—Eliseo... ¿cómo pudiste hacerme esto? —El dolor me atravesó el pecho como una cuchillada. Quise sacudirlo y gritarle que Dominga fue quien me mató. ¡Ella fue!Mis manos atravesaron su cuerpo como si no existieran.—Parece que le vertieron resina justo antes de morir —Eliseo continuaba su análisis frío, revisando mi cadáver—. También inyectaron algún ácido fuerte en la cavidad abdominal. Los órganos están completamente descompuestos… no se habrían preservado así de otra manera. ¿Qué...?Eliseo frunció el ceño mientras abría mi abdomen, su expresión se tensó.Gerardo se acercó de inmediato.—¿Qué pasa?—La víctima estaba embarazada —Eliseo soltó un raro suspiro y giró mi cuerpo hacia Gerardo—. Y no solo eso, el asesino introdujo la resina directamente en el útero, lo que preservó el feto de manera sorprendentemente intacta.—¡Maldición! ¡Qué clase de monstruo haría algo así! —La exclamación de Gerardo resonó en la sala de autopsias, llena de rabia contenida.Me quedé mirando, paralizada
Gerardo no pudo evitar sonreír y levantar el pulgar.—¡Sabía que ustedes dos, los de siempre, lo resolverían! Hagamos la prueba.Salió entusiasmado de la sala. Eliseo, sin embargo, frunció el ceño.—Hace mucho que no somos nada —dijo en voz baja—. Ella no lo merece.Hizo una pausa, su tono era frío, distante.—Pero los daños que causó al país, y las heridas que le dejó a Dominga... esas sí debe pagarlas.¿Qué? No podía creer lo que escuchaba. ¿Por Dominga? ¿Está dispuesto a borrar todo lo que logré?Todas esas noches de trabajo, de quemaduras con ácido, de congelar mis dedos en nitrógeno líquido. Todo ese esfuerzo, esa dedicación. Todo, por lo que sacrifiqué hasta mi propia vida.¡Más valioso que mi propia existencia!—Perdón, se me fue la mano con el comentario —dijo Gerardo, algo incómodo—. Ustedes están a punto de casarse y...—No importa —interrumpió Eliseo, mientras recogía los instrumentos con eficiencia mecánica—. Solo asegúrate de que no vuelva a pasar.Dejó todo en su lugar y
—El humo de la cocina podría alterar mi sentido del olfato —me dijo una vez—. No puedo permitirme que eso me afecte cuando analizo cuerpos.—Mis manos son para manejar un bisturí, no un cuchillo de cocina. ¿Y si me corto los nervios de los dedos y cometo un error?Recordé sus palabras de aquel entonces y no pude evitar soltar una amarga sonrisa. Eran solo excusas.La verdad era simple: nunca me amó.Y yo, tan ingenua, lo creí. Me esforcé cada día por prepararle comidas perfectas, pensando en cada detalle. Preocupándome por no afectar su olfato o su gusto...Qué tonta fui.Nunca supe que Dominga existía.Eliseo fue quien me persiguió desde el principio, quien me buscó y me cortejó.Pasaron seis meses de casados hasta que, una noche en que llegó borracho, me llamó por su nombre. Fue entonces cuando descubrí la verdad: siempre hubo otra mujer en su corazón.Dominga. La amiga de su infancia, su compañera de universidad. La mujer que lo dejó el mismo año en que se graduaron, porque un millo
Lo hizo a propósito. Lo sabía.Pero en ese momento, el proyecto que dirigía estaba en su fase más crítica. No podía distraerme, así que me lancé de lleno al laboratorio, trabajando sin descanso durante dos meses. Finalmente, obtuvimos los datos más precisos. Un éxito rotundo.Recuerdo cómo las lágrimas rodaban por mi rostro mientras tecleaba el último párrafo de mi informe. Era el logro de mi vida.Pero nunca imaginé lo que vendría después.Nunca llegaría a publicar esa investigación.Dominga había instalado cámaras ocultas en mi laboratorio. Pronto notó que algo en mí era diferente...—¡Diana, tenemos un problema!—Hubo un asesinato esta noche. Eliseo se desmayó mientras examinaba el cuerpo. No podemos atenderlo ahora, necesitas llevarlo al hospital.Esa voz. Se hacía pasar por Gerardo con su tono calmado, convincente. No dudé ni por un segundo. Tomé las llaves y salí corriendo, conduciendo tan rápido como pude hacia la dirección que me dio.Hacia el lugar donde terminaría mi vida.Ap
—¡P**a! —gritó Dominga, su voz llena de odio.—¿De qué te ha servido esa actitud altanera? ¡Mírate ahora! Como un perro a mis pies.Se acercó aún más, su rostro lleno de desprecio.—Ruégame. Lame mis pies y te daré una muerte rápida.Pero yo solo lloraba en silencio, con lo poco que me quedaba de fuerzas, cerré los ojos. ¿Para qué?Sabía que no iba a sobrevivir, no había esperanza. ¿Por qué habría de rogarle a mi verdugo?¡Jamás!Mi indiferencia la enfureció. Su mente retorcida no encontraba el placer que esperaba. Con un último suspiro de odio, me forzó a arrodillarme. Después, vertió sobre mí lo que quedaba de la resina hirviendo.Fue así como morí. Quemada viva.—¡Tanto orgullo para nada, Diana! —se burló mientras me observaba morir—. ¡Mírate! ¡Al final, no eres más que otra que se arrodilla ante mí!—Y no solo hoy. A partir de ahora, para siempre. Año tras año, siglo tras siglo, estarás aquí, en tus rodillas.Con una última risa cruel, usó nitrógeno líquido para enfriar rápidamente
En ese momento, sentí cómo mi corazón se apretaba hasta dejarme sin aire.¿Cómo llegamos a esto?Pasé años cuidando de él. Cuando perdió a sus padres, cuando no tenía para comer, cuando el frío lo calaba hasta los huesos, yo estaba ahí. Le compraba ropa, lo cuidaba cuando se enfermaba. Incluso cuando lloraba por otros amores, era yo quien lo consolaba.Me decía que era como su hermana, que algún día sería yo a quien cuidaría en la vejez. ¿Y ahora? Ahora, ¿soy una traidora, una "maldita"?Un murmullo entre la multitud me sacó de mis pensamientos.—¿He llegado tarde? —Una voz amable resonó entre los asistentes. La gente se apartó.El profesor José.Mi mentor. El hombre que más admiraba. Con el cabello plateado y su sonrisa afable, sostenía dos regalos bien envueltos.—Eliseo, Dominga, ¡felicidades! —dijo con calidez.—Gracias, profesor —respondió Dominga con su mejor sonrisa.José le dio una palmada en el hombro a Eliseo.—Cuida bien a Dominga. Lo que ha logrado no ha sido fácil.—Lo har
Del otro lado de la línea, la voz de Gerardo sonaba incrédula y llena de tensión:—El embrión… tiene un 99.99% de relación biológica con Diana.Eliseo se quedó inmóvil.Lo vi claramente. Su mirada se llenó de confusión, como si no pudiera procesar lo que había escuchado.—¿Qué… qué dijiste? —preguntó, con un hilo de voz.—Te lo repito, Eliseo. La fallecida es Diana García. La misma que, hace cinco años, huyó con los datos del proyecto. Tu esposa.Fue como si un rayo lo partiera en dos.El teléfono se le resbaló de las manos y cayó al suelo con un ruido seco.Lo observé, completamente perdido, su mirada vagando sin rumbo, como un animal asustado en un lugar extraño.Nunca lo había visto así.Y por primera vez en mucho tiempo, me hizo gracia.—¿Eliseo? —Dominga notó que algo andaba mal y se acercó preocupada—. ¿Quién te llamó?Intentó agacharse para recoger el teléfono, pero Eliseo reaccionó de inmediato, tomándolo antes que ella. Su sonrisa era forzada, tensa.—Nada… solo un viejo amigo
No podía evitarlo. Me vi arrastrada con él, observando cómo Eliseo aceleraba sin control, conduciendo como si estuviera huyendo de algo. Las llantas casi echaban chispas, y no se detuvo ni cuando chocó contra la barrera de entrada de la comisaría.—¡Eliseo, qué rayos! —gritó el jefe de seguridad, corriendo tras él—. ¿No deberías estar en tu boda?Pero Eliseo ni siquiera lo escuchó. Su único destino era el laboratorio.Dentro, Gerardo estaba observando mi cadáver. Su expresión era de incertidumbre, casi de arrepentimiento.—Diana García… cinco años —murmuró—. Cinco años muerta.Cinco años en los que nadie me buscó.Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe. Eliseo entró tambaleándose, como si hubiera olvidado cómo caminar. Gerardo apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Eliseo lo agarrara por el cuello de su bata, desesperado.—¡El embrión! —gritó, con el pánico en su voz—. ¿Dónde está el embrión?Gerardo lo observó en silencio durante unos segundos eternos. Finalmente, so