos para seguir un estúpido proceso y hacer de su trabajo algo interesante. Me revolvió el estómago su falsedad y, le pedí mis pertenencias. “Solo encontramos tu maleta, una grabadora y cuadernos”. En ese momento recordé que los tipos de la secta se habían llevado mi cámara y no me la devolvieron. “M****a” pensé. “No importa, regreso de inmediato a Managua, ya a demasiados problemas me metí en unos días”, dije. “Eso no va a ser posible, por el momento quedas bajo investigación, no podemos liberarte, estuviste en contacto con unos narcos”. Recordé lo del abogado y le dije “ya no voy a colaborar en su investigación hasta hablar con mi abogado”. El oficial se puso a reír y se tranquilizó. Respiró, me vio con seriedad y me dijo que tomara mis cosas, y que regresara lo más pronto a Managua, que era libre. No lo podía creer, como dije, era tan solo una maldita broma. Salí de la habitación, y afuera me esperaba un tipo con mi maleta. La puse en el suelo y encontré mi ropa y las demás cosas.
Ese mismo día, a las cuatro de la tarde tomé un vuelo, otra vez en la avioneta de la línea aérea “La costeña”. En el aeropuerto de Managua me esperaba Valentina, se tiró a mis brazos y lloró. “No tenés idea de todo lo que tuve que pasar, sos un tonto” dijo entre sollozos. “Vámonos, quiero irme a la casa” le dije.
Al llegar a casa me esperaba Tomás, mi hijo de quince años renuente a entender a su padre cables pelados. “Dicen que te secuestraron unos narcotraficantes en la selva” dijo entre risas y luego se lanzó a darme un abrazo. Y, vi el titular de La Prensa “Periodista es secuestrado en Bluefields”. Y, leí todo el reportaje. No lo podía creer, aparecí en los titulares, esta vez se trataba de mí. Hablaban de mis crónicas, y mis años como estudiante en la UCA. Lo que más me aterrorizaba era la visión que iban a formarse de Bluefields, así que debía contar la verdad aunque sonara descabellado. ¿Quién podría creerme la historia sobre una secta en honor a Lizandro? ¿Qué historia iba a escribir para mi trabajo? Esa noche cené, fumé un par de cigarros y me fui a la cama con mi querida Valentina. Sin embargo, soñé toda la noche, me vi en la cabaña leyendo relatos de Lizandro junto a los narcos. Y, nos reíamos sin parar, tomábamos y fumábamos. Y empecé a recordar cada relato que leí esa noche, en especial uno que nunca había leído en el libro “Los monos de San Telmo”. Sé que Lizandro escribió otros relatos, pero este relato era diferente, no se trataba de la selva, ni del Caribe. Era distinto, y mientras soñaba lo recordé con precisión. El relato se titulaba “Después de la lluvia” y cuando lo leí en el sueño, pensé que se trataba de la combinación de un relato urbano decimonónico. Y, seguí leyendo el relato sobre una tal mujer que sufre después de leer tantas novelas de amor y es infeliz en su matrimonio. Era como la “Madame Bovary” nicaragüense. No lo podía creer, en el sueño terminé de leer el relato sollozando. Y, los tipos quietos ante mi sensibilidad chocaron las botellas de cervezas y siguieron tomando. Al parecer había leído un relato desconocido de Lizandro. Se me ocurrió que tal vez yo nunca lo leí, y por eso era irreconocible. Después de ese sueño me quedé dormido.
Al despertar, me alisté y fui temprano a mi cubículo. Sin embargo, afuera me esperaban los reporteros de todos los canales, y querían una entrevista, nunca he sido alguien carismático, apenas tengo la capacidad de establecer conversaciones con Valentina y mis amigos, no tuve opción. “¿Es cierto que lo secuestraron unos narcotraficantes?” preguntó uno del Canal 12 “No, no es cierto, un secta sobre Lizandro Chávez Alfaro me invitó a la selva a leer sus relatos”. Los reporteros se quedaron viendo unos a otros y otro preguntó en forma de broma “¿Fumó usted algún estupefaciente ese día?” y yo le contesté “Tranquilo hombre, yo solo fumo cigarros”. Luego de eso los guardas de seguridad me hicieron entrada y caminé por los cubículos mientras todos me observaban como loco. Incluso Francisco Chamorro estaba ahí para saludarme y preguntarme cómo había sido todo el proceso de mi secuestro, aunque le conté la verdad, no quiso creerme.
Me senté en mi cubículo, encendí la computadora, y traté de escribir de una sola vez el placer que sentí al leer los relatos de Lizandro. Parecía un ensayo más que crónica, así que salí a fumar, y recordé a Armando de quien no pude despedirme. Le pedí a mi asistente que consiguiera el número de Armando.
“Ve hombré, clase loquera la tuya, dicen que andabas leyéndoles cuentos a unos locos, y por eso te soltaron” me dijo Armando por teléfono. “Broder, no sé cómo jodido explicar esto, esos tipos creo que sabían que yo era periodista y andaba en busca de información de Lizandro. Mirá, no hagamos largo esto, vos y yo sabemos que vos estás implicado en esta m****a, vos sabías que fui a ese bar la noche anterior, y de seguro ellos te contactaron” le dije. “Mirá, te voy a decir la verdad, yo pertenezco a la secta de Lizandro, y quería darte la bienvenida de esa forma, ahora que lo sabes no le digas a nadie, ¿ok?”, dijo mientras me quedé perplejo y colgué. Armando sabía que venía en busca de información para escribir una crónica sobre Lizandro. La Prensa pudo enviar a cualquier reportero, pero me enviaron a mí. Lo que quiere decir que Armando también es narco. Yo lo vi, yo vi los tacos de cocaína en los camiones. ¿O eran otra cosa? Volví a llamarlo, y me contestó “Aja hombré…” “¿No son narcos verdad?” dije “¿Por qué lo preguntas?” dijo “Yo vi tacos de cocaína” dije. “No broder, no sé lo que viste, así que no puedo afirmar eso, creeme lo de la secta” dijo. Armando sabía la verdad y no le dijo nada a los policías y fingió buscarme por todo Bluefields cuando él sabía dónde me encontraba. La cabeza empezó a darme vuelta, y salí corriendo a fumarme otro cigarro.
Armando parecía un sujeto agradable después de todo, aunque me haya hecho pasar el susto de un secuestro de pesadillas, él era responsable de la secta de Lizandro en las selvas del Caribe. Quería seguir en contacto con él, pero sentía que lo molestaría tanto si preguntaba al respecto. A pesar de esa sensación, no pude contenerme, y lo llamé. “Tenés que contarme todo”, dije “Venite a Bluefields y aquí te cuento todo”, dijo. Se me ocurrió que era la mejor idea ir a Bluefields y que al fin tener una conversación amena sobre Lizandro. Empecé a empacar una Nikon (que me prestaron en el trabajo), mi grabadora y mis cuadernos de anotaciones con mi laptop. Estaba ansioso empacando hasta que Valentina abrió la puerta del cuarto y me encontró llorando. “¿Qué
Después de escribir sobre mi regreso a Bluefields, fui al cyber “Tolomeo” y envíe por correo electrónico varias anotaciones a mi asistente en Managua. El texto parecía tener forma o al menos eso es lo que pensaba. La escritura en sí era pura y directa, sin tantas palabras rimbombantes como en otros tiempos cuando empecé a escribir. Aprendí del oficio que hacerse el artista no cabe en una escritura de crónica. Es decir, venir a decir cosas como “cuando lleguéis a viejos respetaréis la piedra” en una crónica sería una locura, tal vez sirva de epígrafe. Me llenó de regocijo las anotaciones naturales que escribí, eran ideas que se me ocurrieron mientras anotaba en la grabadora, en mi cuaderno o de las fotos que tomaba con la Nikon. Me sentía inspirado por la locura de ir a la selva y profundizar en el tem
Armando parecía estar planeando el viaje, se veía indeciso, yo desconocía sus propósitos, además de mostrarme la secta de la selva. Supuse que su mayor propósito era que yo escribiera al respecto de la secta para que el país se diera cuenta. Y, era la persona adecuada para hacerlo, además de mi interés por Lizandro estaba el interés por las aventuras. Armando era un desconocido para mí, apenas sabía que era un supuesto corresponsal de Bluefields, y ahora que pertenecía a una secta que rendía culto a Lizandro, no sabía quién era él en sus adentros. Nunca habíamos hablado sobre su visión del país y la desgracia de los gobiernos neoliberales. Me era un completo desconocido, después de todo confiaba en él para adentrarnos a la selva y descubrir más sobre la secta. Antes de eso, le dije que debíamos hablar, aunque parec&ia
Pasé toda la tarde grabando mis anotaciones y escribiendo en la laptop. Después se hizo de noche, y la música reggae continuaba sonando. Parecía que la casa pasaba de fiesta todo el día y la noche. Y, en la noche era mejor porque vi que apareció más gente desconocida asomándose al patio a fumar y a hablar. Supuse que Armando estaba preparando el viaje, después se me ocurrió tan solo estaba jugando conmigo. Salió de su cuarto a eso de las ocho de la noche. Cerré la laptop y, se acercó para pedirme un cigarro. Extraje de mi bolsillo la caja de cigarros y, le extendí uno. Armando parecía contento, tenía una mirada mística, como si se preparara para algo grande, para una hazaña de ensueño. “¿Cómo vas con la crónica?” me preguntó. No sabí
Después de varias horas de viaje a través de la selva y, a pesar del bochorno, pude avistar a lo lejos un montón de chozas de paja que formaban avenidas de tal forma que estaban construidas en una sola dirección, es decir, de norte a sur. “Ahí es”, dijo Armando señalando con su dedo índice. Extraje un cigarro, lo prendí y lo fumé tan rápido como pude por la ansiedad que me invadía. Empecé a tomar fotos con la Nikon. Y saqué mi grabadora de la mochila “en este momento nos acercamos a la comunidad de la secta, la selva todavía se erige en estos lugares, se escucha el aullido de los monos congos, y el zumbido de los mosquitos”. Nos detuvimos en una colina donde se avistaba en lo alto aquella aglomeración de chozas. “Aquí nos bajamos, no hay forma de bajar, solo cam
Me quedé de pie viendo el panorama y, pensé que era un sueño hecho realidad. La secta se trataba de una comunidad anarquista autosugestionada por sus miembros. Richard me explicó durante horas que cosechaban hortalizas y las vendían en el norte. Cuando me dijo eso pensé en el camión que transportó aquellos paquetes que parecían de cocaína y le pregunté de qué se trataba eso. Me dijo que probablemente vi otra cosa, porque lo que transportan son las cosechas para venderlas en el norte porque si las llevan a la ciudad la municipalidad les cobra impuestos. Además de ser una comunidad aislada, me decía Richard, se les enseña a leer a todo aquel que venga a la comunidad, y también se le muestra cómo cosechar sus propios alimentos para de esa forma gestionar la comunidad con mayor rendimiento. Los pr
Mi nombre es Carolina Medrano, trabajo en el diario La Prensa desde hace muchos años como asistente personal del periodista Gerardo Valdemar. Hace unos meses lo enviaron a Bluefields para escribir una crónica sobre Lizandro Chávez Alfaro. Gerardo Valdemar era un periodista reconocido por sus crónicas literarias, sin embargo, siempre se quejaba porque era incapaz de crear una obra maestra. Decía que en Managua la vida transcurría sin ninguna anormalidad, es decir, no había material necesario para escribir al respecto. Gerardo se llevó su laptop al viaje a Bluefields para escribir sus anotaciones, y así fue como recibí todo el texto. Me enviaba breves capítulos y, yo los imprimía para tenerlos como archivo. Sus envíos eran constantes, al parecer tenía una buena racha de escritura, y mientras recopilaba esos cap&iacu
Segunda novela del libro Crónica de una secta y otros relatos de lo extraño. Esta vez se trata de un joven perturbado sobre su historia escrita en un libro por un escritor de Nicaragua y decide indagar al respecto.PrólogoUna disyuntiva crucial se me presentó, y como humano, como ser tan pequeño en este mundo, me enfoqué en aprehender lo que me afectaba. No planifiqué esta obra como lo hacen los grandes maestros a través de la técnica abundante, me di cuenta de algunas verdades, y a partir de ahí conjeturé con palabras sencillas las dudas que invadían mi mente.