Capítulo 4
—El humo de la cocina podría alterar mi sentido del olfato —me dijo una vez—. No puedo permitirme que eso me afecte cuando analizo cuerpos.

—Mis manos son para manejar un bisturí, no un cuchillo de cocina. ¿Y si me corto los nervios de los dedos y cometo un error?

Recordé sus palabras de aquel entonces y no pude evitar soltar una amarga sonrisa. Eran solo excusas.

La verdad era simple: nunca me amó.

Y yo, tan ingenua, lo creí. Me esforcé cada día por prepararle comidas perfectas, pensando en cada detalle. Preocupándome por no afectar su olfato o su gusto...

Qué tonta fui.

Nunca supe que Dominga existía.

Eliseo fue quien me persiguió desde el principio, quien me buscó y me cortejó.

Pasaron seis meses de casados hasta que, una noche en que llegó borracho, me llamó por su nombre. Fue entonces cuando descubrí la verdad: siempre hubo otra mujer en su corazón.

Dominga. La amiga de su infancia, su compañera de universidad. La mujer que lo dejó el mismo año en que se graduaron, porque un millonario mediterráneo le prometió convertirla en una estrella de Hollywood. Cambió todo, hasta su número de teléfono, y desapareció de su vida.

Después de eso, me conoció en un evento académico. Dijo que lo atrajo mi seguridad al hablar, que quería conocerme más. Me persiguió durante dos años, siendo atento, educado, detallista. Me enamoré inevitablemente.

Pero el día de nuestra boda, Dominga apareció. Llevaba una sonrisa elegante, aunque apagada, y nos deseó lo mejor. Eliseo la miró, paralizado, como si el tiempo se hubiera detenido. Se quedó así, perdido, mucho más de lo que debería.

Y desde ese día, todo empezó a cambiar en nuestro matrimonio.

—¿Podrías dejar de ser tan paranoica? —me repetía cada vez más.

—Eres una investigadora, Diana, no puedes estar volviéndote loca con tus celos.

—¿No me has visto trabajar hasta tarde antes?

—Y además, ¿qué ley prohíbe que dos personas que terminaron sigan siendo amigos?

—Si sigues así, solo vas a conseguir que me decepcione de ti.

¿Amigos?

¿Desde cuándo los amigos van juntos a un cine privado el Día de San Valentín?

¿Qué clase de amistad hace que una mujer casada le regale un paquete de ropa interior al esposo de otra?

Y, lo peor...

¿Qué clase de amigo recibe una llamada en medio de la noche, mientras está en la cama con su esposa, y se va corriendo para llevarle una caja de toallas femeninas a otra mujer?

¿Quién tiene derecho a decepcionarse de quién...?

Un día, regresé de un viaje de trabajo antes de lo previsto y lo escuché hablando por teléfono en la habitación.

—Dominga, lo siento.

—Si no fuera por Diana, habría corrido a ti sin dudarlo.

—Pero hemos estado juntos tanto tiempo... ella me ha ayudado en muchas cosas, no puedo simplemente apartarla de mi vida.

En su mente, solo era una herramienta. Alguien que le resolvía los problemas. Y aún así, se envolvía en una falsa responsabilidad, pretendiendo ser decente. ¡Qué hipócrita!

Para colmo, quería que usara mis contactos para meter a Dominga en nuestro equipo de investigación. Me lo presentó como una colaboración "profesional", asegurando que sería una buena ayuda para mí.

Esa noche tuvimos nuestra peor pelea desde que nos casamos. Fui clara: no pondría en riesgo el futuro de la investigación por un capricho personal.

Ahí fue cuando él dejó de fingir.

—¡Diana, no puedo creer lo mezquina que eres!

—¿Es que solo te preocupa que Dominga esté cerca de mí?

—¡Y ahora inventas pretextos para impedir que ella avance en su carrera!

—Realmente me equivoqué contigo. ¡Cuanto más actúes así, más me alejarás de ti!

Al final, fue él quien bajó la cabeza. Tuvo que asistir a innumerables reuniones y cenas, mostrando su mejor cara, para finalmente colocar a Dominga en el equipo de investigación... como mi asistente.
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