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Me desperté casi por inercia. Todos los días era lo mismo. Eran las seis de la mañana y debía preparar el desayuno para mis hijos y mi marido. Me senté en la cama y estiré mis brazos sobre mi cabeza para que la sangre fluya. Todavía seguía oscuro afuera, con cuidado tomé mi panza de embarazada de siete meses y me levanté de la cama.

Un nuevo hijo venía en camino, algo que no habíamos planificado con Kentin, mientras caminaba en puntas de pie para ir al baño, recordaba cómo había ocurrido. Mi período estaba bastante atrasado, pensé que se debía a un desarreglo hormonal, por culpa del trabajo y mi último embarazo había engordado más de veinte kilos y mi endocrinóloga me dijo que era normal, pero antes de recetarme nada necesitaba saber si estaba embarazada o no. Imaginen mi sorpresa cuando vi que en el test se dibujaba un signo positivo.

Otro hijo... Ya tenía suficiente con dos. Liam y Catrina se peleaban todo el tiempo. Mamá decía siempre que había sido un error haberlos tenido con sólo un año de diferencia. Ahora veía por qué.

Cuando le dije la noticia a Kentin se alegró mucho pero él también se preguntaba qué hacer con este nuevo hijo.

—La pregunta es dónde colocaremos su habitación —dijo mientras estábamos sentados tomando un té. Liam se había ido con su padrino, Gaeil, a jugar al arcade, y Catrina estaba viendo televisión.

—Supongo que con Liam, amor. No se me ocurre otro lugar, salvo que quieras desarmar el gimnasio para hacer allí la habitación del bebé —dije mientras tomaba una galleta.

—Es una opción, pero me temo que no sé dónde colocaremos los aparatos, yY prefiero que Liam duerma sólo. Si el bebé se despierta será muy molesto para él que entremos a cada rato a ver qué necesita. —Kentin tenía razón, no podíamos perjudicar el sueño de Liam por el bebé. Nuestro hijo mayor había comenzado la escuela y necesitábamos que esté cómodo y contento en ella.

—Tendremos que hacer otra habitación, no nos queda otra —dije. Kentin asintió, tomó una hoja y empezó a hacer un plano de la plata alta. Podríamos sacrificar el balcón-terraza para que nuestro hijo tenga allí su dormitorio.

—Voy a ver si me dan un préstamo en el banco, ojalá que los obreros no nos cobren demasiado —dijo mi esposo.

—¡Mamá! —gritó Catrina desde el televisor.

—¿Si, cariño? —pregunté. Catrina me miró con sus ojos verdes, y su cabello castaño, casi pelirrojo, se ondeó con fuerza al girarse. Se la veía molesta.

—¡No quiero otro hermano!

Kentin miró a su hija menor. Fue difícil describir la expresión que tenía mi esposo en ese momento, pero creo que era compasión y un poco de malestar.

—Bueno, Cat; pero no tenemos opción. Dios no está mandando un nuevo hijo y a ti un hermanito o hermanita. Hay que recibirlo con los brazos abiertos —le dijo mi marido con cariño y paciencia.

—¡Pues no lo quiero! Y espero que cuando venga lo devuelvan, no quiero que sea como Liam —dijo Catrina. Esta niña había heredado el carácter de Mae. Suspiré un tanto molesta, mi hija hacía que me saque de las casillas bastante seguido.

—Catrina, no vamos a devolverlo, y espero que te comportes cómo la hermana mayor que ya eres y cuides de tu nuevo hermanito. Él no tiene la culpa —le dije mientras dejaba mi taza en el lavador—. Así que por favor, no hagas más berrinches.

—¡Pero yo no quiero otro hermano! —gritó. No sé para qué le dije que no hiciera más escándalos porque Catrina empezó uno en ese momento. Sus berrinches consistían en gritar tanto hasta quedarse afónica y que le duela la cabeza.

Kentin y yo aprendimos a la fuerza que no había que prestarle atención, así que simplemente nos quedamos de pie mirándola hasta que se quedó sin voz.

—Estás castigada, Catrina —anunció Kentin y la alzó en brazos. Cómo ya no podía gritar, empezó a jalarle del pelo y a patear. La paciencia de Kentin ya se había acostumbrado a esos ataques de su hija, pero muy en el fondo yo sabía lo mucho que lo cansaban.

Sentó a nuestra hija en una pequeña silla y la miró con firmeza.

—Te quedarás ahí sentada por cinco minutos y pensarás en lo que dijiste sobre tu nuevo hermanito —dijo Kentin y la dejó sola, pero Catrina no era una niña sencilla así que se volvió a levantar y empezó a arrojar cosas. Kentin la volvió a sentar, recordándole que estaba castigada, la volvió a dejar y nuevamente mi hija se levantó—. Catrina, te dije que te quedaras ahí sentada, el tiempo vuelve a cero por cada que te levantes. Dijiste cosas horribles y por eso papá te pone este castigo, ahora quédate sentada y piensa en lo que dijiste.

Nuevamente se levantó, Kentin repitió todo el proceso por casi media hora. Por fin, Catrina se quedó sentada, llorando e hipando. Cuando pasaron los cinco minutos, mi esposo le levantó el castigo. Yo miré la escena, realmente Kentin me sorprendía día tras día en su desempeño cómo padre, supongo que era por el hecho de entrenar a los jóvenes en el ejército.

Kentin se sentó en el suelo para que los ojos de su hija quedaran a la altura de los suyos, Catrina seguía llorando pero un poco más calmada.

—Catrina te castigué porque dijiste cosas muy feas sobre tu nuevo hermanito, ahora quiero que me digas por qué lo hiciste —le dijo con voz calmada.

—Porque... yo... no quiero... que venga... —sollozó Catrina, Kentin suspiró.

—¿Por qué no quieres que venga? —preguntó.

—¡Porque... no!

—Esa no es una respuesta aceptable. Quiero que me digas por qué no quieres tener otro hermano —dijo Kentin.

Catrina simplemente sollozó e hipó, parece que ni ella lo sabía.

—Catrina, dime lo que sientes. Es importante para nosotros dos —dije mientras imitaba a mi esposo.

—Porque no quiero que me dejen sola —dijo Catrina, Kentin y yo nos miramos.

—¿Por qué piensas eso? —quise saber.

—Cuando nazca el bebé seguro que le van a dar toda la atención y no quiero que me dejen sola, ya no van a jugar conmigo —dijo nuestra hija. Kentin le acarició la cabeza con amor.

—Por supuesto que le vamos a tener que prestar más atención, a diferencia tuya este bebé no va a saber nada por sí mismo, por eso necesitamos que tú estés a su lado y le enseñes a hablar, a caminar, a jugar. Queremos que seas la guardiana de este bebé —le dijo Kentin. Yo lo miré un tanto sorprendida—. Pero, es una gran responsabilidad, ser hermana mayor no es un juego, ¿crees que vas a poder hacerlo? Mira que vas a tener que ser muy fuerte y luchar contra todo lo que quiera lastimarlo, ¿piensas que podrás?

—¡Sí, sí puedo! Vas a ver que si voy a poder enseñarle a jugar a mi hermanito —dijo Catrina con seguridad.

—¡Entonces desde este momento te nombro...! —empezó Kentin y buscó con la mirada por todos lados algo, encontró un paraguas y lo usó para tocar ambos hombros de su hija, cómo pasaba en la época medieval—. ¡Princesa Catrina, guardiana real del pequeño infante! Tus labores empiezan mañana mismo, ayudando a mamá y no peleándote tanto con Liam, ¿de acuerdo?

—¡Sí! —exclamó Catrina y quiso irse, pero antes de subir las escaleras se detuvo y volvió corriendo a nosotros. Se abrazó a nuestras piernas y no nos soltó—. Lo siento, mamá. Perdón, papá.

—Está bien, hija. Trata de que no se repita —dije con una sonrisa en el rostro. Catrina se retiró a su habitación. Yo suspiré satisfecha—. Eres bueno con los niños.

—Trato de no perderme “Superniñera” —dijo con una sonrisa.

Apagué la luz del baño y desperté a Kentin, él abrió los ojos y con un gruñido encendió la luz del velador.

Se sentó en la cama y me dio los buenos días, pero yo no respondí. Me sentía bastante mareada y con un terrible dolor de espalda, Kentin ese día tenía franco así que él se podría encargar de llevar a Liam a la escuela y a Catrina al Kinder.

—Amor, estas muy pálida. Deberías de llamar al trabajo y decir que no vas —sugirió Kentin mientras me tocaba la frente para ver si tenía fiebre.

—Kentin, no puedo faltar. Hoy tengo una presentación con los clientes de un juicio, debo ir aunque sea en ambulancia —me negué. No podía darme el lujo de faltar hoy. Por el embarazo había faltado varias veces y necesitaba hacer buena letra, mi puesto pendía de un hilo.

—No voy a dejarte ir. Te quedas en casa y asunto final. Ahora mismo llamo a tu trabajo —sentenció, yo me quedé quieta. Era una pérdida de tiempo discutir.

Mi esposo intercambió unas palabras con la secretaria y luego me pasó el teléfono.

—Lidia, soy Annie. Hoy no voy al trabajo —anuncié mientras dejaba que mi esposo me recostara en la cama—. Me siento terriblemente mal, creo que Trevor tiene los apuntes para la presentación de hoy.

—Sí, ya me dijo tu esposo que no vienes. Un momento… —dijo y habló con alguien el teléfono—. El jefe quiere hablarte.

—¿El jefe? —pregunté, Kentin me miró con el ceño fruncido.

—Annie, escuché que no vienes, ¿puedo preguntar qué es esta vez? ¿Una uña partida, un mal corte de cabello? Un grano en la cara, quizás… —se burló Carrison. Mi jefe, Samuel Carrison, era un abogado de renombre, por lo canalla y exigente que era.

—No, señor. Estoy muy mareada y me duele la espalda —le dije mientras tragaba saliva.

—Debe ser por tu embarazo, y déjame preguntarte, ¿quién hará las presentaciones de hoy? —preguntó mi jefe.

—Trevor está bien preparado —dije.

—Tengo una idea: ¿qué tal si le doy a Trevor tu puesto y tú te vas a seguir durmiendo, Sucrette? —preguntó. Yo abrí mucho los ojos.

—¿Señor? —pregunté. No podía ser... no se iba a atrever…

—Quiero tu carta de renuncia, Sucrette. Si quieres hacer vida de ama de casa, ve y hazlo. Pero no toleraré más este tipo de acontecimientos.

—¡No puede despedirme!

—Claro que no puedo, la ley te ampara por estar embarazada, siempre y cuando no faltes cinco días seguidos al trabajo, de lo contrario será “despido con causa”. O me das tu carta de renuncia antes de las diez de la mañana o no verás un centavo de indemnización, tú decides —dijo y colgó.

Yo me quedé mirando el auricular, incapaz de creerlo.

—¿¡Qué hizo qué!? —bramó Kentin.

—Quiere que renuncie o de lo contrario me despedirá con causas —murmuré, no podía creerlo. Casi diez años trabajando para esa firma de abogados y Carrison me echaba así.

—¡No puede hacer eso! ¡Denúncialo, Annie! ¡Eres abogada, para algo estudiaste tan duro! —dijo Kentin.

—¡Kentin, no entiendes! Carrison se sabe todas las mañas de la ley, encontrará un motivo para que me despidan sin indemnización. —yo había visto con mis propios ojos a Carrison sobornando a empleados judiciales para que el otro abogado nunca pueda ver el expediente; había presenciado como hacía desaparecer juicios en los que iba perdiendo para poder evitar que la contraparte siga avanzando; había observado y escuchado las charlas con jueces, dándole dinero, influencia y poder a cambio de él lograr sus intereses. Con él había conocido el lado oscuro de la “justicia”.

—Mira, Annie. Si no vas y haces esa denuncia me habrás decepcionado mucho —susurró. Yo tragué saliva.

Finalmente, no presenté mi carta de renuncia, por mucho que intenté presentarme a trabajar no me dejaron entrar. Al quinto día, me llegó la carta de despido.

Jamás en mi vida había llorado tanto.

—Amor, no te preocupes, tengo unos ahorros, creo que estaremos bien hasta que consigas trabajo —dijo Kentin mientras me abrazaba. Liam y Catrina estaban durmiendo todavía.

—¡Ahora va a ser toda una odisea ganar este juicio! ¡Carrison se las sabe todas! ¿Qué vamos a hacer? —pregunté. Kentin suspiró.

—Dios proveerá, amor. Hay que tener fe y paciencia. Eres una excelente abogada, sé que podrás hacerlo —me besó en la coronilla, intentando calmarme—. No llores más, el bebé va a llorar también.

Mientras Kentin se fajaba el lomo en el ejército, yo cuidaba de la casa y de los niños. Los ayudaba a hacer la tarea, preparaba la comida, hacía las compras y limpiaba la casa. Kentin me ayudaba en algunas cosas, pero llegaba tan cansado del trabajo que temía por su salud, así que lo mandaba a descansar.

Fiel a su palabra, Catrina me ayudaba con lo que podía. Mi hija y yo estábamos limpiando cuando empezaron las contracciones.

—¡Mamá! ¿Mamá, estás bien? —exclamó Catrina, yo intentaba hablar pero el dolor me lo impedía.

—¿Recuerdas cómo papá te enseñó a usar el teléfono en caso de emergencias? —le pregunté, una puntada de dolor me atravesó el estómago.

—¡Sí, marcando el 9-1-1! —respondió Catrina.

—¡Toma el teléfono y llama, pide una ambulancia! ¡Ya viene tu hermano! —exclamé.

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