Capítulo 2
—Eliseo... ¿cómo pudiste hacerme esto? —El dolor me atravesó el pecho como una cuchillada. Quise sacudirlo y gritarle que Dominga fue quien me mató. ¡Ella fue!

Mis manos atravesaron su cuerpo como si no existieran.

—Parece que le vertieron resina justo antes de morir —Eliseo continuaba su análisis frío, revisando mi cadáver—. También inyectaron algún ácido fuerte en la cavidad abdominal. Los órganos están completamente descompuestos… no se habrían preservado así de otra manera. ¿Qué...?

Eliseo frunció el ceño mientras abría mi abdomen, su expresión se tensó.

Gerardo se acercó de inmediato.

—¿Qué pasa?

—La víctima estaba embarazada —Eliseo soltó un raro suspiro y giró mi cuerpo hacia Gerardo—. Y no solo eso, el asesino introdujo la resina directamente en el útero, lo que preservó el feto de manera sorprendentemente intacta.

—¡Maldición! ¡Qué clase de monstruo haría algo así! —La exclamación de Gerardo resonó en la sala de autopsias, llena de rabia contenida.

Me quedé mirando, paralizada por el shock. Mi vientre... Allí, en lo que alguna vez fue mi abdomen, se encontraba el pequeño cuerpo de mi bebé.

Su carita, pequeña y delicada, descansaba junto al cordón umbilical, como si estuviera durmiendo, tan tranquilo...

Pero no era un sueño, fue arrancado de la vida. ¡Asesinado antes de nacer!

Una oleada de dolor y desesperación explotó en mi interior. Quise llorar, gritar, dejar salir la angustia. Pero un alma no tiene lágrimas.

Solo podía gritar con todo mi ser, desgarrando el aire con mis manos, incapaz de aceptar la verdad.

—¡Mi hijo! ¡Mi pequeño!

Él debería haber nacido sano y salvo...

Había preparado tanta ropa diminuta, esos zapatos que tanto me ilusionaban. Me pasé días comparando fórmulas de leche, hasta elegí más de diez nombres.

Pero todo... ¡todo fue destruido por Dominga!

Eliseo, después de un largo silencio, habló con frialdad:

—Los huesos y los órganos de la víctima están demasiado deteriorados por la descomposición. Es imposible extraer su ADN.

—La única opción —continuó, sin emoción— es tomar una muestra del feto, que está envuelto en resina, y hacer un corte para analizarlo.

Mi mente se nubló. ¿Qué? ¿Cortar a nuestro hijo en pedazos?

—¡Eliseo, no te atrevas! —grité con toda la desesperación que me quedaba—. ¡No lo hagas! No puedes dañarlo así, no puedes!

Pero mis palabras se perdían en el vacío. No podía hacer nada más que observar, mientras mi alma se quebraba de nuevo.

Eliseo tomó un pequeño martillo y un cincel, golpeando cuidadosamente el cuerpo de nuestro bebé hasta que lo separó de mi útero.

No era más grande que la palma de su mano.

—Eliseo, espero que encuentres pronto una respuesta —dijo Gerardo, con una expresión de pesar en su rostro—. Este pobre niño y su madre merecen justicia.

Eliseo no respondió.

Se quedó mirando el pequeño feto por unos segundos antes de levantar la cabeza, cambiando de tema con frialdad.

—¿Alguna novedad de Diana?

Gerardo parpadeó, desconcertado por el brusco cambio de conversación.

—¿Diana? —repitió, irritado—. No me hables de ella. No hay rastro alguno, y cada vez que pienso en lo que hizo, me hierve la sangre.

—Como investigadora principal, con acceso a todos los recursos, traicionó a su país y huyó con los secretos más importantes de nuestra ciencia. ¡Es una traidora! —exclamó, pateando la pared con frustración—. ¡No es diferente a un enemigo del Estado!

—¡No es verdad! —grité, con la voz rota—. ¡Yo no hice nada de eso! Dominga fue quien me incriminó.

Pero mis palabras, como siempre, cayeron en oídos sordos.

—Por eso —dijo Eliseo con calma— he insistido tanto en mantener su orden de búsqueda internacional y revocar su firma de todas sus publicaciones académicas.

—Nadie la conocía mejor que yo —añadió, mientras su voz adquiría un tono gélido—. Si la provocamos lo suficiente, tarde o temprano, va a cometer un error.

Sentí cómo el frío recorría todo mi cuerpo. ¿Este era el hombre que decía conocerme? ¿Era así como pensaba utilizar todo lo que sabía de mí?
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