—El humo de la cocina podría alterar mi sentido del olfato —me dijo una vez—. No puedo permitirme que eso me afecte cuando analizo cuerpos.—Mis manos son para manejar un bisturí, no un cuchillo de cocina. ¿Y si me corto los nervios de los dedos y cometo un error?Recordé sus palabras de aquel entonces y no pude evitar soltar una amarga sonrisa. Eran solo excusas.La verdad era simple: nunca me amó.Y yo, tan ingenua, lo creí. Me esforcé cada día por prepararle comidas perfectas, pensando en cada detalle. Preocupándome por no afectar su olfato o su gusto...Qué tonta fui.Nunca supe que Dominga existía.Eliseo fue quien me persiguió desde el principio, quien me buscó y me cortejó.Pasaron seis meses de casados hasta que, una noche en que llegó borracho, me llamó por su nombre. Fue entonces cuando descubrí la verdad: siempre hubo otra mujer en su corazón.Dominga. La amiga de su infancia, su compañera de universidad. La mujer que lo dejó el mismo año en que se graduaron, porque un millo
Lo hizo a propósito. Lo sabía.Pero en ese momento, el proyecto que dirigía estaba en su fase más crítica. No podía distraerme, así que me lancé de lleno al laboratorio, trabajando sin descanso durante dos meses. Finalmente, obtuvimos los datos más precisos. Un éxito rotundo.Recuerdo cómo las lágrimas rodaban por mi rostro mientras tecleaba el último párrafo de mi informe. Era el logro de mi vida.Pero nunca imaginé lo que vendría después.Nunca llegaría a publicar esa investigación.Dominga había instalado cámaras ocultas en mi laboratorio. Pronto notó que algo en mí era diferente...—¡Diana, tenemos un problema!—Hubo un asesinato esta noche. Eliseo se desmayó mientras examinaba el cuerpo. No podemos atenderlo ahora, necesitas llevarlo al hospital.Esa voz. Se hacía pasar por Gerardo con su tono calmado, convincente. No dudé ni por un segundo. Tomé las llaves y salí corriendo, conduciendo tan rápido como pude hacia la dirección que me dio.Hacia el lugar donde terminaría mi vida.Ap
—¡P**a! —gritó Dominga, su voz llena de odio.—¿De qué te ha servido esa actitud altanera? ¡Mírate ahora! Como un perro a mis pies.Se acercó aún más, su rostro lleno de desprecio.—Ruégame. Lame mis pies y te daré una muerte rápida.Pero yo solo lloraba en silencio, con lo poco que me quedaba de fuerzas, cerré los ojos. ¿Para qué?Sabía que no iba a sobrevivir, no había esperanza. ¿Por qué habría de rogarle a mi verdugo?¡Jamás!Mi indiferencia la enfureció. Su mente retorcida no encontraba el placer que esperaba. Con un último suspiro de odio, me forzó a arrodillarme. Después, vertió sobre mí lo que quedaba de la resina hirviendo.Fue así como morí. Quemada viva.—¡Tanto orgullo para nada, Diana! —se burló mientras me observaba morir—. ¡Mírate! ¡Al final, no eres más que otra que se arrodilla ante mí!—Y no solo hoy. A partir de ahora, para siempre. Año tras año, siglo tras siglo, estarás aquí, en tus rodillas.Con una última risa cruel, usó nitrógeno líquido para enfriar rápidamente
En ese momento, sentí cómo mi corazón se apretaba hasta dejarme sin aire.¿Cómo llegamos a esto?Pasé años cuidando de él. Cuando perdió a sus padres, cuando no tenía para comer, cuando el frío lo calaba hasta los huesos, yo estaba ahí. Le compraba ropa, lo cuidaba cuando se enfermaba. Incluso cuando lloraba por otros amores, era yo quien lo consolaba.Me decía que era como su hermana, que algún día sería yo a quien cuidaría en la vejez. ¿Y ahora? Ahora, ¿soy una traidora, una "maldita"?Un murmullo entre la multitud me sacó de mis pensamientos.—¿He llegado tarde? —Una voz amable resonó entre los asistentes. La gente se apartó.El profesor José.Mi mentor. El hombre que más admiraba. Con el cabello plateado y su sonrisa afable, sostenía dos regalos bien envueltos.—Eliseo, Dominga, ¡felicidades! —dijo con calidez.—Gracias, profesor —respondió Dominga con su mejor sonrisa.José le dio una palmada en el hombro a Eliseo.—Cuida bien a Dominga. Lo que ha logrado no ha sido fácil.—Lo har
Del otro lado de la línea, la voz de Gerardo sonaba incrédula y llena de tensión:—El embrión… tiene un 99.99% de relación biológica con Diana.Eliseo se quedó inmóvil.Lo vi claramente. Su mirada se llenó de confusión, como si no pudiera procesar lo que había escuchado.—¿Qué… qué dijiste? —preguntó, con un hilo de voz.—Te lo repito, Eliseo. La fallecida es Diana García. La misma que, hace cinco años, huyó con los datos del proyecto. Tu esposa.Fue como si un rayo lo partiera en dos.El teléfono se le resbaló de las manos y cayó al suelo con un ruido seco.Lo observé, completamente perdido, su mirada vagando sin rumbo, como un animal asustado en un lugar extraño.Nunca lo había visto así.Y por primera vez en mucho tiempo, me hizo gracia.—¿Eliseo? —Dominga notó que algo andaba mal y se acercó preocupada—. ¿Quién te llamó?Intentó agacharse para recoger el teléfono, pero Eliseo reaccionó de inmediato, tomándolo antes que ella. Su sonrisa era forzada, tensa.—Nada… solo un viejo amigo
No podía evitarlo. Me vi arrastrada con él, observando cómo Eliseo aceleraba sin control, conduciendo como si estuviera huyendo de algo. Las llantas casi echaban chispas, y no se detuvo ni cuando chocó contra la barrera de entrada de la comisaría.—¡Eliseo, qué rayos! —gritó el jefe de seguridad, corriendo tras él—. ¿No deberías estar en tu boda?Pero Eliseo ni siquiera lo escuchó. Su único destino era el laboratorio.Dentro, Gerardo estaba observando mi cadáver. Su expresión era de incertidumbre, casi de arrepentimiento.—Diana García… cinco años —murmuró—. Cinco años muerta.Cinco años en los que nadie me buscó.Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe. Eliseo entró tambaleándose, como si hubiera olvidado cómo caminar. Gerardo apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Eliseo lo agarrara por el cuello de su bata, desesperado.—¡El embrión! —gritó, con el pánico en su voz—. ¿Dónde está el embrión?Gerardo lo observó en silencio durante unos segundos eternos. Finalmente, so
Al ver mi cadáver en la mesa de autopsias, su cara palideció al instante, aunque trató de forzar una sonrisa.—Sé que has estado bajo mucha presión últimamente, Eliseo, pero...—¿Dónde estabas antes de fracturarte el pie? —Eliseo no apartaba la vista de Dominga. Su mirada era incisiva, como si quisiera atravesar cada una de sus mentiras.—No me mientas.—Yo… estuve todo el tiempo en el laboratorio —respondió Dominga, pero su voz empezaba a quebrarse. Evitaba su mirada—. Eliseo, ¿por qué de repente preguntas sobre eso?—¿Quién puede probarlo? —insistió él, sin pestañear.—Eso...—¡Eliseo! —Yago irrumpió, furioso—. Sabes que las cámaras del laboratorio estaban rotas en ese entonces!Antes de que Eliseo pudiera contestar, José se acercó, apuntándole con el dedo en la cara, lleno de ira.—¡Deja de desviar la conversación, Eliseo! —gritó—. ¡Tú fuiste el que suplicó casarse con Dominga, que ella te diera un hijo! Y hoy vienes aquí a destruir tu propia boda. ¡Tienes que dar una explicación cl
—Esto es solo la grabación del interrogatorio, Dominga —dijo Gerardo, apagando el teléfono con una frialdad que helaba la sala—. Ese hombre ya confesó cómo te ayudó a tenderle una trampa a Diana, llevándola a ese almacén para que la violaran. También confesó cómo destruiste las pruebas.El tono de Gerardo no ofrecía ninguna oportunidad de redención, solo era una presión psicológica, una última estocada.Pero Eliseo se quedó congelado en el momento en que escuchó la palabra "violación". Sus ojos se llenaron de furia descontrolada.—¡Dominga!Gerardo tuvo que interponerse, deteniéndolo antes de que hiciera algo de lo que se arrepintiera. Mientras tanto, Yago, con una expresión de asombro que reflejaba el impacto de la verdad, murmuró:—¿Entonces… hemos culpado a Diana todo este tiempo?José, perdido en la incredulidad, no encontraba las palabras. Lo único que logró articular fue un balbuceo cargado de confusión:—¿Cómo... tú fuiste capaz de...?De repente, Dominga soltó una carcajada, es