Al ver mi cadáver en la mesa de autopsias, su cara palideció al instante, aunque trató de forzar una sonrisa.—Sé que has estado bajo mucha presión últimamente, Eliseo, pero...—¿Dónde estabas antes de fracturarte el pie? —Eliseo no apartaba la vista de Dominga. Su mirada era incisiva, como si quisiera atravesar cada una de sus mentiras.—No me mientas.—Yo… estuve todo el tiempo en el laboratorio —respondió Dominga, pero su voz empezaba a quebrarse. Evitaba su mirada—. Eliseo, ¿por qué de repente preguntas sobre eso?—¿Quién puede probarlo? —insistió él, sin pestañear.—Eso...—¡Eliseo! —Yago irrumpió, furioso—. Sabes que las cámaras del laboratorio estaban rotas en ese entonces!Antes de que Eliseo pudiera contestar, José se acercó, apuntándole con el dedo en la cara, lleno de ira.—¡Deja de desviar la conversación, Eliseo! —gritó—. ¡Tú fuiste el que suplicó casarse con Dominga, que ella te diera un hijo! Y hoy vienes aquí a destruir tu propia boda. ¡Tienes que dar una explicación cl
—Esto es solo la grabación del interrogatorio, Dominga —dijo Gerardo, apagando el teléfono con una frialdad que helaba la sala—. Ese hombre ya confesó cómo te ayudó a tenderle una trampa a Diana, llevándola a ese almacén para que la violaran. También confesó cómo destruiste las pruebas.El tono de Gerardo no ofrecía ninguna oportunidad de redención, solo era una presión psicológica, una última estocada.Pero Eliseo se quedó congelado en el momento en que escuchó la palabra "violación". Sus ojos se llenaron de furia descontrolada.—¡Dominga!Gerardo tuvo que interponerse, deteniéndolo antes de que hiciera algo de lo que se arrepintiera. Mientras tanto, Yago, con una expresión de asombro que reflejaba el impacto de la verdad, murmuró:—¿Entonces… hemos culpado a Diana todo este tiempo?José, perdido en la incredulidad, no encontraba las palabras. Lo único que logró articular fue un balbuceo cargado de confusión:—¿Cómo... tú fuiste capaz de...?De repente, Dominga soltó una carcajada, es
El cadáver seco y brillante estaba arrodillado sobre la mesa de autopsias. La deshidratación había deformado su piel, endureciendo las marcas irregulares de la carne, tanto que era imposible distinguir el género. Mucho menos, encontrar algún parecido con lo que alguna vez fui.—¿Qué opinas, Eliseo? —preguntó el capitán Gerardo Castro, jefe de la unidad forense, al entrar, con una expresión sombría.—El rostro y el cuerpo de la víctima están severamente dañados —murmuró él—. No hay duda, fue un asesinato premeditado.—Además, todo el cuerpo está cubierto por una capa de resina mezclada con componentes extraños. La dureza es inusual; no será fácil realizar la autopsia con métodos comunes. Por ahora, es imposible determinar el tiempo exacto de muerte.Gerardo no levantó la vista. Sostenía una pequeña sierra eléctrica, midiéndola cuidadosamente sobre mi cadáver reseco, como si fuera una simple tarea.—Justo quería hablarte de eso —dijo con calma.Gerardo asintió, cruzando los brazos.—Acab
—Eliseo... ¿cómo pudiste hacerme esto? —El dolor me atravesó el pecho como una cuchillada. Quise sacudirlo y gritarle que Dominga fue quien me mató. ¡Ella fue!Mis manos atravesaron su cuerpo como si no existieran.—Parece que le vertieron resina justo antes de morir —Eliseo continuaba su análisis frío, revisando mi cadáver—. También inyectaron algún ácido fuerte en la cavidad abdominal. Los órganos están completamente descompuestos… no se habrían preservado así de otra manera. ¿Qué...?Eliseo frunció el ceño mientras abría mi abdomen, su expresión se tensó.Gerardo se acercó de inmediato.—¿Qué pasa?—La víctima estaba embarazada —Eliseo soltó un raro suspiro y giró mi cuerpo hacia Gerardo—. Y no solo eso, el asesino introdujo la resina directamente en el útero, lo que preservó el feto de manera sorprendentemente intacta.—¡Maldición! ¡Qué clase de monstruo haría algo así! —La exclamación de Gerardo resonó en la sala de autopsias, llena de rabia contenida.Me quedé mirando, paralizada
Gerardo no pudo evitar sonreír y levantar el pulgar.—¡Sabía que ustedes dos, los de siempre, lo resolverían! Hagamos la prueba.Salió entusiasmado de la sala. Eliseo, sin embargo, frunció el ceño.—Hace mucho que no somos nada —dijo en voz baja—. Ella no lo merece.Hizo una pausa, su tono era frío, distante.—Pero los daños que causó al país, y las heridas que le dejó a Dominga... esas sí debe pagarlas.¿Qué? No podía creer lo que escuchaba. ¿Por Dominga? ¿Está dispuesto a borrar todo lo que logré?Todas esas noches de trabajo, de quemaduras con ácido, de congelar mis dedos en nitrógeno líquido. Todo ese esfuerzo, esa dedicación. Todo, por lo que sacrifiqué hasta mi propia vida.¡Más valioso que mi propia existencia!—Perdón, se me fue la mano con el comentario —dijo Gerardo, algo incómodo—. Ustedes están a punto de casarse y...—No importa —interrumpió Eliseo, mientras recogía los instrumentos con eficiencia mecánica—. Solo asegúrate de que no vuelva a pasar.Dejó todo en su lugar y
—El humo de la cocina podría alterar mi sentido del olfato —me dijo una vez—. No puedo permitirme que eso me afecte cuando analizo cuerpos.—Mis manos son para manejar un bisturí, no un cuchillo de cocina. ¿Y si me corto los nervios de los dedos y cometo un error?Recordé sus palabras de aquel entonces y no pude evitar soltar una amarga sonrisa. Eran solo excusas.La verdad era simple: nunca me amó.Y yo, tan ingenua, lo creí. Me esforcé cada día por prepararle comidas perfectas, pensando en cada detalle. Preocupándome por no afectar su olfato o su gusto...Qué tonta fui.Nunca supe que Dominga existía.Eliseo fue quien me persiguió desde el principio, quien me buscó y me cortejó.Pasaron seis meses de casados hasta que, una noche en que llegó borracho, me llamó por su nombre. Fue entonces cuando descubrí la verdad: siempre hubo otra mujer en su corazón.Dominga. La amiga de su infancia, su compañera de universidad. La mujer que lo dejó el mismo año en que se graduaron, porque un millo
Lo hizo a propósito. Lo sabía.Pero en ese momento, el proyecto que dirigía estaba en su fase más crítica. No podía distraerme, así que me lancé de lleno al laboratorio, trabajando sin descanso durante dos meses. Finalmente, obtuvimos los datos más precisos. Un éxito rotundo.Recuerdo cómo las lágrimas rodaban por mi rostro mientras tecleaba el último párrafo de mi informe. Era el logro de mi vida.Pero nunca imaginé lo que vendría después.Nunca llegaría a publicar esa investigación.Dominga había instalado cámaras ocultas en mi laboratorio. Pronto notó que algo en mí era diferente...—¡Diana, tenemos un problema!—Hubo un asesinato esta noche. Eliseo se desmayó mientras examinaba el cuerpo. No podemos atenderlo ahora, necesitas llevarlo al hospital.Esa voz. Se hacía pasar por Gerardo con su tono calmado, convincente. No dudé ni por un segundo. Tomé las llaves y salí corriendo, conduciendo tan rápido como pude hacia la dirección que me dio.Hacia el lugar donde terminaría mi vida.Ap
—¡P**a! —gritó Dominga, su voz llena de odio.—¿De qué te ha servido esa actitud altanera? ¡Mírate ahora! Como un perro a mis pies.Se acercó aún más, su rostro lleno de desprecio.—Ruégame. Lame mis pies y te daré una muerte rápida.Pero yo solo lloraba en silencio, con lo poco que me quedaba de fuerzas, cerré los ojos. ¿Para qué?Sabía que no iba a sobrevivir, no había esperanza. ¿Por qué habría de rogarle a mi verdugo?¡Jamás!Mi indiferencia la enfureció. Su mente retorcida no encontraba el placer que esperaba. Con un último suspiro de odio, me forzó a arrodillarme. Después, vertió sobre mí lo que quedaba de la resina hirviendo.Fue así como morí. Quemada viva.—¡Tanto orgullo para nada, Diana! —se burló mientras me observaba morir—. ¡Mírate! ¡Al final, no eres más que otra que se arrodilla ante mí!—Y no solo hoy. A partir de ahora, para siempre. Año tras año, siglo tras siglo, estarás aquí, en tus rodillas.Con una última risa cruel, usó nitrógeno líquido para enfriar rápidamente